Eduard

— Ruego por la salvación de mi alma, tal como me han dicho que pida.

— ¿Quién? ¿Quién te lo ha dicho? ¿Quién te envía?

— Unos religiosos.

— Es que por lo general me viene gente desesperada, ansiosa, pecadora, enferma, traumatizada, marginal, adictiva, agonizante y de mala vida, pero a ti te veo muy entero.

— Bueno, desear el bien eterno, que según dicen está prometido, pues nunca está de más.

— Es cierto, pero tendrás que venir en otro momento, todavía estás muy verde.

— ¿Y por qué no ahora?

— De verdad, dejo tu caso en tareas pendientes. No te preocupes, ocúpate de vivir. Nos veremos ¿Cómo te llamas?

— Eduard.

— Empiezo a considerar que cometo errores

— Parece que llega tu momento.

— Estoy compungido, afectado, dolido de mi propio mal. Enfrentado a mi muerte.

— ¿Ya has visto lo que había en tu corazón?

— No me conocía, y tampoco creía que la muerte la tendría tan cerca.

— Y sin embargo eres el Eduard de hace años.

— Así es, pero estoy sintiendo que soy otro.

— Soy fiel a mi promesa ¿lo dudabas?

— ¿Y no podrías haber evitado que viviese perdidamente por años atendiéndome cuando te lo pedí?

— Cualquier cosa era preferible antes que te volvieses un irremisible hipócrita religioso.