Pues no, no, no. El ritual no implica la fe

La práctica del ritual nos puede convertir en cumplidores religiosos, pero el encuentro con Dios, auténtico objeto de la fe, es el que va a cambiar nuestras relaciones con el prójimo.

28 DE MAYO DE 2024 · 13:30

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Imagen de Tajmia Loiacono en Unsplash.

No, no. La práctica del ritual no implica la fe. Nunca hemos de confundir lo que es una auténtica conversión y todo lo que ello comporta, ni lo que significa la experiencia viva de la fe cristiana, con la práctica del ritual que, sin duda alguna, es, simplemente, una mediación casi prescindible para acercarnos al objetivo prioritario y esencial en la vivencia de la espiritualidad cristiana que es el encuentro con Dios.

Existe un peligro: Convertir la experiencia de la fe y de la vivencia de la espiritualidad cristiana con la práctica del ritual.

Si confundimos el objeto de la fe con la práctica del ritual podemos caer en errores como pensar que el objeto de la fe es la asistencia a los cultos, el buen manejo de la Biblia o su lectura, el ser obediente a las orientaciones del pastor, el escuchar con respeto sus sermones, el comprometerse a donar, respetar las costumbres de la iglesia o servir al templo, cuando en realidad esas prácticas quedan en la línea de una teología no esencial que puede ser rutinaria y que más que con la fe, tiene que ver con las estructuras, reglamentos y disciplinas de la iglesia, 

El objeto de la fe es, simple y llanamente, el encuentro personal con Dios, la conversión, el nuevo nacimiento, la experiencia de Dios en nuestras vidas. Las otras prácticas del ritual nos pueden servir como mediaciones de ayuda en nuestra relación con Dios, pero están subordinadas a lo fundamental que es el cambio de vida para que Cristo pueda vivir en nosotros.

Así, la práctica del ritual nos puede hacer personas religiosas y comprometidas con una ética de cumplimiento que tiene que ver con la vida de la iglesia, nos puede involucrar en el servicio al templo, pero nunca debe ser considerada como algo totalmente esencial, como el objeto u objetivo central de la fe.

Yo ceo que no tengo la experiencia de la fe porque siga y obedezca las prácticas del ritual de una iglesia. Yo creo porque tengo la experiencia de Dios en mi vida, el espíritu de Dios que me dice que soy su hijo. Ante esta experiencia, aunque todo el ritual sea bueno, se queda convertido en algo no esencial, subordinado al auténtico objeto de la fe y que, en algunos casos, puede llegar a ser rutinario y tedioso. No debemos dar un lugar central y prioritario al ritual en nuestras vidas como si fuera algo esencial y fundante de nuestra fe.

La práctica del ritual nos puede convertir en cumplidores religiosos, pero el encuentro con Dios, auténtico objeto de la fe, es el que va a cambiar nuestras relaciones con el prójimo, con la búsqueda de la justicia y con la práctica de la misericordia. Creer, tener fe, no es practicar una ética de cumplimientos religiosos.

La experiencia de la fe que actúa por el amor como diría el apóstol Pablo, además de mantenernos son mancha hasta el fin, va a orientar nuestras relaciones y propósitos ante la necesidad de la búsqueda de la justicia, la práctica de la misericordia, el reducir la pobreza en el mundo.

También nos va a ayudar a conseguir una mejor redistribución de los bienes del planeta tierra, animar a la denuncia de los abusos contra los más débiles al estilo profético y el mantenernos en comunión con el Dios de la vida y, como diría la definición de la religión pura y sin mancha de la Biblia, a “mantenernos sin mancha hasta el fin”. Lo otro, la práctica del ritual, puede darnos mediaciones más o menos gratas y útiles, pero siempre subordinadas a lo que estamos definiendo como el auténtico objeto de la fe.

Nunca debemos quedarnos bloqueados en el ritual como si ello fuera lo central y esencial en nuestra vida cristiana. Además, hay que decirlo y enseñarlo para que no haya personas sencillas que ponen el objeto de su fe en las prácticas religiosas, cumplimientos, costumbres y normas eclesiásticas que, siendo buenas, no son lo esencial para la comprensión de una auténtica y genuina vivencia de la espiritualidad cristiana.

Muchos más aún esto se dará en medio de una España católica que está muy pegada al rito, al fetiche, a las imágenes y al culto a vírgenes y santos que solo deberían ser simples mediaciones que se subordinaran a lo esencial. Además, muchas de esas prácticas son antibíblicas.

Por eso creo que los pastores, líderes y servidores de iglesia, deben tener mucho cuidado para que los fieles sencillos no se confundan dando al ritual un lugar central, incluso por encima del hecho de experimentar cada día y cada instante la presencia de un Dios vivo en nuestras vidas.

Hay que liberarse todo lo posible de los ritos externos a favor del hecho de constatar y experimentar que no somos salvos por prácticas rituales y por respetar costumbres eclesiásticas, sino por la conversión, el nuevo nacimiento y por lanzarnos a ser las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor en el servicio al prójimo que, en el fondo, es el servicio a Dios mismo. Así, la fe no la debemos de confundir con la práctica de un ritual.

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