Ecos de la Declaración de Barmen de 1934

Para el teólogo Karl Barth, lo que empezaba a estar en juego era el fundamento y la esencia de la iglesia, necesitada de la auténtica renovación a partir de la palabra de Dios.

08 DE ENERO DE 2015 · 20:55

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Ecos de la Declaración de Barmen de 1934

 Héctor Vall nació en España en 1935 y es licenciado en filosofía y doctor en Teología. Dirigió hasta 2007 el Instituto Oriental de Roma y es miembro de la Comisión para el Diálogo de la Iglesia Católica con la Iglesia Ortodoxa, además de que es un especialista en temas ecuménicos, prueba de lo cual es su libro A la búsqueda de una nueva sociedad (1997), en la que expone las características del trabajo realizado por el Consejo Mundial de Iglesias.

Su tesis doctoral, dirigida por René Marlé en el Instituto Católico de París (1974), se publicó en 1976 bajo el título Iglesias e ideología nazi. El Sínodo de Barmen (1934). Para su época, resultaba muy extraño el interés de un estudioso católico por un episodio tan limitado al ámbito del protestantismo alemán. No obstante, su aportación al estudio de la Declaración (un gran ejemplo de teología política crítica para los tiempos posteriores) resulta todavía hoy de gran mérito para la comprensión de los antecedentes, la gestación y la redacción de dicho documento porque no existe mucho material al respecto escrito originalmente en español.

La estructura de la obra obedece a la ejecución de un proyecto de análisis que explora el trasfondo, el contenido y los alcances del documento producido por el Sínodo de Barmen, Alemania, hace ya 80 años. En la primera parte, “Las iglesias evangélicas ante la ideología nacionalsocialista”, se expone el contexto de las iglesias alemanas posterior a la Primera Guerra Mundial y cómo se fue preparando el caldo de cultivo para que algunas de ellas aceptasen las imposiciones del Tercer Reich liderado por Hitler, previamente al inicio de la segunda conflagración mundial. La segunda parte, “Hermanos para el servicio de la libertad: la ‘Declaración teológica’ del Sínodo de Barmen”, analiza el texto de la Declaración; y la última parte, “El testimonio de la Iglesia Confesante”, destaca las líneas dominantes del impacto del documento, sus diversas interpretaciones y su evolución, entre otras cosas.

En la introducción a su trabajo, Vall explica muy bien dicho contexto: “Época de crisis de todos los valores tradicionales, politización extrema de la iglesia, falta de claridad teológica respecto a las estructuras y a la misión de la iglesia en el mundo, lucha de tendencias políticas y religiosas totalizadoras y mutuamente excluyentes, todo ello forma el marco social, político y eclesial de estos años de 1933 y 1934”.1 Y agrega que en ese tiempo las consecuencias de la guerra de 1914, la revolución de 1918 y la insegura república de Weimar estaban aún muy presentes en el espíritu de las masas alemanas que deseaban un profundo cambio de vida, de la sociedad y de los ideales nacionales. El último aspecto mencionado por Vall contribuye a comprender bien la manera en que muchos teólogos aceptaron “el nuevo movimiento nacionalsocialista como única posibilidad de supervivencia”.2

En la primera sección, desglosada en seis capítulos, el autor pasa revista a las condiciones imperantes en la mentalidad eclesial del protestantismo alemán, y demuestra la falta de una mentalidad única acerca del nacionalismo alemán. Así, demuestra la importancia de la llamada “teología de los órdenes de la creación”, mayormente de talante luterano, que prevalecía en las diversas iglesias territoriales. Su peligro, explica, consistió en lo siguiente. “La tentación de separar los órdenes de la creación del resto de la revelación, es decir, de la cristología, de la redención y de la realidad del pecado […] Tal separación será una de las causas principales que llevan a confundir la ley de Dios manifestada en los órdenes de la creación con la ley de Dios, identificada pura y simplemente con la ‘ley del pueblo’”.3 El proceso que llevó a esta identificación atraviesa el pensamiento de Schleiermacher, Fichte, Arndt, Lagarde, Chamberlain y otros autores. Así, es posible rastrear en las ideas de Wilhelm Stapel (1882-1954) el surgimiento del concepto de Führer como representante del pueblo, el rechazo del judaísmo como cuerpo extraño a “las esencias específicamente alemanas” y la germanización radical del cristianismo.

