El avivamiento que nadie esperaba

Jonathan Edwards no solamente es considerado el teólogo más importante del continente americano, sino también una de sus mentes más brillantes.

14 DE JULIO DE 2021 · 13:23

Un memorial conmemora el famoso sermón de Edwards. / Wikipedia,
Un memorial conmemora el famoso sermón de Edwards. / Wikipedia

Era el 8 de julio de 1741, por la tarde, cuando Jonathan Edwards comenzaba su sermón en la iglesia de Enfield, Connecticut. Se trataba de una pequeña ciudad, parte de la colonia británica de Nueva Inglaterra, en la costa este de lo que hoy es Estados Unidos.

Nadie podía imaginarse que nunca llegaría a terminar su mensaje.

Había sido una decisión de última hora que Edwards predicara. Desde hacía semanas se había experimentado un gran despertar espiritual en esta zona que 120 años antes había visto a los primeros puritanos pisar tierras americanas en busca de libertad religiosa. Sin embargo, a lo largo del tiempo, mucha gente se olvidó rápidamente de sus raíces. Se notaba una gran indiferencia en cuanto a la fe. Pero de forma inesperada la indiferencia cambió por un nuevo interés en el evangelio, un auténtico avivamiento. Decenas de miles de personas acudían a cultos y reuniones especiales. Pero había una excepción. Por alguna razón extraña, los habitantes de Enfield seguían con la misma indiferencia de siempre. En la pequeña ciudad nadie se había convertido.

Cuando Edwards subió al púlpito, llevaba en una mano una vela encendida para poder ver mejor y el manuscrito de su mensaje en la otra. Se titulaba Pecadores en manos de un Dios airado. Había predicado el mismo sermón varias veces antes en otras iglesias, pero sin resultados dignos de mención.

Edwards no era un evangelista de fuegos artificiales retóricos y con voz de trueno. Solía leer sus sermones desde la primera hasta la última palabra y rara vez se saltaba el manuscrito. Cuando finalmente había ordenado sus notas miró a la congregación. No se percibía una expectación especial ni un ambiente cargado de emoción. Los habitantes de Enfield no se caracterizaban por un interés exagerado en el evangelio. Aquel sábado se encontraban en la iglesia simplemente por costumbre y nada más. Nadie sospechaba que estaban a punto de vivir algo realmente extraordinario, inspirado por un sermón que iba a convertirse en uno de los documentos clásicos de la literatura norteamericana.

Edwards empezó a exponer un solo versículo de Deuteronomio 32:35: A su tiempo su pie resbalará. No pasó mucho tiempo hasta que la gente empezó a sentir el impacto de las palabras de Edwards, que leía su sermón de tal manera que hubiera suspendido cualquier curso de homilética en un seminario contemporáneo. Cuando Edwards describió cómo la vida de una persona sin Cristo pendía de un hilo y que en cada momento podía caer en manos de Dios, que era fuego devorador, la gente empezó a sentir el peligro casi físicamente. Algunos incluso empezaron a agarrarse a las columnas de la iglesia pidiendo auxilio.

Finalmente, Edwards tuvo que interrumpir su exposición porque el llanto de la gente era demasiado fuerte y, junto con algunos otros pastores que estaban presentes, empezaron a orar por aquellos que buscaban a Cristo.

¿Quién era este extraño predicador?

Jonathan Edwards nació el 5 de octubre de 1703 en el seno de una familia evangélica en Connecticut. De hecho, su padre era pastor de la iglesia local y, su madre, hija de pastor. Era el único varón entre diez hermanas. Sus padres le facilitaron la mejor educación posible y a los 12 años entró en el famoso Yale College. Era un niño muy sensible para las cosas de Dios. Aunque ocasionalmente estaba en desacuerdo con algunas opiniones de sus padres, les tuvo en muy alta estima a lo largo de toda su vida. 

En Yale destacó por su capacidad intelectual, pero también por sus inquietudes espirituales. A los 14 años devoraba los libros del filósofo John Locke, que le ayudaron a desarrollar una capacidad de razonamiento fuera de serie.

Cuando tenía 17 años y después de un tiempo marcado por una profunda crisis espiritual, vivió el momento que iba a ser decisivo para el resto de su vida. Mientras reflexionaba sobre 1 Timoteo 1:17 se dio cuenta de la majestad de Dios, de su poder y de su santidad. Edwards comenta este acontecimiento así:

Leyendo esas palabras a mi alma le inundó una sensación de gloria del ser divino. Era algo nuevo, muy distinto a cualquier cosa que había vivido antes. Pensé en la perfección de Dios y en la felicidad que debía ser mía si llegara a disfrutar de la comunión con Dios. Le pedí a Dios poder disfrutar de su presencia y mi oración fue muy distinta a como había orado hasta ese momento.

A partir de ese momento, Edwards desarrolló una fuerte noción de la soberanía de Dios. Pero aún con todo quedaban luchas en su interior y a veces incluso dudaba de su propia salvación.

A Edwards se le considera un personaje clave en lo que se ha llamado el “primer gran avivamiento”, cuyas repercusiones han marcado EE. UU. hasta el día de hoy.

La rara combinación entre una profunda piedad personal y una inteligencia fuera de lo común iba a caracterizar también su ministerio. En 1722, cuando tenía 18 años, recibió su máster en teología. Su abuelo materno, el pastor Solomon Stoddard, le invitó a servir de pastor auxiliar en su iglesia en Northampton. Y en estos dos años Edwards aprendió todo lo que necesitaba saber como pastor de una iglesia. Sin embargo, los altibajos en su relación con Dios siguieron y, por esta razón, decidió aceptar una invitación de la universidad de Yale, donde sirvió durante dos años como tutor.

