¿Quién pagó los gastos de Jesús y de sus apóstoles?

Se ha formado a lo largo de los siglos la feliz idea de que Jesús y sus discípulos vivían felices sin la necesidad de manejar fondos, porque el Padre Celestial lo iba a proveer todo de forma milagrosa. Pero las cosas no eran exactamente así.

08 DE MAYO DE 2024 · 11:00

Una moneda de la época del Imperio Romano./ Wikipedia, CC 3.0,
Una moneda de la época del Imperio Romano./ Wikipedia, CC 3.0

La respuesta a esta pregunta puede sorprender. Raras veces se relacionan Jesucristo y los apóstoles con el dinero. Como mucho, se nos ocurre pensar en la famosa moneda con la imagen del emperador Tiberio cuando preguntaron al Mesías si era lícito pagar impuestos a los romanos. O tal vez recordamos el episodio donde Jesús mandó a Pedro a sacar una moneda de plata[1] de la boca de un pez.

Más aún: parece que nuestro Señor no llevaba dinero encima. En el primer caso mencionado arriba, eran los fariseos y herodianos que tenían que sacar una moneda de su propio bolsillo. Y en el segundo caso era Pedro quien tenía que ir a pescar primero para luego sacarle la plata de la boca de un pez (Mt. 17:24-27).

A raíz de esto se ha formado a lo largo de los siglos la feliz idea de que Jesús y sus discípulos vivían felices sin la necesidad de manejar fondos, porque el Padre Celestial lo iba a proveer todo de forma milagrosa.

Pero las cosas no eran exactamente así. Por lo visto, desde el primer momento, cuando se formó el círculo de los doce, había un encargado de administrar los fondos del grupo. Su nombre era Judas Iscariote. Hay muchas razones para pensar que gozaba de un prestigio especial entre los discípulos. En primer lugar, parece que era el único que había nacido en Judea, como su nombre Yehudah indica. Pero es sobre todo su apodo Ish Keriot que apunta a que venía de la ciudad de Keriot[2], que se encontraba a unos 15 kilómetros al sur de Hebrón en Judea.

En segundo lugar, llama la atención que fue él y no Mateo (Leví) quien se encargaba de administrar los fondos comunes. Mateo era profesional en el sector de las finanzas como ex-cobrador de impuestos. Pero por alguna razón confiaban más en Judas - o tal vez precisamente por el historial laboral de Mateo.

Sea como fuere, lo que queda claro es que los discípulos y su Maestro disponían de dinero. Y nada en las páginas de los cuatro evangelios indica que Pedro tenía que ir todos los días al lago para sacar monedas de plata de la boca de algún pez.

Lo que también era evidente que estos hombres tenían que comer y tomando en cuenta la profesión de algunos, no se conformarían con las migas que sobraban en la mesa. Jesucristo no les hacía ayunar - por lo menos no con frecuencia, si es que alguna vez. Y alimentar a doce hombres no salía gratis. Por cierto, tampoco el vino que consumían, muy a pesar de los escrupulosos aguafiestas religiosos (Lucas 7:33.34) . Jesús era nazareno, pero no nazareo[3].

Entonces, ¿quién pagaba todo esto?

Empezamos con lo que dicta el sentido común: por supuesto, cada uno de ellos - y esto incluye a Jesucristo - habrá aportado algo de su pasada vida profesional. Pero muchos de ellos tenían familias - por ejemplo Pedro - y estas familias también tenían que vivir de lo ahorrado.

Es precisamente Lucas, el médico e historiador por excelencia, con su vista afinada para los detalles, que nos saca de dudas al respecto.

Después de contarnos la intensiva campaña de Jesús y de sus discípulos, menciona en el capítulo 8, versículo 2 de su evangelio que también había mujeres en este grupo: María de Mágdala, Juana, esposa de Chuza, un alto cargo de Herodes Antipas, Susana “… y otras muchas que le servían de sus bienes.”

La palabra que se usa en el griego original no deja lugar a dudas: estas mujeres apoyaban el ministerio de Jesús y los apóstoles con su patrimonio personal. Obviamente, el ministerio de una mujer ya en los tiempos de los apóstoles no se limitaba a poner mesas y fregar platos. Lucas pone un monumento - por cierto poco mencionado en los sermones dominicales - a estas mujeres que podían decir: yo también aportaba algo para que el evangelio del Reino de Dios corriera por las aldeas y ciudades de Israel. Hablamos de dinero.

Pero la historia no se acaba aquí. Vamos a hacer una visita al Jerusalén después del día de Pentecostés. El Hijo se había ido, pero el Espíritu Santo estaba presente. No eran tiempos fáciles. “Los del camino” se encontraban marginados en la Ciudad Santa, que vivía del comercio. Pero en las panaderías, zapaterías, joyerías y otras tiendas de las calles de Jerusalén, los seguidores de Cristo perdieron clientes. Se trataba de un embargo oficial contra los cristianos. Como medida de emergencia, tenían que vender sus propiedades y herencias (Hechos 4:34). Mucho énfasis se ha hecho sobre este tipo de “comunismo cristiano”, que según algunos era un ejemplo a seguir. Por lo visto, todos vendían lo que tenían.

