Bartimeo el ciego
Un estudio de Marcos 10:46-52; Mateo 20:29-34; Lucas 18:35-45.
28 DE FEBRERO DE 2021 · 17:40
Todos en la ciudad de Jericó conocían a Bartimeo, porque él era diferente. Hay personas que pueden vivir en una ciudad veinte años y nadie las conoce. Pero no así con Bartimeo.
Él tenía una de esas personalidades que se daba a conocer. Este es un hombre que es conocido, no sólo por su incapacidad física sino también por su personalidad.
Muchas veces nos imaginamos qué interesante será en el cielo poder reconocer y quizás hablarles y hacerles preguntas a hombres y mujeres célebres en las Escrituras.
Pero alguien a quien sin duda vamos a reconocer rápidamente será a Bartimeo. Es que este hombre nunca fue tímido o hacía muchos años que había perdido su timidez.
El relato lo encontramos al final del capítulo 18 de Lucas; en el 19 se nos habla de Zaqueo. ¡Qué contraste! Un hombre ciego y un hombre pequeño de estatura.
Los dos vivían en Jericó. Uno no podía ver por su ceguera física, el otro no podía ver por dos obstáculos: su pequeña estatura y la dificultad exterior que era la muchedumbre que rodeaba al Señor Jesús.
Lucas nos dice que un ciego estaba sentado junto al camino mendigando y al oír a la multitud que pasaba preguntó qué era aquello. Sin duda que al pasar gente importante iría acompañada de sirvientes y de guardias, pero ese día era distinto. El murmullo fue en aumento al acercarse la multitud que seguía a Jesús de Nazaret
Comienza nuestra porción diciendo: “Entonces llegaron a Jericó. Y cuando él iba saliendo de Jericó junto con sus discípulos y una gran mul-titud, el ciego Bartimeo, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino mendigando”.
Por ahora todo parece como de rutina. Lo que es interesante en el caso de Bartimeo no es que era ciego, que por supuesto es una afección muy seria, sino lo que podemos ver de su personalidad.
Muchas personas con un problema crónico severo se deprimen y entristecen, y podemos entender que esto suceda. Pero Bartimeo era distinto.
En los pocos versículos que se nos habla de él nos damos cuenta de que era una persona con tenacidad. Uno de esos hombres que no se dan por vencidos fácilmente.
Quizás convenga decir que es interesante que en el Nuevo Testamento hay muchos milagros que se producen en ciegos; diríamos que hay una frecuencia inusual, y que para nosotros sería muy alta en el tiempo presente.
Una de las causas más frecuentes de ceguera en el mundo en vías de desarrollo es debido a una infección por un microorganismo que se llama chamidia trachomatis.
La enfermedad es muy bien conocida en el Medio Oriente, Asia y África y se llama tracoma. Se calculaba que por el año 1990 había unos cuatrocientos millones de personas contaminadas con este microbio y que habría causado unos veinte millones de casos de ceguera. Creo que la mayoría de los casos de ceguera en los Evangelios se debió a esta enfermedad.
Parecería que pasamos unas pocas hojas de los Evangelios y nos encontramos con un ciego. Sin duda que el uso de gotas medicinales en los ojos de los recién nacidos ha disminuido gran cantidad de infecciones que en el pasado terminaban causando ceguera.
Algunos de estos ciegos en el Nuevo Testamento son muy especiales. Recordamos al que se menciona en Juan 9 que fue enviado al estanque de Siloé.
Tenemos el ciego de Betsaida, aquel que dijo: “Veo a los hombres, pero los veo como árboles que andan” (Mar. 8:24).
Bartimeo, en cambio, no sólo sabemos que era de Jericó sino que su padre se llamaba Timeo. El hecho de que se mencione específicamente nos hace sospechar que era una persona conocida en la comunidad.
La vida de este ciego consistía en ser llevado a un lado del camino todos los días. Allí mendigaba dependiendo de la buena voluntad de los transeúntes.
Su oído muy afinado y sensible por la falta de la vista le informaba cuando alguien se estaba acercando. Él sin duda esperaba hasta que el caminante estuviera cerca.
Entonces, con su frase característica acompañada con un tono que despertara lástima, pediría la limosna como lo siguen haciendo en el día de hoy los enfermos en muchas ciudades del mundo.
Su vida no era fácil. Algunos ya se habían acostumbrado tanto a verlo allí que probablemente lo consideraban parte del paisaje. Otros quizás se detenían para tirarle unas monedas y escuchar el agradecimiento del ciego con palabras tales como: “Muchas gracias; que Dios se lo devuelva con creces”. Es que con dos mil años el mundo no ha cambiado mucho en ciertos aspectos de la vida.
