De la ignorancia del ser humano, la muerte de Jesús y el perdón de Dios

A todos aquellos pecadores que creemos en Él y le recibimos como Señor, Salvador y Maestro de nuestras vidas, Dios nos reviste con el ropaje resplandeciente de su santidad, justicia y verdad.

16 DE ABRIL DE 2025 · 18:00

Foto: <a target="_blank" href="https://unsplash.com/es/@richardmultimedia">Richard Multimedia</a>, Unsplash CC0.,
Foto: Richard Multimedia, Unsplash CC0.

Una ignorancia general

Cuando Jesús estaba en la cruz y después de haber sido azotado, humillado y haber experimentado previamente todo tipo de burlas, siendo golpeado con una caña en su santa cabeza, él sabiendo a lo que había venido (J.10.10-17; 12.32-33; Mrc.10.45) y viendo al gentío desde donde estaba crucificado, exclamó: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc.23.34).

Las autoridades religiosas, las romanas y el pueblo que había vociferado: “¡Crucifícale, crucifícale!” (Lc.23.21) no sabían lo que hacían. Era una ignorancia general respecto de quién era Jesús y lo que ellos mismos hicieron. En un sentido sí sabían lo que hacían; estaban contribuyendo a ajusticiar a un hombre según la justicia humana y de la forma más cruel. Pero el pueblo no era consciente de la manipulación y engaño al cual fue sometido por la clase religiosa (Mt.27.20).

Por otro lado, ignoraban y no tenían ni idea de quién era aquel que rechazaron, ni tampoco nada sabían del propósito de su venida y todo cuanto estaba involucrado en su muerte. Y no era porque no hubieran tenido suficiente testimonio de parte de Jesús, durante los tres años (más o menos) que estuvo con ellos. Pero su incredulidad les impidió que llegaran a tener la luz que necesitaban. De sobra lo sabían ellos. (Hch.2.22-23; 10.37-39). Por tanto, más tarde el apóstol Pedro proclamando el Evangelio de Jesús a una gran multitud, dijo:

“Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo y pedisteis que se os diese un homicida, y matasteis al Autor de la vida a quien Dios ha resucitado de los muertos de lo cual nosotros somos testigos (…) Mas ahora, hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes” (Hch.3.14-17).

Así, sin más, el apóstol Pedro puso de manifiesto lo que Jesús mismo dijo desde la cruz. Es decir, la ignorancia del mundo que condenó a Jesús: “No saben lo que hacen…”.

 

La ignorancia de Saulo de Tarso

Pero el testimonio acerca de la ignorancia del ser humano respecto de Dios y sus propósitos salvíficos, también fue puesto de manifiesto a través de uno de los apóstoles que reconoció su propia ignorancia, participando del mismo espíritu que tenían todos cuantos condenaron al Señor Jesús. Ese fue Saulo de Tarso (después Pablo, apóstol del Señor).

Saulo era un fiel seguidor y guardador de las tradiciones de su mayores (Gá.1.13-14); por cuya razón persiguió con odio y furor a los discípulos de Jesús, hasta que el Señor resucitado le apareció en el camino de Damasco. Desde entonces supo –hasta las lágrimas- que él había sido un ignorante y que por eso se comportó de aquella manera. Lo cual confesó posteriormente:

“Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio, habiendo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad…” (1ªTi.1.12-15).

¡Tremendo testimonio el del Saulo perseguidor, convertido posteriormente en discípulo y apóstol del Señor Jesús! Y es que, desde la ignorancia es mucho el mal que se realiza contra Dios, contra uno mismo y contra los demás.

Pero Saulo/Pablo, no solo se reconoció a sí mismo que fue un completo ignorante; además, afirma lo que ya había declarado el apóstol Pedro y que ya hemos señalado anteriormente (Hch.3.17) y es que él también califica como ignorantes tanto a los que sentenciaron a muerte a Jesús, como a los que le crucificaron, y a todos cuanto había vociferado, pidiendo su crucifixión:

“Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen. Mas hablamos sabiduría de Dios… la que ninguno de los príncipes de este mundo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria” (1ªCo.2.6-8).

El apóstol Pablo estaba describiendo aquí una realidad que se escapaba (y se escapa) al juicio humano, incluidos los discípulos del Señor Jesús: En el falso juicio que le hicieron a Jesús, en los castigos a los cuales fue sometido y en su muerte por crucifixión, estaban representados todos los poderes de este mundo: El religioso, el político y aun el pueblo.

Otros poderes como el económico, el militar, etc., siempre están al servicio de los otros mencionados. Pero todos acordaron dar muerte a Jesús. Y los que no lo hicieron de forma directa, participaron de todo ello de forma indirecta. Pero todos… por ignorancia.

