Manipulando serpientes
En la Biblia, las víboras aparecen siempre como símbolos negativos por el peligro que entraña su veneno.
29 DE FEBRERO DE 2024 · 20:20

Los últimos animales que menciona Jesús en el evangelio de Marcos son las serpientes (Mc. 16:15-18). No las inofensivas para el ser humano sino precisamente las peligrosas susceptibles de matarle.
El crucificado y resucitado se aparece a los discípulos y, después de reprocharles la incredulidad de algunos, les encomienda la tarea evangelizadora. Les dice algo sorprendente.
Quienes creyeran de todo corazón y fueran bautizados -aparte de ser salvos- evidenciarían señales milagrosas como echar fuera demonios, hablar nuevas lenguas, manipular serpientes venenosas, ser inmunes a cualquier tipo de ponzoñas y sanar enfermos.
La ascensión del Maestro se producirá inmediatamente después.
Junto a la predicación de los discípulos aparecerán las señales milagrosas que contribuirán a despertar la fe en el alma de los oyentes.
Nada se dice aquí de que tales milagros, conferidos por el poder y el nombre de Jesucristo, fueran dones concedidos exclusivamente a los apóstoles sino más bien a todos los que creían.
El sentido de semejantes señales era probablemente mostrar al mundo que Cristo es el nuevo Señor de toda la creación y que su muerte supuso, no sólo la redención de la humanidad sino también la del resto de la creación.
Hablar en muchas lenguas conocidas, tal como ocurrió en pentecostés (Hch. 2:11), demostraba dominio sobre el intelecto humano. No de los cristianos sino de Cristo. Echar fuera demonios era tener poder sobre el mal espiritual y la mente de las personas.
Tomar serpientes con las manos y no sucumbir a su veneno suponía conocer los misterios bioquímicos de los venenos para neutralizarlos. En fin, sanar enfermos era manifestar el poder de Dios sobre las dolencias físicas y la muerte.
Todo esto única y exclusivamente se podía hacer en el nombre del Cristo exaltado. El mensaje era claro. Sólo el creador del universo y de toda vida podía realizar tales señales ya que solo Él conocía los misterios del mundo.
En la Biblia, las víboras aparecen siempre como símbolos negativos por el peligro que entraña su veneno. Pueden morder los talones del caballo y hacer caer al jinete (Gn. 49:17).
Su veneno es capaz de romper las moléculas orgánicas como si fuera un bisturí molecular y matar a animales o humanos (Job 20:16).
Sin embargo, semejante malignidad, y la del resto de la naturaleza sometida al poder del mal, terminará definitivamente cuando llegue el tiempo en que un vástago retoñe del tronco de Isaí y el recién destetado pueda extender su mano sobre la caverna de la víbora (Is. 11:8).
Son reptiles que habitan en el desierto del Neguev (Is. 30:6) pero que Jesús compara con algunos fariseos y saduceos de Jerusalén (Mt. 3:7; 12:34; 23:33; Lc. 3:7).
El Nuevo Testamento muestra también como la erradicación definitiva del mal tiene una especie de adelanto en la vida de sus apóstoles y discípulos.
Fue el poder de Dios el que libró al apóstol Pablo del veneno de la víbora que le mordió en la isla de Malta, posiblemente una especie europea (Hch. 28:3-6).
Actualmente no hay serpientes en la mediterránea isla de Malta porque, tal como ha ocurrido en otras muchas islas relativamente pequeñas, la persecución humana ha acabado con ellas.
También la introducción de depredadores como los gatos domésticos contribuyó a ello. Sin embargo, en los días de Pablo eran abundantes, como refleja el texto bíblico.
Lo que resulta curioso de este relato del libro de Hechos (28:1-10) es la actitud de los malteses con relación al apóstol. Según su superstición pagana, creían que Pablo debía ser algún homicida o pecador horrible ya que todo le salía mal.
Primero, su condena y envío a Roma, después la tempestad en el mar que casi acaba con toda la tripulación y, por último, el ataque de la víbora.
Sin embargo, al comprobar que el veneno del ofidio no le afectaba lo más mínimo, cambiaron radicalmente de opinión y decían que era un dios. Pues, ni lo uno ni lo otro.
Que nos pasen cosas malas en la vida no siempre es un castigo de Dios, de la misma manera que la prosperidad y los acontecimientos positivos tampoco son siempre indicación de bendición divina.
Si el Señor tuviera que castigarnos o premiarnos por nuestras obras, todos estaríamos irremisiblemente destinados al infierno. Sin embargo, es sólo por el poder de Dios mediante la fe en Cristo que se puede alcanzar la salvación (1 P. 1:5).
Por un año más
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