Juan Ramón y Dios

En dos artículos anteriores he analizado el rechazo que Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel de Literatura, autor de libros tan conocidos como “Platero y yo”, sentía hacia el catolicismo. No obstante su anticatolicismo rebelde y sistemático, Juan Ramón Jiménez amaba a Dios y veía las cosas como hechuras de Dios.

05 DE ENERO DE 2008 · 23:00

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Desde su posición de hombre secular no podía hablar de Dios como lo hace el teólogo. Su conciencia de Dios era lúcida, clara como su poesía. Las imágenes que usa para definir y expresar a Dios están tomadas de la naturaleza, fuente de su inspiración poética, no de catecismos ni comentarios bíblicos. Con todo, el Dios de Juan Ramón tiene más de Dios bíblico que el que aparece en la Suma Teológica, de Tomás de Aquino. Para ofrecer una breve muestra del concepto de Dios en Juan Ramón Jiménez me limitaré a entresacar algunos versos del libro Dios deseado y deseante, según la versión realizada por Antonio Sánchez Barbudo y publicada por la editorial Aguilar en 1964. Esta edición contiene 57 poemas escritos a lo largo de cuatro años, entre 1948 y 1952, es decir, en los últimos años de la vida del poeta. Este punto es especialmente importante porque fueron los años de mayor rebeldía católica en Juan Ramón. Su alejamiento de la Iglesia católica no supuso, en modo alguno, apartamiento de Dios. Por otro lado, el Dios que aparece en estos poemas tiene una estrecha connotación con el Dios de la Biblia. Juan Ramón no quiere el Dios pequeño que la gente se ha inventado para sus juegos religiosos. Quiere a Dios como principio y fin de la existencia:
Como en el infinito, Dios, vuelvo a tu origen (tu origen que es mi fin) y quizá a tu fin, sin nada de ese en medio que las jentes te han puesto encima de tu sola, tu limpia luz.
No quiere a un Dios bordado con ignorancia por manos humanas:
Y yo no necesito en mí que tú, Dios, seas ese dechado nulo que millones de manos, sin saber lo que hacían, te bordaron.
El poeta suspira por un Dios «en blanco», libre de las sombras y de negruras en que le han envuelto las religiones:
Pero ¿te he de cargar con mano vieja? No, no, yo soy el niño último, tú un Dios en blanco eres; y no te cargaré con mano impura.
Con palabras que recuerdan los versículos 7 al 12 del Salmo 139, Juan Ramón afirma que Dios es todo, está en todo, en el tiempo y en el espacio:
Cuando sales en sol dios conseguido, no estás en el nacerte sólo; estás en el ponerte, en mi norte, en mi sur; estás, con los matices de una cara grana, interior y completa, que mira para dentro, en la totalidad del tiempo y el espacio.
En uno de los poemas más bellos del libro, Juan Ramón se aparta de los conceptos abstractos e impersonales del Dios de los filósofos y exalta al Dios personal de la Biblia, el que trata con los seres humanos uno a uno:
Yo sé que cada uno en si te encuentra diferente; que no eres tú dos veces, de dos maneras, sino uno en uno, sino uno¡ y no más! en cada uno. Yo sólo te he vivido, te he tenido, te he abierto, rosadiós, dios en la rosa que siempre supe, de quien siempre hablé sin saber cómo era antes que tú le abrieras el sentido para mí.
Cuando este Dios personal y amigo se le cierra, se le escapa, al poeta le invade la angustia que también sintió Job y la tierra se le antoja un desierto gris y estéril:
¿De pronto, ahora, te me cierras otra vez? ¿Un invierno me preparas sin ti sol de esta baja vida? ¿Te has ido a otro, dios, a referirle, como a mí me has estado refiriendo la suprema verdad de mi conciencia? ¿Ahora el aire, el fuego, el agua desierto gris cerrado para el ansia?
Ocho años antes de su muerte, en 1950, Juan Ramón escribió el poema Desnudo infinito. En este poema rechaza el concepto de un Dios envuelto en nubes de eternidades, escondido por las religiones entre cielos inalcanzables, y clama, en cambio, por un Dios encarnado, hecho hombre para el hombre, viviendo en atmósfera de hombre. Es, en síntesis, y dicho con imágenes poéticas, la historia de la encarnación según la cuenta San Juan en el primer capítulo de su Evangelio:
No quiero exaltación de las eternidades, quiero mí exaltación para llegar a las eternidades de mi día que corona la noche con su nada en sueño; esa distancia quiero que es la noche, porque sin noche nada empieza, y yo quiero volver, volver volver. Quiero tu nombre, dios, orijen nada más y fin; y no fin como término, sino como propósito. Quiero, nombrado dios, que tú te hagas por mí amor esto que soy, un ente, un ser, un hombre, y en una atmósfera de hombre...
El hecho de escribir la palabra Dios con inicial minúscula no es argumento suficiente para minimizar la fe de Juan Ramón en la Divinidad. Lo hace en parte como una interpretación ortográfica muy particular, de la misma forma que sustituye la g por la j, y en parte como referencia al Dios humanado, por el que también suspiraron Salomón e Isaías. Un Dios concebido como reflejo del hombre no es pensamiento herético.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El punto en la palabra - Juan Ramón y Dios