El Leviatán estatal: el peligro del estatismo

Con su sed insaciable de poder, el Estado representa una grave amenaza para la libertad y la justicia.

05 DE FEBRERO DE 2025 · 13:30

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Imagen de Christian Lue en Unsplash.

El libro de Job describe en el capítulo 41 una bestia de proporciones apocalípticas: en su encuentro con la omnipotencia divina, el protagonista del libro recibe una instrucción divina sobre esta criatura terrible, representante del caos y las fuerzas indomables de la creación. La lección para Job es evidente: solo Dios, en su soberanía infinita, puede someter a este monstruo.

Siglos después, el filósofo Thomas Hobbes, en su influyente tratado de filosofía política[1], resucita la imagen del Leviatán, pero esta vez para representar al Estado que, según el pensador británico, es la única entidad capaz de imponer orden y evitar la guerra de todos contra todos.

Sin embargo, Hobbes, a pesar de defender un Estado fuerte, reconocía la necesidad de limitar su poder para evitar la tiranía. Aquí reside la paradoja: el Leviatán —necesario para mantener el orden— puede convertirse en una amenaza para la libertad si se le permite crecer sin control. Este es, precisamente, el peligro del estatismo desbocado, el que enfrentamos hoy. El Estado, como un monstruo insaciable, se expande sin cesar, absorbiendo cada vez más poder y estrangulando la libertad individual y la justicia bíblica con un aluvión de leyes y regulaciones.

 

Definiendo al monstruo

¿Qué es el estatismo? Se trata de la idea de que el Estado es la fuente de todo bien, que su intervención es necesaria en todos los ámbitos de la vida y que su poder debe ser ilimitado. Es una forma de idolatría que sustituye la soberanía de Dios por la soberanía del Estado, y la ley divina por ideologías humanas. En esencia, el estatismo busca suplantar a Dios, arrogarse Su autoridad y convertirse en el proveedor, protector y guía supremo de la sociedad. Es el viejo sueño del diablo y sus secuaces: querer ser como Dios.

Esta visión contrasta radicalmente con la perspectiva bíblica de un Estado limitado, cuya función principal es proteger la vida, la libertad, la propiedad y administrar justicia de acuerdo con las normas éticas de Dios. El estatismo, en cambio, busca controlar la economía, regular la moral, imponer una visión oficial del mundo y silenciar cualquier disidencia. Se manifiesta en la intervención estatal en la educación, la sanidad, la cultura, y en una burocracia asfixiante que ahoga la iniciativa individual y la creatividad. Como un pulpo gigante, extiende sus tentáculos sobre todos los aspectos de la vida, sofocando la libertad y la responsabilidad individual. Y tiene su lógica: en su afán de querer ser como Dios, el estatismo quiere saber todo, regular todo y controlar todo. Por lo tanto, el estatismo siempre acaba en una dictadura orwelliana.

 

La actualidad europea

Después de lo dicho, ¿quién no piensa en lo que nos rodea todos los días? Efectivamente, el estatismo es el principio que inspira la Unión Europea. Pruebas no faltan:

● Los países europeos tienen algunas de las tasas impositivas más altas del mundo. Alemania, Bélgica, Dinamarca, España, Francia y Suecia tienen tasas impositivas que superan el 50 %, reflejando un significativo nivel de intervención estatal en los ingresos personales. Si a esto añadimos los impuestos indirectos como el IVA, el impuesto sobre los carburantes y muchos más, estamos hablando de un porcentaje que se aproxima al 70 %.

● La mayoría de los países europeos promueven sistemas de seguridad social extensos que incluyen atención médica gratuita, educación gratuita y beneficios para muchos grupos sociales, poniendo de manifiesto el papel del estado en proveer las necesidades básicas de sus ciudadanos. Para costear estos gastos, hace falta un nivel alto de fiscalización. Es decir: antes de dar, hay que confiscar. Mucho de lo que consideramos “prestaciones sociales”, no es otra cosa que la devolución de lo previamente robado.

● Existe un nivel alto de regulación económica en la UE, particularmente en sectores como la energía, las telecomunicaciones y las finanzas, donde el estado juega un papel considerable en las operaciones de mercado, a menudo a través de empresas de propiedad estatal o marcos regulatorios estrictos.

● Durante gran parte del siglo XX, países como Francia y España han practicado formas de capitalismo de estado donde el gobierno mantiene un control en industrias importantes, influyendo en la política económica y la dinámica del mercado.

● En muchos países de la Unión, el estado controla aproximadamente la mitad de las actividades económicas, tendencia al alza. En 2023, las tasas de gasto público oscilaban entre el 45 % en España y el 57 % en Francia en relación con su PIB. 

● La Unión Europea y sus Estados miembros aplican diversas formas de intervencionismo económico, como subsidios para la agricultura, ayudas estatales a industrias y políticas regulatorias.

● Europa se empeña en regular intensamente industrias emergentes, como se ve con las estrictas regulaciones sobre inteligencia artificial, criptomonedas y startups tecnológicas. El resultado es una completa falta de competitividad con el resto del mundo.

● En muchos países europeos, el sector público emplea entre el 20 y el 30 % de la población activa.

● La UE tiene hoy por hoy un nivel más alto de control estatal que algunos países del Pacto de Varsovia antes de la caída del telón de acero.

Curiosamente, la mayoría de los votantes dan su apoyo a partidos que son defensores del estatismo —y esto, por cierto, no es una cuestión de derechas, centro o izquierdas. Hay estatistas en los tres bandos.