¿Realmente todos lo hicieron? La verdad es que no. En primer lugar, no era una obligación como nos enseña Hechos 5:4 -a diferencia del socialismo actual que obliga a compartir con todos los medios de presión imaginables. En segundo lugar, esta medida obedecía a una situación especial que no se repetía en otros lugares y en tercer lugar, había excepciones notables.

Por ejemplo, no estaba en venta la casa de María, madre de Juan Marcos, autor del evangelio que lleva su nombre. Esta vivienda se había convertido en el cuartel general de los discípulos en Jerusalén. Lo conocemos como el “aposento alto”. Era una casa con dos plantas, que en la Jerusalén de aquel entonces tenía que valer una fortuna (en la de hoy también). La iglesia primitiva se reunía allí (Hch. 1:13; 4:23, por ejemplo). Después de la liberación de Pedro, el más famoso de los apóstoles se dirigió allí, precisamente (Hch.12:12).

Es otra prueba más de que no todo es así como siempre lo hemos creído e imaginado. De nuevo, nos encontramos con una mujer excepcional sirviendo con sus bienes en un momento crucial para el evangelio.

Pasamos ahora a los tiempos de Pablo y de sus viajes misioneros. Nunca en mi vida he escuchado un sermón que hablaba sobre lo que un viaje misionero de Pablo puede haber costado. En nuestra subconsciencia tenemos la feliz idea de que Pablo y sus compañeros (y a veces hablamos de un grupo de media docena o más) vivían del maná que les caía del cielo y todas las naves transportaban a los siervos del Señor de forma gratuita o por lo menos les hacían un suculento descuento ministerial. De este tipo de cosas no leemos ni una palabra en el libro de los Hechos.

Haciendo los cálculos correspondientes de lo que costaba el transporte por tierra y mar en aquella época, llegamos a las siguientes cifras: el primer viaje misionero, donde Pablo y Bernabé pasaben unos 53 días en camino, costaba unos 3.000 euros por persona, basándose en el valor relativo de un denario de la primera mitad del primer siglo. En el segundo y tercero, donde el tiempo pasado en el mar o por los caminos era el doble de largo, el precio oscilaba entre 3.500 y 4.900 euros por persona. Caminar por una carretera romana como la Vía Sebaste en el primer viaje misionero era más barato que viajar en barco. Y una nave costera era más pequeña y barata que una nave que se atrevía a salir a alta mar, como por ejemplo en la vuelta del tercer viaje misionero, cuando Pablo y sus compañeros hacían el trayecto de Pátara a Tiro. A esto hay que añadir gastos para comida, bebida, hospedaje, rollos de papiro (como sabemos, a Pablo le gustaba escribir) y tinta que costaba particularmente cara.

Tomando en cuenta que a Pablo le acompañaron un mínimo de 1 a 5 personas, llegamos a una cifra de decenas de miles de euros para sus viajes, si tomamos en cuenta el valor de un denario y su poder de compra.[4] Ese dinero tenía que aparecer de una u otra manera.

Pablo tenía básicamente dos fuentes de ingresos: por un lado, él era hacedor de tiendas y cuando era necesario podía generar sus propios ingresos. Pero eso le quitaba tiempo para su verdadera pasión y su llamado: predicar el evangelio. Y su trabajo muchas veces pagaba por sus propios gastos. Pero un hacedor de tiendas tampoco ganaba tanto. Por eso aceptaba donativos de los creyentes, aunque jamás pidió explícitamente para sí mismo, solo para otros, como por ejemplo para la iglesia en Jerusalén. Curiosamente, es de nuevo una mujer que jugaría sin lugar a duda un papel importante en este tema: Lidia, que conoció al Señor en Filipos y que era una mujer de negocios de Tiatira. Luego fue la iglesia de Filipos que ayudó a Pablo generosamente.

Por cierto, tampoco en las cárceles se salvaba el apóstol de gastos. Las prisiones romanas no tenían servicio de catering y los presos tenían que pagar por la comida o necesitaban a alguien que les pasaba comida.

Tal vez, estos hechos nos ayudan a tener una idea más realista del ministerio de Jesús y los apóstoles. Como protestantes siempre hemos rechazado las leyendas de los santos católicas. Pero de forma tácita y silenciosa hemos creado nuestras propias leyendas de santos.

 

Notas

[1] La tetradracma era una antigua moneda griega equivalente a un estátero o a 4 dracmas, y con un peso de unos 17 gramos. Durante el Imperio romano la tetradracma fue la moneda oficial de Egipto y era equivalente a 1 denario.

[2] Josué 15:25

[3] Una persona que había hecho el voto de nazareo (Números 6) no podía beber bebidas alcohólicas, tocar muertos o cortarse el pelo.

[4] Hay una página web muy curiosa que nos ayuda a hacer los cálculos correspondientes. Si alguien tiene ganas de saber lo que costaba en los tiempos de los apóstoles, aquí está el enlace: https://orbis.stanford.edu/

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