Reflexiones sobre la relación del hombre y la mujer en la iglesia

Es nuestra responsabilidad el conocer y distinguir lo que es lo esencial de aquello que es transitorio, para no incurrir en “ser tropiezo” a nadie.

11 DE DICIEMBRE DE 2024 · 13:13

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Imagen de Priscilla Du Preez en Unsplash.

A la hora de hablar sobre el tema que encabeza el título de este artículo a cada cual le vendrán ideas mientras que se pregunta si se podrá decir algo sobre algún aspecto que no se haya considerado todavía. ¡Cosa rara en relación con este tema, ya que parece que se ha dicho todo! Por otra parte es inevitable evocar los mismos pasajes clave que hablan sobre “la mujer y su lugar en la iglesia”.

Para los que tratan de buscar la verdadera respuesta el tema es tratado de diferentes formas. Al menos podemos encontrar diferentes respuestas o interpretaciones. Por ejemplo:

 

1. La negación de que ciertos textos alusivos al tema no pertenecen a la Biblia.

Esa es la posición de algunos expertos en relación con 1ªCo.14.34, donde el apóstol Pablo escribió:

“Vuestras mujeres callen en la congregaciones; porque no le es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación”.

Dado que las palabras de Pablo son tan fuertes y claras, algunos expertos dicen que esa cita bien pudo ser una glosa que estando al margen del texto original, fue incluida en el mismo por algún copista. Afirmación totalmente rechazada por todos los que defienden todo el texto bíblico, tal y cómo nos llegó y lo tenemos en nuestras biblias. Por otra parte, quizás la interpretación de ese texto sea más fácil de lo que parece a primera vista, dado que el apóstol Pablo afirmó todo lo contrario en 1ªCor. 11.2-10. Solo que en el caso de que la mujer hablara u orara en la congregación debía cubrirse la cabeza con el velo, “como señal de autoridad…” mostrando así que estaba bajo la autoridad de su marido. Por tanto, no era cuestión de que la mujer se tuviera que callar en la iglesia de forma absoluta, sino que el problema en 1ªCo.14.34-35, bien podría ser otro.

 

2.- La negación de que algunas de las cartas de Pablo no las escribió el apóstol.  

En este caso nos encontramos con 1ªTi.2.11-15. En ese texto el apóstol Pablo escribió lo siguiente:

“La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer siendo engañada, incurrió en transgresión. Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia”.

En relación con este pasaje están los expertos que afirman que tanto la primera como la segunda epístola del apóstol Pablo a Timoteo (junto con otras epístolas) no fueron escritas por él sino por algún otro. Entonces, si las dos epístolas son calificadas de apócrifas, el pasaje mencionado sobre la prohibición de la mujer para ejercer ministerio público, no sería válido ni, por tanto, tendría autoridad sobre la Iglesia. Sin embargo no tenemos por qué asumir esa tesis sobre la falsa autoría de Pablo de dichos escritos. Más bien podemos asumir que aun siendo el apóstol Pablo el autor, no toda exégesis que se ha hecho del texto aludido expresa la realidad de lo que quiso decir el apóstol. Al respecto, anoto más abajo el enlace en el cual aparece una posible interpretación que se ajuste a ese texto bíblico, en contra de otras interpretaciones que, a nuestro juicio, son poco afortunadas[i].

 

3.- Pablo evolucionó negativamente en su pensamiento sobre el papel de la mujer en la Iglesia.

Todavía hay otros expertos que atribuyen al apóstol Pablo una evolución en su pensamiento, desde el Pablo que abogaba por la liberación de la mujer y de los esclavos (Gál.3.27-28) hacia una posición contraria, tal y cómo dice la cita del autor mencionado en el siguiente texto:

“Por eso, Neil Elliott, ha aducido que las seis cartas falsamente atribuidas a Pablo en el Nuevo Testamento pintan a un apóstol «aburguesado» que aboga por la esclavitud y la opresión de las mujeres. Pablo mismo enseñó la liberación de los oprimidos socialmente, pero la iglesia a menudo ha permitido que el segundo Pablo de estos pseudoepígrafos controlen su comprensión del Pablo real de las cartas auténticas. La iglesia debería, por consiguiente, rechazar al Pablo «gentrificado» de las cartas pastorales y volver al Pablo original con su programa de cambio social radical”[ii]

