El Faisán común
A veces, los cristianos nos parecemos a estos faisanes. Nos acostumbramos a la contaminación, no sólo de la carne sino también del espíritu.
24 DE SEPTIEMBRE DE 2015 · 21:10

El faisán común (Phasianus colchicus) es una bella ave galliforme originaria del Asia templada, aunque se encuentra ampliamente distribuida en diversas partes del mundo, debido al hecho de haber sido introducida a lo largo de la historia con fines cinegéticos. Se cree que fueron los romanos los primeros en introducirla en Europa.
Como otras muchas aves, presenta un acusado dimorfismo sexual. El macho adulto puede medir hasta 90 centímetros de longitud, de los cuales más de la mitad corresponden a su larga cola marrón con listas negras. El plumaje de su cuerpo es principalmente cobrizo con brillos iridiscentes violáceos, rojos y dorados, y con los bordes de las plumas negros que le dan un aspecto escamado. También presenta estrías de tonalidad violeta oscuro y verdes, así como cierto moteado blanco en las partes superiores.
Su cabeza y cuello son de color verde negruzco con brillos metálicos azules y morados. La mayor parte del rostro está cubierta por una carnosidad roja y presenta un pequeño penacho dirigido hacia atrás. La hembra, sin embargo, tiene una coloración mucho más discreta, de tonos parduzcos con estrías oscuras.
Su hábitat natural son los verdes herbazales próximos a estanques o a ríos que posean cerca frondosas arboledas. No obstante, lo cierto es que tomé esta fotografía en una riera urbana próxima a Barcelona, repleta de residuos industriales lanzados por el hombre. Envases de plástico, papeles, artefactos inservibles junto a aguas ennegrecidas y malolientes. Al hacerla, me vino a la mente la imagen de la belleza en medio de la fealdad y la contaminación. Es evidente que dichas aves no fueron diseñadas para vivir así, entre desperdicios, basura, desorden o desaliño.
A veces, los cristianos nos parecemos a estos faisanes. Nos acostumbramos a la contaminación, no sólo de la carne sino también del espíritu. Confraternizamos en nuestro trabajo con el estilo de vida y las costumbres de compañeros que no poseen el temor de Dios. Transigimos con ideas, palabras o expresiones que en nada adornan la identidad cristiana.
Tomamos parte en actividades, fiestas, espectáculos o conversaciones moralmente muy cuestionables. Sin embargo, no debemos olvidar que hay ciertas cosas y ambientes de los que todo creyente debiera salirse a tiempo, puesto que estamos llamados a la santidad. Esto es precisamente lo que tantas veces recuerda el apóstol San Pablo: “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Cor. 7:1). No seamos como faisanes desubicados.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Zoé - El Faisán común