¿Se acordará Dios de mi?

Jesús, siendo la encarnación de la Divinidad, de una forma más clara y completa, dijo que nadie podrá arrebatar a sus ovejas de su mano ni de la mano de su Padre.

04 DE JUNIO DE 2025 · 16:30

Foto: <a target="_blank" href="https://unsplash.com/es/@herrmannstamm">Herrmann Stamm</a>, Unsplash CC0.,
Foto: Herrmann Stamm, Unsplash CC0.

“Esto sé: Que Dios está por mí” (Sal.56.9)

David, el rey de Israel escribió este salmo haciendo referencia a la dura experiencia que tuvo cuando fue apresado por los filisteos en Gat. Él estaba siendo perseguido a muerte por el rey Saúl.

Por esa razón tuvo que separarse de su familia y huir de su tierra ya que estaba rodeado de enemigos por todas partes. La tensión y angustia a las cuales fue sometido fueron fortísimas.

Dichas experiencias quedan registradas tanto en la historia bíblica como en muchos de los salmos que escribió. Siglos después, el apóstol Pablo mencionó para qué –además de otras razones- se escribieron estas cosas. (Ro.15.4)

Es verdad que cuando las cosas van bien y todo parece ser una bendición constante en nuestra vida, la fe se manifiesta fresca y victoriosa. En la primera parte del Salmo 23, se aprecia esa realidad (Sal. 23.1-3). Pero a veces los creyentes pasamos por experiencias cuando todo a nuestro alrededor se oscurece.

Es como una especie de “valle de sombra de muerte” (Sal. 23.4) que podría tener distintas causas: Un matrimonio a punto de romperse, o ya roto; el despido de un trabajo con pocas posibilidades de encontrar otro; una enfermedad repentina; una crisis económica; la perdida de un ser querido que nos lleva a una depresión… Pero los efectos en los hijos de Dios son los mismos en términos de soledad, tristeza, angustia, depresión, ansiedad, desánimo, falta de fe, desconsuelo, debilitamiento físico, insomnio, dudas, temores, etc.

No se dan todas estas cosas juntas pero sí las suficientes para hacernos pasar mal durante un tiempo.

Por otra parte, lo que podría terminar de “arreglarlo” son aquellos “consejeros” que se creen sabios y espirituales, pero que distan mucho de serlo y creen que lo pueden arreglar todo citando versículos de la Biblia; pero sin entender ni atender a las causas y a los procesos que se dan y forman parte de la experiencia de la vida de los seres humanos. ¡Incluidos también los creyentes en todas estas cosas! Aunque sin olvidar algunas diferencias esenciales.

Cuando sobreviene alguna experiencia semejante, uno no reacciona automáticamente de forma positiva, con gritos de victoria, como si no pasara nada y todas las cosas mencionadas las tuviéramos más que “superadas”. Lo lógico es que ante una experiencia dura, que pone a prueba los fundamentos de nuestra alma/vida, es que reaccionemos como hombres y mujeres “normales”, sufriendo como el que más, llorando como cualquiera; e incluso dudando ante la adversidad…

Entonces nos dirigimos a Dios con preguntas: ¿Por qué, Señor? ¿Por qué a mí?; ¿Qué he hecho yo para que me venga esto? ¿Acaso Tú no podías haberlo impedido? Algo parecido debió experimentar David en bastantes ocasiones. ¡Y nosotros no somos diferentes!

Como dijimos antes, David tuvo que huir a tierra de sus enemigos, los filisteos, para escapar de la persecución del rey Saúl. Esa fue la ocasión a la cual se refiere este salmo 56. Entonces, el salmo citado apenas refleja las angustias que debió pasar David, aunque sí menciona sus lágrimas (Sal. 56.8).

Sin embargo, antes de ser apresado por los filisteos y sabiendo que le habían reconocido, David “tuvo gran temor…” (1ªS.21.11-15). Entonces, “cambió su manera de comportarse delante de ellos y se fingió loco... y escribía en las portadas de las puertas dejando correr la saliva por su barba” (1ªS.13).

De esa manera, fingiéndose loco, David pudo escapar de aquella situación en la cual corrió el peligro de perder su vida.

Aquella experiencia tan humillante para David, se debió a su propia y débil naturaleza humana y está ahí registrada, para que veamos que aún David, aunque ungido por Dios con su Espíritu Santo, llamado para gobernar a Israel y ser su “socorro” (Sal.89.19-23) era como nosotros, como también se dice del profeta Elías (Sat.5.17-18). No eran héroes sin defectos.

