Hierbas amargas

Debían consumirse en la celebración de la Pascua, para recordar la amargura que el pueblo hebreo experimentó durante su cautiverio en Egipto.

30 DE ENERO DE 2020 · 21:10

La escarola es una planta herbácea de sabor ligeramente amargo, perteneciente a la familia de las asteráceas. Pudo formar parte de las hierbas amargas que comían los hebreos durante la Pascua./ Antonio Cruz.,
La escarola es una planta herbácea de sabor ligeramente amargo, perteneciente a la familia de las asteráceas. Pudo formar parte de las hierbas amargas que comían los hebreos durante la Pascua./ Antonio Cruz.

Y aquella noche comerán la carne asada al fuego,

y panes sin levadura;

con hierbas amargas lo comerán.

(Ex. 12:8)

 

La palabra hebrea meorim aparece dos veces en el Antiguo Testamento (Ex. 12:8 y Nm. 9:11) para referirse a diversas plantas que los hebreos comían junto con el cordero durante la celebración de la Pascua.

Su significado literal es “amargura” y fue traducida al latín de la Vulgata por lactucae agestess o lechuga silvestre. Eran vegetales de sabor amargo que, según el Talmud, debían ser jugosos y de color grisáceo o plateado.

Dentro de esta categoría general, podían entrar unas cinco especies distintas: la lechuga silvestre (en hebreo, hazeret); la escarola (ulsin); la achicoria (tamka); el cilantro amargo (harhabina) y la remolacha (maror).

No se sabe exactamente de cuál de ellas se trataba o si era una mezcla de varias. Lo cierto es que debían consumirse en la celebración de la Pascua, con el fin de recordar la amargura que el pueblo hebreo experimentó durante su cautiverio en Egipto.

El reverendo inglés del siglo XVII, Timothy Cruso (1657-1697), escribió las siguientes palabras, en las que se refiere a las hierbas amargas:

“Las hierbas amargas son más fáciles de tragar cuando el comensal sabe que a continuación le espera una porción de esas “viandas deliciosas que el mundo no conoce”. El sentido de amor de nuestro Padre hace que cada vara vaya acompañada al final de un bocado de miel. Convierte las piedras en pan, el agua en vino, y el valle de la tribulación en una puerta de esperanza. Hace que los mayores males parezcan menores, que parezcan mejores de lo que son en realidad. Porque hace que nuestros desiertos se vuelvan jardines del Señor, y cuando estamos sobre la cruz por Cristo es como si estuviéramos en el paraíso con Cristo. ¿Quién abandonaría su servicio y deber para evitar un sufrimiento temporal que va seguido de tan dulce consuelo y recompensa? ¿Quién no está dispuesto a andar en la verdad, sabiendo que cuenta con tan maravilloso elixir para darle fuerzas?” [1]

El discípulo de Cristo sabe que debe superar toda amargura de este mundo para vivir, al final, en la eterna y sublime gracia de Dios (Efesios 4:31; He. 12:15).

[1] Spurgeon, C. H., 2015, El tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 335.

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