La evangelización en el Libro de Hechos de los apóstoles (II)

Un estudio atento al contenido de la Gran Comisión nos llevará una y otra vez al mensaje central de la misma, que es el Evangelio de Jesucristo.

25 DE JUNIO DE 2025 · 17:45

Foto: <a target="_blank" href="https://unsplash.com/es/@sincerelymedia">Sincerely Media</a>, Unsplash CC0.,
Foto: Sincerely Media, Unsplash CC0.

INTRODUCCIÓN

En la anterior exposición decía de exponer aquellos  elementos esenciales que conforman la Gran Comisión tal y cómo la ordenó el Señor; y de eso trata esta segunda parte.

En primer lugar es bueno señalar que todo el libro de los Hechos desde Pentecostés hasta el final, con el Apóstol Pablo preso en Roma (Cpt.28.16,30-31) abarca unos 32 años (31 d. C. á 63 d. C) en todos los cuales la iglesia del Señor no cesó de predicar el Evangelio y de “llenarlo todo con el Evangelio de Cristo”, bien fuese por creyentes sencillos como por medio de ministerios levantados por el Señor para tal fin (Ver, Hch.5.41-42; 8.4-5; 1ªTs.1.8; Ro.15.18-19).

Y el resultado de todo ese trabajo hecho mediante el poder de Dios fueron centenares de iglesias plantadas, así como decenas de miles de creyentes, seguidores de Jesús, no solo en Judea y Samaria sino por todo el mundo entonces conocido.

Sin embargo, hemos de destacar que aunque el relato bíblico se centra principalmente en la persona del Apóstol Pablo, para nada hemos de olvidar que los demás apóstoles, de los cuales no se nos dice nada, estuvieron cumpliendo con la Gran Comisión en aquellos lugares donde el Señor les habría llamado (Ver, 9.31). Esa realidad multiplicaría mucho más el testimonio cristiano así como el fruto consecuente en términos de crecimiento del pueblo de Dios.

 

El poder de Dios, elemento esencial en el cumplimiento de la Gran Comisión

Fue el Día de Pentecostés que los discípulos del Señor recibieron “la promesa del Padre”, es decir el Espíritu Santo, con el cual serían investidos de poder para predicar el Evangelio, tal y cómo les prometió el Señor Jesús (J.15.26-27; Lc.24.45-49 Hch.1.4-5).

Una vez llenos del Espíritu Santo automáticamente quedaron capacitados para testificar, conforme a lo que Jesús les había prometido (Hch.1.8-9). A partir de ahí, la evangelización y el testimonio se daba de forma natural, como algo que formaba parte consustancial del corazón de la iglesia.

De ahí que no solo los apóstoles “daban testimonio de la resurrección de Jesucristo” (Hch.5.33) sino que el común de los creyentes, aun siendo objeto de la persecución desatada en Jerusalén por el liderazgo religioso, “iban por todas partes anunciando el Evangelio…” (Hch.8.4).

Lo señalado anteriormente, nos habla de la calidad de aquellos discípulos del Señor expresada a través de su obediencia y fidelidad a la misión recibida, sin temor a las dificultades de todo tipo que tuvieron que enfrentar.

Entonces, este punto lo concluimos diciendo que el poder con el cual comenzó la iglesia a cumplir con la misión, acompañó a los creyentes a lo largo de su vida como discípulos y de donde se sigue la importancia de que cada generación de creyentes consideren y valoren tener una relación viva con el Señor por medio de su Espíritu Santo y su poder, con la misma finalidad de cumplir con la misión dada por el Señor.

 

El contenido de la predicación de la Gran Comisión: El Evangelio de Jesús

Un estudio atento al contenido de la Gran Comisión nos llevará una y otra vez al mensaje central de la misma, que es el Evangelio de Jesucristo.

Dicho mensaje estaba centrado en la persona, las obras, la enseñanza, la muerte, la resurrección y la exaltación del Señor Jesucristo. Todos esos hechos estaban profetizados y avalados por las Sagradas Escrituras del Antiguo Testamento.

