El tiempo no todo lo cura
Un artículo del periodista Daniel Pujol.
06 DE NOVIEMBRE DE 2009 · 23:00

En una ocasión, siendo niño, iba en el coche con mis padres y mis hermanos de viaje a algún lugar que no recuerdo. Lo que sí retiene mi memoria es que en el radiocasete sonaba una cinta del cantautor Luis Alfredo, uno de los “gritos” de los 80 en música cristiana sobre banda magnética (nos hacemos mayores). Concretamente la canción que sonaba era “Cuento de hadas” (Creo, 1979) y describía cómo cambiaba la percepción de alguien sobre las cuestiones eternas a medida que pasaba su vida.
Recuerdo que mi padre me comentó que cuando uno es niño o joven suele estar más dispuesto a aceptar la realidad de un Dios omnipotente y a escuchar lo que la Biblia dice de este, pero cuanto más mayor se hace el ser humano, lo que antes podía inquietar tanto su mente y pensamiento, puede volverse un simple cuento de hadas.
Así que ahora entiendo por qué la estadística revela que la franja de edad en la que se dan más conversiones al cristianismo es la que va desde la adolescencia hasta los 25 años aproximadamente.
También comprendo ahora por qué Jesús decía “si no os hiciereis como uno de estos niños…”. En cualquier caso, mi intención no era hablar sobre el tiempo propicio para la comprensión de la Verdad por parte de aquél que no cree (que más que del tiempo, es de la voluntad de Dios), sino precisamente de aquellas personas que creímos auténticamente pero que el tiempo ha podido desgastar parte de nuestro ímpetu en llevar a cabo las consecuencias de la fe.
Un día creímos y vivimos; nos levantamos y hablamos; caminamos firmes y constantes con alegría y gozo, como si quisiéramos avanzar en el tiempo para llegar al final. Como si lo bueno estuviera al final de nuestro camino (que lo está). Como si Él nos esperara en la línea de meta. Levantábamos los ojos buscando un Dios que nos mirara, buscábamos en la intimidad el refugio perfecto para estar junto al Padre. Pero el tiempo pasa.
La oración dejó de ser nuestro oficio y se tornó un sacrificio. Nuestros suspiros se volvieron soplos de pesadez. La palabra de Dios pasó de ser nuestro desayuno a la dormidina que tomamos el minuto antes de acostarnos. La aventura se perdió y el sopor llegó, ahora la rutina es nuestra distracción.
Los domingos por la mañana ensayamos aquello que debiéramos ser entre semana y de lunes a sábado soñamos en repetir lo que un día fuimos. ¿Acabaremos diciendo como nuestros padres los tiempos pasados fueron mejores? ¿Vamos a cambiar la esperanza de la gloria futura por la nostalgia de una emoción pasada?
Así como el enamoramiento da paso al amor, también el creador se abrió paso a la Cruz, y también nosotros debemos dar paso al compromiso. Al compromiso de buscar las obras del principio, al compromiso de amar por encima de todas las cosas a nuestro único y sabio Dios, que es desde siempre y para siempre, amén.
Tanto si somos niños, como jóvenes, como grandes o mayores ¡vamos! Porque nada hay más importante en esta vida que conocer al que nos la dio.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Muy Personal - El tiempo no todo lo cura
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