A la luz de estas afirmaciones parece que cualquier argumento sirve con la finalidad de que nuestra opinión resuelva, al fin, los problemas de la interpretación de ciertos pasajes bíblicos “incómodos” que parecen contradecirse entre sí. Por nuestra parte, preferimos aceptar el texto bíblico tal y cómo lo hemos recibido, en vista de que otros estudiosos, igualmente expertos, han llegado a conclusiones diferentes a las antes expuestas; y a partir de ahí hacer la exégesis más correcta posible. Eso sí, teniendo en cuenta que la aplicación de cada pasaje no necesariamente tiene que ser la misma aquí y ahora, de la que fue en el tiempo del Nuevo Testamento. Y en su momento explicaremos el porqué. Aunque en realidad no nos parece que eso sea muy complicado.

Pero este último argumento aludido por el autor citado, sobre la “evolución hacia el ‘aburguesamiento’ del apóstol Pablo”, dejaría al apóstol Pablo bastante mal parado. Que en principio Pablo hubiera recibido una revelación acerca de la igualdad del hombre y la mujer, el amo y el esclavo, el judío y el gentil, etc., y haber “abogado por su liberación” para luego cambiar y “aburguesarse” afirmando lo contrario, no nos parece que merezca la pena tenerlo en consideración, porque hubiera sido deshonesto en un hombre de Dios y apóstol de Jesucristo, cambiar de esa manera. Pero incluso ni aun en el caso de que sus cartas hubieran sido escritas por algún discípulo suyo, tampoco se le podría acusar de que su contenido está en contra de lo que dijo al principio. Lo mejor es ver todo cuanto hay en el texto y detrás del mismo y sacar las conclusiones a las que hubiere lugar. Eso sí, en contra del autor mencionado antes, hemos de decir que en ninguna parte el apóstol Pablo “abogó por la liberación de la mujer y de los esclavos”. Lo que sí hizo fue declarar que, “En Cristo Jesús…no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer, etc.” (Gál.3.26.28). Otra cosa fue la aplicación de esa declaración en su propio contexto. Pablo en ningún momento fue contra las instituciones romanas de la esclavitud y de la familia, como en su momento también veremos.

 

El texto bíblico y la cultura

Pero al abordar el tema de “la cultura” que rodeó el mensaje bíblico pudiera alimentar en algunos de nuestros lectores “sospechas” acerca de este modesto escritor, sobre el tema de la inspiración de las Sagradas Escrituras, como si por mi parte estuviera atribuyendo a la revelación divina un carácter transitorio y cambiante, para amoldarla a la cultura “del momento”. No sería la primera vez que me ocurre. Pero no importa correr ese riesgo. Lo importante es buscar la aplicación de la Revelación divina aquí y ahora, como lo fue cuando aquella fue dada y aplicada en aquel tiempo. A continuación, expongo dos ejemplos:

 

La elección de los diáconos en Jerusalén

Este es un ejemplo de cómo en una situación como la que se nos narra en los Hechos de los Apóstoles, 6.1-6, se actuó acorde con lo que se creía y practicaba en aquel tiempo. El hecho es que se había creado un problema debido a que en la repartición de las ayudas, parece que los que las administraban habían hecho discriminación entre las viudas (uno de los colectivos más desfavorecidos)  judías y aquellas que eran de habla griega. Dicho problema había creado un mal “ambiente”   de tal manera que “hubo murmuración” en parte de la comunidad cristiana. Entonces recurrieron a los Apóstoles del Señor para que dieran la mejor solución al problema creado. Y la dieron. Ellos dijeron: “Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría a quienes encarguemos este trabajo (…) Agradó la propuesta a toda la multitud y eligieron a…” Y allí se mencionan los “siete varones” los cuales iban a encargarse de toda aquella gran tarea de la organización, administración y repartición de las ayudas.

Pero al margen del carácter necesario de aquellos “varones”, algo que pasa desapercibido para la gran mayoría de los lectores de la Biblia, es que se propusiera la elección de “siete varones” y que no se considerara la posibilidad de que eligieran a alguna mujer. ¿Cuál era la razón de esta aparente injustica? Pues, es evidente que en aquel tiempo una mujer no podía ocupar cargos de responsabilidad pública y, mucho menos tampoco podía moverse en medio de una compañía de hombres. Eso era lo que se creía y lo que se practicaba porque formaba parte de la cultura del momento. Aquí podemos recordar cómo los discípulos del Señor “se maravillaron de que el Señor Jesús hablara con una mujer” cuando le encontraron hablando con la mujer samaritana (J.4.27). ¡Cuánto más, elegir a mujeres para un trabajo conjunto con hombres, como el que se menciona en el pasaje aludido.

