La promesa del Espíritu Santo (II)

Podemos decir que el cumplimiento de la promesa sobre la venida del Espíritu Santo constituye uno de los hechos esenciales de la Revelación de Dios.

03 DE ENERO DE 2024 · 10:52

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Imagen de Igor Kasalovic, Unsplash.

En la pasada exposición vimos la relación que tuvo el Espíritu Santo con Jesús desde su nacimiento hasta su muerte y resurrección. Pero también vimos el paralelismo que hay entre esa relación del Espíritu y Jesús y la relación entre el Espíritu Santo y el creyente, desde su nacimiento espiritual, durante su vida en este mundo hasta su muerte y su resurrección. En todo el Espíritu Santo tiene todo que ver. 

En esta exposición trataremos sobre la promesa del Espíritu Santo, tal y cómo predijo Juan el Bautista y prometió Jesús a sus discípulos en tantas ocasiones; incluso después de la resurrección de Jesús y poco antes de su exaltación a los cielos, cuando se apareció a sus discípulos “durante cuarenta días, hablándoles acerca del reino de Dios”:

Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días.” (Hch.1.3-5)

Pero al hablar sobre el tema del Espíritu Santo somos conscientes de que ha sido y es uno de los temas más discutidos durante el pasado siglo XX y parte de lo que llevamos del XXI. Debemos, pues, abordarlo con humildad y respeto hacia aquellos que se posicionan de forma diferente a la nuestra. Eso, sin olvidar el hecho que nos identifica como cristianos, que creemos que el Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad. 

El Espíritu Santo en el Antiguo Testamento

Cualquier conocedor de las Sagradas Escrituras sabe que en el Antiguo Testamento se hace referencia al Espíritu Santo desde el principio, en relación con la creación (Gén.1.1-2; Sal.104.30) y en determinadas ocasiones relacionadas con personas que ejercían diferentes oficios como el de profeta, sacerdote y rey. (1ªSam. 10.1-6; 16.1-13. 1ªR.19.15-16). Sin embargo el pueblo en general no participaba de la presencia y la obra del Espíritu Santo de aquella manera. Tendrían que pasar siglos para que la realidad de la universalización de la presencia y la obra del Espíritu Santo se cumpliera conforme al plan de Dios. Esa realidad que fue revelada por Dios, entre otros, al profeta Joel. Sin embargo la promesa del Espíritu Santo tendría una estrechísima relación con el Nuevo Pacto que Dios haría con su pueblo Israel y que se cumpliría en y a través de la persona y la obra de Jesucristo. De hecho, la promesa del Espíritu no se cumpliría antes de que Jesús muriera, resucitara y ascendiera a los cielos. Cuestiones que veremos posteriormente.

1.- La promesa del Espíritu Santo dada por el profeta Joel. (Jl.2.28.29)

Independientemente de la fecha en la cual el libro de Joel fue escritoi, entre otras cosas se destaca por sus referencias de carácter escatológico. Una de ellas es la que hace referencia a la venida del Espíritu Santo. Dice así:

Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días…” (Jl.2.28-29)

Esta profecía de Joel haciendo alusión a la venida del Espíritu Santo fue recordada y anunciada posteriormente por Juan el Bautista, confirmada por el Señor Jesús hablando en repetidas ocasiones sobre la misma y se convirtió en una especial promesa que habría de cumplirse en el día de Pentecostés, tal y cómo quedó registrada en el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch.2.1-13) y fue explicado por el Apóstol Pedro, en el mismo momento de su cumplimiento: “Esto es lo dicho por el profeta Joel…” (Hch. 2.16-21). 

