El Espíritu Santo en Jesús y en el creyente

Mirándole a él desde su nacimiento hasta su resurrección sabremos de la importancia del Espíritu Santo, en su vida, pero también en la nuestra.

20 DE DICIEMBRE DE 2023 · 09:19

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Imagen de Jan Brennenstuhl, Unsplash.

Debido a que en el Nuevo Testamento el protagonista principal es el Señor Jesucristo, generalmente olvidamos que quien realiza la obra en nosotros es el Espíritu Santo a quien en el cristianismo reconocemos como la tercera persona de la Santísima Trinidad. Por tanto, una enseñanza bíblica sana así como una vida cristiana sana, tendrán muy en cuenta, por una parte que el centro de todo es la persona del Señor Jesucristo, pero por otra también, que toda la obra de Dios en la vida del creyente es realizada por el Espíritu de Dios y esto, gracias a la obra del Señor Jesucristo realizada a nuestro favor. Si tenemos en cuenta estas verdades esenciales estaremos en condiciones de estudiar y considerar, desde el punto de vista bíblico, a la persona y la obra del Espíritu Santo.

Cierto es que la Iglesia, sumida unas veces en discusiones teológicas, y otras por una cuestión de desidia y haber caído en un conformismo religioso, perdió muchas veces la visión de vivir en el nivel que Dios mismo le había marcado. Esa realidad ha hecho que el testimonio de la Iglesia haya sido negativo e ineficaz, mientras que ha perdido el gran privilegio de madurar, de acuerdo al estándar divino para ella. Por otra parte, otros, al percibir esa gran necesidad, no siempre han sido sabios a la hora de enfocar y administrar lo que es una verdadera espiritualidad del creyente y de la Iglesia, y se han ido a extremos que nada tenían ni tienen que ver con la vida en el Espíritu Santo. Así han logrado la oposición de gran parte del pueblo de Dios que se han cerrado a la posibilidad de ser renovados en su propia experiencia espiritual y visión para la misión de Dios para la Iglesia. Gran parte de lo dicho anteriormente, lo hemos experimentado y sabemos de lo que hablamos. 

Pero como siempre decimos, es necesario dejar a un lado los extremos, llegar a ser conscientes de la subjetividad de la cual todos participamos, en mayor o menor grado, y al margen de opiniones externas y las preconcebidas nuestras, tratar de descubrir, si fuera posible, qué tienen que decir las Sagradas Escrituras sobre éste tema y ser consecuentes con ello.

La cosa bien podría comenzar porque a pesar de haber vivido como cristianos por unos buenos años, comenzamos a sentir una gran insatisfacción interna al ver que nuestra vida, si bien cambió con nuestra conversión y pudimos experimentar una transformación de vida, poco a poco fuimos perdiendo aquel frescor de vida, y aquel fuego e ilusión que caracterizaron nuestros primeros años de vida de fe se fue apagando. En todo aquel proceso nosotros mismos tuvimos una gran responsabilidad y bien fuese por influencia del contexto en el cual conocimos al Señor o por ignorancia o por otras causas, al final acabamos en un estado espiritual que dejaba mucho que desear.

Pero cuando como cristianos experimentamos ese vacío, esa esterilidad espiritual, ese desierto interno por el que llegamos a ser conscientes de nuestra sed y de la necesidad de beber y de regar nuestra alma con el agua de la vida, entonces exclamamos como el salmista: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía” (Sal.42.1-2). 

Esa condición de sediento puede ser temporal o permanente, pero llegamos a saber que ninguna otra cosa puede satisfacer nuestra alma, excepto por la promesa divina de vida, tal y cómo ya estaba anunciada por el profeta Isaías:

En las alturas abriré ríos y fuentes en medio de los valles; abriré en el desierto estanques de aguas y manantiales de aguas en tierra seca” (Is.41.18).

“…Porque daré aguas en el desierto, ríos en la soledad, para que beba mi pueblo, mi escogido” (Is.43.20). 

Estas palabras del profeta Isaías ya hablaban, siglos antes, de la realidad prometida y que apuntaban a su perfecto cumplimiento en la persona de Jesús. Cierto, llegó el tiempo el que Jesús hizo aquel llamado por el cual invitó a todos los sedientos a ir a él para saciar su sed: 

En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeren en él; pues aun no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aun glorificado”  (J.7.37-39)

Pero en aquella condición de la cual hablábamos anteriormente, con frecuencia nos preguntábamos: ¿Qué nos ha pasado? ¿Dónde están esos “ríos de agua viva” que prometió Jesús, que correrían de nuestro interior? ¿Cómo podemos recuperar aquel estado perdido, si es que alguna vez llegamos a experimentar aquella realidad prometida por Jesús? Entonces, supimos que necesitábamos volver por nuestros pasos y en vez de mirar en este u otro lugar, dirigir nuestra mirada hacia aquel que es nuestro mayor, mejor y perfecto ejemplo: Jesús. ¿Cómo fue la vida de Jesús en su relación con el Espíritu Santo? Y mirándole a él desde su nacimiento hasta su resurrección sabremos de la importancia del Espíritu Santo, en su vida, pero también en la nuestra, dado que él es nuestro ejemplo perfecto. 

