Crímenes y amor en “Grantchester”

No hay nada más alejado del concepto de amor divino que el tiempo. Éste, nos dice la Escritura, no puede verse sometido al paso de la historia, básicamente porque ya era antes del principio.

14 DE SEPTIEMBRE DE 2023 · 16:00

El detective Keating y los diferentes vicarios de la iglesia de Grantchester son los grandes protagonistas de la trama. / Fotograma de la serie, Filmin.,
El detective Keating y los diferentes vicarios de la iglesia de Grantchester son los grandes protagonistas de la trama. / Fotograma de la serie, Filmin.

Una de las series de época que ha llegado a España este año y de la que se ha hablado poco es la británica Grantchester. Una producción de la cadena londinense ITV que se basa en la serie de novelas de suspense The Grantchester Mysteries, de James Runcie.

El título hace alusión al elemento central alrededor del cual gira la trama: toda una serie de asesinatos que acontecen en un pequeño pueblo al lado del distrito de Cambridge y que son investigados por un pintoresco detective de la policía local y el vicario de la iglesia anglicana municipal.

A España ha llegado de la mano de Filmin. Aunque aparece en la plataforma como una de las series más vistas, en realidad no es nada del otro mundo. Con sus ocho largas temporadas, a veces resulta tedioso seguirla, y aunque las tres primeras sí merecen la pena realmente, a partir de entonces adquiere un aire de novela televisada de café de las tardes que afea todo lo ingenioso de su argumento.

Con nombres propios del audiovisual británico, como James Norton, que también aparece en un capítulo de Black Mirror y en otro de Doctor Who, el formato de la serie es también lo que hace que acabe resultando monótono. Cada capítulo comienza con el planteamiento de un crimen, mientras se entremezclan destellos de las historias amorosas y personales del detective y el reverendo. El gran cambio es la marcha de Norton de la serie, algo brusca, dando paso a Tom Brittney en su lugar.

Crímenes y amor en “Grantchester”

James Norton da vida a Sidney Chambers, el vicario durante las primeras temporadas. / Fotograma de la serie, Filmin.

Una iglesia en problemas

De lo que sí se hace eco la adaptación televisiva de Grantchester es del talante descafeinado que adquiere la Iglesia de Inglaterra a medida que el secularismo comienza a abrirse paso en la sociedad (la serie está contextualizada en la década de 1950). El vicario (Norton) resulta ser alguien extremadamente complejo a nivel emocional y su vida no está exenta de algún que otro exceso. Mientras concentra todas sus virtudes en ayudar a la policía a resolver los crímenes, su personaje va adquiriendo cada vez más el rol del “policía bueno”, aquel que todavía siente algo de empatía por el otro y que busca, quizá, consolarle. Nada más lejos del trabajo pastoral que se le presupone al vicario.

En Grantchester, toda confesión de fe ha quedado reducida a la irrelevancia y lo único que puede ya ofrecer el “responsable” de la iglesia local no es una enseñanza doctrinal, ni tampoco una consejería pastoral, sino una serie de reflexiones claramente humanistas que tratan de moldear el entendimiento de las circunstancias que se presentan. El reverendo Sidney Chambers (Norton), como luego su sucesor Will Davenport (Brittney), no llaman a cada oveja de su rebaño por su nombre, sino que antes buscan empatizar con ellas en su desastrosa relación marital o en lo mal que va el equipo local de fútbol en la clasificación.

El ambiente en la vicaría es más el de un teatro de convivencia, que no el de una preocupación y una ocupación en la labor pastoral de la comunidad. Leyendo el periódico mientras le sirven el desayuno, el vicario se esfuerza por ablandar el carácter de su ama de llaves, al mismo tiempo que le expresa a su diácono homosexual que “siempre hay un futuro para nuestros amores más profundos”. 

Cuando los acontecimientos le abaten, se encierra en su estudio a escuchar jazz con una copa de brandy en la mano, y el sermón acaba siendo una recolección de pensamientos que se suceden al ritmo de los acontecimientos, y que simplemente tratan de expresar alguna moraleja sobre una situación de vida específica. De hecho, en uno de sus libros, Runcie hace decir al vicario Chambers: “Creía que el secreto de la felicidad consistía en concentrarse en lo que uno tenía a su alrededor”.

El mal de amores que acompaña al vicario, que al mismo tiempo es uno de los solteros de oro del pueblo, un pasado atormentado por la guerra y una afición no escondida al backgammon y al whisky completan el retrato de una iglesia en decadencia, que con su afán de presentarse a sí misma honesta (como decía John A. T. Robinson) acaba cegando su entendimiento de la distinción entre lo bueno y lo indigno.

Crímenes y amor en “Grantchester”

Leonard, el diácono homosexual y que sabe predicar mejor la filosofía de Kant que el evangelio, es un personaje recurrente a lo largo de la serie. / Fotograma de la serie, Filmin.

Cuestión de amores

Las relaciones románticas en la serie se entremezclan con la sucesión de crímenes y de casos por resolver. El problema es la mayoría de las veces lo hacen apuntando a ese formato superficial de telenovelas, y resultan poco creíbles. Sin embargo, la cuestión del amor en Grantchester da para pensar. ¿Cómo puede ser que ante la emoción prioritaria por excelencia en toda relación humana, haya tanta insatisfacción? Escribe Runcie, autor de la serie de libros en los que se basa la adaptación: “No hay nada en ninguno de nosotros que no pueda ser amado de forma natural. Necesitamos recordar esto sobre nosotros mismos cuando pensamos en otros”. 

El problema es que la afirmación esconde en buena parte esa comprensión que ve el amor como el resultado de un esfuerzo. Al final, el mensaje es el de que cada ser humano ha hecho algo por lo que merece ser amado y experimentar el amor como desee. Así, aunque el vicario Chambers afirma que “el amor puede ser algo más que atracción”, también asegura: “A veces pienso que es más una cuestión de santuario, un caso de amistad inexpugnable”. 

Este mensaje contradice lo expresado en el texto bíblico. Romanos 5:8 dice que nuestro pecado nos había conducido a un estado en el que prácticamente no existía ya nada amable (digno de amar) en nosotros. En tal escenario, ya no hay ningún esfuerzo posible por acercarse de nuevo a Dios. No es como una relación de amistad rota que requiere de un café y una conversación para reconciliarse. 

Solo había una forma posible de restaurar el daño y era la manifestación de un amor por medio de Jesús que, como dice Francis Schaeffer, ya estaba, ya era, incluso antes del principio de la historia en el espacio y el tiempo. No hay nada más alejado del concepto de amor divino que el tiempo. Éste, nos dice la Escritura, no puede verse sometido al paso de la historia, básicamente porque ya era antes del principio. Así sabemos que permanece desde siempre y para siempre. Ese es el amor con el que nos ha amado el Padre y que somos animados a considerar (1 Juan 3:1).

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Cameo - Crímenes y amor en “Grantchester”