Entonces, a la luz de la Revelación de Dios podemos decir que el cumplimiento de la promesa sobre la venida del Espíritu Santo constituye uno de los hechos esenciales de la Revelación de Dios. Sin el cumplimiento de la promesa de la venida del Espíritu Santo la Revelación no estaría completa porque la obra salvífica llevada a cabo por el Señor Jesucristo en la cruz del Calvario, no tendría valor alguno. Sería el Espíritu Santo quien, en su venida aclararía y aplicaría la obra de Jesús en la vida de los seguidores de Cristo. Todo esto lo puso de manifiesto el Señor Jesús cuando en la última cena que tuvo con sus discípulos, él les habló de la persona y obra del Espíritu Santo insistiendo, una y otra vez y hablando de los distintos aspectos de su actuación en ellos: “Cuando venga el Espíritu de verdad… pero cuando venga el Consolador… él os enseñará… él os recordará… él testificará… él os guiará y os hará saber… etc.” (J.14.16-17,26; 15.26; 16.7-15)

Todos esos aspectos los veremos más tarde, pero la profecía anunciada por el profeta Joel, cumplida el día de Pentecostés y explicada por el apóstol Pedro, ya decía cosas que incluso a los mismos que experimentaron su cumplimiento les costó trabajo entender en la mayoría de sus aspectos prácticos. Igual que en el día de hoy, debido a la dureza de nuestros corazones. De ahí que nos adelantemos a señalar algunos de los aspectos importantes de la venida del Espíritu Santo que debían darse en la recién inaugurada iglesia y en las generaciones futuras. 

2.- La universalización de la venida del Espíritu Santo.

En principio, la venida del Espíritu Santo no sería un privilegio para unos cuantos hombres y mujeres dentro del pueblo de Dios como había sido a lo largo de la historia, sino que tendría un carácter universal en su cumplimiento. Evidentemente, esto no quiere decir que automáticamente el Espíritu Santo vendría sobre todo el género humano. Es cierto que a partir de la venida del Espíritu Santo él estaría disponible, pero había unas condiciones para recibirlo, tal y cómo a continuación el mismo Apóstol Pedro aclaró (Hch.2.37-39)ii. La referencia “Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne” significaba que ya no vendría solo sobre una clase de personas con ciertas profesiones especiales, como los profetas, los sacerdotes y los reyes, sino que el Espíritu vendría sobre “toda carne”,  sin hacer acepción de personas por causa de sexo. La referencia a “hijos e hijas” y, “siervos y siervas” romperían con esa división entre hombres y mujeres tan evidente, pero a la vez tan naturalmente aceptada a lo largo de los siglos. 

Pero del texto también se desprende que la venida del Espíritu Santo no aceptaría la división por causa de la condición social. La referencia a “siervos y siervas” señalaba hacia esas divisiones que ciertos seres humanos han hecho (y aun hacen) en base a su clase o condición social. La declaración universal del apóstol Pablo hecha en Gálatas 3.28, iba en esta línea de romper con toda división de tal manera que en la Iglesia tal o cual clase social no debía tener la importancia que se le daba (y se le da) en el mundo. Santiago también iba en esa línea cuando denunció la división creada en la asamblea cristiana al hacer “acepción de personas” entre los hermanos en base a su condición social (St. 2.1-9). De igual manera vemos que la venida del Espíritu Santo sería “sobre toda carne” sin hacer diferencia por razón de edad. Lo cual deducimos por la referencia a “vuestros jóvenes… y vuestros ancianos…”. Divisiones que a veces han sido y son tan fuertes y enconadas como las anteriores. Los jóvenes siempre han tenido un lugar especial en el corazón de Dios; y a veces, son de un mayor ejemplo que el de los que son mayores en edad. 

3.- El carácter carismático del ministerio del Espíritu Santo

Luego, algo que no hemos de pasar por alto es la función del Espíritu Santo en relación con el cumplimiento de la Gran Comisión que el Señor dio a su Iglesia. No podemos negar la gran relación que existe entre la venida del Espíritu Santo en Pentecostés y el cumplimiento de la Gran Comisión dada por el Señor a la Iglesia: 

Pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo y me seréis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra.” (Hch.1.7-8)