Al contrario, tenían muchas fallas y debilidades. Sin embargo, hubo un momento en esa durísima experiencia, en la cual cobró ánimo y dijo: “Esto sé, que Dios está por mí” (Salmo, 56.8-11).

Se dice que el valiente no es el que no le teme a nada, sino el que sabe sobreponerse a sus propios miedos. Así vemos a David en esta historia, sobreponiéndose a sus muchos temores y angustias.

Pero en este salmo mencionado, David pone de manifiesto su confianza en Dios y en su Palabra, de la cual se derivan sus promesas. No en vano él menciona su Palabra hasta tres veces, en los trece versículos de este salmo (Sal.56.4,10).

Por tanto, podría ser posible que lo tengamos todo en contra y que no veamos salida a nuestra situación; que incluso pensemos si Dios se va a acordar de nosotros.

Sin embargo, una de las más preciosas promesas que hay en la Biblia, tocante al pueblo de Dios y cada uno de los que formamos parte de él (es decir tú y yo) dice así:

“¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque ella se olvide, yo nunca me olvidaré de ti. He aquí en las palmas de las manos te tengo esculpida” (Is. 49.14-16)

Pero sí, sabemos que es posible que la mujer se olvide del fruto de su vientre. Lo hemos visto a través de las noticias en televisión cuando han encontrado alguna criatura recién nacida en algún contenedor o abandonado en algún estercolero.

¡Cierto! Y lo seguiremos viendo y oyendo todavía. Sin embargo, no es poca cosa que Dios adopte el papel de “Madre” para mostrar su amor para con sus hijos y así, ofrecerles sus cuidados, su ternura, su aprecio y la mayor de las seguridades.

Pero lo grandioso es que dichas manos, en las cuales tiene a sus hijos “esculpidos”, cobraron forma en las mismas manos de nuestro Redentor, el Señor Jesús, quien en su papel de Buen Pastor, lo dijo de otra manera:

“Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco y me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano (…) Y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (J. 10.27-30. Los énfasis son míos).

Pero llama la atención el hecho de que Dios no tiene manos, ni pies, ni ojos, etc., dado que, en palabras de Jesús, “Dios es Espíritu” (J.4.24). Entonces son referencias antropomórficas para referirse al “Dios invisible” (1ªTi.6.15-16 con Heb.11.27).

Pero en el Nuevo Testamento ese Dios cobra forma real y física, acercándose así a nosotros a través de la encarnación del Hijo de Dios, a fin de que, nosotros, sus hijos e hijas lo sintamos cercano, tal y cómo lo sintieron los discípulos primeros y de lo cual testificaron.

Su cuerpo era real… y sus manos, benefactoras de tantos bienes (Hch.10.38) y a las cuales hizo referencia Jesús como guardadoras de sus ovejas, también eran reales. De ahí el testimonio de Juan, uno de sus discípulos:

“Lo que hemos visto y oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (…) eso os anunciamos” (J.1.1.3. Énfasis míos).

Así que para el rey David era suficiente el conocer las promesas divinas (¡y al Dios de las promesas!) las cuales eran base de su fe. Pero aquel Dios del Antiguo Testamento es el mismo que se reveló en su Hijo Jesucristo, en el Nuevo Testamento.

Esa es la razón por la cual después de la cruz reconocemos unas más claras y “mejores promesas” derivadas de un “mejor pacto” (Hb.8.6) de tal manera que las promesas de Dios nos son dadas para traernos seguridad en medio de la incertidumbre y la perplejidad que nos producen tantas situaciones –¡muchas de ellas complejas!- y que suceden a nuestro alrededor; así como las pruebas, sean del tipo que sean.

David, basado en la Palabra del Señor, dijo: Esto sé: que Dios está por mí” (Sal.56.8-11). El profeta Isaías dijo: “¿Se acordará Dios de mí?” (Is.49.14-16) y recibió una respuesta positiva de parte del Altísimo, usando el ejemplo materno.

Pero Jesús, siendo la encarnación de la Divinidad, de una forma más clara y completa, dijo que nadie podrá arrebatar a sus ovejas de su mano ni de la mano de su Padre.

Por tanto, sí. Dios no solo se acuerda de ti y se acuerda de mí; se acuerda de todos y cada uno de sus hijos e hijas en todo momento, pero especialmente, en la hora de la adversidad.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Palabra y vida - ¿Se acordará Dios de mi?