Aunque físicamente este hombre no hacía mucho, su vida era difi-cultosa. En el verano el calor agotador lo azotaba. Quizás tendría la sombra de un árbol cerca para ayudarlo.
En el invierno el frío y la lluvia lo castigaban sin compasión. Era una bendición que tuviese esa capa para protegerse. Es que si esa capa pudiera hablar ¡vaya a saber las historias que podría contarnos!
Aquel día cuando llevaron a Bartimeo de su casa, para ponerlo al lado del camino, parecía un día como cualquier otro. Sin duda que Bartimeo tomó su recipiente con agua para tener qué tomar durante el día y también algo de comida. Allí se dirige a su lugar para mendigar.
Mateo 20:30 nos dice que había dos ciegos. No sabemos el nombre del otro. Todo el mundo lo conocería como el compañero de Bartimeo.
El versículo 47 de Marcos 10:47 nos dice: “Y cuando oyó que era Jesús de Nazaret, comenzó a gritar diciendo: ‘¡Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí!’”.
Probablemente habiendo pasado tanto tiempo junto al camino, había escuchado hablar de Jesús de Nazaret. Al oír de los milagros que la gente decía que él podía hacer, quizás corrió por su mente el sueño de ¿qué sucedería si él tuviera la oportunidad de rogarle a Jesucristo que le diera la vista? ¿Sería capaz o tendría interés en curarme?
Aunque el texto bíblico no nos dice esto, no sería difícil que este proceso hubiera ocurrido. Así también en el día de hoy los que padecen de cierta enfermedad están siempre muy atentos a las investigaciones y los nuevos tratamientos para su dolencia.
He visto personas que realmente se han hecho expertos en la afección que sufren y se informan de todo lo que hay disponible.
“¡Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí!”. Por supuesto que al llamarlo hijo de David estaba reconociendo que Jesús de Nazaret era al-guien muy especial.
No era un predicador más de los que tanto abundaban. Ser hijo de aquel Rey que había llevado a Israel a un estado de prosperidad y de triunfo militar no era nada insignificante. Observen que él no le pide la curación; sólo dice “ten misericordia de mí”.
Es que él sabía que si el Nazareno tenía misericordia de él algo importante le iba a suceder. El versículo 48 nos dice: “Muchos le regañaban para que se callara, pero él gritaba aún más fuerte: ‘¡Hijo de David, ten misericordia de mí!’”.
La reacción de muchos era algo como: “¡Cállate, gritón!”. Es que este hombre estaba acostumbrado a exclamar en voz alta a los que pasaban a cierta distancia. Tendría una voz potente de esas que nadie puede ignorar.
La práctica de muchos años le había enseñado que cuantos más escu-charan su voz, más dinero podría conseguir. De nuevo la multitud lo reprende que se calle. Pero ¿es que no se dan cuenta de que este hombre sabe que esta es la gran oportunidad de su vida?
Él ha estado esperando esto desde que supo que Jesús de Nazaret podía hacer curaciones milagrosas. El clamor de este hombre es sin duda conmovedor; pero estaba pasando aquel de quien la Escritura nos dice en Hebreos 4:15, 16:
“Porque no tenemos un sumo sacerdote que no puede compadecerse de nuestras debilidades… Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia para que alcancemos misericordia y hallemos gracia para el oportuno socorro”.
Esto es lo que el ciego hizo. Se acercó al trono de la gracia, que por así decirlo, aquel día estaba en el camino polvoriento de Jericó.
El versículo 49 de Marcos 10 nos parece que se asemeja a una película de cine o televisión cuando se empieza a ver en cámara lenta. Noten los detalles: “Entonces Jesús se detuvo y mandó llamarle. Llamaron al ciego diciéndole: ‘Ten confianza. Levántate. Él te llama’”.
Observen que el Señor Jesús se detiene. Él podría haberlo curado prosiguiendo su marcha. Pero no actúa así quien es Dios manifestado en carne. Se detiene para prestarle toda su atención a aquel ciego que men-digaba en el camino.
“Ten confianza. Levántate. Él te llama”. ¡Qué precioso es a nuestro corazón darnos cuenta de que cuando el Señor Jesús nos llama no es necesario volver a la vida en la situación y pecado de antes!
Seguramente que Bartimeo nunca volvió a sentarse en el mismo lugar que solía; ahora, ¿cómo podría hacerlo? Él no era más un ciego.
Pienso cuántas veces habrá pasado por ese camino y se habrá acordado de esos largos años con toda la miseria de su vida de ceguera y mendicidad.
