Tragedia de un sabio en su propia opinión

La Biblia es para muchos un libro de sabiduría, sin más.

19 DE MARZO DE 2011 · 23:00

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Para otros, ni eso. De hecho la catalogarían de “patraña” en adelante sin que les temblara mínimamente el pulso y se quedarían tan anchos. Al margen del valor que puedan darle en sí al mensaje del Evangelio, pocos dudan del valor que, en ese sentido, muchas de sus secciones tienen, como Proverbios o Eclesiastés, considerados libros de sabiduría por excelencia, por ejemplo. Sin embargo, para otros muchos, que prefieren entender estos libros dentro de un contexto mayor (el de los 66 libros que la componen al completo) la Biblia no es sólo un libro de sabiduría, y ya está. Es EL libro de LA Sabiduría (aunque asumo que a tantos, los mismos de antes, probablemente, lo de los absolutos, les pone la bilis en la boca). No se habla desde el texto bíblico de inteligencia o conocimiento sin más, sino de lo que implica la verdadera Sabiduría, que es conocer y reconocer a Dios como fuente y esencia de la misma. Una de las formas que la Biblia tiene de enseñarnos es a través de contrastes. En la comparación se pone a menudo de manifiesto cómo son las cosas. Esos contrastes permiten ver con mayor claridad aspectos de la realidad que, de otra forma, quedarían velados. Y en aquello que la Biblia pretende mostrarnos acerca de la sabiduría y lo que significa realmente, éste es el método que emplea. Las referencias al necio son casi tan abundantes como las referencias al sabio y, de hecho, son muchas las veces en las que ambos conceptos quedan enfrentados para, precisamente en ese contraste, mostrar algo más clara la realidad que se está considerando. La razón por la que mi ánimo ha estado en esta ocasión en abordar este tema y no otro diferente venía precipitado por un incidente ocurrido en días atrás cuando, el principal dirigente de nuestro país volvía a hacer uso peyorativo de las referencias a Dios como respuesta a la demanda de la oposición a poner en marcha una intervención política “como Dios manda”. El presidente, que no puede rechazar la tentación de hacer alarde de cuán sobrado va por la vida en todos los sentidos a este respecto, vino básicamente a responder que fuera el otro el que se planteara hacer uso de esas ayudas externas porque, a la vista está, a él no le hace falta. No hay como ir sobrado por la vida para hacer el tonto de vez en cuando. Por todos es sabido que la autosuficiencia y la falta de necesidad de referentes son una necedad a todos los niveles, pero también lo es en estos asuntos, aunque el señor presidente no quiera verlo. No tengo ningún problema en eso a nivel puramente personal suyo. Él, al igual que todo el mundo, algún día lo verá como una realidad inapelable. Eso es promesa y no depende, a Dios gracias, de su autosuficiente punto de vista. Tampoco del mío. Pero el señor Zapatero pierde de vista que cuando se burla de Dios a través de cualquier referencia a Él y, además, se burla de quien las hace, se mofa también de buena parte del país que preside, que sigue siendo un país de tradición cristiana, sí, pero más que eso, en el que, además sigue habiendo muchos cristianos convencidos y que, por cierto, pueden estar incluso dentro de las filas de su electorado, aunque muchas veces parecieran los “apestados”. Aunque sólo fuera por estar perdiendo esto de vista, ya el enfoque no parece del todo inteligente, ni mucho menos sabio o prudente. Es más, requiere una respuesta como la que la propia Palabra sugiere, “conforme a su necedad” (Prov. 26:5). A la luz de la Biblia, no hay mayor ciego que el que no quiere ver y no hay más necio que el que no quiere atender a la sabiduría que lo es por excelencia: el temor de Dios. Sí, temor, que no significa necesariamente que empiecen a temblarnos las piernas al oír Su nombre, sino que guardamos nuestra posición desde el respeto y no le tratamos como igual (o incluso inferior o inexistente, como algunos