“Plantar iglesias en el ámbito rural es un trabajo de paciencia y de dependencia total del Señor”
Samuel Alonso, pastor en una pequeña localidad extremeña, acaba de publicar ‘Cuaderno de un plantador rural’, un libro donde presenta los desafíos de la misión en el contexto rural español.
ESPAÑA · 11 DE AGOSTO DE 2025 · 17:15

Samuel Alonso sentía desde joven un deseo de servir a Dios, pero no imaginaba que iba a ser en su tierra de nacimiento y en un contexto de plantación de iglesia en un lugar donde nunca había sido establecida una congregación evangélica.
En el corazón de Badajoz se encuentra Los Santos de Maimona, una localidad de unos 8.000 habitantes. Un pueblo que sigue estando muy marcado por el trabajo rural, donde la tradición católica continúa jugando un papel fundamental en la dinámica social y cultural.
Allí es donde desde hace pocos años, Samuel pastorea la primera iglesia evangélica en la historia del pueblo. Su experiencia ahora ha sido descrita por él mismo en un libro donde detalla los retos, éxitos y dificultades en el proceso de establecer una comunidad evangélica pionera en la España rural.
El libro titulado ‘Cuaderno de un plantador rural’ acaba de ser publicado por Editorial Andamio. Samuel, que complementa su labor pastoral con la enseñanza en diversos seminarios teológicos, conversó con Protestante Digital sobre su experiencia y los desafíos para la misión, así como su deseo de contagiar pasión a otros, para que muchos más prediquen el mensaje del evangelio en los miles de pueblos de España que aún no cuentan con una iglesia evangélica.
Pregunta. ¿Cómo surge este libro Cuaderno de un plantador rural, publicado dentro de la serie Básico de Andamio?
Respuesta. Muchas gracias, Daniel. La verdad es que el libro no estaba en mis planes. Todo comenzó gracias a una serie de artículos que publiqué aquí, en Protestante Digital, sobre mi experiencia en la plantación de una iglesia en un pueblo de España. Esa oportunidad de compartir reflexiones y vivencias fue el germen de lo que después se convirtió en el libro.
P.¿Cómo llegaste a Los Santos de Maimona y cómo recibiste el llamado para establecer allí una iglesia?
R. Siempre tuve un llamado pastoral, incluso cuando aún pertenecía al catolicismo romano. En mi niñez y adolescencia pensaba en irme a un seminario para ser sacerdote. Después, al abrazar la fe evangélica, seguí teniendo claro ese llamado, pero nunca imaginé servir en mi propia región, mucho menos en el mismo entorno donde crecí.
Soy de Villanueva de la Serena, a unos 120 km de Los Santos de Maimona. Me había casado recientemente con mi esposa Elessandra, que es de Brasil. Nuestra idea era irnos allí un tiempo, pero antes quería tener todos los papeles en orden. Estaba en el paro y, providencialmente, surgió un trabajo en una planta de biodiésel en Los Santos.
En ese momento nos congregábamos en una iglesia en Don Benito, pero al llegar descubrimos que en el pueblo no había iglesia evangélica estable, ni pastor. Hablé con mi pastor y me dijo: “Da testimonio y veremos lo que Dios quiere hacer”. Con el tiempo, empezamos a reunirnos con algunos compañeros de trabajo, muchos venidos de otros lugares, y así nació un pequeño grupo. Luego apoyamos durante un tiempo una obra en Zafra, y finalmente, en 2017, comenzó la plantación de la iglesia actual.
Curiosamente, yo pasaba de niño por este pueblo camino a la playa, pero nunca imaginé que Dios usaría una planta de biodiésel como medio para traerme aquí. Hoy la iglesia es la primera evangélica en la historia de Los Santos de Maimona.
P. ¿Cómo es el contexto en el que trabajáis?
R. Los Santos de Maimona tiene unos 8.000 habitantes. Aunque hay jóvenes, la mentalidad es muy rural. El catolicismo —tanto practicado como popular— está profundamente enraizado. La parroquia está en el centro del pueblo y todo gira en torno a ella: fiestas, tradiciones, vida social.
Esto implica que, al llegar, no había un “mal testimonio” previo de iglesias evangélicas… pero tampoco ninguno bueno. La gente está conociendo la fe evangélica a través de nosotros, lo cual es una gran responsabilidad. En un pueblo todos te conocen y observan, y eso te recuerda que también Dios te está mirando.
Tenemos buena relación con las autoridades, incluso el ayuntamiento nos ha cedido un local. También nos llevamos bien con los sacerdotes; en un pueblo hay que convivir, no se puede ir “a golpe de látigo”. Aquí todos saben que hay una iglesia evangélica, y más de uno comenta: “Este pueblo es diferente porque tenemos cura… y tenemos pastor”.