Pero notemos las palabras “te llama”. Es que cuando Jesús de Nazaret llama nunca nadie que ha ido a él queda defraudado. Arrojó su capa que era un impedimento. Él estaba tan apurado para acercarse a Jesús que dejó eso que le impedía ir de prisa.
Suponemos que alguien le ayudó llevándolo de la mano delante de Jesús de Nazaret. El versículo 51 nos dice: “Le respondió Jesús, diciendo: ‘¿Qué quieres que te haga?’”. ¿Qué responderíamos si Jesucristo hoy mismo nos preguntara esto a nosotros?
Algunos empezaríamos con una lista grande de pedidos: Señor, yo quiero esto, esto y esto y la lista nunca terminaría. Observen que el ciego le dijo “Rabí, que yo recobre la vista”.
En efecto, estaba diciendo: “Quiero ver los maravillosos colores de la creación a nuestro alrededor que la gente me dice que son hermosos (¿Quién no ha quedado extasiado ante un amanecer, o los colores de una flor?). Señor, quiero ver”.Mateo 20:34: “Señor, que sean abiertos nuestros ojos”.
Se dirigen al Mesías con el término Maestro (raboni) que implica respeto y reverencia. Mateo 20:34: “Entonces Jesús, conmovido dentro de sí, les tocó los ojos…”.
Marcos no nos da este detalle del acto físico de tocar los ojos. Tocó los ojos sin vida de los ciegos. Ojos, como tantas veces hemos visto, secos y abiertos hacia el infinito.
Pero notemos estas palabras que son importantes: “Entonces Jesús, conmovido…”. Es interesante que el evangelista Mateo de alguna manera capte el sentimiento del corazón del Maestro.
El rostro del Señor Jesús expresa en forma clara el sentimiento de piedad que lo mueve a hacer el milagro. Remarcamos que él no hace el milagro sin sentir algo en su corazón.
Los médicos a veces hacemos operaciones quirúrgicas o procedimientos que serían muy dolorosos si el paciente no estuviera bajo anestesia; pero el cirujano no siente absoluta-mente nada.
Por el contrario, el Señor Jesús sintió en su corazón esa sensación indescriptible cuando el dolor ajeno nos toca. Ahora, nosotros sentimos compasión en ciertas oportunidades; pero la vida con sus rigores lentamente nos ha hecho muy duros.
Es así que muchos pueden pasar al lado de alguien que tiene una gran necesidad sin tratar de brin-darle ayuda. Pero no así el corazón del Señor Jesús.
Su sensibilidad es muy delicada y exquisita. Si vamos a escuchar un concierto de música clásica, en la apoteosis de una sinfonía, muchos quizás apenas podamos distinguir los sonidos más estridentes como las trompetas, o el tambor.
Pero aquel oído sensible y educado puede escuchar el flautín o el oboe que parece perdido cuando al unísono toda la orquesta despliega su mayor potencia en el gran final.
Y así también es nuestro Señor. Nosotros solamente podemos distinguir las cosas muy obvias e intensas; pero Jesús se compadeció de ellos.
Obviamente que había una gran multitud; pero la Palabra no nos dice que alguno de la multitud o de los discípulos se haya compa-decido de él.
El término que se usa aquí para compadecerse en griego es splanikzomai. Quizás la mejor manera de definirlo es ver cómo se utiliza en el Nuevo Testamento.
En Mateo 9:36 tenemos la compasión en referencia a las multitudes desamparadas y sin dirección: “Y cuando vio las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban acosadas y desamparadas como ovejas que no tienen pastor”.
En el 14:14 la compasión en relación a los enfermos: “Cuando Jesús salió, vio la gran multitud y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que entre ellos estaban enfermos”.
En el 15:32 tenemos la compasión vinculada a la necesidad de alimento y las consecuencias de no tener una nutrición correcta: “Jesús llamó a sus discípulos y dijo: ‘Tengo compasión de la multitud, porque ya hace tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, no sea que se desmayen en el camino’”.
En el 18:27 en relación con la parábola de los deudores: “El señor de aquel siervo, movido a compasión, le soltó y le perdonó la deuda”. En Marcos 1:41 con respecto a la curación del leproso: “Jesús, movido a compasión, extendió la mano, le tocó y le dijo: ‘Quiero; sé limpio’”.
Con referencia a la resurrección del hijo de la viuda de Naín en Lucas 7:13: “Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: ‘No llores’”.
En la parábola del buen samaritano (Lucas 10:33): “Pero cierto samaritano, que iba de viaje, llegó cerca de él; y al verle, fue movido a misericordia”.