Esto se nos muestra desde el principio del libro de los Hechos para que al que lea la historia de la Iglesia, tome nota y no lo olvide jamás. Es por eso que cuando Pedro se puso en pie para explicar lo que estaba pasando cuando el Espíritu Santo vino sobre ellos, con aquellos fenómenos del “viento recio” y las “lenguas de fuego repartidas sobre cada uno de ellos”, él comenzó usando las Sagradas Escrituras para avalar el hecho de Pentecostés, y todo cuanto la gente podía “ver y oír” (Hch.2.33). Es decir:

1.-Lo acontecido era lo que estaba profetizado en el Antiguo Testamento en el libro del profeta Joel. Y dado que su auditorio era judío, estaría bien familiarizado con dicha escritura (Hch.2.16-21).

2.- El Apóstol Pedro continuó haciendo referencia a las obras poderosas y milagros de Jesús de todo lo cual gran parte de su auditorio también habían sido testigos durante el ministerio de Jesús (Hch.2.22).

3.- También hizo referencia a la muerte de Jesús, por la influencia del pueblo judío al pedir con insistencia que se le crucificara. Gran parte del cual estaba presente en el auditorio que escuchaba a Pedro. (Hch.2.23).

4.- A continuación hizo referencia a la resurrección de Jesús, profetizada en el Antiguo Testamento y confirmada por los testigos que eran los propios discípulos de Jesús. Ellos le habían visto cómo le habían apresado y cuando le crucificaron los romanos dándole muerte; pero también fueron testigos de su resurrección (Hch.1.3-4). Fue por eso que dijeron más tarde: “Porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído…” (Hch.4.19-20).

5.- El Apóstol Pedro también hizo referencia a la posterior exaltación de Jesús a los cielos, expresando así su victoria y triunfo sobre el pecado, sobre la muerte y sobre el poder de los hombres que le condenaron. Con la resurrección de Jesús y su posterior exaltación a los cielos, Pedro declaró que “Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hch.2.36).

Es sobre la base de los hechos mencionados por el Apóstol Pedro, que los predicadores ofertaron el perdón de los pecados y la vida eterna (la salvación) a todos aquellos que se arrepintieran de sus pecados, haciendo posteriormente una profesión pública de su fe por medio del bautismo en agua. (Hch.2.38; 3.19; 10.42-43) puesto que “todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (2.21).

 

El centro de todo: La persona del Señor Jesucristo

Hemos de insistir en ello y no hemos de tomar a la ligera el tema central de la Revelación de Dios que es y siempre será, la persona y la obra del Señor Jesucristo, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento.

Al no hacerlo así, se corre el peligro (¡serio peligro!) de incurrir en desviar la atención hacia otros elementos, sean del cielo arriba o de abajo en la tierra, que no son ni nunca han sido llamados a ocupar el lugar del Señor Jesús.

 

Un par de ejemplos que ilustran lo dicho hasta aquí

Al respecto de lo dicho anteriormente, en las décadas de los años 60 á 80 se comenzó a poner énfasis en la persona del Espíritu Santo en las grandes denominaciones protestantes y evangélicas (aunque la influencia ya venía de antes).

Eso se debió, probablemente, al hecho de que muchos habían vivido en iglesias y denominaciones en las cuales experimentaron una gran sequía espiritual. Sus maestros y guías no habían prestado apenas atención a la persona y obra del Espíritu Santo, el cual era un desconocido para la gran mayoría de cristianos, incluidos muchos pastores y guías espirituales.

Pero además, en esos contextos muchos pastores trataron por todos los medios de desviar la atención de todo cuanto tuviera que ver con tener “experiencias” de carácter espiritual. Lo importante era la fe, “el creer lo que dice la palabra, no los sentimientos”.

Lo cierto es que desde la parte “pentecostal” y “carismática” se había experimentado la realidad del poder de Dios, la manifestación de ciertos dones espirituales y el poder de Dios para testificar del Señor Jesús.