hacen con total tranquilidad), sino que asumimos nuestro papel frente a él en la relación asimétrica que nos une. ¿Qué es la sabiduría y quien la ostenta, a partir de lo que leemos en las páginas de la Biblia? Consideremos, por contraste, tal y como es tan habitual tantas veces en el texto bíblico, algunas de las características del hombre sabio y también del necio: · El verdaderamente sabio no cree serlo en su propia opinión. Más bien es prudente. Es justamente el necio el que se ve sabio ante sus ojos. El mensaje es bin claro: “No seas sabio en tu propia opinión” (Prov. 3:7) “porque más esperanza hay del necio que de él” (Prov. 26:12) · El sabio se caracteriza por escuchar. Es el oír lo que aumenta su consejo. (Proverbios 1:5). El que desoye, por el contrario, es considerado necio. También mira y observa a otros que son considerados sabios y aprende de ellos. (Prov. 6:6) (Prov. 19:20) · El sabio acepta la corrección y aprende de ella. Es más, ama al que le corrige porque sabe que es la única manera de crecer en sabiduría y porque entiende que no es una amenaza en ningún sentido. (Prov. 9:8) · El sabio produce alegría a su alrededor, no como el necio, que lleva a tristeza a los que le escuchan. (Prov. 10:1) · El sabio se caracteriza más por callar que por hablar. Como diríamos hoy, al necio “le pierde la boca”. (Prov. 17:28) · El sabio teme y se aparta del mal, mientras que el necio se muestra insolente y confiado en su propia sabiduría. (Prov. 14:16) · Tanto sabios como necios se agrupan con aquellos que les son afines, aunque obviamente los resultados son bien distintos. (Prov. 13:20) · Es el testimonio de Dios es que hace sabio al sencillo. (Salmo 19:7). “El temor de Jehová es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia.” (Prov. 9:10) · Así, principalmente, lo que caracteriza al necio por encima de cualquier otra cosa y lo distingue del sabio es que dice en su corazón: “No hay Dios”. (Salmo 14:1) La gran tragedia del necio es que Dios, como castigo a su propia necedad, le permite ir por los derroteros que escoge. Este y no otros es muchas veces el peor castigo, el que Dios nos entregue “a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen”. Termino como empecé, haciendo referencia al texto bíblico, con la apertura del libro considerado de sabiduría por excelencia, los Proverbios, y con un llamado a considerar y, más allá, a retener y grabar en nuestro corazón, lo que nos hace sabios verdaderamente. El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza. (…) ¿Hasta cuándo, oh simples, amaréis la simpleza, Y los burladores desearán el burlar, Y los insensatos aborrecerán la ciencia? Volveos a mi reprensión; He aquí yo derramaré mi espíritu sobre vosotros, Y os haré saber mis palabras. Por cuanto llamé, y no quisisteis oír, Extendí mi mano, y no hubo quien atendiese, Sino que desechasteis todo consejo mío Y mi reprensión no quisisteis, También yo me reiré en vuestra calamidad, Y me burlaré cuando os viniere lo que teméis; Cuando viniere como una destrucción lo que teméis, Y vuestra calamidad llegare como un torbellino; Cuando sobre vosotros viniere tribulación y angustia. Entonces me llamarán, y no responderé; Me buscarán de mañana, y no me hallarán. Por cuanto aborrecieron la sabiduría, Y no escogieron el temor de Jehová, Ni quisieron mi consejo, Y menospreciaron toda reprensión mía, Comerán del fruto de su camino, Y serán hastiados de sus propios consejos. Porque el desvío de los ignorantes los matará, Y la prosperidad de los necios los echará a perder; Mas el que me oyere, habitará confiadamente Y vivirá tranquilo, sin temor del mal. (Proverbios 1: 7 y 22-33) En términos puramente laicos, alguno podría llamar al necio, en su propia tragedia personal, a la atención diciéndole, “¡Ojo, que el que ríe el último, ríe mejor!” Yo sigo prefiriendo la Biblia, que nos advierte una y otra vez, como Cristo mismo hizo, diciéndonos “El que tenga oídos para oír, oiga”.

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