Al que invente el tirachinas, lo colgamos

La cosa puede ser más o menos así: Acción, uno va y se inventa el tirachinas en una situación de paz y desarme total. Reacción, el otro —partidario a ultranza de la no violencia— va y lo cuelga. No deja de ser chocante que una persona así piense en resolver su conflicto con los otros de manera tan expeditiva. No se puede usar la violencia para instaurar y mantener un estado de no violencia. El terrorismo no se combate con terrorismo de Estado sino con los instrumentos del Estado de derecho y el peso de la ley. Con frecuencia reprobamos las malas artes del adversario a la vez que las justificamos en nosotros y los nuestros por el simple hecho de que defienden nuestras ideas desde nuestro bando. Crispar acusando al otro de ser quien en realidad genera la crispación, no es de recibo. No se evitan los insultos insultando. Calumniar no es la respuesta adecuada a la calumnia. No está bien responder con descalificación a quien nos descalifica. El antídoto de la mentira no es mentir. Todo ello en el caso de que admitamos como malos el terrorismo, la violencia, la crispación, la calumnia, la descalificación y la mentira. Tal vez pensemos en los políticos cuando se suscitan estos temas pero creo que sería bueno ampliar el ámbito de acción a las familias, a las iglesias locales, a las denominaciones, a nuestras relaciones con otras ramas de cristianismos y a la sociedad en general. La Biblia hace dos propuestas claras en este sentido. Una del Apóstol Pablo “Vence con el bien el mal” (Romanos 12:12). Otra del mismo Cristo “Así como queráis que los hombres os hagan, haced con ellos de la misma manera” (Lucas 6:31). Es posible que haya quien esto le resulte pueril pero a mí me parece un camino mucho más excelente.