Jesús, nuestro modelo perfecto

1.- Jesús se encarnó a través de la virgen María, por el poder del Espíritu Santo (Mat.1.20; Lc.1.35)

Cuando consideramos la relación que hay entre el Espíritu Santo y la persona de Jesús, generalmente nos fijamos en su unción y ministerio que realizó, pero consideramos muy de pasada la importancia del Espíritu Santo en otros aspectos de su vida, desde que nació hasta su resurrección. En el Evangelio de Lucas el ángel Gabriel anunció a María su concepción y posterior nacimiento de Jesús. Esta realidad, la llevaría a cabo el Espíritu Santo, tal y cómo le dijo el ángel: 

El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo que también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lc.1.35)

Así como el Espíritu de Dios intervino en la creación primera, así también era necesario que interviniera en esta “nueva creación”.

Esta realidad nos recuerda que era necesario que el Verbo de Dios se encarnara en la persona de Jesús, para que nosotros también pudiéramos experimentar un nacimiento; pero en nuestro caso, un nacimiento espiritual, sin el cual no podríamos entrar en el reino de Dios (J.3.3,5; St.1.18; 1P.1.23-25). De esta manera se muestra que, mientras que el Espíritu Santo intervino desde el principio en la encarnación del Hijo de Dios, en nosotros los creyentes también intervino para producir un nacimiento espiritual haciéndonos así “participantes de la naturaleza divina” e “hijos de Dios”, “aptos para el reino de su amado Hijo” (2P.1.3-4; J.1.12-13; Col.1.12-14). Nuestro comienzo en la vida de Dios o lo que llamamos la “vida cristiana” fue por el Espíritu Santo que propició nuestro nacimiento espiritual. Hay otra razón por la cual tendría que ser así. La razón es que ese nuevo comienzo, la Biblia lo cataloga como “una nueva creación” (Gál.6.14; 2Co.5.17; Ef.2.10, etc.) y así como el Espíritu de Dios intervino en la creación primera (Gén.1.1-2) así también era necesario que interviniera en esta “nueva creación” (Ver. 2Co.4.6). 

2.- Jesús fue bautizado y ungido con el Espíritu Santo el día de su bautismo, y todo su ministerio sería desempeñado por el Espíritu Santo. (Lc.3.21-22; 4.18-19) 

Efectivamente, a punto de comenzar su ministerio, Jesús recibió al Espíritu Santo, siendo ungido para toda la obra que tendría que desarrollar. Y en ese sentido no hubo ninguna tarea que Jesús realizara que no fuese hecha por la acción del Espíritu Santo en él. Los ejemplos que consideramos a continuación nos muestran que fue así y de esa manera, nos muestra también el hecho de que nuestra vida y ministerios deben desempeñarse por la operación del Espíritu Santo:

a. “Jesús fue impulsado por el Espíritu al desierto” para ser tentado por el diablo, a quién por esa dependencia del Espíritu y el uso de las Sagradas Escrituras venció. Esas tentaciones no eran sino un resumen de todas las tentaciones que tendría a lo largo de su vida ministerial, en sus sufrimientos y aun en su muerte en la cruz. (Mrc. 1.12; Lc.4.1) De esa manera, Jesús nos proveyó del mejor ejemplo para enfrentar toda tentación en el poder del Espíritu Santo y el uso de las Escrituras. Como resultado, las tentaciones no debilitaron a Jesús espiritualmente, sino que le fortalecieron para enfrentar nuevas situaciones. La frase que escribió Lucas, es significativa, al respecto: “Y Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea…” (Lc.4.14). 

Por tanto, las tentaciones lejos de debilitar fortalecen cuando se enfrentan de forma correcta y con fidelidad a Dios; y no hay ninguna razón por la cual debamos renunciar a reconocer y usar (o, dejarnos usar por) el mismo poder del Espíritu Santo en nuestro ministerio, sea el ministerio que sea (Ver, Ef.1.19; 3.20; Flp.2.13)

b. Jesús sanaba y echaba fuera los demonios “por el Espíritu de Dios” (Lc.12.28; Hch.10.38)

Lejos de lo que dicen algunos “expertos” que niegan el mundo espiritual calificándolo como de “lenguaje mitológico”, Jesús hablaba de todo un mundo espiritual al cual él se enfrentó, y por medio del poder del Espíritu Santo libró “a todos los que estaban oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hch.10.38). Esto no solo nos abre una ventana que nos hace conscientes al mundo espiritual, pero también nos habla de la necesidad del poder del Espíritu Santo para enfrentarnos a él, al igual que hizo Jesús.