Ahora pensemos por un momento en cualquier comunidad de nuestro tiempo. ¿Cómo sonaría la propuesta de los Apóstoles del Señor sobre “elegir a 7 hombres... para que hagan este trabajo”? Evidentemente, sonaría mal. -¡Muy mal!- Y además no solo no se haría caso de esa propuesta (¡Para nada!) sino casi que sería denunciable. No haría falta explicar por qué. Por tanto, la cultura contó y  cuenta a la hora de aplicar ciertas enseñanzas bíblicas que, no necesariamente tendrían la misma aplicación en todo tiempo y lugar. Incluso algunas enseñanzas hoy no tendrían aplicación alguna, como por ejemplo, la que el Apóstol Pablo da sobre los amos y los esclavos que, en su momento, veremos.

Sin embargo, para los que defienden que hay que aplicar el texto bíblico por encima de la cultura, al menos, en este caso, deberían por comenzar sacando a todas las mujeres de lugares donde están ayudando, organizando, administrando, dirigiendo, etc., porque estarían “contradiciendo la Palabra de Dios”[iii].

 

El asunto del uso del velo por parte de las mujeres en las congregaciones

Tomemos otro ejemplo: El asunto de “el uso  velo” por parte de las mujeres, y que aparece en 1ªCo.11.1-10. Muchos expositores están de acuerdo en que ese es un pasaje de muy difícil interpretación. ¿Y por qué debería serlo? La razón es que la gran mayoría  están de acuerdo en que el asunto del uso del velo por parte de las mujeres era una cuestión cultural.

Considerando el contexto. El uso del velo era una señal de identidad que formaba parte de la cultura de aquel momento histórico.  Ahora, para poder entender esto, solo tenemos que pensar en un pueblo de carácter islámico en el cual las mujeres están “obligadas” a usar el velo; en este caso por religión y por cultura; esa es “su cultura”. Y en una cultura semejante, las señas de identidad de la misma no se pueden violar sin tener algún tipo de consecuencias; y no solo a efectos de que se tenga “un mal testimonio”; sino incluso en algunos lugares, de burlas, rechazo social ¡e incluso castigos físicos!

Así que con esa idea en mente, al parecer las mujeres creyentes de Corinto se sabían “libres en Cristo Jesús” y les había invadido un deseo de expresar su libertad de ciertos convencionalismos sociales, prescindiendo del velo y a la hora de hablar y orar en la asamblea. ¡Y eso era un escándalo! Las mujeres “decentes” no hacían eso. Ellas no podían proceder de aquella manera. Debían mostrar respeto y mostrar que “estaban bajo la autoridad de sus maridos” apareciendo con el velo puesto sobre sus cabezas: “Y si la mujer no se cubre, que se corte también el cabello; y si le es vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se cubra” (1ªCo.11.6) Todo el pasaje en cuestión presenta unos tintes culturales que no ofrecen dudas al respecto.    

 

Las razones para el uso del velo por parte de las mujeres

1.- El argumento del principio de no ser “tropiezo” a nadie. Con lo dicho anteriormente sobre el contexto social de Corinto, en el capítulo anterior, el Apóstol Pablo había declarado que el creyente aun usando su propia libertad en el Señor podía se “tropiezo” a otros. De ahí que dijera: “Todo me es lícito, pero no todo conviene”; para añadir a continuación: “No seáis tropiezo ni a judíos, ni a gentiles, ni a la iglesia de Dios” (1ªCo.10.23, 32). Y esas palabras no solo se relacionaban con el tema de las comidas y bebidas, etc., sino que son un principio que debía (¡Y deben!) regir la vida de los creyentes, dentro de su propio marco cultural. Y las mujeres de Corinto no lo estaban siguiendo.