P. Imagino que al llegar hubo un desafío de integración. ¿Tuviste que “desaprender” cosas?
R. Sí. En el libro insisto en que la misión rural requiere paciencia y depender del Señor. Llegué en 2014 y no fue hasta después de la pandemia cuando empecé a entender bien cómo funcionaba el pueblo y a ver fruto.
Al principio intenté aplicar estrategias que conocía de otros contextos o consejos de amigos, pero no funcionaban. Hay que contextualizarse: sin vender la verdad ni negociar principios, pero adaptando la praxis para que quien venga no sienta un choque cultural innecesario.
Las estrategias no se importan “listas para usar”. Hay que vivir en el lugar, conocerlo y dejar que el mismo contexto te marque el camino.
P. Hablabas antes de la paciencia. ¿Es clave para el ministerio en un pueblo?
R. Sin duda. En un pueblo todo va más despacio. Para que alguien entre a la iglesia, primero debe ser tu amigo y tener confianza. Eso lleva tiempo, muchas conversaciones, cafés en el bar —que son como los foros modernos—, visitas a casa…
Hay amistades que mantengo desde hace siete años y aún no han dado el paso de seguir a Cristo, aunque me piden oración. Si no dependes del Señor, en algún momento quieres tirar la toalla. Ha habido cultos en los que solo estábamos mi esposa y yo, pero entendimos que el culto es para Dios, no para nosotros. Y lo celebramos igual que si el local estuviera lleno.
P. ¿Percibes que la iglesia en España tiene sensibilidad hacia la misión en los pueblos?
R. Hay hermanos y ministerios que sí, como Decisión, que siempre han puesto el foco en el ámbito rural. Pero, en general, los pueblos imponen respeto o miedo, incluso a misioneros. La mayoría prefiere ir a ciudades o zonas costeras, donde hay más apertura y el terreno está más trabajado.
Sin embargo, las cifras son claras: más del 90% de los pueblos en España no tienen iglesia evangélica. Creo que las iglesias que tienen capacidad de enviar obreros deberían mirar más a estos lugares. No es fácil, pero la necesidad es inmensa.
P. Además de los retos culturales, están los económicos.
R. Sí. En mi caso, al principio trabajé en la planta de biodiésel, pero después, por un problema de salud, tuve que dejarlo y dedicarme a tiempo completo al ministerio. Encontrar trabajo en un pueblo es más difícil, y además aquí la figura del pastor se percibe como la del cura: alguien que se dedica exclusivamente a lo suyo. Alguna vez que fui a buscar trabajo en el campo, me decían: “Samuel, tú eres pastor, no puedes estar trabajando aquí”. Por eso es importante entender el contexto en el que cada uno está.
Gracias a Dios, con el apoyo de algunas iglesias y mi labor como profesor en seminarios, podemos vivir. Pero siempre aconsejo que, si alguien siente carga por un pueblo, lo haga con el respaldo de una iglesia o una red.
La parte positiva es que el coste de vida es más bajo que en las ciudades, y acceder a una vivienda es mucho más asequible.
P. También eres apasionado por la historia de la Reforma española. ¿Cómo conecta esto con tu labor en el pueblo?
R. Mucho. En 2020 comencé un máster en Historia de la Reforma. Descubrí que España tiene una historia protestante rica, con confesiones de fe, traducciones de la Biblia y pensamiento teológico propio.
Esto me ha ayudado en el evangelismo. Cuando alguien me dice: “Eres evangélico porque tu esposa es brasileña”, le explico que no, y le cuento la historia de la Reforma en España. Muchos se sorprenden al descubrir que no es algo “importado”, sino que forma parte de nuestra propia historia.
Creo que, en la providencia de Dios, Él quiso que yo estudiara la Reforma precisamente para el campo en el que estoy trabajando. Conozco bien el catolicismo romano porque lo viví intensamente: mi familia está en el Camino Neocatecumenal, participé en varias JMJ, hice muchos cursos… y ahora, con el conocimiento de la Reforma y la historia protestante española, todo eso se ha convertido en una herramienta muy valiosa para la plantación de iglesias.
P. ¿Quieres dejarnos alguna idea más?
R. Quiero animar a la gente a leer el libro, no porque haya inventado nada nuevo, sino porque cuenta mis experiencias, mis fracasos, mis pensamientos y lo que he vivido en un pueblo. La intención es doble: que la gente ore por los pueblos y que sepa que aún hay muchos que no han sido alcanzados, tanto en España como en Hispanoamérica.
Espero que el libro pueda animar a otros plantadores, apoyar a quienes ya están trabajando en pueblos y quizá dar respuestas a quienes han tenido fracasos. Necesitamos oración, iglesias que muevan recursos y familias que digan: “Heme aquí, Señor”.
También quiero dar las gracias a los misioneros que vienen de fuera y dejan todo para comenzar una labor. Y creo que ahora contamos con más recursos que nunca, gracias a la historia y al trabajo misionológico, para mirar hacia los pueblos.
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