El Estado como Dios

Hemos llegado a un nivel de estatismo donde todo lo que necesitamos lo reclamamos al Estado como si fuera la única fuente que garantiza nuestra existencia.

30 DE SEPTIEMBRE DE 2020 · 11:40

Congreso de los Diputados de España, en Madrid. / Juan J. Martínez, Wikipedia (CC 2.0),
Congreso de los Diputados de España, en Madrid. / Juan J. Martínez, Wikipedia (CC 2.0)

“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás…”

Éxodo 20:4.5a

Hablamos del segundo mandamiento. Cuando pensamos en los dioses que se adoran en España, ya no hay que pensar en primer lugar en miles de vírgenes y cristos cuyos imágenes abundan en cualquier iglesia católica romana y en muchos otros sitios. No quiero centrarme en eso, porque la aplicación es demasiado evidente. De los dioses ante los cuales la gente se inclina actualmente quiero mencionar dos que me llaman particularmente la atención y que tienen más adeptos que las imágenes católicos.

Por un lado está el dios Mamon. “Poderoso caballero es don dinero”, reza el conocido refrán. Y esto demuestran no solamente los escándalos de corrupción que la tele nos lleva a casa un día sí y otro también en sus programas de noticias. Pero el afán por el dinero no se concentra únicamente en aquella clase social que consideramos “rica”, sino que se extiende a todas clases y niveles sociales.

Un fenómeno en este sentido son las loterías estatales: cuentan con una popularidad sin precedentes. Las largas colas ante las oficinas de loterías en diciembre hablan un lenguaje elocuente. Por lo menos una vez al año todas las cadenas del país dedican su programación completa a la retransmisión del sorteo y la locura que viven los ganadores. A pesar de sus grandes problemas económicos, España sigue siendo uno de los países con más alto gasto en loterías per cápita en el mundo entero.

Roberto Garvía, profesor del Departamento de Ciencia Política y Sociología de la Universidad Carlos III de Madrid, lleva muchos años centrado en el estudio del consumo de lotería. Él llega al sorprendente resultado de que “en España el mercado de lotería supone cerca del 1,5% del PIB, lo que le sitúa entre los países con consumo per cápita más alto en el mundo. Lotería de Navidad, del Niño, la Primitiva, la Quiniela, la ONCE, el Euro millón…”.1

España es uno de los países con un gasto más alto en lotería estatal del mundo.

En 2019, el gasto por cabeza solamente de la lotería de navidad en España llegó a 70 €.2

Y todo esto ni siquiera incluye el ejército de máquinas tragaperras, ahora también en su versión digital.

El afán por el dinero rápido y fácil parece que mantiene cautiva a nuestra sociedad. Esta es una de las razones por las que tanta gente se dejó manipular por créditos fáciles en los años de la bonanza al inicio de este siglo. Casi nadie se preguntaba cómo podía devolver el dinero prestado. El puesto de trabajo parecía seguro y con el las posibilidades de pagar los plazos de los créditos.

De todos modos, lo de las loterías y los créditos es un tema bien conocido y por lo tanto, puede causar tal vez sorpresa la cantidad de dinero gastado, pero no el hecho en sí.

Lo que me preocupa más es otro fenómeno y esto es el segundo punto al que quiero referirme hablando de la idolatría en nuestros tiempos: la creciente deificación del Estado: la estadolatría.

Tradicionalmente, la sociedad española ha vivido al margen del Estado que históricamente siempre ha supuesto una amenaza potencial para el ciudadano de a pie. Pero esto ha cambiado radicalmente en los últimos años. Desde la transición y sobre todo el ingreso de España en la UE en 1985 y a base de generosas transferencias desde Bruselas, se ha implantado poco a poco el modelo de Estado de Bienestar que caracteriza la Europa occidental actual. El Estado paulatinamente ha ocupado el lugar del garante de nuestra seguridad, bienestar y felicidad - en detrimento, por cierto, de la familia. Como Dios Todopoderoso, el Estado regula cada vez más aspectos de nuestra vida privada. Por “nuestra propia seguridad” somos sometidos a una vigilancia constante desde el momento en el que salimos de casa hasta que volvemos. Grabados por decenas de miles de cámaras de seguridad instaladas en cada rincón. Y gracias a Alexa, los móviles inteligentes y las redes sociales, ni en nuestra propia casa estamos a salvo aunque parece que de momento solo algunas multinacionales se aprovechan de lo que pasa dentro de nuestras cuatro paredes. De momento.

Hacienda sabe cada detalle de nuestros ingresos, los agentes estatales pueden someternos a un escutrinio meticuloso en cada aeropuerto en nombre de la seguridad. Y pueden hacerlo también, cuando les da la gana, en cualquier otro lugar. Así nos enteramos quien manda.

Y con la llegada del Covid-19 las regulaciones y controles estatales han alcanzado niveles que hace solo unos meses parecían imposibles. Todo por nuestro bien, por supuesto.

