El pensamiento de Calvino

Análisis del pensamiento económico y social de Calvino, en una serie de Leopoldo Cervantes-Ortiz basada en un libro “clásico e imprescindible” de André Biéler.

30 DE SEPTIEMBRE DE 2006 · 22:00

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Un libro clásico e imprescindible de André Biéler (I)

A Odair Pedroso Mateus


Luego de 44 años de su aparición en francés, por fin se publicó en inglés un libro clásico de la calvinología del siglo XX: El pensamiento económico y social de Calvino, de André Biéler (nacido en 1914). Aun cuando existe una versión publicada en Brasil, y puede leerse en español El humanismo social de Calvino (Buenos Aires, Editorial Escaton, 1973), resulta todo un acontecimiento que el Consejo Mundial de Iglesias y la Alianza Reformada Mundial hayan aunado esfuerzos para coeditar esta obra. El profesor cuáquero Edward Dommen fue el encargado de la edición. El libro abre con un saludo del propio Biéler desde su retiro en la ciudad de Morges, fechado en febrero de 2005 y con una semblanza del autor, escrita por Jean Pierre Thévenaz, la cual permite apreciar en su justa dimensión la personalidad de Biéler como economista, teólogo y pastor. Este volumen fue, originalmente, su tesis doctoral en ciencias económicas y es un auténtico océano analítico, cuya extensión (casi 550 páginas) complica abarcarlo brevemente en su totalidad, motivo por el cual lo abordaremos en dos partes. El prólogo es una vigorosa advertencia cómo valora el autor la vida y obra de Calvino, y su propósito al escribir sobre él, que puede resumirse como sigue: la voz de Calvino aún habla pero su pensamiento social y económico es poco conocido; se trata de un tema económico, aunque sus ideas en este campo son inseparables de sus premisas teológicas y de los sucesos de la época en que vivió. En la introducción de la primera parte del libro (La reforma calvinista: una reforma completa de la sociedad), que consta de dos capítulos, se exponen los antecedentes históricos de la obra de Calvino en Ginebra. Una afirmación llama poderosamente la atención: la reforma religiosa exigía una reforma social. Así, pasa revista a las razones del surgimiento de la reforma luterana en su contexto social, asociándola al desarrollo del proletariado rural. Lleva a cabo algo similar con Zwinglio y Farel. En el primer capítulo se expone el surgimiento del calvinismo desde un marco socio-político. Para ello, se ocupa de caracterizar a Calvino desde sus inicios como conservador hasta su transformación en jefe de un movimiento popular “subversivo”. Discute, también, las estructuras de la nueva sociedad, esto es, la forma en que Calvino delineó los diferentes órdenes de la vida comunitaria en Ginebra, así como las fuerzas que destruyeron la iglesia y la sociedad: el nacionalismo religioso, como sustituto de la fe cristiana; la mística revolucionaria, perversión de la fe; y el militarismo como fuerza antisocial. El capítulo concluye con un análisis del mito de la teocracia calvinista y de la estrecha unión entre el pueblo y los intelectuales en las actividades reformadoras. El segundo capítulo se ocupa de las reformas sociales y la vida económica, en cinco secciones, la primera de las cuales describe la situación económica de Ginebra y cómo ésta predispuso lo que sucedería en la época de la Reforma, además de señalar la manera en que los trastornos religiosos alteraron el comportamiento económico. A partir de allí, Biéler muestra cómo Calvino organizó el ministerio social de la iglesia y cómo, por ejemplo, los esfuerzos asistenciales no discriminaron a nadie por su nacionalidad, convirtiéndose Ginebra en un verdadero refugio para los extranjeros perseguidos. La siguiente sección expone las condiciones laborales de la época y cómo el Estado ginebrino asumió el papel de las organizaciones privadas, todo ello a partir de premisas religiosas. Afirma que gracias a las intervenciones sociales fruto de la Reforma fue posible la paz. Las dos últimas secciones explican la problemática relación entre calvinismo y actividad financiera y el colonialismo, las misiones y la esclavitud. Así termina la primera parte, con el reconocimiento de que: “Calvino no fue un moralista, jurista ni sociólogo, mucho menos un economista; fue un teólogo y un hombre de iglesia, consciente de todas las implicaciones humanas del Evangelio y convencido de que el consejo de Dios, cuyo ministro fue, no podía dejar de lado ningún problema humano” (p. 157). La segunda parte (Doctrina) delinea, en el capítulo tercero, la sociología y antropología teológicas de Calvino, partiendo desde la naturaleza y destino de la humanidad, es decir, del idealismo humanista al realismo cristiano. El segundo gran aspecto es el propósito de la sociedad y el misterio de la historia, adonde lleva a cabo un abordaje teológico muy enfático del lugar de la sociedad en el plan original de Dios y cómo es posible entender a éste dentro