La muerte en los poemas de Lorca

Continuamos analizando la vida y la obra de García Lorca al cumplirse 80 años de su muerte, asesinado en Granada.

24 DE AGOSTO DE 2016 · 17:00

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José Luis Vila-San Juandice que desde pequeño García Lorca tuvo una obsesión fatalista: “La muerte. La muerte en general, la muerte de sus amigos, la muerte de sus héroes de creación y, sobre todo, su propia muerte”.
Esto es rigurosamente cierto, pero no constituye una excepción. María del Rosario Fernández Alonso, demuestra que el mismo mal han padecido casi todos los poetas españoles. También ha obsesionado la muerte a ensayistas -¡Unamuno!- filósofos, novelistas, etc. Españoles y no españoles. La muerte ha sido la constante tirana del intelecto. A más inteligencia, mayor preocupación por la muerte. ¡Pobre Rubén Darío!
En García Lorca el tema es obsesivo. Pedro Salinas observa: “El reino poético de Lorca, luminoso y enigmático a la vez, está sometido al imperio de un poder único y sin rival: la muerte”.
En su celebrado Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, elegía dividida en cuatro partes, la muerte lo invade todo con una embestida de fiera.Un sentimiento de frustración, de angustia, de nada, corre por todo el poema. La muerte se presenta como algo terrible y fatal porque está ausente la seguridad cristiana de la inmortalidad. Ya en la primera parte del poema se advierte la victoria de la muerte con insistencia obsesionante, con ese repetido “a las cinco en punto de la tarde” , que termina ensombreciéndolo todo: “¡Eran las cinco en sombras de la tarde!”.
En el canto a la sangre vertida del torero, éste “sube por las gradas con toda su muerte a cuestas”. Aquí el héroe se hace mito. La sangre fluye de su cuerpo “para formar un charco de agonía junto al Guadalquivir de las estrellas”. Abundan los lamentos pesimistas: “Ya se acabó”, “ya duerme sin fin”, “estamos con un cuerpo presente que se esfuma”, culminando con un grito de suprema expresión fatalista: “¡También se muere el mar!”.
En la última parte del canto, que titula “alma ausente”, insiste repetidamente en un verso que es la negación rotunda de aquellas palabras consoladoras de Jesús: “El que cree en mí, aunque esté muerto vivirá”. Lorca dice a su héroe: “Te has muerto para siempre”. Y este “para siempre” adquiere en esta estrofa un lamentable sentido de incredulidad y desconfianza en el más allá. La doctrina del más negro materialismo, con su reducción del hombre a polvo, ceniza y nada, aparece en estos versos expresivos:
Porque te has muerto para siempre, como todos los muertos de la Tierra, como todos los muertos que se olvidan, en un montón de perros apagados.
Sin embargo, en los poemas de acento autobiográfico Lorca contempla la muerte sin fatalismos ni oscuridades de fin. La vida le lleva hasta la tumba, pero la esperanza le dice: adelante. Así, en Lamentación de la muerte:
Vine a este mundo con ojos ¡Sueño del mayor dolor! Y luego, un velón y una manta en el suelo. Quise llegar a donde llegaron los buenos. ¡Y he llegado, Dios mío!
En Memento parece oír la muerte andando en zapatillas por el zaguán de la casa, casi rozándole el alma, y pide ser enterrado con su guitarra:
Cuando yo me muera, enterradme con mi guitarra bajo la arena. Cuando yo me muera, entre los naranjos y la hierbabuena. Cuando yo me muera enterradme si queréis en una veleta. ¡Cuando yo me muera!
Ni la arena ni la veleta tienen en este poema sentido de desenlace final. Son puentes que conducen nuestras vidas hacia la verdadera y definitiva propiedad celestial. Así parece entenderlo Lorca en Gacela de la muerte oscura, donde alude a la muerte con el verbo “dormir”, de frecuente uso en las páginas de la Biblia:
Quiero dormir un rato, un rato, un minuto, un siglo; pero que todos sepan que no he muerto; que hay un establo de oro en mis labios; que soy el pequeño amigo del viento oeste; que soy la sombra inmensa de mis lágrimas.
El optimismo inmortal de los versos anteriores se transforma en preguntas, dudas, quejas y desesperanzas al plantearse abiertamente el tema de la eternidad.
En el largo poema Prólogo, de su temprano Libro de poemas, García Lorca se dirige a Dios como lo hacía Job, increpándole su aparente silencio, exigiéndole respuestas a sus angustias internas. La composición tiene reflejos unamunianos. Es uno de los pocos poemas lorquianos con lenguaje directo a los oídos de Dios.
Dime, Señor, ¡Dios mío! ¿Nos hundes en la sombra del abismo? ¿Somos pájaros ciegos sin nidos?
La luz se va apagando. ¿Y el aceite divino? Las olas agonizan ¿Has querido jugar como si fuéramos soldaditos? Dime, Señor, ¡Dios mío! ¿No llega el dolor nuestro a tus oídos? ¿No han hecho las blasfemias Babeles sin ladrillos para herirte, o te gustan los gritos? ¿Estás sordo? ¿Estás ciego? ¿O eres bizco de espíritu y ves el alma humana con tonos invertidos?

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El punto en la palabra - La muerte en los poemas de Lorca