Ecos de Yahwé (III): Melquisedec, El misterioso sacerdote de Salem
La historia de Melquisedec nos desafía a mirar más allá de nuestras nociones de exclusividad y a reconocer que Yahvé siempre ha sido el Dios de toda la tierra, obrando en los corazones de los hombres.
28 DE MAYO DE 2025 · 16:25

En las páginas del Antiguo Testamento hay una figura que emerge como un enigma: Melquisedec, el rey-sacerdote de Salem.
Su breve aparición en Génesis 14:18-20, en medio de un mundo lleno de guerras, dioses paganos y caos, nos lleva a una era anterior a la formación de Israel, cuando las promesas de Dios aún no se habían materializado. Melquisedec, que significa “rey de justicia”, se encuentra con Abraham tras una batalla victoriosa, ofreciendo pan y vino, bendiciendo al patriarca y recibiendo diezmos de su botín.
Probablemente, esta no fue la primera vez que sus caminos se cruzaron. En su largo peregrinaje desde Harán hacia Siquem, Betel y finalmente Hebrón, Abraham, guiado por la promesa divina, debió atravesar inevitablemente el pequeño reino de Salem, un oasis de paz en medio de tierras cananeas.
Este reino, que más tarde sería conocido como Jerusalén, estaba gobernado por Melquisedec, un monarca y sacerdote que, como veremos, servía al Dios Altísimo.
Aquellos viajes, que marcaban los pasos iniciales del padre de la fe, lo habrían llevado repetidamente por los dominios de este misterioso rey-sacerdote, preparando el escenario para el encuentro que Génesis 14 registra con tanta solemnidad.
Pero, ¿quién era este hombre que, sin genealogía conocida, adoraba a Yahvé como “Dios Altísimo” mucho antes de que el pueblo de Israel existiera? Su historia, aunque breve, revela una verdad profunda: la revelación de Yahvé no estaba limitada a un pueblo o una alianza, sino que resonaba en tierras lejanas, preparando el camino para la redención en Cristo.
En este tercer artículo de nuestra serie sobre la adoración a Yahvé antes de Israel, exploraremos cómo Melquisedec, un sacerdote fuera del linaje de Abraham, testificó de la soberanía divina, invitándonos a maravillarnos ante un Dios que siempre ha obrado más allá de nuestras expectativas.
Melquisedec: Rey-Sacerdote de Salem
Melquisedec aparece en un contexto histórico que nos sitúa en el período patriarcal, al inicio del segundo milenio antes de Cristo, mucho antes de que Israel se formara como nación. Génesis 14:18 lo presenta como “rey de Salem” y “sacerdote del Dios Altísimo”.
Salem es una referencia temprana a Jerusalén, como lo sugiere el Salmo 76:2, donde “Salem” se asocia con Sion: “En Salem está su tabernáculo, y su habitación en Sion”.
Este vínculo con una ciudad que más tarde sería el corazón de Israel añade una capa de significado a su figura. Pero en su tiempo, Salem era simplemente una ciudad cananea, fuera del alcance del pueblo elegido que aún no existía.
El nombre “Melquisedec” significa “rey de justicia” (de melek, rey, y tsedeq, justicia), y su título “rey de Salem” se traduce como “rey de paz” (shalom), según Hebreos 7:2.
Esta combinación de realeza y sacerdocio es única en el Antiguo Testamento, donde ambas funciones estaban separadas, como se vería más tarde con los reyes de Israel que venían de la tribu de Judá y los sacerdotes que tenían que pertenecer a la tribu de Leví.
Melquisedec, sin embargo, encarna ambos oficios, una dualidad que lo convierte en un precursor de Cristo, como veremos. Su falta de genealogía en Génesis —sin padre, madre ni linaje mencionado— lo distingue aún más, sugiriendo un sacerdocio que no depende de herencia, sino de un llamado divino directo, lo que refuerza su tarea como adorador de Yahvé en un contexto pre-israelita.
El encuentro con Abraham: Una bendición divina
El encuentro entre Melquisedec y Abraham, narrado en Génesis 14:18-20, es un momento cargado de significado teológico.
Abraham, recién victorioso tras rescatar a su sobrino Lot de los reyes enemigos en el Valle de Sidim (Génesis 14:14-16), es recibido por Melquisedec, quien sale a su encuentro con una ofrenda simbólica: “Melquisedec, rey de Salem, sacó pan y vino; y era sacerdote del Dios Altísimo” (Génesis 14:18).
Este gesto de hospitalidad, que incluye pan y vino, prefigura la Cena del Señor instituida por Jesús, un paralelismo que destaca como un vínculo con el ministerio de Cristo.
Melquisedec bendice a Abraham, diciendo: “Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador del cielo y de la tierra. Y bendito sea el Dios Altísimo, que ha entregado a tus enemigos en tu mano” (Génesis 14:19-20).
El uso del término “Dios Altísimo” (El Elyon) identifica a Yahvé como el Creador soberano, un reconocimiento claro de Su autoridad suprema. Abraham, a su vez, responde dando a Melquisedec “el diezmo de todo” (Génesis 14:20), un acto que reconoce su autoridad espiritual.