 

Ecos de la Declaración de Barmen de 1934

El segundo capítulo registra las características de los diversos grupos eclesiales y su valoración de la ambigüedad de la ideología nacionalsocialista, dado que una valoración positiva de la misma la muestra como solución a las necesidades materiales mediante un servicio auténtico al pueblo en la búsqueda de evitar los anteriores errores de la iglesia. Asimismo, la mística del partido justificó, para muchos, la colaboración entre la iglesia y dicha ideología, basada en una interpretación peculiar de la doctrina de la creación. Prueba de ello es un artículo publicado en julio de 1932 que afirmaba: “El nacionalsocialismo no busca ninguna deificación de la raza, sino que la respeta como un don de Dios, porque honra al Dios creador. La iglesia no puede exigir más de un movimiento político. […] …la educación popular nacionalsocialista y la cura de almas eclesial tienen que tenderse la mano en orden a un servicio común a nuestro pueblo, y no combatirse mutuamente”.4 Una visión semejante le abría, al parecer, nuevos caminos a la iglesia. La Confesión de Altona, del 11 de enero de 1933, que buscaba, como otros documentos, clarificar la misión de la iglesia en la nueva sociedad, fue una declaración profética de principios que impactaría fuertemente a la sociedad alemana.

 

Ecos de la Declaración de Barmen de 1934

 Vall explica, más adelante, los motivos que empujaron a Karl Barth para intervenir directamente en la polémica eclesiástica de 1933: la necesidad de distanciarse de los Cristianos Alemanes y los graves acontecimientos del 24 de junio de ese año, el día que August Jäger fue nombrado director del departamento eclesiástico en Prusia, con el encargo de acabar con las disputas eclesiásticas en calidad de “comisario estatal”. Y añade: “‘Siguieron tiempos desenfrenados’ —comenta [Martin] Niemöller— con numerosos cambios personales en beneficio de los Cristianos Alemanes y supresión de varios organismos eclesiásticos. Por ello, este nombramiento significaba una flagrante intromisión del poder público en los asuntos internos de la iglesia, el triunfo de una determinada ideología sobre el espíritu evangélico y el empleo de métodos dictatoriales en el gobierno de la iglesia”.5

Así comenzaría a complicarse la problemática que daría origen a la Declaración teológica de mayo de 1934, pues esa misma noche, Barth redactó Existencia teológica hoy, “un análisis teológico de la evolución eclesial de los meses precedentes y un enfoque claro de la auténtica renovación de la iglesia a partir de la palabra de Dios”.6 Para el teólogo suizo, lo que empezaba a estar en juego era el fundamento y la esencia de la iglesia y, de manera igualmente importante: “Por todos lados se levanta una corriente de opinión que quisiera buscar a Dios fuera de su palabra; y su palabra, fuera de Jesucristo, fuera de las Escrituras”. En sus palabras textuales. “Y todo esto, aunque en la iglesia se está de acuerdo sobre lo contrario”.7 La argumentación teológica y política de Barth alimentaría la oposición que no tardaba en hacerse notar. Una de sus conclusiones merece citarse: “Lo que hoy necesitamos en primera línea es, precisamente, un centro de resistencia espiritual que diera primeramente sentido y sustancia a un centro de resistencia político-eclesial. Quien entienda esto, no colocará en un programa no importa qué lucha, sino algo muy sencillo: ora y trabaja”.8

El 11 de julio de 1933, al constituirse la Iglesia Evangélica Alemana, sería una fecha crucial para el rumbo que tomarían los acontecimientos posteriores.

 

1 H. Vall, Iglesias e ideología nazi. El Sínodo de Barmen (1934). Salamanca, Sígueme, 1976 (Materiales, 12), pp. 11-12.

2 Ibid., p. 13.

3 Ibid., p. 31.

4 Ibid., p. 49.

5 Ibid., p. 77.

6 Ibid., pp. 77-78.

7 K. Barth, Theologische Existenz heute!, núm. 1, 1933, p. 4s, cit. por H. Vall, op. cit., p. 78.

8 K. Barth, op. cit., p. 36, cit. por H. Vall, op. cit., p. 80.

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