de un análisis del intercambio y la solidaridad económicos, sólo que, con la caída y el desorden de la creación, tiene que realizarse una restauración social que será completada con la venida del Reino de Dios. De ese modo podrá alcanzarse el fin de la historia. Inmediatamente después Biéler se ocupa de los sacramentos, en el marco del interinato de la sociedad, antes del establecimiento pleno del Reino. Las agencias que interactúan en este periodo son la Iglesia y el Estado, para lo cual se discuten su interdependencia y sus contrastes. La afirmación de entrada es muy clara: para sobrevivir, la sociedad y la iglesia necesitan estructuras (pp. 242-244). La exposición obligada es, entonces, la del orden de la iglesia y el Estado, así como de sus relaciones. El último apartado es particularmente llamativo, pues estudia a la iglesia como causa de problemas sociales en relación con el deber de resistir espiritualmente a las autoridades, especialmente cuando surgen situaciones que ponen en riesgo la libertad (pp. 264-268). El cuarto capítulo se ocupa del bienestar y el control del poder económico e inicia con una oración por el uso adecuado de los bienes materiales. Sus tres apartados están dedicados al misterio de los pobres y el ministerio de los ricos, el dinero en la iglesia y la redistribución del bienestar, y el papel económico del Estado en la regulación de la vida social. El primero y el tercero concluyen con una crítica al pensamiento calviniano al respecto de cada asunto. Es en este capítulo donde el análisis teológico-económico de Biéler alcanza sus mayores alturas, pues toca directamente el corazón de la problemática del papel mediador de la Iglesia y el Estado como agencias de redistribución de la riqueza. En el caso de la Iglesia, hay apartados relativos al orden material, la propiedad, el lucro, las ofrendas y los diáconos, así como al uso de las posesiones eclesiásticas y el pago de los salarios a los clérigos, todos ellos temas de difícil tratamiento al interior de las diversas confesiones. Un postulado es muy claro: la enorme tentación que representa para la Iglesia su seguridad material a expensas de negociar con la verdad cristiana (pp. 332-333). Sobre el Estado, las exigencias no son menores, pues la ley debe garantizar la propiedad privada, pero ésta debe funcionar para el servicio comunitario, además de que se debe velar por la honestidad en las prácticas comerciales y por el sano uso de los impuestos, cuya legitimidad y utilidad no deben dejar lugar a dudas. El quinto capítulo está dedicado a las actividades económicas y abre, nuevamente, con una oración, esta vez para decirse antes de comenzar el día laboral. El trabajo y el descanso son desarrollados como temas básicos: Dios es el primer trabajador, pero también descansó, y éste es el punto de partida bíblico-teológico para que la humanidad lo haga. Asimismo, el trabajo humano tiene una importante relación con la vocación o llamamiento divino. El siguiente aspecto discutido es el salario, como fruto del trabajo y debe quedar salvaguardado por una adecuada comprensión del mérito que representa obtenerlo, a fin de evitar, entre otras cosas, revueltas sociales, utilizadas por el propio Dios, para juzgar a los explotadores (pp. 374-375). La siguiente sección aborda el tema de los campesinos y la agricultura, y a continuación, se debate sobre la tecnología, la ciencia y las artes, para cerrar con el comercio y los banqueros. Biéler estudia este último tema a partir de algunos comentarios bíblicos de Calvino, como los realizados a Levítico 25 y el Salmo 15, además de la carta a Claude de Sachin. El sexto y último capítulo, como era de esperarse, enfrenta la clásica relación entre calvinismo y capitalismo, para lo que recurre al análisis de las afirmaciones de Max Weber y Ernst Troeltsch, por una parte, y de R.H. Towney, por la otra, entre varios estudiosos abordados. A grandes rasgos, Calvino fue, en este marco, una “vuelta de tuerca” en la historia económica y puede ser visto como uno de los “padres del capitalismo”, aunque no a la manera de responsable de los excesos del desarrollo de esta teoría y práctica económica. La conclusión final consiste en afirmar, también, que Calvino fue un hombre de transición entre la época medieval y la era moderna y que su ética social fue uno de los factores que contribuyeron a conformar lo que vendría a ser el capitalismo occidental. De lo que se trata finalmente, y a contracorriente de lo que enseña hoy la vertiente más radical del neoliberalismo, que existe una importante relación entre la economía y la ética y que es necesario redescubrir una ética de horizonte holístico, es decir, que no excluya zonas de la praxis humana que supongan una independencia de los postulados éticos elementales. En la siguiente entrega se abordarán temas más específicos de este libro tan amplio en sus propósitos y contenido.

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