 

La libertad: un don de Dios, no una concesión del Estado

Siento haber aburrido a más que un lector con estos números. Pero, aun así, queda la pregunta: como cristianos, ¿qué hacemos?

Lo primero es identificar el problema que parece debajo del radar de muchos creyentes evangélicos. El estatismo erosiona la libertad individual al imponer regulaciones excesivas, controlar la economía y limitar la capacidad de las personas para tomar decisiones sobre sus propias vidas. En otras palabras: nos convierte en gente que ha perdido el control sobre sus vidas. De forma muy consciente se fomenta esa especie de ciudadanos tan típicos del siglo XXI: los esclavos contentos y sumisos.

Sin embargo, cabe recordar que la libertad no es una concesión del Estado, sino un don de Dios, otorgado al hombre desde la creación. En el Jardín del Edén, Dios le dio a Adán y Eva la libertad de elegir (Génesis 2:16-17), y aunque esa libertad fue mal utilizada, la capacidad de tomar decisiones sigue siendo esencial para la dignidad humana.

El hombre, creado a la imagen de Dios, está llamado a ejercer dominio sobre la creación (Génesis 1:28), y esto implica la libertad de tomar decisiones, asumir riesgos y ser responsable de las consecuencias de sus actos.

El estatismo también socava la responsabilidad individual al crear una cultura de dependencia del Estado. Cuando el Estado se encarga de proveer todas las necesidades, las personas pierden la motivación para trabajar, ahorrar y ser responsables de sus propias vidas. El apóstol Pablo, en su segunda carta a los tesalonicenses, exhorta a los creyentes a trabajar y no depender de la caridad: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” (2 Tesalonicenses 3:10). El estatismo, al promover la dependencia, debilita el carácter, fomenta la irresponsabilidad y destruye la iniciativa individual.

 

El Estado según la Biblia: un escudo, no una espada

La Biblia no presenta al Estado como una entidad todopoderosa que reparte lo que antes ha confiscado, sino como un “ministro de Dios” (Romanos 13:4) con una función específica: castigar el mal y promover el bien. El apóstol Pedro exhorta a los cristianos a someterse a las autoridades, pero recuerda que la autoridad última reside en Dios (1 Pedro 2:13-14). El Estado, por lo tanto, no debe interferir en áreas que pertenecen a la familia, la iglesia o la esfera individual. Su poder tiene que estar limitado por la ley de Dios.

La ley bíblica, con sus principios de justicia, libertad y responsabilidad individual, proporciona un marco para un Estado justo y limitado que protege la vida y la propiedad, castiga el mal y promueve el bien común, pero que no busca controlar todos los aspectos de la vida. Ejemplos bíblicos de los límites del poder estatal abundan: desde la resistencia de Moisés al faraón (Éxodo 5-12) hasta la desobediencia de los apóstoles al Sanedrín (Hechos 5:29), la Escritura nos muestra que la obediencia a Dios tiene prioridad sobre la obediencia a cualquier autoridad humana.

 

El estatismo: una afrenta a la imagen de Dios

El estatismo no solo es una amenaza a la libertad y la justicia, sino también una afrenta a la imagen de Dios en el hombre. Cuando el Estado busca controlar todos los aspectos de la vida, reduce al individuo a un mero engranaje en la maquinaria estatal, negando su dignidad, creatividad y responsabilidad. El estatismo fomenta la pasividad, la conformidad y la dependencia, convirtiendo a los ciudadanos en súbditos sumisos y desprovistos de iniciativa. Es decir: es el camino más seguro de convertirse en un monstruo.

 

Conclusión

Nuestro tiempo ha visto el resurgimiento del monstruo. En los tiempos que corren, el Leviatán estatal, con su sed insaciable de poder, representa una grave amenaza para la libertad y la justicia. Como cristianos, debemos resistir el avance del estatismo y promover una sociedad donde el Estado esté limitado por mecanismos legales, inspirados en la ley de Dios.

Tenemos la obligación de educar a nuestros hijos y a los fieles en nuestras iglesias en una cosmovisión bíblica que valora la libertad, la responsabilidad individual y un gobierno limitado. Hace falta fortalecer la familia y la iglesia como baluartes de autoridad y responsabilidad, promoviendo la caridad y la solidaridad dentro de nuestras filas para reducir la dependencia del Estado. Una familia intacta y una iglesia que funciona no necesitan a ningún Estado para seguir adelante.

Ante la amenaza de un Estado todopoderoso que se mete en todo, tendremos que pensar en lo impensable: si no hay más remedio, nuestra resistencia a un Estado tipo leviatán debe incluir una desobediencia civil estratégica, pacífica y legal, contra leyes y políticas que violan principios divinos y derechos fundamentales. Eso tiene que ir complementando por nuestras oraciones por la libertad individual y eclesial, según el refrán español: a Dios rogando y con el mazo dando.

Y sobre todo: la proclamación del evangelio de Jesucristo es crucial, pues transforma corazones y mentes, fomentando una cultura donde la libertad, la responsabilidad personal y la justicia florezcan desde el individuo hasta la sociedad. Enfrentemos el estatismo no solo con ideas, sino con una vida que es testimonio de la verdad y la libertad que solo los principios bíblicos pueden garantizar.

 

[1] Hobbes, T.: Leviatán o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil. Londres (1651)

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