Finalmente, en 1726, le llamaron de nuevo a pastorear la iglesia de Northampton, Massachusetts, junto a su abuelo. Cuando volvió a trabajar a su lado, sus luchas interiores se calmaron. En este tiempo se casó con Sarah Pierrepont, a la que había conocido tres años antes. Aunque su tiempo de noviazgo no fue exento de problemas, por el carácter sensible de Edwards, tuvieron un matrimonio muy feliz.

En 1729 su abuelo murió y la responsabilidad pastoral reposaba ahora completamente en los hombros de Edwards.

Además, se acercaban tiempos de avivamiento. Junto con los hermanos Wesley y George Whitefield, a Edwards se le considera un personaje clave en lo que se ha llamado el “primer gran avivamiento”, cuyas repercusiones han marcado EE. UU. hasta el día de hoy.

En 1734 Edwards predicó una serie sobre la justificación por la fe. El resultado fue espectacular y empezó un primer avivamiento en su iglesia, que se extendió a toda la comarca. En su famoso libro A faithful narrative,1 Edwards nos relata muchos detalles interesantes de aquellos tiempos. Había un promedio de 30 nuevos creyentes por semana.

Aunque Edwards pasaba la mayor parte de su día encerrado en su estudio, esto no iba en detrimento de sus responsabilidades pastorales. Siempre tenía tiempo para su familia, se encargaba de dar asistencia pastoral a todo el mundo que lo solicitaba y visitaba regularmente a los miembros de la iglesia.

A Edwards no le gustaba el espectáculo. Lo suyo no era la retórica. Su voz era -según testigos- más bien tranquila, incluso a veces aburrida y difícil de entender. Pero lo que caracterizaba a sus mensajes y libros era una argumentación implacable, tan intensa como convincente, que producía un gran impacto en los que le escuchaban y leían. Muchos de sus sermones se imprimieron y se publicaron y de esta manera su ministerio tuvo una repercusión tan grande que los historiadores están de acuerdo en que este “primer gran avivamiento” en suelo norteamericano está estrechamente vinculado a su nombre.

Pero Edwards no era el único. Aparte de los hermanos Wesley estaba también George Whitefield. Teológicamente iban en la misma línea. En ambos se notaba la herencia de Juan Calvino, el gran reformador de Ginebra.

En una ocasión, Edwards invitó a Whitefield a predicar en su iglesia. Más adelante comentó lo que ocurrió: “La congregación quedó impresionada. Casi todo el mundo se echó a llorar durante el culto.” Y esto incluía al mismo Edwards.

Pero en 1750 su iglesia, en la que había servido muchos años, le echó por varios asuntos, entre entre ellos la petición de un aumento de sueldo (los Edwards tenían 11 hijos) y ciertos cambios que Edwards había introducido en la liturgia.

Le caracterizó una argumentación implacable, tan intensa como convincente, que producía un gran impacto en los que le escuchaban y leían.

Fue una sorpresa para Edwards, pero tampoco significó una tragedia para él. Tomó la decisión de predicar el evangelio a los indios en Massachusetts. Era una tarea muy distinta al pastorado en Northampton, pero al mismo tiempo le brindaba la posibilidad de escribir. Fue en esta época cuando escribió algunas de sus obras más importantes. Edwards era un estudioso incansable. Toda su vida se levantó a las 4 de la madrugada para estudiar y escribir durante 13 horas al día.

Finalmente, en 1758, la Universidad de Nueva Jersey -que luego se convirtió en la Universidad de Princeton- le llamó para ser su presidente. Edwards aceptó con cierta reticencia porque dudaba de su calificación para el puesto. Poco después de asumir el cargo, Edwards murió de la viruela. Tan solo tenía 55 años. Sus últimas palabras escritas son de una carta a su hija Lucy:

Querida Lucy, parece que es la voluntad de Dios que pronto tenga que dejarte. Te ruego que saludes a tu madre. Dile que la extraordinaria unión que ha existido entre nosotros ha sido de tal profundidad que es mi esperanza que esto siga para siempre. Espero que ella tenga el apoyo necesario en esta aflicción y que se someta gozosamente a la voluntad de Dios. En cuanto a vosotros, mis hijos, a partir de ahora no tendréis padre. Pero que esto os lleve a buscar al Padre que jamás os dejará desamparado.

A día de hoy, Jonathan Edwards no solamente es considerado el teólogo más importante del continente americano, sino también una de sus mentes más brillantes. Testimonio de ello son los 73 tomos que la universidad de Yale ha reeditado hace poco para conmemorar su vida y su obra. Pero sus libros -muchos de una profundidad difícil de superar- son prácticamente desconocidos en el mundo hispano. Abarcan temas de teología, ética, historia y psicología, junto con obras biográficas. Su sermón más famoso, el de Enfield, ha sido traducido a varios idiomas.2 Edwards murió pronto, pero nos ha dejado un legado impresionante de erudición teológica. Entre sus descendientes figuran 13 rectores de universidades norteamericanas y más de 60 catedráticos. Uno de sus nietos, Aaron Burr, llegó a ser el segundo vicepresidente del país.

 

Notas

1 Jonathan Edwards: Un relato fiel de la sorprendente obra de Dios, Ediciones Marlorat ( 2020)

2 Una traducción al castellano se encuentra aquí.

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