Esa realidad se comenzó a cumplir de forma inmediata de una forma doble: Por una parte cuando el Espíritu Santo llenó a todos los congregados, ellos “comenzaron a hablar en otras lenguas según el Espíritu les daba que hablasen”(Hch.2.4-11). El hecho de que hablaran espontáneamente en idiomas que ellos no habían estudiado sirvió como un poderoso testimonio para los que, atraídos por todo aquel fenómeno, quedaran “atónitos” por lo que veían y oían “en su propia lengua” (Hch.2.6,11). Hay que tener en cuenta que el día de Pentecostés formaba parte de una serie de fiestas judías que habían congregado a decenas de miles de judíos que habían venido de otras partes del mundo para celebrarlas. Y ese día había allí representadas más de veinte naciones (Hch.2.8-11). Pero por otra parte, aquel Pedro que solo hacía casi dos meses había negado al Señor Jesús, por miedo, ahora puesto en pie y de forma valiente predicó sin temor alguno, con resultados de miles de convertidos a la fe de Jesús, aquel mismo día (Hech.2.41-42). Así, desde el principio se comenzaron a cumplir las palabras del Señor Jesús sobre el “ser testigos” de él mismo (Hch.1.8) “comenzando desde Jerusalén”

Pero todo eso y mucho más, no fue algo que no estuviera contemplado en la profecía de Joel, dado que los “sueños”, las “visiones” y las “profecías” a las cuales el profeta hacía referencia, nos hablan del carácter carismático de la obra del Espíritu Santo, capacitando a la Iglesia con el propósito tanto de testificar de la salvación de Dios como de edificar a sus miembros. Es por eso que tanto Joel como Pedro (y más tarde el apóstol Pablo) hacen referencia a la fe en el Señor Jesús como medio de salvación: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo” (Hech.2.21; Ro.10.13). Pero es necesario decir que cuando Pedro hace esa declaración, la hace después de referirse a la Segunda Venida del Señor Jesucristo (Hch.2.19-20). De esa manera vincula la venida del Espíritu Santo en Pentecostés con el otro hecho esencial de la Revelación de Dios, que es la Segunda Venida del Señor Jesús; y entre un hecho y otro queda un espacio de tiempo de gracia y de salvación para los seres humanos por medio de la predicación del Evangelio. Por tanto en ese tiempo no podemos anular el ministerio carismático del Espíritu Santo en la Iglesia del Señor, tal y como se desprende del mensaje de Joel, de la interpretación que hace el apóstol Pedro del mismo y de lo que después aportará el Apóstol Pablo sobre los dones y ministerios en la iglesia: “Y todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como Él quiere” (1Co.12.11)

4.- El Espíritu Santo en las profecías del profeta Ezequiel y Jeremías (Ezq.36.25-27)

Algo que llamó nuestra atención en la profecía de Joel es que con la venida del Espíritu Santo las barreras de división humanas ya mencionadas debían ser rotas. Sin embargo eso no podía -¡ni puede!- suceder a menos que los seres humanos seamos transformados por un poder superior a nosotros. Pero Dios ya había previsto ese gran impedimento y se dispuso a solucionarlo a partir de un Nuevo Pacto que haría con su pueblo Israel. Dicho Pacto es mencionado por los dos profetas mencionados, Jeremías y Ezequiel. 

a.) El pacto anunciado por el profeta Jeremías. (Jr.31.31-34; 32.38-40)

El pacto anunciado por Jeremías tendría por objeto el realizar una obra interna en el corazón de los creyentes, a fin de que pudieran conocer a Dios y entrar en una relación con Él como nunca antes la habían experimentado: 

Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel, después de aquellos días, dice el Señor: Daré mi ley en su mente y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice el Señor” (Jer.31.31-34)

Notemos que a través de estas palabras el profeta Jeremías llamó la atención a su pueblo, diciendo que Dios mismo sería el que por medio de una obra interna en el corazón de sus hijos se establecería como el Maestro y Guía de ellos, al punto de que dicha enseñanza será una experiencia personal, única y como nunca antes la habían experimentado. Luego, de esas mismas palabras encontramos referencias en el libro del profeta Isaías. Las mismas que el Señor Jesús usó en sus controversias con el liderazgo judío: “Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios.” (S.J.6.45 con Is.54.13). La consecuencia lógica es que el que es enseñado así por Dios, estará en la senda segura. El mismo profeta haciendo alusión a ese mismo tiempo mesiánico hace la asombrosa afirmación de que, “El que anduviere por este camino, por torpe que sea no se extraviará” (Is.35.8).