 

La muerte de Jesús: Respuesta divina a la ignorancia del ser humano

No obstante lo dicho, fue Jesús quien desde la cruz pidió el perdón para todos aquellos que le habían condenado a muerte y para todos los que cumplieron la sentencia, incluido el pueblo que, mirando todo aquel sangriento espectáculo, muchos de los cuales se burlaban de Jesús.

Y las razones son dos: Una, porque Dios es un Dios de amor y de perdón y dos, porque Dios sabía –y sabe- de la ignorancia de los seres humanos, respecto de Él y de ellos mismos. De ahí que a esa petición de perdón por parte de Jesús en la cruz, Dios tuviera que hacer algo más, para que su perdón fuera hecho efectivo a los seres humanos. ¿Y qué es ese “algo más”?

 

Lo que Dios hizo

1.- “Dios pasó por alto la ignorancia del ser humano” (Hch.17.30);

En primer lugar y en relación a lo que llevamos dicho sobre la ignorancia, es lógico que también encontremos la respuesta divina a esa realidad. ¡Y claro que la encontramos! Las palabras citadas que encabezan este apartado están relacionadas con la proclamación del Evangelio por parte del apóstol Pablo en Atenas.

Ante la ignorancia del ser humano respecto de todo lo relacionado con Dios… Él –dijo Pablo- la “pasa por alto”. Es decir no va a culpar al ser humano por su ignorancia y va a actuar no teniendo en cuenta ese hecho. Sin embargo, el hecho de poner a un lado la ignorancia del ser humano no significa que éste está exculpado ni justificado delante de Dios. ¡Ni por asomo hemos de pensar eso!

Esas palabras del Apóstol Pablo van acompañadas de una exposición más amplia sobre la verdad de Dios, que “demanda de todo ser humano en todo lugar, que se arrepientan…” (Hch.17.30) a fin de poder experimentar el perdón de Dios y ser aceptados como hijos e hijas suyos (Hch.2.38-39; 10.42-43; 2ªCo.6.14-18). ¡No hay otra solución! ¡No hay otra salida! ¡No hay otro camino!: “Dios demanda de todos los hombres y en todo lugar que se arrepientan”. Eso es, un cambio de mente; un cambio en la forma de pensar, para dejar de caminar de espaldas a Dios y se vuelvan (lo que se conoce como “conversión”) y comiencen a caminar de cara a Dios.

 

2.- Dios llevó a cabo la reconciliación del mundo en la persona de su Hijo Jesús: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados…” (2ªCo.5.19)

Al leer estas palabras del apóstol Pablo, vemos que Dios no solo “pasa por alto la ignorancia del ser humano” sino que estaba realizando en su Hijo la reconciliación del ser humano consigo mismo. Dicho de otra manera: Dios estaba “arreglando” todo el desaguisado que produjo la caída; y lo estaba haciendo en la persona de su Hijo, para que el ser humano encontrara el verdadero camino hacia la reconciliación completa con Dios.

Por supuesto, eso no lo sabían en esos momentos los discípulos del Señor. Pero luego lo llegarían a saber, tanto por las enseñanzas de Jesús, después de su resurrección (Hch.1.3) como por medio del Espíritu Santo, que el Señor les había prometido, a fin de ser enseñados sobre el significado de su muerte, su resurrección y acerca de “todas las cosas que habrán de venir”. (J.16.13-14).

 

3.- Dios propuso a “su Hijo unigénito” como nuestro sustituto para que así “se cumpliera con toda justicia”

Eso es lo que escribió el apóstol Pablo en relación con la muerte de Jesús en la cruz. No solamente “pasó por alto nuestra ignorancia” sino que todo cuanto hicimos, estando en esa ignorancia, “no lo tuvo en cuenta”; mas bien fue “cargado en la cuenta” de Cristo Jesús. De ahí que también añadiera:

“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él” (2ªCo.5.19-21).

Por tanto, en la cruz se cumplieron de forma definitiva, aquellas palabras que por fe dijo el patriarca Abraham cuando su hijo Isaac, extrañado de que no llevaran al animal para hacer el sacrificio que el padre le dijo que harían, preguntara a su padre: “Padre mío… He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?”

Y el padre le contestó: “Dios se proveerá del cordero para el holocausto, hijo mío”. Y así fue. Dios se proveyó de la víctima que moriría en el lugar de Isaac, “el hijo de la promesa”. (Gén.22.5-14).

Pero todo aquello hablaba de “lo que ha de venir” (Col.2.17). De ahí que “cuando llegó el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo…” (Gál.4.4). Y esa sería la provisión divina para tratar con el pecado. Tal y cómo dijo Juan el Bautista cuando vio a Jesús: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (J.1.29,35-36).

