Carta a Estados Unidos

Abraham Kuyper en 1898: “Cuando el gobierno se entromete en el púlpito, se extralimita. Cuando los grupos religiosos o ideológicos se apoderan del Estado para imponer sus puntos de vista, también violan el equilibrio de las esferas”.

29 DE SEPTIEMBRE DE 2025 · 19:50

Foto: <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@sweeksco">Steven Weeks</a>, Unsplash CC0.,
Foto: Steven Weeks, Unsplash CC0.

En 1898, tres años antes de convertirse en primer ministro de los Países Bajos, Abraham Kuyper se dirigió a los líderes estadounidenses en una serie de conferencias en el seminario de Princeton.

Sospecho que si pudiera dirigirse a los líderes estadounidenses de hoy, escribiría algo parecido a lo siguiente:

 

A los líderes políticos de Estados Unidos

Que la paz y la gracia estén con ustedes. Les escribo como alguien que ha tenido que lidiar con el reto de gobernar una sociedad marcada por profundas divisiones religiosas y culturales.

En estos tiempos, Estados Unidos se encuentra dividido por guerras culturales, polarización política y desconfianza entre los ciudadanos.

Permítanme compartir con ustedes algunos consejos basados en principios que considero atemporales y esenciales para un gobierno justo.

 

La tarea del Estado: justicia, no control

El Estado no existe para imponer una visión del mundo a todos sus ciudadanos, sino para garantizar que la justicia sea igual para todos.

Cuando el gobierno se convierte en el instrumento de una sola facción, ya sea religiosa, secular, conservadora o progresista, traiciona su vocación.

La verdadera autoridad no es la dominación, sino la administración, ejercida por el bien del pueblo bajo Dios.

Una vez declaré: “El Estado nunca debe convertirse en un instrumento para imponer una única confesión a todos”. Esa advertencia sigue vigente. Imponer la uniformidad de creencias es corromper tanto al Estado como a la propia creencia.

Su tarea como líderes no es dictar conciencias, sino proteger la libertad, el orden y la paz.

 

Soberanía esférica: respetar los límites de la vida

La sociedad humana está compuesta por muchas esferas distintas: la familia, la iglesia, la escuela, los negocios, la ciencia, la sanidad, el arte y la sociedad civil. Cada una tiene su propia integridad y autoridad ante Dios.

La vocación del Estado no es absorberlas ni controlarlas. No son montañas que deban “tomarse por la fuerza”. El Gobierno debe proteger su libertad y mantener límites justos.

Cuando el Gobierno se entromete en el púlpito o dicta la vida familiar, se extralimita. Cuando los grupos religiosos o los movimientos ideológicos se apoderan del Estado para imponer sus propios puntos de vista, también violan el equilibrio de esferas.

Una sociedad libre solo florece cuando cada esfera puede vivir su vocación y cuando el Estado actúa como guardián de la justicia entre ellas.

 

Pluralismo, no uniformidad

La América actual es un vasto mosaico: cristianos y judíos, musulmanes e hindúes, creyentes y escépticos, conservadores y progresistas, homosexuales y heterosexuales, nativos e inmigrantes.

Algunos ven esta diversidad como una amenaza. Yo les insto, en cambio, a gobernarla con justicia.

En mi propio país, los Países Bajos, protestantes, católicos, socialistas y liberales coexistían a través de lo que se denominaba “pilarización”: cada comunidad formaba sus propias escuelas, asociaciones y periódicos, mientras que el Estado garantizaba la igualdad ante la justicia.

Aunque imperfecto, permitió la paz en medio de la diferencia.

Lo mismo ocurre en Estados Unidos: el Gobierno debe proteger el derecho a vivir según la conciencia de todas las comunidades, siempre y cuando respeten los derechos iguales de los demás y la ley.

La escuela bautista, el hospital católico, la organización benéfica judía, el centro musulmán, la universidad laica... todos deben ser libres para florecer. La libertad no es un privilegio para la mayoría, es una protección para todos.

 

Gracia común y lazos compartidos

Sin embargo, la libertad por sí sola no es suficiente. Una sociedad no puede perdurar si se fragmenta en lugares aislados. Es necesario cultivar un vínculo cívico lo suficientemente fuerte como para unir las diferencias.

En este sentido, la doctrina de la “gracia común” es muy instructiva. Dios frena el mal y otorga dones de verdad y belleza a todos los pueblos.

El no creyente puede tender puentes, el musulmán puede curar a los enfermos, el científico secular puede desvelar los misterios de la creación. Cada uno de ellos lleva consigo huellas de la gracia de Dios.

Por lo tanto, hay que fomentar la solidaridad a través de la educación cívica, el servicio público y las políticas que generan confianza. Hay que dirigirse a todo el pueblo, no solo a tus seguidores.

Los líderes no deben avivar la división, sino buscar el bien común.

 

Justicia para los débiles

La justicia no se mide por cómo prosperan los fuertes, sino por cómo se trata a los débiles.

En vuestra época, esto incluye a los pobres, las minorías raciales, los refugiados, los migrantes, los no nacidos, los discapacitados, los ancianos y los marginados por su fe u orientación.

No es necesario que afirmes que todas las cosmovisiones son igualmente ciertas. Pero debes defender la dignidad igualitaria de todas las personas ante la ley. Cuando los fuertes explotan a los débiles, el gobierno debe intervenir; cuando los ricos pisotean a los pobres, el gobierno debe defender la justicia.

 

Humildad en el liderazgo

Por último, les insto a gobernar con humildad. La arrogancia de la infalibilidad alimenta sus guerras culturales. El arte de gobernar requiere escuchar, aprender y admitir los propios límites.

La autoridad no les pertenece por derecho; les ha sido confiada por Dios por el bien del pueblo.

Resistan la tentación de ejercer el poder como un arma en las batallas ideológicas. Gobiernen como servidores de la justicia, conscientes de que ustedes también rendirán cuentas ante el Juez de todos.

 

Conclusión

Estados Unidos se encuentra en una encrucijada. Pueden continuar por el camino de la guerra cultural, donde la política se convierte en una lucha para aplastar a los oponentes. Ese camino solo conduce a una división y una decadencia más profundas.

O pueden seguir el camino de la justicia: libertad para todos, protección para los débiles, solidaridad más allá de las diferencias, humildad en el liderazgo.

Este camino no eliminará los conflictos, pero preservará la paz, honrará a Dios y salvaguardará la república que se les ha confiado.

Que el Señor le conceda sabiduría y valor en la pesada carga de su llamamiento.

Atentamente,

Abraham Kuyper

Jeff Fountain, director del Centro Schuman de Estudios Europeos. Este artículo se publicó por primera vez en el blog del autor, Weekly Word.

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