El Estado nos vigila y también hace que cada vez seamos más dependientes de él. El porcentaje del gasto estatal dentro del PIB ha llegado en España casi al 50%. Es decir: la mitad de la actividad económica se lleva acabo gracias el Estado. Y con la intervención estatal creciente por la crisis del Covid-19 la cifra va en aumento. Por la sobreregulación del mercado de trabajo, millones de personas están condenadas al paro y dependen de subsidios estatales. Pero parece que aún no es suficiente. Muchos reclaman “más Estado” para salvarnos, dándole al gobierno de turno más poderes y competencias para asumir su papel mesiánico.

¿No sabemos dónde dejar a los niños? ¡Que el estado se encargue! ¿No tenemos suficientes ingresos en casa? ¡Que el estado se encargue! ¡Que se encargue de educar a nuestros hijos, de proporcionarnos unos ingresos fijos, de facilitarnos todo tipo de servicios gratuitos, de ponernos partidos de futbol gratis (se llama “interés popular”), de regular la vida hasta los más mínimos detalles! Lo importante es: ¡que el estado se encargue! Ya está sobre la mesa el proyecto de la renta básica universal que solo significa una cosa: más dependencia del Estado. Y para lograr esto, estamos dispuestos a que el gobierno confisque una buena parte de los ingresos particularmente de aquellos que aún tienen trabajo o luchan para sobrevivir con su pequeña empresa. Es por el bien común, claro, para luego repartirlo de nuevo y de forma más “justa” a través de una todopoderosa y omnipresente red de funcionarios, pagados también por los ciudadanos.

Dada la intrusión del Estado en asuntos personales, el creyente debería apoyar cualquier iniciativa que intente recortar su poder.

Vivimos en un momento que se parece peligrosamente al Egipto de los tiempos José. Leemos en Éxodo 41:55: “Y el pueblo clamó a Faraón por pan”. Los egipcios en los tiempos de Faraón ya habían renunciado completamente a ejercer ningún tipo de responsabilidad. De hecho, ya no les quedaba otra opción. Faraón era el Estado y el Estado era dueño de todo.

Me parece que hemos llegado a un nivel de estatismo donde todo lo que necesitamos lo reclamamos al Estado como si fuera la única fuente que garantiza nuestra existencia. El Estado, por cierto, desempeña su papel de salvador con mucho gusto. Pero como todos los dioses, exige a cambio un alto precio.

Uno podría decir: en fin, así funciona el mundo. Pero lo verdaderamente preocupante es que también muchos creyentes caen en la estadolatría, sin darse cuenta de que realmente están pecando contra el segundo mandamiento. Durante siglos los evangélicos en España han luchado contra los abusos de una Iglesia estatal y de los correspondientes regímenes políticos. Pero ahora, cuando dios Estado nos da la posibilidad de que también nos puedan llover subsidios, algunos gustosamente abren la mano para pillar lo que se puede. Que de esta manera estamos hipotecando nuestra credibilidad histórica, poco parece importar.

Y no hay que olvidar: es muy difícil y poco recomendable morder la mano que te da pan.

Obviamente, nuestros estados actuales no requieren literalmente que se les rinda honores de dios, como ocurrió en los tiempos del Imperio Romano. Faltaría más. Pero se comportan como si fueran Dios. Y como hemos visto, los ciudadanos están dispuestos a concederle al Estado cada vez más poder. Esto es aún más sorprendente si tomamos en cuenta hasta qué punto el Estado está corrompido y es manifiestamente incapaz de organizar la vida pública de una forma satisfactoria. Pero parece que la gente tiene la romántica idea de que una vez se quiten los corruptos actuales, su lugar será ocupado por gente recta y honesta. Y ¿de dónde ha de venir esta gente? Por lo tanto, el milagro no va a ocurrir a menos que nuestra sociedad se regenere profundamente a base de principios sacados de la ética bíblica.

Dada la cada vez mayor intrusión del Estado en nuestros asuntos personales, el creyente debería apoyar cualquier iniciativa que intente recortar el poder estatal. Y no estoy hablando en favor o en contra de ningún partido político en particular, porque existen estatistas de izquierdas y también de derechas. Todo lo que limita la capacidad estatal de decidir sobre la vida de una persona o de la Iglesia tiene que ser bienvenido.

Cabe simplemente recordar, que Israel tal y como Dios lo tenía previsto en la Ley de Moisés, fue organizado de forma absolutamente descentralizada, precisamente para evitar la estadolatría al estilo egipico. La única institución central fue el santuario donde se adoraba a Dios. Por lo demás, las 12 tribus arreglaban sus propios asuntos. Y cada israelita era responsable de su vida - y nadie más. Y las 12 tribus se rigieron por el mismo patrón. Tal vez sea esta la razón que los estados pequeños tienen el más alto grado de libertad mientras que los grandes y sobre todo los imperios tienen una tendencia inherente hacia el totalitarismo.

Es precisamente Samuel quien avisa a los israelitas de los peligros de un estado centralizado a través de un monarca, reclamado y escogido por el pueblo porque todos los demás pueblos también lo tenían (1 Samuel 8).

Haremos bien en recordar estas verdades.

“No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Tampoco al dios llamado Estado de Bienestar.

 

Notas

1Estudio de la Universidad Carlos III de Madrid.

2 Artículo en ABC.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Teología - El Estado como Dios