2.- El argumento del uso de principios universales. Hasta aquí no hay problema en entender el contexto del asunto que se plantea. Sin embargo, el problema se produce cuando el mismo apóstol Pablo usa una serie de principios universales para defender, afirmar o justificar “una costumbre –cultural- del momento”. ¿O trataba, meramente, de que las mujeres no fueran de “tropiezo” a otros en su propio contexto social?  Pablo escribió:

“Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo” (V.3)

En esas verdades de carácter universal basa Pablo  su argumento para el uso del velo por parte de la mujer a la hora de orar o hablar en la asamblea. Por eso escribió: “Toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta su cabeza…” O sea  ofende públicamente a “su cabeza” (su marido). Esta es la conclusión lógica, dado que acababa de afirmar que “el varón es la cabeza de la mujer” (V.3). Por tanto, después de argumentarlo, termina diciendo:

“Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza…” (1ªCo.11.10). Y esa “señal de autoridad sobre su cabeza” era el velo.[iv]

 

El  problema planteado por el uso de principios universales

Pero la forma de solventar Pablo el problema presenta otro que es lo que “descoloca” a muchos intérpretes; sobre todo a los más conservadores, muchos de los cuales suelen ser literalistas, no solo en la interpretación del texto bíblico sino en la aplicación del mismo. Su argumento es el siguiente: “Si Pablo hubiera dado una solución temporal (como el mencionado anteriormente, sobre el ‘no ser tropiezo’) y no hubiera echado mano de los principios universales, entonces no habría problema. Pero no fue así. Por tanto (dicen los defensores del uso del velo) de ahí se deriva el hecho de que “el uso del velo por parte de las mujeres en las asambleas debe tener carácter permanente; de otra forma se está violando una norma divina”. Esa conclusión sería del todo lógica. Sin embargo, la gran mayoría están convencidos de que “el uso del velo era una costumbre de aquel tiempo y que hoy, en una cultura totalmente diferente, no tenemos por qué demandar cumplirla a las mujeres”. Esta postura se acercaría más a la realidad, pero deja sin responder el uso de los principios universales en un asunto que era una “costumbre” de aquella cultura. Porque la consecuencia lógica del uso de dichos principios, era la afirmación del mismo apóstol: “Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles” (1ªCo.11.10). Y además de las consecuencias sociales, parece que incluso el “mal testimonio” de aquellas mujeres afectaría a las esferas celestiales; es decir a los propios ángeles, testigos invisibles de lo que se realizaba en las asambleas. Cuestión esta, que confirmaría más a los defensores del uso del velo actualmente.

Para ir concluyendo, esta segunda parte entonces, no parece que la revelación divina haya sido dada en “un vacío cultural” sino que fue dada a lo largo del tiempo, en medio de una serie de culturas, diferentes unas de otras. Pero mucho más de la nuestra, en nuestro siglo. Y es nuestra responsabilidad el conocer y distinguir lo que es lo esencial de aquello que es transitorio, para no incurrir, ni en “ser tropiezo” a nadie, ni tampoco por llevar a cabo prácticas que por estar descontextualizadas en nuestra propia cultura, caigamos en la injusticia, tal y cómo comentábamos en relación con la elección de varones para atender la asistencia a los pobres; o en prácticas que, si bien se podían ver “correctas” en el siglo primero o en el Siglo XVI, (para el caso, da igual) hoy día podrían ser tenidas de forma muy diferente.  Pero otra pregunta que nos surge, es que si el Apóstol Pablo usó de principios universales para afirmar -o mejor, “justificar”- una seña de identidad de la cultura de entonces, ¿no nos estaría marcando el camino para hacer nosotros lo mismo, en situaciones parecidas? Es para reflexionar sobre ello. Seguiremos.

 

Notas

[i]https://protestantedigital.com/seneca-falls/48088/mujer-y-biblia-un-texto-bastante-discutido.

[ii] Neil Elliott, Liberating Paul: The Justice of God and the Politics of the Apostle -Orbis, Maryknoll, N.Y., 1994-, 25–90. (Citado por Frank Thielman).

[iii] Es importante aclarar aquí que todas las culturas tienen cosas positivas y cosas negativas. Pero en relación con mucho de lo malo, el cristianismo contribuyó con sus enseñanzas y su poderoso testimonio de amor a acabar con el aborto, el infanticidio, la inmoralidad, el dar muerte o abandonar a las niñas si eran las primeras en nacer, y un sin fin de maldades que se practicaban en muchas sociedades. No solo en los primeros siglos; la historia de las misiones está llena de  poderosos testimonios al respecto, en las naciones donde se predicó el Evangelio.

[iv] De hecho he leído en algunas ocasiones las acusaciones que de parte de algunos islámicos hacen a los cristianos, “por no seguir las enseñanzas del apóstol Pablo, sobre el asunto del uso del velo” Para ellos pareciera que  no han pasado 20 siglos.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Palabra y vida - Reflexiones sobre la relación del hombre y la mujer en la iglesia