El otro ladrón
No robó joyas, ni oro o plata, ni denarios, su dedicación fue robar almas para el absurdo y la banalidad.
12 DE SEPTIEMBRE DE 2025 · 16:45

A diferencia del bueno, el otro ladrón del monte Calvario ya tenía cierta edad.
Corría el año 33 de nuestra era.
El senador romano tuvo conocimiento del perjuicio que había ocasionado tal sujeto en Jerusalén a un grupo de incautos, y lo retuvo en sus dependencias mientras se depuraban responsabilidades.
No, no robó joyas, ni oro o plata, ni denarios, su dedicación fue robar almas para el absurdo y la banalidad.
Con su flautita del dios Pan y porte distinguido de chilaba blanca con ribetes púrpuras, había encantado a un buen grupo de cándidos. Pretendió, sin éxito, arrastrarlos a ser más hijos del inframundo que lo pudiera ser él.
Pero su tiempo acababa.
El propio Tiberio fiscalizó sus posesiones y determinó la ejecución sumaria si no reconocía su error.
Quizá ahora sí, quizá con el Mesías a su lado en la misma condenación podía corregir, se quemaba el último cartucho de su oportunidad.
Un sacerdote del dios Júpiter le reconvenía para que se compadeciese de su alma.
Pero de sus labios salieron unas palabras inequívocas que las mujeres del Gólgota entendieron y lamentaron con profundo pesar.
“Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo y a nosotros”.
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Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Cuentos - El otro ladrón