Cántico de los cuerpos

Oh entusiasmo que quitas lo vedado ante la metamorfosis de la Amada: ¡ciñe a fondo el entrechocado de sus sangres y sus ayes dichosos! Oh memoria que repercutes lo gozado bajo densas cabelleras desatadas: ¡despiértale las órbitas que sestean cuando el Amado se aleja de su lado! La Amada retoza ataviada de anhelos en la cima de las mieles olfateables. Y nace el cántico o la formidable tibieza donde se retienen Amado con Amada hasta sentir pálpito nuevo u otra manifestación de sus deseos. Oh verdad de todos los crecimientos; hacia tu amparo van Amado con Amada: ¡déjales asirse al viejo lecho del amor donde presto se dilata cualquier cielo! Oh vaivén de los cuerpos deslumbrados por llamas guiadoras al vasto saboreo: ¡entrega paraísos a la Amada y cometas al Amado cuyo júbilo desconoce límites! El Amado alisa el talle de la felicidad sobre la piel en penumbras, en albores de fiesta propiciando íntimos desórdenes para luego quedar abrasado dentro y fuera. Así el poderío del amor que en comunión se entrega para esposarse hasta el fin. Oh ansiosos brazos que se alzan al arribo de la Amada atendiendo unánime llamado: ¡tengan impulso necesario para afincarse en dicho cuerpo de acogedora hechura! Oh corazones engalanados para el recital que rítmicamente hace clarear la noche: ¡sírvanse más del vino que sobró de Caná y rieguen con presión este ímpetu tenaz! La Amada cobija la pulpa de la vida, las savias entremezcladas del fondo relevante del amor. También las delicias ocultas o los cánticos de un Amado que no cambia de rumbo y bebe de su boca y forja los días apoyándose en su fosforescente ternura. Oh amor que nació contigo, dice el Amado. Oh amor que mana de Dios, dice la Amada. (Inédito)