El hecho denominacional
Con disposición de corazón y la ayuda del Espíritu Santo, en vez de ahondar las divisiones se podría conseguir superarlas, en gran medida.
02 DE NOVIEMBRE DE 2022 · 10:00

Muchos dicen que las denominaciones cristianas no tienen sustento bíblico y les gustaría que desaparecieran todas. En cierto sentido, tienen razón. Sin embargo, creo que las denominaciones religiosas son a la iglesia de Cristo lo que las fronteras a las naciones de la tierra; quita las fronteras y pronto entrarán en guerra unos con otros para volver a colocarlas o crear otras nuevas. Quita las denominaciones (es una suposición, claro) y no tardará mucho tiempo (sin necesidad de guerras cruentas) antes de que se multipliquen muchos miles de grupos religiosos más, dando una imagen incomparablemente más negativa de la que había antes de suprimir las denominaciones.
Necesitamos menos idealismo, más realismo, más prudencia, más humildad y más sabiduría para tratar con un asunto tan complejo y tan delicado como éste. Todavía estamos en este mundo y nos falta mucho para la perfección personal y colectiva. Solo por un poderoso avivamiento del Espíritu Santo, de carácter universal, podría suceder que las denominaciones desaparecieran. Pero ese avivamiento espiritual, tendría que dar a todos una misma visión doctrinal en todo, además de una actitud necesaria para una “perfecta unidad”. Pero es muy improbable que eso vaya a suceder, salvo en algún caso particular y localizado.
Lo mejor sería aceptar que el hecho denominacional surgió en principio, en la mayoría de los casos, como un mover del Espíritu Santo para descubrir algunas doctrinas o aspectos de la obra de Dios olvidadas y que, en muchos casos, dicha obra de Dios fue rechazada por la iglesia institucional, sus miembros perseguidos, encarcelados e incluso algunos muertos. Por tanto no podemos denunciar como pecado (salvo que lo sea en algún caso) lo que comenzó siendo una obra del Espíritu de Dios. Al respecto de lo que vengo diciendo traigo a colación una cita interesante de un libro que leí hace muchos años:
Por tanto, no fue en la tranquilidad del sofá ni en la especulación filosófica-teológica de mentes aburridas, sino en el fragor de la lucha, del espíritu profético, donde desarrollaron sus pensamientos y donde trataron de seguir el llamado de Dios. Pero no fueron siempre entendidos. Paul Tournier señala que la renovación de la Iglesia parte de iniciativas individuales que enfrentaron crisis, trayendo desafíos incómodos para los ‘odres viejos’ que creen saberlo todo sobre el ‘vino nuevo’. “Sus jefes esperan siempre una renovación del fervor, pero no lo conciben más que como una continuidad de la orientación anterior. Y lo que sucede es más bien una nueva partida, y una nueva partida que los desconcierta desde el primer momento, porque golpea y trastorna la idea que se habían hecho de la Iglesia a la luz del pasado. Les parece que el nuevo movimiento del Espíritu traiciona y destruye más de lo que prolonga y realiza. Así la Iglesia oficial resiste siempre toda aventura espiritual profunda, y, desde luego, se da cuenta de que ha sido salvada por aquello que perseguía”.[1]
Por tanto, sería bueno tener en consideración algunos puntos que ayudarían a ver el panorama denominacional de forma más positiva:
1.- Adoptar una actitud de reconocimiento y de respeto, de las distintas familias denominacionales, sobre la base de que están compuestas por hijos e hijas de Dios y formar parte de la Iglesia Universal, el Cuerpo de Cristo.[2]
2.- Renunciar al espíritu de creerse superior sobre los demás grupos cristianos, y mostrarlo de forma práctica, en el contexto de nuestra vida eclesial.
3.- Trabajar como pastores y guías del pueblo de Dios por construir una unidad práctica mayor de la que existe en nuestra zona y contexto eclesial.
4.- Tomar en la medida de lo posible, el ministerio de la misión de la iglesia (la Gran Comisión) con visión de reino, (el Reino de Dios) en vez de “grupo denominacional”.[3]
5.- Considerar el hecho de que, en la diversidad, Dios también muestra su multiforme sabiduría, lo cual redunda en riqueza para todo el pueblo de Dios y da gloria a su Nombre.[4]
6.- Luego, algo que nunca deberíamos olvidar es que muchos que han tratado de ir en contra de las denominaciones, confesándose a sí mismos “no denominacionales”, buscando “ser bíblicos” (¡A raja tabla!), con frecuencia han manifestado un espíritu tan crítico y de rechazo que han causado más mal que el bien que supuestamente pretendían. Ellos no eran ni son denominacionales (¡evidentemente!) pero con su actitud han venido a ser sectarios. Pretendiendo un supuesto bien, han realizado mucho mal. Mientras que otros que son denominacionales, en virtud de unos distintivos que siempre les han caracterizado, han contribuido a “la unidad del Espíritu” (Ef.4.3) debido al respeto, el amor, el reconocimiento y su buen hacer a favor de una unidad práctica de los distintos grupos de una ciudad o país determinados.
Con disposición de corazón y la ayuda del Espíritu Santo, en vez de ahondar las divisiones se podría conseguir superarlas, en gran medida. En el Nuevo Testamento hay tres cosas por las cuales “el mundo creerá” en Jesús:
1. El amor de los unos para con los otros (J.13.34-35).
2. La unidad del pueblo de Dios (J.17.20-23).
3. El anuncio del evangelio (J.17.20).
Por la primera y la segunda la Iglesia vive, se sostiene y testifica con su ejemplo; y por la tercera, la iglesia contribuye a la extensión del reino de Dios en la tierra, mientras que va creciendo en el cumplimiento del propósito divino hasta que el Señor venga.
Por otra parte, no sería muy complicado el considerar que nuestra unidad se basa en el hecho de la persona y la obra del Señor Jesús, confesados a través de las grandes doctrinas fundamentales del cristianismo primitivo. Porque otra cosa sería dar la “bienvenida” a personas y grupos que niegan algunas de las doctrinas esenciales de nuestra fe o que mantuvieran prácticas que, a todas luces están en contra de aquellas.
Entonces, tenemos mucho por hacer en relación con los tres principios mencionados que nos dejó el Señor. Manos a la obra, pues; y al hacerlo, con un espíritu de humildad y mansedumbre, como bien nos exhorta la Palabra de Dios (Ef.4.1-6)
Que el Señor nos ayude.
Notas
[1] Ropero Alfonso. Del prólogo al libro titulado: La Renovación de la fe en la Unidad de la Iglesia. Ed. CLIE. 1995.
[2] Esto no significa estar de acuerdo en todo con aquella denominación que no es la nuestra. Si no creemos en una institución y un “papa” que lo dirija todo, tenemos que aceptar el hecho denominacional como una especie de “mal menor”; como algo propio del pueblo de Dios que aún no ha llegado a la perfección.
[3] Cada uno podrá anotar los textos bíblicos pertinentes, relacionados con estas declaraciones y hacer las “precisiones” que crea convenientes, a la luz de la enseñanza bíblica.
[4] Mucha de esta riqueza se ve en el hecho de que hombres relevantes del pueblo de Dios de distintas denominaciones, han contribuido a lo largo de la Historia con su buen hacer, al enriquecimiento del pueblo de Dios, tanto desde el punto de vista teológico como por su ejemplo de vida.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Palabra y vida - El hecho denominacional