“Padrenuestro”, por Félix González

González nos dice que la oración enseñada por Jesucristo es una forma de energía que ilumina y fortalece.

01 DE NOVIEMBRE DE 2019 · 09:00

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Quien sepa leer en la historia de la literatura clásica y en las tradiciones de los pueblos conocerá el lugar único que ocupa la Biblia en el pensamiento humano. Pero la Biblia no es un libro religioso a la manera que el Corán, el Zen-Avesta, los Vedas o los Kings. La Biblia, en frase de Emilio Castelar “es la revelación más pura que de Dios existe”. Es la única revelación escrita inspirada por Dios.

Entre los textos más queridos y comentados del Nuevo Testamento figura el Padrenuestro, la oración modelo propuesta por Jesús a sus discípulos. El Padrenuestro es escuela de vida y de oración. Debería ser para los cristianos la llave que abriese nuestras mañanas y cerrase nuestras noches. Es una oración completa. Es humana. Es modelo. Es antigua. Es todo el Evangelio. Ya en el siglo II decía Tertuliano: “Si de las páginas del Evangelio quedaran sólo diez versículos me quedaría con el Padrenuestro porque es la síntesis de todo el Evangelio”.

El pastor, escritor y editor Félix González ha escrito un libro pequeño de páginas pero grande de contenido sobre el Padrenuestro. Nos dice que la oración enseñada por Jesucristo es una forma de energía que ilumina y fortalece.

Sobre la importancia y eficacia de la oración insiste González en el primer capítulo de su obra. Nos dice: “Cada generación de cristianos tiene la necesidad de aprender a orar. Hoy, como siempre, se habla de Dios, pero se habla poco con Dios. La oración es una práctica en retroceso. Y esto es peligroso, porque donde se deja de hablar con Dios se acabará dejando de hablar de Dios. El hombre se volverá entonces a otros temas más actuales o que les parezca más interesante o de más relevancia. Y es que, cuando la oración languidece, la fe está amenazada, pues la oración es la expresión de nuestra fe”.

Tras esta defensa de la oración el trabajo de González consiste en comentar el texto del Padrenuestro versículo tras versículo tal como figura en Mateo 6:9-13: El Padre. Cada uno en su lugar. El nombre. El reino. La voluntad. El pan. El perdón. La tentación. El malo. La doxología final.

Para el autor del libro que estoy comentando sólo la oración bien dirigida llegará a su destino. En este sentido Jesús nos indica la dirección correcta para nuestras oraciones cuando nos dice: “Vosotros orareis así: Padrenuestro que estás en los cielos”. Con estas palabras se nos abre una puerta, se nos indica una dirección, se nos facilita una clave.

Dice González que “esta forma de invocar a Dios llamándole “Padre”, que debería ser para nosotros motivo de confianza, de paz y felicidad, se torna, por extraño que parezca, en un serio problema para algunas personas. Esta dificultad tiene que ver con las experiencias vividas con el propio padre o con los padres de otros”.

Aquí entra el caso Jean Paul Sartre. Junto a Albert Camus fue el filósofo francés más importante al acabar la segunda guerra mundial. Un primo hermano suyo, Albert Schweitzer, fue famoso médico y misionero evangélico en África. Sartre era ateo declarado. Retomó la frase de Nietzsche “Dios ha muerto” e insistió en sus escritos sobre la muerte de Dios.

¿Qué influyó para que un primo fuera ateo y el otro misionero? El abuelo. Sartre quedó huérfano de pequeño y fue educado por el abuelo. Este, líder en una Iglesia evangélica, era en ella un santo y en casa un diablo. En su libro autobiográfico Las palabras, cuenta Sartre: “Yo no podía rezar el Padrenuestro porque en ese Padre veía la figura de mi abuelo con ojos de locura cruel”.

Sartre es un claro ejemplo de lo escrito por González. Muchos reniegan de Dios y del Padrenuestro “por las experiencias vividas con el propia padre”.

Me interesa especialmente el capítulo que Félix González escribe sobre el perdón: “Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12). En la exposición del texto González recuerda que todos tenemos un pasado. Somos la historia de nuestra vida. En todas las iglesias hay cosas agradables y desagradables. Para borrar culpas y deudas necesitamos ser perdonados. “Dios conoce no sólo nuestros pensamientos, también nuestras intenciones, escribe González. No sólo nuestras palabras, también nuestros sentimientos, no sólo nuestros hechos, también nuestras motivaciones. Humanamente no hay forma de borrar ese disco duro, esa memoria que registra nuestras culpas y deudas…  Sólo hay un remedio eficaz, una cura de raíz. No hay liberación de la deuda sin Dios”.

El perdón de Dios obliga -señala González. Dios espera de nosotros que procedamos de manera distinta al siervo malvado de la parábola de quien Jesús habla en Mateo 18:21-35. A él le fue perdonada una deuda elevada y exigió cruelmente a su consiervo que le pagara una deuda insignificante que había contraído con él. Dice el autor del libro que “la quinta petición del Padrenuestro nos pone en movimiento hacia las personas. Se trata de un ruego que nos insta a practicar con los demás lo que Dios ha hecho con nosotros, esto es, colocar el pecado que nos ha herido de verdad bajo la misma petición de perdón que pronunciamos ante Dios”.

Cuando la doxología final del Padrenuestro concluye diciendo que de Dios es el reino, el poder y la gloria, ¿cómo interpretamos el reino de Dios?

Inexplicablemente esta dosología ha sido suprimida de las versiones católicas de la Biblia. No consta en la Vulgata latina del siglo cuarto, tampoco en la versión realizada por el que fuera obispo de Segovia, Scío de San Miguel, en el siglo dieciocho, ni en las más modernas de Torres Amat, Bover-Cantera y Nacar-Colunga. Todas suprimen la frase final y acaban el texto del Padrenuestro con las palabras “no nos metas en tentación, más líbranos del mal”. ¿Por qué este corte final del Padrenuestro? ¡Vaya usted a saber! Habría que preguntárselo al Vaticano.

Aplaudo la interpretación de Félix González. El reino “se relaciona con la predicación de Jesús acerca de la irrupción de Dios en nuestro mundo”. En el poder “confesamos en fe y adoración que el poder divino, al final, se impondrá y triunfará sobre todo otro poder espiritual y humano”. Al invocar la gloria de Dios recordamos el cántico de los ángeles cuando Jesús era un bebé: “Gloria a Dios en las alturas” (Lucas 2:14). Concluye Félix González: “la gloria de Dios es nuestro destino final. Jesús oró diciendo: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos también estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado (Juan 17:24). Nuestra meta está junto al Dios eterno; allí está nuestra patria y destino final”. Y nuestra gloria. 

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El punto en la palabra - “Padrenuestro”, por Félix González