Del hijo pródigo en Lucas 15:20: “Cuando todavía estaba lejos, su padre le vio y tuvo compasión. Corrió y se echó sobre su cuello, y le besó”.
La razón por la cual insisto en estos versículos es porque la compasión es algo profundo; es algo que se experimenta en el interior de las entrañas.
Es una reacción a algo. En el idioma original el término se refiere a las partes más profundas del cuerpo, o como diríamos hoy: el corazón.
A mí me llaman la atención las palabras del Señor Jesús: “Vete, tu fe te ha salvado”. No le dijo: “Quiero, sé curado”, cosa que en efecto sucedió, sino: “Vete, tu fe te ha salvado”.
Aunque parezca redundante el énfasis, es importante destacar que aquí se refiere a la salvación de su alma. Él mismo dijo: “¿Qué aprovechará al hombre si granjeare todo el mundo y perdiere su alma?”.
Y en otro lugar: “el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”. Si Jesucristo sólo le hubiera dicho: “quiero que recibas la vista”, este hombre nunca hubiera tenido el gozo de escuchar las palabras del Señor: “Tu fe te ha salvado”.
Observen que no dice “la fe te ha salvado”, sino: “tu fe te ha salvado”. La palabra salvado en griego es sozo que se utiliza más de cien veces en el Nuevo Testamento.
Se usa con relación al nacimiento de Cristo, con un sentido de salvación de las consecuencias del pecado: “…y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mat. 1:21).
En Mateo 8:25 con referencia a salvarse del peligro de morir en un naufragio cuando los discípulos están en el barco y se despierta la tempestad: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” (ver también Mat. 18:11; 19:24; Juan 3:17; 12:27; 1 Tim. 1:15).
Volvemos a Marcos 10:52: “…y seguía a Jesús en el camino”. Quizás Bartimeo pronto encontraría que era más difícil seguir a Jesús en el ca-mino que quedarse mendigando.
Sin embargo, el gozo espiritual de escuchar y aprender de Jesús de Nazaret no se podía comparar con nada que él hubiera hecho o experimentado antes.
¡Qué palabras que parecen tan sencillas y no lo son! Para Bartimeo, era tomar un sendero nuevo y funcionar como una persona normal. Pero para Jesús de Nazaret era el camino hacia la cruz.
Sin duda que el hijo de Timeo estaba contento de que podía seguir ese grupo. Al principio del relato bíblico él siente el ruido y pregunta: “¿Qué pasa?”. Ahora él es parte de la acción del grupo que sigue al Hijo de David.
Por supuesto que la razón por la que lo seguía en el camino era su agra-decimiento por el milagro que había hecho en su vida. Observemos que no se nos dice que el Señor Jesús le hubiera dicho: “sígueme”; como al joven rico, ni le dijo: “vete a tu casa a los tuyos”, como le ordenó al gadareno.
Es necesario hacer dos observaciones: La expresión “que yo recobre la vista” no significa que él la hubiese tenido antes. La traducción “que vea” nos da una mejor idea del sentido.
Las expresiones “saliendo de Jericó” y “saliendo ellos de Jericó” (Mateo y Marcos) en vez de “al acercarse Jesús a Jericó” (Lucas) ha dado lugar a distintas interpretaciones.
Quizás la más fácil es entender que Jericó tenía una parte muy antigua (la original era anterior al tiempo de Josué) y otra nueva. Es decir, se podía estar saliendo de una y entrando a la otra, del mismo modo que en el día de hoy la parte antigua de la ciudad muy a menudo tiene menos importancia que la parte nueva.
Yo he estado en la ciudad actual de Jericó y los expertos hablan de muchos niveles distintos de fundamento. Otros lo interpretan como que Jesús entró y salió de la misma ciudad pero no fue hasta que salió que la curación se produjo.
Terminamos esta meditación recordando que Bartimeo antes estaba sentado en el camino mendigando. Ahora va por el camino viendo la luz y compartiendo su experiencia con el Hijo de David, quien va en el futuro va a experimentar las tinieblas de la cruz.
Temas para predicadores
- La perseverancia de Bartimeo
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- La compasión del Señor Jesús
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- La influencia negativa de la televisión donde los caracteres principales casi nunca muestran elementos de compasión en su carácter
Tomado del libro Un médico Examna los Milagros de Jesús Autor Dr. Roberto Estévez Carmona Publicado por la Casa Bautista de Publicaciones. Editorial Mundo Hispano
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Ahondar y discernir - Bartimeo el ciego