Esto no solo muestra que Melquisedec adoraba a Yahvé, sino que también establece su precedencia sobre Abraham, como señala Hebreos 7:7: “Y sin discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor”.
Este encuentro es prueba que la adoración a Yahvé existía fuera de cualquier linaje o pacto formal, en una tierra cananea, mucho antes de Israel.
Identidad y significado teológico de Melquisedec
La identidad de Melquisedec ha sido objeto de debate a lo largo de la historia, tanto en la tradición judía como en la cristiana, debido a su descripción enigmática y con poca referencia histórica.
Génesis no ofrece detalles sobre su origen o descendencia, y Hebreos 7:3 lo describe de manera misteriosa: “Sin padre, sin madre, sin genealogía; que no tiene principio de días ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre”.
Esta falta de genealogía ha llevado a varias interpretaciones. Algunas tradiciones judías, como el Targum de Jonatán y el Talmud babilónico, lo identifican con Sem, hijo de Noé 1, argumentando que Sem aún vivía en la época de Abraham.
Sin embargo, esta teoría es debatida, ya que Génesis no lo menciona explícitamente. Otros, basados en Hebreos 7:3, han especulado de que Melquisedec podría ser una teofanía, una aparición preencarnada de Cristo.
Sin embargo, la mayoría de los estudiosos sostienen que era un rey-sacerdote humano, un hombre histórico cuyo sacerdocio es descrito en términos simbólicos para prefigurar el de Cristo.
La ausencia de genealogía en Génesis no significa que literalmente no tuviera padres, sino que su sacerdocio no dependía de linaje, a diferencia del sacerdocio levítico, lo que lo hace “semejante al Hijo de Dios” en su carácter eterno.
El significado teológico de Melquisedec es profundo, especialmente en el contexto del Nuevo Testamento. Hebreos 7:4-10 argumenta que su sacerdocio es superior al de los levitas, ya que Abraham, el antepasado de Leví, le dio diezmos y fue bendecido por él.
Esto establece a Melquisedec como un tipo 2 de Cristo, cuyo sacerdocio, según el orden de Melquisedec (Hebreos 7:17), es eterno y no depende de la ley mosaica.
Melquisedec encarna la dualidad de rey y sacerdote, una combinación extraordinaria que Cristo cumple plenamente.
Su ofrenda de pan y vino, su bendición y su título de “rey de paz” apuntan a la obra redentora de Jesús, mostrando cómo la adoración a Yahvé antes de Israel ya anticipaba la salvación universal.
Implicaciones para la adoración pre-israelita
La historia de Melquisedec tiene implicaciones importantes para nuestra comprensión de la adoración a Yahvé antes de la formación de Israel.
Su función como sacerdote del Dios Altísimo en una ciudad cananea demuestra que la revelación divina no estaba limitada al linaje de Abraham o a las futuras fronteras de Israel.
Yahvé era conocido y adorado en Salem, un lugar que, aunque más tarde sería la capital de Israel, en ese momento era bajo el dominio de otro pueblo.
Esto refuerza la enseñanza de Romanos 1:20, que afirma que las obras de Dios en la creación son evidencia suficiente para que nadie tenga excusa ante Él. Y aquí tenemos mucho más que esto.
Melquisedec, al igual que Job, es un ejemplo de cómo Dios se reveló soberanamente a individuos fuera de cualquier pacto formal, mostrando que Su plan siempre ha sido universal.
Es posible que ambos, contemporáneos en el vasto tapiz del período patriarcal, vivieran en la misma era, pero en regiones distantes—Job en la lejana Uz, al este, y Melquisedec en Salem, el corazón de Canaán—testificando así que la voz de Yahvé resonaba simultáneamente en diferentes confines de la tierra, uniendo a estos adoradores pre-israelitas bajo Su soberanía y preparando el camino para la redención de todas las naciones.
Además, su sacerdocio, descrito como eterno en Hebreos 7:3, prefigura el sacerdocio de Cristo, quien también es rey y sacerdote (Zacarías 6:13).
Este vínculo teológico nos invita a ver la adoración pre-israelita no como un fenómeno aislado, sino como parte de un plan redentor que culmina en la cruz. Melquisedec, al bendecir a Abraham y recibir diezmos, se convierte en un puente entre la fe pre-israelita y la promesa cumplida en Cristo, demostrando que Yahvé siempre ha buscado a todas las naciones para Su gloria.
Conclusión: Un testimonio de la gracia divina
Si Melquisedec, un rey-sacerdote de Salem, pudo adorar a Yahvé y bendecir al padre de Israel antes de que este pueblo existiera, ¿qué nos dice esto sobre los límites de la gracia de Dios?
Su historia nos desafía a mirar más allá de nuestras nociones de exclusividad y a reconocer que Yahvé siempre ha sido el Dios de toda la tierra, obrando en los corazones de los hombres desde los albores del tiempo.
¿Estás listo para descubrir cómo otros, como Jetro y los antiguos chinos, también captaron ecos de Su verdad? Sigue esta serie y deja que la vida de Melquisedec te inspire a adorar a un Dios cuya misericordia no conoce fronteras.
Notas
1. https://en.wikipedia.org/wiki/Melchizedek
2. Es decir: “ejemplo”
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