Esta realidad nos trae a la memoria la anécdota referente a la visita que el pastor chino, Watchman Nee hizo a Londres, en la primera mitad del siglo pasado. Él estaba presenciando una de las muchas discusiones sobre cuestiones bíblicas, por parte del liderazgo con grandes conocimientos bíblicos. Entonces en un momento de la discusión, dirigiéndose a ellos les dijo: “Queridos hermanos, en mi país todo vuestros conocimientos no valdrían nada, si a la hora de echar un demonio fuera, el demonio se queda dentro”. Así que si hemos de seguir al Señor en sus enseñanzas y ejemplo, también hemos de creer en las fuerzas espirituales “de maldad” (Ef.6.12) y depender como él dependía del poder del Espíritu Santo a efectos de ganar las batallas espirituales y llevar liberación y sanidad a quienes la necesitan. 

3.- Jesús fue a la muerte, guiado “mediante el Espíritu eterno”.

Lejos de que el Espíritu Santo abandonara a Jesús al momento de ir a la muerte, como enseñaban algunas de las sectas de los gnósticos, Jesús fue guiado por el Espíritu Santo hacia ella (Heb.9.14). Esto nos habla del plan y de la soberanía de Dios en todo lo relacionado con la vida de Jesús, aquí en la tierra. No había nada que no hubiera sido programado por el Dios Soberano; y no hubo nada que quedó fuera de los planes divinos, en relación con el tema de la salvación (Ver, Hch.2.23-24; 4.24-28). De ahí que Jesús dijera con toda seguridad con respecto a su muerte: 

Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (J.10.17-18)

En todo ese proceso de sufrimiento y en el cual parecía que los seres humanos eran los que llevaban la dirección de todo, ellos solo cumplían la voluntad del Soberano Dios. Era necesario, entonces, que el Espíritu Santo acompañara a Jesús en todo el proceso, hasta el final. De igual manera los creyentes en Cristo Jesús hemos de enfrentar la vida así como la muerte, cuando llegue nuestra hora; pues nada se le escapa al Dios Soberano del cielo y de la tierra. Y todo será por la presencia del Santo Espíritu que nos acompañará hasta el final. Así se cumplirá la realidad que David, el rey, plasmó en el salmo 23:4: 

Aunque ande en valle de sombra de muerte, tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento.”

4.- Además, Jesús también “fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de Santidad, por la resurrección de los muertos” (Ro.1.4)

Aparte del significado teológico de la resurrección de Jesús, está el hecho de la resurrección misma. En ese hecho Dios manifestó su poder a través de la acción poderosa del Espíritu Santo, llamado aquí “Espíritu de santidad. El término “santidad” empleado en relación con la resurrección de Jesús, quizás está relacionado con el hecho de que siendo Dios Santo, no permitiría que Jesús, siendo y llamado también “el Santo” (Lc.1.35; Mrc.1.24; Hch.3.14) “viera –se contaminara con lacorrupción”, como estaba profetizado en los salmos. (Hch.2.27 con Sal.16.8-11).

Pero aquí no hemos de perder de vista la relación que tiene la resurrección de Jesús con nuestra propia resurrección. Jesús no fue resucitado como una demostración de poder, meramente. Jesús fue resucitado, en primer lugar para mostrar quién era, ya que el apóstol Pablo escribió que, “Fue declarado Hijo de Dios con poder…” Esto cobra mayor fuerza y está en contraste con el hecho de que Jesús fue acusado y condenado a muerte como un malhechor; alguien que merecía ser ajusticiado como cualquier otro de los miles que eran crucificados por las autoridades romanas. Sin embargo, Dios mostró, por medio de la resurrección de Jesús que los hombres estaban equivocados: ¡Jesús era el Hijo de Dios!

Por otra parte, el poder del Espíritu Santo operando en la resurrección de Jesús, es el mismo que operará en la vida de los creyentes, tanto para aplicar la obra de Cristo en nosotros, como para llevar adelante la misión divina en el mundo (Ef.1.19; Hch.1.8).

Pero todavía hemos de añadir que la resurrección de Jesús era la máxima expresión del poder de Dios, y aquel hecho histórico quedó como garantía de nuestra propia resurrección, el día en el cual Dios nos resucitará y nos dará “un cuerpo semejante al cuerpo de la gloria suya” (la de Jesús); y esto lo hará “con el poder con el cual puede sujetar a sí mismo todas las cosas” (Flp.3.21).

Conclusión

El ejemplo de Jesús es claro respecto del papel que jugó el Espíritu Santo en toda su vida, desde su nacimiento hasta su muerte y posterior resurrección. En Jesús no hubo lugar para su propia voluntad, sino que esta se sometió en todo a la voluntad de su Padre, guiado en todo por el Espíritu Santo.

La pregunta, entonces, sería: ¿Cómo es posible que nosotros lleguemos a pensar –siquiera- que teniendo un ejemplo y modelo tan claro en la persona de nuestro Señor Jesucristo, creamos que podemos vivir la vida cristiana sin la presencia y el poder del Espíritu de Dios? Esa es una buena pregunta. Pero en sucesivas exposiciones trataremos el tema del Espíritu Santo, en relación con el creyente en Cristo Jesús.

 

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Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Palabra y vida - El Espíritu Santo en Jesús y en el creyente