(o “el desierto que clama en la voz”)
Iquique, Chile
4 de diciembre

- Yo he desafiado a la mar mil veces – dice el viejo –. Mil veces he mirado su boca enorme, y mil veces he podido acallarla."/>

El viejo y sus historias sobre el mar

(o “el desierto que clama en la voz”)
Iquique, Chile
4 de diciembre

- Yo he desafiado a la mar mil veces – dice el viejo –. Mil veces he mirado su boca enorme, y mil veces he podido acallarla.

27 DE JUNIO DE 2009 · 22:00

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El viejo parece que sobrevivirá a todo lo demás. No necesita la paciencia. Habla mucho del mar, con añoranza, recordando un montón de tiempos pasados. Pero vive lejos de él. Vive en lo que se llama “el desierto”, y allí vive su voz también, arenosa, lenta y repleta de relatos de otras vidas. Ayer oí hablar de él, y en cuestión de minutos, me encontraba ante el porche de su casa, construida por él mismo y mantenida por las historias que encierra, sentándome en cualquier sitio de la madera seca (en la que puedes llevarte una astilla sin aviso previo), escuchando junto a otros curiosos como yo un inglés tosco, pero que toca el corazón con su sencillez. Es capaz de transportarte a montones de lugares. Nadie sabe a ciencia cierta cuántos idiomas domina, ni cómo los aprendió. Siempre estuvo allí, en esa casa. Y a nuestras espaldas, “el desierto”. Sales de la ciudad, trepas montañas, y allí está. A varios kilómetros de la vía del tren. El sol espléndido y amable que oye a todo el mundo, el astro condescendiente, se ha hecho tirano nada más abandonar la caricia suave de las playas de Iquique, dejando paso al suelo rojizo; para nada es la imagen de un desierto con dunas, viento espeso y los otros elementos brillando. Es un lugar poco atractivo, de fauna y flora seca, donde para salir adelante es necesario sufrir una conversión. La conversión es un cambio de mecanismos corporales, de savia interior, de costumbres y movimientos, y modos de entender el ambiente que rodea al ser. La vida, y la muerte. La muerte es el menor de los peligros cuando la vida nueva, abierta a perspectivas insospechadas pero seguras, es una posibilidad real y verdadera, y no lo que otros de la misma especie adulteran en su descripción, pues esa realidad sólo puede ser vivida con sinceridad y sin prejuicios. La esperanza en la eternidad no puede ser fingida jamás, ni tampoco destruida. Creer que podemos modificarla, sojuzgarla, reducirla a nuestros antojos, sólo nos lleva al autoengaño. El viejo ha ensombrecido los ojos y la cavernosidad se instala en la espera entre historia e historia. No desfallece, no decae. Hasta la casa anhela que arranque un nuevo relato. El viejo se pone en pie. Tiene los ojos encharcados, como las balsas que se forman en las orillas. Canta un albatros. Chirría la silla que ocupa el narrador, suena como pinzas nerviosas de un cangrejo despistado. Da unos cuantos pasos, desliza la mano por la superficie de la pared, necesitada de una buena mano de lija. ¿Sobre qué hablará ahora, si es que lo hace?, es la pregunta que flota en el aire. ¿Sobre rayas eléctricas? ¿Volcanes lejanos? ¿Viajeros de rodillas desgastadas? Mira hacia donde debe estar la ciudad, luego pasea la vista sobre nosotros, y en un segundo se cruzan los ojos, los suyos y los míos, cómplices, como sabiendo con ese único encuentro que no soy un turista más. - La Oración del Ermitaño – anuncia. Nos sentamos, respirando con alivio. Agudizamos todas las orejas.

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