Lo hice con mis propias manos
Las buenas obras las hacemos porque Cristo nos salva y santifica. Son resultado de la salvación pero no el medio de alcanzarla.
17 DE AGOSTO DE 2024 · 23:55

“Horadaron mis manos y mis pies” (Salmo 22:16c).
Mucho tiempo antes de que clavaran las manos y los pies de Cristo a la cruz, el salmista y rey de Israel, David, predijo la muerte en la cruz del Salvador.
En el Salmo 22, describe vívidamente los sufrimientos que experimentó Cristo cuando colgaba del madero por los pecadores. Jesús exclamó precisamente el primer versículo de dicho Salmo cuando Su cuerpo pendía de las manos y los pies (Salmo 22:1, Mateo 27:46).
Tras su resurrección, Cristo se apareció a Sus discípulos demostrando que estaba vivo:
“Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. El les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré. Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan 20:25-28).
Y sabemos que se trataba de Cristo resucitado porque las marcas de los clavos seguían allí. Que nadie diga que se trata de un caso de confusión de identidad que no hay forma de mantener esa postura según el registro histórico.
Jesús sigue teniendo las marcas de los clavos en Sus manos. Él logró la salvación para los que creen en Él y le siguen. Y logró esa salvación para los pecadores con Sus propias manos.
Que nadie venga diciendo que será salvo en el Día del Juicio Final por sus propios méritos porque nadie podrá afirmar “lo hice con mis propias manos”.
No, todos los redimidos humildemente toman las manos con los agujeros de Jesús y le siguen agradecidos por lo que Dios encarnado hizo por ellos.
En vez de pensar que podemos ser salvos por nuestras buenas obras, considera que la única forma de alcanzar la salvación es por fe. Como hemos leído, Jesús mismo dijo: “Bienaventurados los que no vieron, y creyeron”.
Y por si no te queda claro, el Apóstol Pablo lo confirmaría poco después al escribir:
“Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:8-10).
Eso es: Las buenas obras las hacemos porque Cristo nos salva y santifica. Las buenas obras no alcanzan la salvación. Son resultado de la salvación pero no el medio de alcanzarla.
El que salva es el único que puede decir “lo hice con mis propias manos” y tiene la evidencia a modo de cicatriz para demostrarlo. Solo Cristo podía morir como sacrificio pulcro y sin mancha.
Todos los demás son pecadores y no reúnen los requisitos para salvarse. Pero todos tienen la oportunidad de depositar su confianza en aquél que les extiende las manos con las marcas de los clavos.
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