El príncipe soñador

Los hechos se sucedieron tal como los había soñado, punto por punto.

12 DE ENERO DE 2023 · 22:10

Foto: <a target="_blank" href="https://unsplash.com/es/@konni">Mathias Konrath</a>, Unsplash CC0.,
Foto: Mathias Konrath, Unsplash CC0.

El rey Alejandro vivía en su castillo con la reina, sus dos hijos Arturo y Alberto y toda la corte. Alejandro había querido que el sucesor al trono fuese el menor, Alberto, lo cual desencadenó los celos del mayor.

Llegó el día en que murió el rey y se vistieron de duelo sus súbditos. Esta ocasión la quiso aprovechar Arturo para intentar hacerse con la corona, suplantando a Alberto. Para tal fin se confabuló con unos enemigos de su padre que deberían liquidar a Alberto.

Una noche les abrió la puerta del castillo para que entrasen. Pero las cosas no ocurrieron según lo pactado, además de apresar al príncipe heredero, se hicieron con todo el castillo, expulsando también a Arturo.

Recluyeron a Alberto en la mazmorra más escondida del castillo, viviendo desde entonces a pan y agua. Contaba por aquel entonces dieciséis años.

De las muchas ocasiones que Alberto intentó escapar de la mazmorra y del castillo, una vez consiguió llegar hasta lo más alto de la muralla. Desde allí se vio en el dilema de saltar al vacío y morir, o seguir en la prisión de por vida. Pero antes de arrojarse dieron con él los asaltantes de castillo, y lo devolvieron a prisión con mayores restricciones.

Alberto intentó escapar de su celda y de su castillo, pero ¿por qué iba a escapar como un cobarde? Fue cuando se propuso expulsar a los invasores y hacerse con su castillo.

Pero ¿qué otra cosa podía hacer? Solo dormir y entregarse a sus sueños, que desde entonces se multiplicaron.

Empezó soñando que un día empujaba la puerta de la celda y se abría sola. Soñó además que se hacía con una espada y que caminaba delante de sus enemigos sin ser visto por ellos, hasta llegar al cabecilla de los invasores a quien asestaba un golpe mortal con la espada.

Soñó que los antiguos sirvientes del castillo se le añadieron para la conquista del castillo.

Sueño tras sueño, llegó a completar el ciclo de sucesos hasta apoderarse del castillo. Soñó además que su hermano le había traicionado, asunto del que no tenía conocimiento.

Pero en vigilia el desánimo le vencía pensando “¿cómo venceré a quien una vez me venció?”

Pasados cuatro años en prisión, una mañana se despertó y se dijo “hoy es el día”. Se acercó a la puerta y la empujó con los dedos de su mano viendo cómo ésta cedía.

Pasando por la sala de los espejos vio que su cuerpo ya no era el de un niño, se veía capaz de enfrentarse a su enemigo, dando respuesta a aquella pregunta que le desanimaba.

Los hechos se sucedieron tal como los había soñado, punto por punto. Se apoderó del castillo con la colaboración de sus antiguos sirvientes, abatió a los invasores y los expulsó cerrando la puerta tras ellos a toda prisa.

Una vez llegada la calma tuvo deseos de saber qué había sido de su hermano, y cuando averiguó dónde vivía se desplazó hasta allí para visitarlo.

Era muy doloroso para él dar credibilidad al sueño en que su hermano lo había entregado al enemigo y quiso demostrar su falsedad.

Se alegraron mutuamente del encuentro. Hablaron de tiempos pasados, hubo risas, bromas, comida abundante, buen vino. Cuando Alberto le iba a contar lo ridículo del sueño que había tenido en que era traicionado por él, le entró un sopor por el que acabó durmiendo.

Girándose bruscamente medio dormido, gracias a un sexto sentido esquivó el golpe de un puñal que se acabó clavando en el diván. Su hermano lo intentó de nuevo.

Alberto lo volvió a esquivar y se quedó blanco, no reaccionó contra Arturo, asustado cogió sus cosas, subió a su caballo y volviendo por el camino con gran dolor empezó a entender los sucesos de su vida.

Se decía para sí “menospreciar un sueño casi me cuesta la vida”.

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