Todo el teatro de Unamuno: “Soledad”
Unamuno plantea en esta obra uno de los temas que le son conocidos y queridos: la inmortalidad.
18 DE DICIEMBRE DE 2020 · 09:15
Unamuno define Soledad como “otro drama nuevo en tres actos”.
En carta a Gilberto Beccari el 15 de febrero de 1921 da las primeras pistas sobre su obra. Dice: “Ahora trabajo en otros dos dramas, Soledad y Raquel”.
Un mes más tarde, el 31 de enero de 1922, escribe al mismo destinatario: “Tengo que ir a esa (Madrid) para activar el estreno de mi Soledad, en el Teatro Español”.
Viene a Madrid, realiza gestiones. Se lleva a Salamanca buenas palabras, pero la obra no se representa.
Unamuno intenta que lo haga en Buenos Aires la compañía que encabezaba la actriz Lola Membrives, pero tampoco fue posible.
Antonio Machado le da algunas esperanzas. En carta fechada en Madrid el 2 de agosto de 1922, le dice: “El amigo Calvo –actor de renombre– se lee en ella. Marchó a Sevilla y lleva, según me dijo, el decidido propósito de estrenar Soledad. Me consta que tiene aprendido el papel y que lo ha estudiado con verdadero empeño”.
Nada. El drama no fue estrenado en Sevilla.
Unamuno no tuvo la alegría de ver representada Soledad antes de morir. El estreno tuvo lugar el 16 de noviembre de 1953 en el Teatro María Guerrero, de Madrid, en una presentación del Teatro de Cámara, que estaba dirigido por José Luis Alonso y Carmen Troitiño. En vida del autor, sólo después de ser representada una obra autorizaba su publicación en libro. Soledad siguió los mismos pasos. Al año siguiente de su representación, Manuel García Blanco, uno de los mejores especialistas en el teatro de Unamuno, publicó en Editorial Juventud, de Barcelona, el libro Soledad, como había hecho con otras obras del gran vasco.
Soledad es un drama en tres actos y 19 escenas: Nueve en el primero, cinco en el segundo y cinco más en el tercero. Intervienen siete personajes: Agustín, primero dramaturgo y luego político; Soledad, su mujer; Sofía, madre de Agustín; Gloria, una actriz empleada en el teatro por Agustín; Pablo, un político; Enrique, crítico de teatro y la criada inevitable.
En Soledad se nos presenta a un matrimonio, Agustín y Soledad, que ha perdido a su hijo único. Unamuno plantea en esta obra uno de los temas que le son conocidos y queridos: la inmortalidad, en este caso deseada para el niño muerto.
En el tercer acto, escena primera de Soledad hay un pasaje en el que Unamuno se cita a si mismo. Repite literalmente parte de un poema que publicó el año 1913 en Los Lunes del diario El Imparcial, inspirado en El Cristo Yacente de Santa Clara en la Iglesia de la Cruz de Palencia. Del largo poema, que figura en el tomo VI de las Obras Completas, páginas 517, Agustín repite una estrofa del poema.
Pregunta a Soledad.
—¿Te acuerdas, sol, cuando en Palencia vimos aquel Cristo, aquél terrible Cristo yacente en la Iglesia de la Cruz, en aquel convento de clarisas?
—¿Aquel cadáver…? —pregunta Soledad.
—Aquél. —Responde Agustín.
Acto seguido recita dos estrofas del largo poema. Esta es la primera:
—Ese Cristo inmortal como la muerte no resucita. ¿Para qué? No espera sino la muerte misma.
De su boca entreabierta, negra como el ministerio indescifrable, fluye hacia la nada, a la que nunca llega, disolvimiento.
Porque este Cristo de mi tierra es tierra”.
Agustín, después de haber perdido a su hijo pregunta a Pablo obsesionado por la terrible idea de la muerte:
—¿No habrá aquí en la tierra otra inmortalidad que la de la carne? Porque yo la busco ahora en hijos de ensueño, de niebla, de palabras.
La teoría de la inmortalidad se expone a lo largo de la producción unamuniana. Aquí, en Soledad, la única cuestión que preocupa a Unamuno es, como él dice, “la cuestión de saber qué habrá de ser de mi conciencia, de la tuya, de la del otro, de la de todos después que cada uno de nosotros se muera”.
El drama Soledad se abre quejándose Agustín de que no le arrancan las ideas en lo que se propone escribir. La queja de Soledad es distinta. Piensa en el hijo:
—¡Y luego muerto!
Agustín.
—¡No importa! ¡Todo lo que nace, nace para morir!
