Hipercalvinismo: ni idea

Cuando con el calificativo citado se descalifica, lo que ocurre es que se pierde la ocasión de estudiar un contexto que tiene muchos puntos valiosos para nuestro propio tiempo.

22 DE ABRIL DE 2024 · 16:30

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Imagen de Donald Giannatti en Unsplash.

Habrán oído alguna vez, o leído, que el hipercalvinismo es eso que dice que, puesto que existe la predestinación, no hay que predicar el evangelio a todas las gentes, y que cada uno puede vivir como le parezca. Por si no lo han oído, aquí en nuestra conversación les digo que eso es una burrada. Si el hipercalvinismo es eso, eso no existe, pues nadie ha dicho jamás una cosa así (incluso si alguien la pensara no la diría). Especialmente si con la segunda parte de la proposición: “vivir como le parezca”, se refieren a vivir sin ningún temor de Dios.

Como se ha puesto de moda, sin arrasar, el calificativo o calificarse de “calvinista”, es precisamente bastante sintomático el vacío teológico que supone describir así lo que sería una negación del mismo (el llamado hipercalvinismo). Aunque no se me ocurre ocultar mi profunda amistad con nuestro Calvino, me han llamado hipercalvinista, aunque nunca sabré qué ha pensado cada uno con eso. En esas estaba, y por ahí acudieron estas reflexiones que les comparto.

Repasaba un texto sobre la persona y obra de Cristo, de 1706, de Joseph Hussey (-1726); tenía otro al lado, de Lewis Wayman (-1764) [fotocopiados], y miraba otro (éste, libro libro) de John Gill (-1771). Eran parte de unos apuntes que tomaba sobre la situación mostrada en el contexto del sínodo de Dort, y el caminar siguiente, metidos en el siglo XVII y llegados al XVIII y el destrozo que se produce contra lo que supuso la Reforma en sus inicios. De aquellos polvos estos lodos. Esos autores, junto con algún otro, son puestos en cualquier estudio serio como promotores de lo que luego se llamará hipercalvinismo, no de la simplificación que les dije al principio. Ese momento es muy relevante. Fueron personajes notables que predicaron el evangelio toda su vida, que trabajaron con energía para limpiar a la Iglesia de lo que ellos consideraban que la hería de muerte, desde luego nada que ver con ese modelo de que no hay que predicar el evangelio a toda la gente o vivir como les parezca.

(Otro ejemplo más cercano, Herman Hoeksema, -1965, que predicó el evangelio toda su vida, a todas las gentes, y siempre procuró con su esfuerzo y trabajo mantener limpia de doctrinas dañosas a la Iglesia, también entra dentro del saco del hipercalvinismo. Ya es mala suerte, que parte de los sermones que predicó, ¡por la radio!, luego editados en libro, los traduje y edité ya hace tiempo. Siempre solitario, ¡pero siempre con malas compañías!)

Los autores citados, todos comparten una fe común que puede llamarse calvinista (por usar los términos aceptados culturalmente; realmente es mejor nombrar “paulinismo”, o biblismo, esa posición, pues no otra fuente se asume, pero como todo el mundo es bíblico y de la sana doctrina, acotar con el término calvinista no está de sobras). Todos, con sus matices, procuran trabajar lo mejor que saben para el bien de la Iglesia y la gloria del Cristo. Eso les llevó a centrar su discurso en la cuestión de la predicación.

No deja de ser chocante que sea la predicación el punto central en los que, según la definición simplificada actual, dirían que no hay que predicar o que es tema menor, pues al final, los elegidos se salvarán.

Cuando con el calificativo citado (ya no pongo más, que es pesado) se descalifica a no sé qué o quién, lo que ocurre es que se pierde la ocasión de estudiar un contexto que tiene muchos puntos valiosos para nuestro propio tiempo. Esos momentos, dentro del ambiente no conformista de Inglaterra y las colonias, un terreno, pues, de teología puritana, están llenos de modelos de predicación que, en la opinión de esos autores, no se debería llamar ni siquiera predicación.

Esta cuestión no es tan rara. En el Nuevo Testamento, que se supone propone que se predique por todo el mundo, también se advierte de que eso no es cualquier cosa. Incluso nuestro Pablo habla de tapar la boca a los que hablan lo que no es apropiado (el término es, incluso, violento). Predicar el evangelio, sí, pero no otro evangelio. Pablo se cabrea en las iglesias de Galacia con los que predicaban el evangelio a todos y a todos decían lo que ellos pensaban, si bien lo miramos, podrían sus enemigos acusarlo de hipercalvinista, pues dice que eso que predicaban no debía predicarse nunca. Guste más o menos, habrá que estudiarlo, y leer algo, esos autores citados del XVIII, lo que procuran es que se predique el evangelio. Y según su criterio, lo que se estaba propagando en esos tiempos era una falsificación del mismo. Sus argumentos no eran del nivel de los que ahora descalifican con el calificativo citado. Habrá que leer un poco.

De momento, si un pastor (Hussey, poco conocido, pero conocido como hipercalvinista) dice a sus otros compañeros, sus “hermanos en el ministerio de Cristo, de todas las persuasiones [grupos protestantes], a todos los que ha puesto nuestro Señor Jesús Cristo en su oficio ministerial”, que miren bien el ministerio que han recibido, para que sean fieles, y les advierte de su propia experiencia, que según su propio poder “es insuficiente para detener la pulsión latente de un arminianismo natural que brota de su orgullo, de su mente ciega y engañosa, que hace que todo su calvinismo y ortodoxia no pasen de ser simple forma y noción… Y que sin la operación viva de la gracia… halló que toda su ortodoxia no era sino un yugo de muerte, predicando como una losa pesada sobre mi corazón y manos…”, eso, dicho así, bien entendido, no me parece algo a despreciar.

Se trataba, por tanto, no de no predicar a Cristo y reclamar la fe y el arrepentimiento de los suyos, sino de cuidar que esa predicación se convierta en un ofrecimiento a todos los oyentes.

Predicar a Cristo, pero no ofrecerlo como una mercancía. Predicar la gracia de Dios, pero no ofrecerla como una mercancía. Esa era la cuestión a debate. Un debate que a casi nadie interesa, por eso lo traigo a nuestra conversación. Son asuntos esenciales de la Reforma Protestante. La semana próxima, d. v., un poco más.

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