Ahora bien, en la realización y aplicación de todo esto, el Espíritu Santo tiene todo que ver como veremos a continuación en la profecía de Ezequiel, de lo cual también hay suficiente testimonio en la Escritura del Nuevo Testamento (Ver, Juan 14.26; 16.13-14; Heb.9.1,8; 10.15-17).

b.) La profecía del profeta Ezequiel (Ezq.36.24-27)

Mientras que el profeta Jeremías hace referencia a la obra de Dios en los creyentes a quienes ha adoptado como pueblo suyo y Él será su Maestro y Guía, el profeta Ezequiel hace énfasis en una obra de santificación por una limpieza interior, quitando “el corazón de piedra” y dándoles “un corazón de carne” y “poniendo dentro de vosotros mi Espíritu”. Y todo esto lo hace para capacitarnos para hacer lo que de otra manera no podríamos hacer y con propósitos de guiarnos a la obediencia y la fidelidad a sus leyes: “Y haré que andéis en mis estatutos y guardéis mis preceptos y los pongáis por obra”. En todo eso, es evidente que el Espíritu, “mi Espíritu”, como dijo Ezequiel de parte de Dios, tendría todo que ver, al cumplir ese “nuevo pacto” que Dios hizo con su pueblo en y a través de la persona del Señor Jesús.

Conclusión

Así que, al llegar aquí y a la luz del las Escrituras entendemos que el Nuevo Pacto (que nosotros también llamamos, Nuevo Testamento) anunciado de antemano por los profetas, fue cumplido y sellado mediante la muerte del Señor Jesucristo por nuestros pecados, de lo cual su resurrección daría un poderoso testimonio de vindicación sobre quién era Jesús y el valor de su obra redentora, tal y cómo nos enseñan las Escrituras (1ªCo.15.1-9). Además, por la resurrección de Jesús Dios provee la posibilidad ciertísima de nuestra propia resurrección de los muertos. Cierto, pero como decíamos al principio, “una salvación tan grande” (Heb.2.1-4) quedaría inconclusa sin la operación del Espíritu Santo en el corazón de los creyentes. Por eso y para eso se produjo Pentecostés para hacer posible lo anunciado de antemano por los profetas del Antiguo Testamento. 

Pero lo visto hasta aquí es solo una parte de todo cuanto se puede decir acerca del significado del Día de Pentecostés. Hay más que iremos aportando con el deseo de ver lo más importante, a fin de clarificar qué es lo que queremos decir cuando nos referimos a “la venida del Espíritu Santo”, “El bautismo en/o con el Espíritu Santo” o, “ser lleno del Espíritu Santo”. Tema harto discutido y por el cual tantos y tantas iglesias se han dividido en los últimos tiempos, como decíamos al principio de esta exposición. Seguiremos, Dios mediante.

 

Notas

i Aunque durante un tiempo se creyó que el libro de Joel fue escrito sobre el siglo IX, posteriormente los expertos lo sitúan en el periodo postexílico, en el periodo persa.

ii Hace unos cuarenta años, asistí a la conferencia que daba un sacerdote sobre Hechos 1 y 2 y entre otras cosas, decía que los hechos no sucedieron como decía Lucas, sino que “así como lo cuenta era cómo ellos lo habían experimentado”. Luego añadió, que había mucho de “poético en su lenguaje”. Pero con sus explicaciones, hizo entender a muchos del público que el Espíritu Santo había venido no solo sobre los cristianos, sino también sobre los budistas, hindúes, islámicos, etc. Y eso, sin atender lo más mínimo al contexto de todo el sermón del Apóstol Pedro, donde él explicaba que la recepción de “la Promesa” implicaba una serie de condiciones (Hch.2.38-39). Por otra parte cuando en el tiempo de preguntas le apunté que Lucas lo había investigado todo para conocer los hechos de primera mano, me espetó con cierta burla: “Sí, sí. ¡Ya me dirás tú la clase de ‘historiador’ que era Lucas!”

 

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