La pirámide de Maslow

La conclusión a la que se llega es que hay en este mundo una clase diferente de personas, que andan de acuerdo a otros patrones, que no consideran primordial lo que la mayoría considera primordial y que su razón de vivir es muy distinta a la de los demás. A ellos quiero parecerme.

01 DE AGOSTO DE 2018 · 16:00

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Se conoce con el nombre de pirámide de Maslow la teoría que el psicólogo americano Abraham Maslow (1908-1970) elaboró para definir las necesidades básicas de los seres humanos, que él consideró se agrupaban en cinco categorías, a saber, fisiológicas, de seguridad, de afecto, de reconocimiento y de autorrealización, habiendo una jerarquía entre las mismas que va desde las que es preciso satisfacer en primer lugar para que sean satisfechas a las que vienen a continuación. En ese sentido, lo primero que hay que satisfacer son las necesidades fisiológicas, tras lo cual el individuo aspira a la obtención de las demás, hasta llegar a la cumbre, que sería la autorrealización.

También el antropólogo Bronislaw Malinowski (1884-1942) fabricó lo que él llamó la secuencia vital permanente, constituida por las siete necesidades básicas del ser humano, que son metabolismo (alimento), reproducción (impulso sexual), comodidad (vestuario, vivienda), seguridad (prevención de daños), movimiento (actividad lúdica), crecimiento (psicológico) y salud.

Como puede apreciarse aunque hay coincidencias entre las categorías de uno y otro, también hay diferencias, dado que Malinowski no contempla los niveles más elevados de Maslow en cuanto a las relaciones sociales y personales del individuo, a menos que se considere que la necesidad de crecimiento del primero engloba todo lo que el segundo dice sobre afecto, reconocimiento y autorrealización.

Sea como sea, me parece que ambos sistemas están fatalmente cojos, al no considerar un aspecto que es primordial para el ser humano y es la dimensión espiritual. Claro que si Maslow y Malinowski parten de la idea de que el hombre es producto de la evolución de las especies, entonces es comprensible que no contemplen en absoluto esa dimensión, porque si no hay Dios, demás está imaginar que haya algo trascendental en el hombre.

Sin embargo, cuando se examina la lista de personajes que aparece en el capítulo 11 de la carta a los Hebreos, resulta que las tesis del psicólogo y el antropólogo hacen agua por todas partes, dado que las motivaciones primordiales que impulsaron a las personas allí descritas eran de un orden bien diferente. Por ejemplo, Abel en lugar de pensar en sí mismo y en sus necesidades fisiológicas y de seguridad, ofreció a Dios los primogénitos de sus ovejas, lo más gordo de ellas. Cualquier ganadero sabe que lo que hay que hacer es reservar los mejores ejemplares para la fecundación y así conseguir una raza vigorosa de ganado. También sabe que el primogénito hay que cuidarlo, pues es el primer ejemplar y nadie puede saber si habrá un segundo. Pero Abel ofreció en holocausto a Dios lo mejor y lo primero. ¡Qué pérdida! Pero es que este hombre no se guiaba por las categorías de Maslow, sino por otras de naturaleza superior.

También Abraham dejó su tierra, no porque fuera un emigrante forzoso por la guerra o el hambre, sino porque había recibido una palabra de Dios para que se marchara a otra tierra, que le era totalmente desconocida. Una arriesgada aventura en la que ponía en juego su seguridad, su hacienda, su familia y hasta su vida. Y cuando llegó a la tierra de la promesa no consideró que era la etapa final, asentándose en ella, sino que vivió en tiendas, como un nómada, porque en realidad la patria que esperaba no estaba aquí abajo, sino arriba, en el cielo. ¿Dónde encuadrar la motivación de este hombre en la pirámide de Maslow? En ninguna parte. Porque Abraham se movía por algo infinitamente más elevado.

¿Y qué decir de Moisés? El hombre que lo tenía todo en el palacio de Faraón, hasta la plena autorrealización, pasando por el reconocimiento, el afecto, la seguridad y por supuesto lo fisiológico, lo dejó todo para embarcarse en un proyecto que trastornaba esos logros, al estar repleto de inseguridad, peligros, maltrato y sinsabores. ¿Cómo es posible cambiar el sueño que todo ganador tiene, por la pesadilla que todo perdedor tiene? Por una simple, pero poderosa razón, porque tenía puesta la mirada en el galardón. Y ese galardón no era terrenal ni temporal. Moisés tampoco cuadra con Maslow.

En realidad ninguno de la lista de Hebreos 11 es susceptible de ser encuadrado en la famosa pirámide, dado que vivieron y murieron buscando algo que no estaba en esta tierra. Así que la conclusión a la que se llega es que hay en este mundo una clase diferente de personas, que andan de acuerdo a otros patrones, que no consideran primordial lo que la mayoría considera primordial y que su razón de vivir es muy distinta a la de los demás. Uno de la lista de Hebreos 11 escribió lo siguiente: ‘Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas.’ (Salmo 63:1). En tal paraje, el desierto, lo lógico, según Maslow, hubiera sido haber buscado saciar la sed y el hambre física lo primero. Pero no; lo primero para David era buscar a Dios y saciar así su alma.

¡Qué clase más rara de gente, que no pueden ser clasificados dentro de las teorías de los entendidos de este mundo! ¿Locos? ¿Alucinados? ¿Ilusos? No. Son hombres y mujeres que rompen moldes, porque creyeron lo que el humanismo ateo no puede ver. A ellos quiero parecerme.

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