En vista de que “el impío” no podía ofrecerle nada a Dios por medio de lo cual obtuviera su favor y su perdón, Dios mismo sale al paso, y motivado “por su gran amor con el cual nos amó” (Ef.2.4; J.3.16) puso a su Hijo “en propiciación por nuestros pecados” (Ro.3.22-25; 1ªJ.2.1-2; 4.10). Por eso, muy apropiadamente, Pablo escribió:

“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él” (2ªCo.5.19-21).

Y el apóstol Pedro, también habló de esto mismo:

“Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en el espíritu.” (1ªP.3.18).

Nuevamente la idea de la “sustitución” es asumida, en este caso por el apóstol Pedro, siguiendo con la idea que a través de los siglos se había transmitido desde el principio, hasta la venida de Cristo el Mesías y de cuyos padecimientos vicarios también había hablado Jesús (1ªP.1.10-11. Comp., con, Mr.8.31; Lc.9.22).

Así, Jesús en la cruz fue cubierto con los ropajes y andrajos hediondos de nuestras injusticas y actos perversos; y a todos aquellos pecadores que creemos en Él y le recibimos como Señor, Salvador y Maestro de nuestras vidas, Dios nos reviste con el ropaje resplandeciente de su santidad, justicia y verdad (Ef.4.24). Obra realizada por Dios en Cristo Jesús a través de su muerte y aplicada en nuestras vidas por el poder el Espíritu Santo que también resucitó a Jesús, vindicando así tanto su persona, como su obra en la cruz del Calvario.

 

Lo que Dios demanda de su Iglesia y de los que oyen el Evangelio

Cierto que el Señor Jesús dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Pero olvidar que esas palabras no pueden desgajarse de todo el contexto teológico del Nuevo Testamento, para aplicar el perdón divino, así, sin más “a todo el mundo”, es un disparate hermenéutico y exegético que solo puede llevar a la perdición de los que así la aplican y de los que, supuestamente, las reciben sin tener en cuenta las condiciones en las cuales debe ser “anunciada” y recibida.

No olvidemos lo que dijo al respecto el apóstol Pedro sobre “la perdición de los que tuercen las Escrituras” (2ªP.3.15-16). Es por esa razón que no hay que olvidar el contexto en el cual el apóstol Pablo declaró lo que Dios hizo en la cruz del Calvario para, a continuación, añadir: “Y a nosotros nos encargó la palabra de la reconciliación” (2ªCo.5.19).

Si lo primero que dijo sobre la muerte de Jesús en la cruz tiene valor, lo segundo también lo tiene; de otra forma lo que Dios hizo en Cristo Jesús no sería de provecho para nadie; porque nadie habría conocido el mensaje de la salvación de Dios en Cristo Jesús.

Por tanto, teniendo en cuenta que Dios ya realizó lo suficiente para que el ser humano caído pueda acercarse a Dios, ahora Dios señala la parte que nos corresponde a nosotros. Si la muerte de Jesús tuvo todo que ver con la reconciliación del mundo con Dios, ahora él demanda que ese “hecho” sea anunciado como “la palabra de la reconciliación”.

La “puerta” que lleva a la verdadera vida está abierta para que entremos por ella. (J.10.7). El camino está expedito a todo aquel que quiera caminar por él. Cristo mismo dijo: “Yo soy el Camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre si no es por mí” (J.14.6).

Así que lo que vemos a partir de la resurrección de Jesús y la venida del Espíritu Santo (Hch.2.1-16) es que a los discípulos les fue ordenado que predicaran esa “palabra de la reconciliación” acompañada de la demanda del “arrepentimiento y la fe” de parte de los oyentes. (Lc.24.45-49).

Entonces, si Cristo murió por nuestros pecados y resucitó para darnos vida, es lógico que para que ese mensaje de Jesús sea aplicado a nuestras vidas nos reconozcamos pecadores y transgresores de la ley divina y “apartados de la gloria de Dios” (Ro.3.22).

Así que, desde la venida del Espíritu Santo en Jerusalén, en todo el libro de los Hechos de los Apóstoles, veremos ese llamado al “arrepentimiento para con Dios y de la fe en el Señor Jesucristo”.

Esos son elementos esenciales para participar de la vida verdadera y, sin los cuales, no hay verdad que conocer, ni camino por donde andar, ni vida verdadera y eterna la cual recibir y vivir. (Hch.2.3; 3.19; 10.43; 11.18; 14.15; 17.30-31; 20.20-21; 26.18; 28.27).

Y en tanto fue Jesús mismo el que prometió su presencia con su Iglesia “todos los días hasta el fin del mundo” (de la historia; -Mt.28.19-20; Hch.1.8) toda la iglesia de todos los tiempos y en todo el mundo tiene (tenemos) la responsabilidad de proclamar la “palabra de la reconciliación”. ¡A Él sea la gloria, por siempre!

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Palabra y vida - De la ignorancia del ser humano, la muerte de Jesús y el perdón de Dios