‘Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida…’ (Juan 14:6)

Definir el momento político que se vive en España se me antoja sencillo, posiblemente debido a mi ignorancia, pero yo lo resumiría en la imagen de una partida de ping-pong. Ya se sabe que el ping-pong es un juego en el que la habilidad consiste en rechazar la bola del adversario y el que primero fracase en ello, pierde. Así que toda la esencia de este deporte se"/>

Machado, la política y la verdad

‘Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida…’ (Juan 14:6)

Definir el momento político que se vive en España se me antoja sencillo, posiblemente debido a mi ignorancia, pero yo lo resumiría en la imagen de una partida de ping-pong. Ya se sabe que el ping-pong es un juego en el que la habilidad consiste en rechazar la bola del adversario y el que primero fracase en ello, pierde. Así que toda la esencia de este deporte se

16 DE NOVIEMBRE DE 2006 · 23:00

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Al contrario que otros deportes, como el baloncesto o el hockey, donde hay cabida para entrelazar bellas jugadas antes de resolver en la diana del contrario, el ping-pong es el juego de los opuestos absolutos en el que no cabe nada más. Todo obedece a una antítesis dual que excluye cualquier otra posibilidad. Si hay un deporte predecible de antemano es éste, salvo en saber cuál de los dos contendientes cometerá el error de no rechazar la bola del adversario. Pues bien, Gobierno y oposición se dedican, en cualquier asunto, a llevarse la contraria mutuamente, de tal modo que a esto ha quedado reducido todo el debate político. El público espectador asiste a la partida viendo a la pelotita ir y venir velozmente de un lado al otro de la mesa, sin más posibilidad de contemplar otra cosa que no sea un continuo rechazo por parte de cada contendiente. ¿Qué tú dices sí a esta iniciativa? Por definición yo responderé no a la misma. Y viceversa, ¿Qué tú dices no a esta cuestión? Yo diré que sí. Sí-no, no-sí... y así ad infinitum. Es el ping-pong de la política. Al final, todos, menos los entusiastas partidarios de cada jugador, terminan aburridos y hastiados de contemplar siempre lo mismo. Porque resulta sospechoso que el contrario siempre esté equivocado y que uno mismo siempre esté en lo cierto. ¿No hay, por ventura, una posibilidad entre un millón de conceder que el adversario tenga siquiera una mínima parte de razón? y ¿No existe la probabilidad de admitir que uno mismo pueda estar en parte en el error, al menos supuesta o teóricamente? Es posible que la baja participación en las recientes elecciones catalanas se deba, entre otras razones, al cansancio del electorado al ver a la clase política jugando al ping-pong. Naturalmente, en esa política cada contendiente presume de tener la verdad de su lado. Pero me temo que lo que nuestros políticos llaman verdad no esté lejos de la frase del estadista francés Georges Clemenceau (1841-1929): ‘Siempre dicen la verdad los que están de acuerdo con lo que nosotros creemos.’ De modo que la verdad es algo parcial, en el sentido que el Diccionario de la Real Academia da a una acepción de la palabra parcial: ‘Que sigue el partido de alguien, o está siempre de su parte.’ Por lo tanto, la verdad en ese aspecto sería una verdad partidista, es decir, una verdad de partido. En definitiva, una verdad que de tal no tiene más que el nombre y que, por encima de todo, debe ser conveniente para determinados intereses. Ésa es la clase de verdad que unos y otros invocan en España. El poeta Antonio Machado (1875-1939), que vivió en una España en la que la clase política de aquel entonces hacía también política de ping-pong (política que terminaría desembocando en una guerra civil y de la cual él fue víctima), escribió algún verso memorable al respecto,
¿Tu verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.
En contraposición a una verdad con minúscula, privada y parcial, Machado presenta una Verdad con mayúscula y con artículo determinado delante. Ésa es la que nos invita a buscar. No sé si el poeta la encontró finalmente, pero por determinadas poesías suyas parece que durante un tiempo estuvo asumiendo verdades con minúscula que no pasaban de ser meras opiniones personales. Por ejemplo, en Campos de Castilla escribe lo siguiente de sí mismo:
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno; y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Pero si alguien se autodefine bueno, es señal de que no ha llegado a descubrir la Verdad acerca de sí mismo. En otra famosa composición suya escribe lo siguiente acerca de Jesús:
¡Oh, no eres tú mi cantar! ¡No puedo cantar, ni quiero, a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en la mar!
Por el Jesús del madero entiende la mera imagen que recorre las calles de tantas ciudades españolas en Semana Santa, algo a lo que Machado no quiere cantar. Pero para eludir eso, solamente le queda el recurso al Cristo milagroso que pasó por este mundo, lo que significa que al poeta le falta algo para alcanzar la Verdad. Y es que la mera fe en el Cristo que anduvo en la mar no salva, ya que la salvación está ligada a la transacción que ocurrió en la cruz. Ese Cristo poderoso de los milagros es el mismo que muere en debilidad en expiación por nuestros pecados (y nadie, incluido Machado, está exento de pecado) y resucita en victoria, para justificación de todo el que se arrepiente y cree. Por eso, frente a la verdad interesada de los políticos y la Verdad abstracta o incompleta de los filósofos y poetas, está la palabra del que afirmó ser Camino, Verdad y Vida. Doy gracias a Dios por él.

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