¿Una misión que gentrifica?
Nos es necesario llevar a cabo la misión siendo sensibles y estratégicos con el contexto de la crisis por la vivienda.
07 DE AGOSTO DE 2025 · 10:00

Es habitual que la vivienda, y otras cuestiones relacionadas con la misma (acceso, precio, garantías, etc.), sea percibida como una de las principales preocupaciones en nuestro contexto social y geográfico. Una nueva edición del barómetro del CIS (la de julio de 2025) vuelve a reflejar que la mayoría de las personas encuestadas consideran esta cuestión como un problema. De hecho, solo después de la categoría del gobierno y los partidos políticos, la vivienda aparece como “primer problema” en España.
La vivienda: un problema múltiple
Aunque, quizá, hablar de un único problema con relación a la vivienda puede resultar una generalización demasiado ambigua, en ocasiones. Y es que, el de la vivienda es un problema que abarca múltiples dimensiones. De entrada, el precio. Actualmente vivo en el área metropolitana de Barcelona y la tendencia de la “capital” catalana marca el pulso de la evolución en el resto de municipios de alrededor. Mientras que en noviembre de 2007 el precio medio del metro cuadrado de un alquiler en Barcelona era aproximadamente de 12,5€ (según portales inmobiliarios), en julio de 2025 sobrepasa los 20€. Esto significa que hace menos de 20 años, alquilar un piso de 40m2 en la ciudad condal suponía un gasto mensual de unos 500 euros, aproximadamente, mientras que ahora sobrepasa los 800 euros/mes. Y esto como mínimo.
El propio Ayuntamiento de Barcelona publica en su página web que el precio medio de la vivienda de alquiler en la ciudad se sitúa en 1.087,2 euros, sobrepasando los 1.200 euros de media mensual en hasta catorce barrios y alcanzando un máximo de 1.839,7€ en uno en concreto, ‘Les Tres Torres’.
Otra dimensión del problema de la vivienda es una combinación de déficit en la construcción y la persistente realidad de un gran número de apartamentos y casas que permanecen vacíos en el mapa de la geografía española. Las últimas estimaciones hablan de una necesidad de 860.000 viviendas nuevas, la mitad de ellas en grandes núcleos urbanos, como Madrid, Barcelona o Valencia. Sin embargo, el Instituto Nacional de Estadística (INE) alerta de que hay 3,8 millones de viviendas vacías en España (cerca del 14% del total del parque de vivienda nacional), la mayoría de las cuales se encuentran en municipios de menos de 50.000 habitantes. Por poner algunos ejemplos, el diario Expansión citaba el caso de localidades como Yebes (Guadalajara), Ezcaray (La Rioja) o Chilches (Castellón), en las que, respectivamente, el 60%, el 49% y el 45% de las viviendas permanecen inhabitadas.
Por mencionar una dimensión más de la problemática con la vivienda, debemos tener presente la cuestión de la desigualdad. Y es que, si poseer un vehículo se ha visto históricamente como símbolo de estatus y poder socioeconómico, esa percepción se ha vuelto todavía más incisiva con la vivienda. De manera que poseer una vivienda hoy no solo es un activo en el presente, sino también de futuro.
Así, si continuamos con la tendencia actual, por medio del sistema de herencias que culturalmente conocemos y con el que legalmente regulamos el traspaso de patrimonio (entre otras cosas), la brecha entre los grandes tenedores de vivienda, los simples propietarios y quienes ni siquiera pueden acceder a una propiedad seguirá incrementándose cada vez más. Es decir, los herederos de los grandes tenedores, podrían ser todavía más grandes tenedores de vivienda, y los herederos de aquellos que apenas han podido acceder a una vivienda, podrían tener mayores dificultades de acceso a una ellos mismos.
Ante esta situación, parece legítima la pregunta acerca de cómo impactan y encajan algunos de nuestros modelos misionológicos con esta realidad. ¿Hay prácticas misioneras que, por adaptarse a esta situación, la fomentan todavía más?
¿Trabajadores que edifican en vano?
Los analistas, en general, han relacionado parte del problema de la vivienda con el concepto de la ‘gentrificación’. Por explicarlo de una manera simple, este término hace alusión al cambio de paradigma que muchas ciudades en Europa han experimentado en los últimos años y, por el cual, el tejido vecinal, social y comercial autóctono y más antiguo de los municipios ha ido perdiendo espacio a medida que el fenómeno globalizador se expandía ocupando precisamente esos mismos espacios. Es decir, donde antes había una tienda de ultramarinos y la vivienda tenía un valor, ahora hay un establecimiento de una franquicia de cafeterías chic y el precio de la vivienda se ha multiplicado por cinco.
En esta situación influyen muchos otros elementos además del precio de la vivienda, como la evolución de los salarios y las oportunidades laborales. Pero como el proceso globalizador se ha expandido más rápido de lo que se han regulado ciertas garantías al respecto, se han generado situaciones de crisis profundamente trágicas.
En medio de la pugna entre un movimiento vecinal que se ha visto amenazado y los gigantes del sector inmobiliario, turístico y hostelero, ¿dónde ha quedado la iglesia en misión? ¿Esta siendo la misión que se lleva a cabo a nivel global ese “punto de inflexión” que transforma las ciudades al que aludía Timothy Keller?