Soledad a Sofía, madre de Agustín, en defensa de éste:
—Yo sé de dónde le brotan esas ansias de creación artística; yo sé los muertos que le están labrando el espíritu. ¡El muerto, el muerto inmortal!
Agustín no acierta dar vida al drama teatral que lleva dentro, pero que no le sale. Dice a Gloria.
—Últimamente lo he dejado dormir porque ese Pablo no descansa en lo de meterme en política.
Soledad, contestando a Sofía, que se opone, y dirigiéndose a Agustín.
—Yo creo que hará bien en ello. Ya te tengo dicho, Agustín, que me parece bien, pero muy bien que te metas en política. Eso te distraerá más y mejor que el teatro.
Agustín a Gloria.
—¿Acción! ¡Acción! Tengo citado a Pablo para decirle que acepto la candidatura por Villaverde.
Entra Pablo. Pregunta a Agustín cómo está. Responde el dramaturgo.
—Aquí entre mi madre y Gloria que quieren retenerme en la vida del teatro y tú y mi mujer que me empujáis al teatro de la vida.
A poco de participar en ella Agustín se desengaña de la política por dentro. Confiesa a su mujer.
—¡Esa hedionda política! ¡Ese cenagal de las más asquerosas pasiones! “La política no tiene entrañas”, dicen. Y son ellos, ellos, los que así dicen, que no la tienen. ¡No, sino tripas! ¡No más que tripas! ¡Canalla, canalla, canalla! ¡Miserables hombres públicos! ¡Hombrezuelos! ¿Ambición? A cualquier cosa llaman ambición.
Este es Unamuno, a quien la política le expulsó de su rectorado en la Universidad de Salamanca, lo expulsó de España y acabó dándole un golpe mortal en diciembre de 1936.
En la escena segunda del segundo acto se reúnen en el escenario Agustín, Soledad, Pablo, el político y Enrique, crítico teatral. El paso de Agustín por la política fue poco acertado. Se habla de encarcelamiento. Lo buscan.
—A impedirlo venimos, y si sabes ser prudente se evitará. —interviene Pablo.
Agustín estalla. Compara el teatro con la política.
—Los unos, que si es comedia, o drama, o sainete, o tragedia, que si es teatral o no; y los otros que si esto no es político, no es eficaz. ¡Imbéciles!
Cuando Pablo dice a Agustín que la política es arte de realidades concretas y que Hamlet es cosa de teatro, Agustín vuelve a estallar. En su respuesta Unamuno escribe uno de los párrafos más hermosos de Soledad:
—¿Qué? ¿Qué? ¿Cosa de teatro Hamlet? ¿Hamlet cosa de teatro? No; Hamlet no es cosa de teatro. Los que son cosa de teatro son los actuales ministros de la corona y los diputados y los senadores. Los que sois cosa de teatro, Pablo, sois vosotros, todos los hombres públicos. Pero ¿Hamlet? ¿Hamlet cosa de teatro? ¡Es más real y más actual que vosotros todos! ¡Como Don Quijote!
Se abre el acto tercero con una referencia al encarcelamiento de Agustín por parte de Soledad.
—Esa cárcel, esa horrible cárcel te dejo….
Agustín.
—Me dejó, Soledad, y a pesar de tu frecuente compañía, me dejó un sueño, sueño de dormir que no se me quita. Llevo ya meses sin dormir. ¡Horrible!
En lo que sigue del acto tercero entran en escena Pablo, Enrique y Gloria, la actriz de sus obras. Pero Agustín no quiere ver a nadie, a nadie quiere reconocer. Queda sólo con su mujer. Dialogan recordando al niño muerto.
Agustín.
—Dame la mano, mano de tierra, mano de carne, mano de madre. Dame tu mano, Soledad, mi mano, la de Dios.
Soledad le da la diestra, que él toma con las dos manos suyas.
—Tómala.
Agustín, sintiendo la mano de ella apoyada en su frente.
—¿Es tierra sobre mi frente? ¿Es carne?
Oye a Gloria, que se va llorando. Sigue Agustín.
—Se va, se va llorando. Viene el sueño, mujer de Dios, el de nuestro hijo, viene la tierra. ¡Qué descanso, Dios mío!
Últimas líneas del drama. Como respuesta al hombre niño dice la esposa.
—Me quedo aquí, mi hombre, contigo y con él, para siempre, para siempre; duerme, hijo mío, duerme, duerme.
Se baja lentamente el telón.
El planteamiento de las cuestiones esencialmente unamunianas está dirigido a llegar directamente al público, como en este drama. Unamuno pretende inquietar directamente a los espectadores por medio de las voces vivas de los actores, cortar la digestión al público, como dice Agustín en Soledad.
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