Eso fue y es una realidad constatable (y eso a pesar de los errores y abusos que, en todas partes se dan) aunque muchos lo han querido y lo quieren negar. Pero en ciertos círculos, el énfasis en el Espíritu Santo fue puesto de tal manera que sucedió lo que se suele llamar, “el efecto péndulo”.

Quiere decir que ahora la persona de Jesús parecía quedar en un segundo lugar, en importancia: “¡Lo importante es la persona del Espíritu Santo en nuestra vida!” Algunos, incluso llegaron a decir que “Los Hechos de los Apóstoles, deberían llamarse ‘Los Hechos del Espíritu Santo’”.

Esa frase sonaba bien y parecía “muy espiritual”. Sin embargo, después de pensar un poco en esto, era cuestión de ver quién era el protagonista principal de “los hechos” en el libro de los Hechos de los Apóstoles.

Así podíamos salir de dudas. Usando de la concordancia, me puse a contar las veces que aparecían las referencias a Dios el Padre, al Hijo (en sus distintas designaciones: Jesús, Jesucristo, Señor, etc.) y al Espíritu Santo.

El resultado fue que para Dios Padre aparecen 176 veces; para el Espíritu Santo, aparecen 56 referencias; mientras que para el Señor Jesús, aparecen 196 veces. Observación esta que se puede hacer en cualquier libro del Nuevo Testamento, y los resultados van a ser siempre los mismos: Jesús fue el tema central de la vida y conversación de los primeros cristianos y el principal asunto de la Gran Comisión.

De ahí que podemos buscar a través de todo el libro de los Hechos de los Apóstoles y veremos una y otra vez que “ellos no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo” (Hch.4.12-13; 5.42; 8.12; 9.20-22; 10.36-43; 17.1-2; 19.4, etc.).

Pensando en esto y que nos puede servir como un ejemplo más (y no son los únicos) uno se pregunta ¿por qué existen algunos cuadros en los que para conmemorar el Día de Pentecostés, algunos pintores hicieron aparecer a María, la madre de Jesús, en el centro de toda la compañía de Apóstoles y discípulos de Jesús, como si ella hubiera sido el centro e incluso como si ella hubiera sido la que, estando en el centro de todos, presidiera aquel acontecimiento principal de la revelación de Dios?

Uno de estos cuadros fue pintado por el famoso pintor conocido como “El Greco” que cualquiera puede buscar en Google. Es evidente que a través del arte siempre se ha comunicado, o bien lo que el sentir popular creía, porque así lo enseñaba la institución religiosa, o bien por influencia de esta, o bien porque los artistas se anticipaban a lo que podría estar ocurriendo y que al final sucedería.

No nos cabe duda de que es la primera opción la que está relacionada con el caso mencionado.

Por tanto, el centro del mensaje de la Gran Comisión no es otro ser, ni del cielo ni de la tierra, sino el Señor Jesús. Pero en el caso que nos ocupa, fue el mismo Cristo el que aclaró de antemano el asunto. Cuando dio la promesa del Espíritu Santo a sus discípulos, les dijo que su misión, no sería la de ocupar el centro del mensaje, sino que él les dijo: “Él –el Espíritu Santo- me glorificará; porque tomará de lo mío y os lo hará saber” (J.16.13-15).

Y si el mismo Espíritu ocupa el lugar que el mimo Consejo Divino trinitario le dio para que glorificase al Señor Jesús, es decir reconociéndole y poniéndolo en el centro y en alto, a diferencia del mundo que le estimó como un malhechor, dándole muerte… ¿Por qué nosotros nos empeñamos en cambiar el orden de las cosas divinas y fijar nuestra atención en lo que Dios no ha ordenado? Por tanto, hemos de insistir en que el contenido y centro del mensaje de la Gran Comisión es la persona y la obra del Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. Eso sí, predicado y enseñado en el poder del Espíritu Santo. (Seguiremos D. M.)

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