Cuando una iglesia de un país determinado envía a un misionero a otro país determinado, el conocimiento previo de una realidad como la problemática de la vivienda en España debería ser fundamental. En España, los misioneros extranjeros han jugado un papel fundamental en la expansión del evangelio en los últimos dos siglos. Debemos tener esto presente y dejar de lado ese mantra popular que equipara nuestro país con un cementerio para la misión.
No obstante, un fenómeno actual y frecuente a la hora de enfocar la misión en un país como el nuestro parece pasar por la validación (aunque de forma voluntaria o indirecta) de algunas de esas prácticas que el sistema ha ido adquiriendo en las últimas décadas y que tanto han tensionado la situación en cuanto a la vivienda, por ejemplo. Según este fenómeno, hoy es posible encontrar a misioneros extranjeros que pueden pagar un alquiler elevado en un barrio gentrificado de una gran ciudad y, al mismo tiempo, iglesias locales que son desplazadas a los extrarradios de los municipios, o también muchos miembros autóctonos de iglesias locales que no pueden convivir en la misma zona en la que se congregan por el elevado coste de la vida, en general. Y de la vivienda, en particular.
Esto genera, necesariamente, un impacto en la misión. ¿Se está viendo menoscabada la expresión local de la misión por las formas globales de hacer misión? ¿Y qué tensiones puede generar esto, además de en la sociedad, entre cristianos que comparten una fe y un objetivo misional?
Consideremos dos cuestiones prácticas y necesarias que pueden ayudar a evitar que la misión global contribuya a la gentrificación de los contextos locales en los que se encuentra la iglesia y desarrolla su misión. No vaya a ser que seamos como aquellos trabajadores que pretendían edificar la casa sin el Señor y cayeron en vanidad (Salmo 127:1).
Lo primero es ser estratégicos en cuanto al lugar en el que desarrollar la misión. Un profesor del seminario en el que estudié protestaba contra la obsesión que algunas personas parecen tener por llevar a cabo la misión en las zonas de costa. En realidad, tiene sentido que muchos misioneros decidan servir en municipios costeros, ya que los datos reflejan que la mayoría de iglesias en nuestro país se concentran precisamente en el litoral y el pre-litoral. No obstante, es necesario coordinar estrategias comunes entre las agencias misioneras extranjeras y los cuerpos denominacionales autóctonos para evitar una ‘sobreconcentración’ de misioneros en los mismos lugares en los que la situación por el acceso a la vivienda es cada vez más tensa, mientras otras regiones de interior permanecen sin testimonio del evangelio y acumulando viviendas vacías. Si la voluntad de venir a servir a España es sincera, conocer las necesidades específicas debería ser una guía útil a la hora de establecer y definir estrategias y lugares consensuados.
En segundo lugar, es necesario incorporar el conocimiento de esta variedad de realidades sociales, como el problema con la vivienda en España, a la preparación de la acción misional que quiere llevarse a cabo en un lugar en concreto. Y ese conocimiento debería traducirse en actitudes prácticas que, en la medida de lo posible, eviten participar o fomentar de alguna forma esos fenómenos, como la gentrificación, que están causando tanta tensión y desafección en determinadas ciudades.
El modelo encarnacional de Jesús
No se trata de poner en cuestión la necesidad de una misión global. El corazón de Dios es un corazón por la misión. Y una misión por la totalidad de su creación. El modelo de Cristo es el que principalmente arroja luz (o debería hacerlo) a la hora de comprender esto. Su encarnación no solo supone la perfecta convivencia de la naturaleza divina con la naturaleza humana, sino que establece un compromiso con el conjunto de la creación. Un compromiso encarnacional. Es decir, el punto clave del obrar de Dios en el conjunto de su creación es la encarnación.
Y así debemos comprender también nosotros la misión, como un movimiento que se acerca al otro en sus circunstancias y contextos, haciéndose eco en la medida de lo posible esa encarnación. Porque mediante la encarnación, Cristo no solo se acerca a la creación, sino que asume sus problemáticas y dificultades, y lo hace hasta el momento clave de la cruz. En este sentido, también la misión global debe poder expresarse en compromisos locales prácticos, y para ello es necesario no solo comprender la situaciones locales particulares, sino asumirlas como propias y compartirlas.
Soy consciente de que afirmando esto también estoy afirmando que la problemática de la vivienda en España también es una problemática para la iglesia y la misión (y los misioneros). Si la mayoría del mundo a nuestro alrededor sufre por acceder a una vivienda y la misión desembarca en los contextos locales alquilando y comprando a golpe de talonario, esto no solo supondrá un déficit en el testimonio del evangelio, sino una limitación real a la hora de predicar y vivir el mismo mensaje.
Era el mismo Jesús el que advirtió al escriba que manifestó querer seguirle que “las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza” (Mateo 8:20). ¿Significa esto que una familia misionera extranjera debe vivir en la calle para llevar a cabo su labor en España? Evidentemente, no.
Se trata de conocer las particularidades locales en las que llevar a cabo la misión de manera que el ministerio esté marcado por una sensibilidad respecto a las mismas. La sensibilidad es un aspecto fundamental de la humillación que comprende el carácter del evangelio, y desde la humillación es que se puede trabajar en buscar alternativas con garantías a esos modelos de convivencia tan distantes del diseño de Dios para la vida.
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