La Gran Comisión o la Gran Ilusión de Dios para la humanidad (4)
Cuarto artículo de la serie "Recuperando algunos de los pasajes clave sobre misiones".
BARCELONA · 08 DE DICIEMBRE DE 2024 · 16:00
La Gran Comisión (Mt 28:18-20) es vista como el inicio y llamado a la misión por antonomasia. Sin embargo, la primera tarea encomendada al hombre en la Biblia es la de “Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla” (i.e. administrarla, guardarla: Gn 1:28 con 2:15). Dejando a un lado si el relato de Génesis es una descripción literal, teológica o poética, o todas a la vez, está claro que la misión dada al hombre incluía a toda la humanidad. A aquella humanidad que llenaría la tierra y a toda posible forma de uso de este bien común que nos ha sido confiado en depósito, esto es, la vida, nuestro planeta y sus habitantes.
No creo que para ganar claridad en cuanto a la esencia de lo que Dios quería y quiere para el hombre, hubiera que esperar miles y miles de años a que viniera la Gran Comisión (Mt 28:18-20). O, dicho de otra manera, la Gran Comisión fue encomendada desde el principio, en términos más amplios. ¿Dejó Él a la primera humanidad, y a las generaciones de los patriarcas, perdidas y sin rumbo? ¡No! Desde un principio Él expresó con toda claridad cuál es Su proyecto para la raza humana, y todo lo que ha venido después no son sino matizaciones.
Paralelamente, e incluso previamente a la primera tarea encomendada leemos esto: “hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (1:26-27). El propósito más elevado que Él alberga para el ser humano, para todo ser humano ¡es el de transmitirle Su imagen y semejanza! Este es Su punto de partida y a la vez Su meta. Punto de partida porque el hombre fue dotado con esta imagen, y meta porque el hombre no ha sabido desarrollar adecuadamente todo el potencial de esta imagen. No ha sabido debido a la caída en el pecado. Pero probablemente aun antes de la caída necesitaría algún tipo de asesoramiento e instrucción. ¡Cuánto más después del primer fracaso!
La tarea en sus términos más genuinos
Haciendo un salto gigantesco en el tiempo, sí podemos decir que hoy este propósito ha quedado recogido en “La Gran Comisión” (Mt 28:18-20) de la siguiente manera: “haced discípulos…” El discipulado comporta esa instrucción que el primer hombre no pudo completar debido a la caída. Hoy tenemos “La Gran Comisión”, pero la primera humanidad tenía “La Gran Ilusión” de ver una humanidad forjada a Su imagen. Y no me refiero a “ilusión” en el sentido de algo ilusorio, de una alucinación o de un sueño ficticio, sino en el sentido de un gran estímulo, motivación o entusiasmo. En contraste con “The God Delusion” (traducido como “El Espejismo de Dios” al castellano) del que habla en su libro Richard Dawkins. Creo que La Gran Ilusión define tanto o más que La Gran Comisión el anhelo del corazón de Dios. Porque la primera engloba a la segunda, resaltando su máximo objetivo: no sólo salvar a los perdidos, sino reproducir Su imagen en ellos. Me atrevería incluso a decir que la humanidad entera anhela el logro de esa Gran Ilusión. De hecho, todas las leyendas y mitologías han buscado un referente “parecido” a nosotros venido del cielo, en el ansia por descubrir una identidad y dignidad superior: “…la imagen que descendió del cielo” (Hch 19:35, LBLA). Y sigue siendo así incluso para los que hoy en día reniegan de la religión; negación que ha tenido un recorrido desde la definición del superhombre y hasta a la deshumanización de la sociedad moderna.
Así la misión en sus términos originales, podemos decir que es “sacar a relucir” (no ufanarse, sino reproducir y reflejar humildemente) la imagen de Dios en todos y cada uno de los miembros de la humanidad entera. Y si lo hemos de matizar en términos del Nuevo Testamento: ser “hechos conforme a la imagen de su Hijo” (Ro 8: 29). Esto lo podemos entender en forma restringida – los que reciben por la conversión al Hijo – o en forma acumulativa – transmitir de forma progresiva los valores del Hijo, del diseño y las virtudes divinas, a la humanidad (o por lo menos algunos de esos valores).
Por poner un ejemplo: no debemos menospreciar cuando se está dando a conocer a Jesús, en contextos donde apenas hay respuesta en conversiones. A veces todo empieza por proclamar y ejemplificar a Cristo, aunque parezca que cae en saco roto. Pero es un primer paso para permitir que Su presencia empiece a permear una sociedad dada. Así es como el mundo ha ido asumiendo ciertos valores que hoy se consideran universales, pero que tienen su origen en el Evangelio. Como el reconocimiento de la dignidad de toda vida humana, expresada en “los derechos humanos”. Consciente o inconscientemente el hombre de hoy percibe mejor que nunca, el aroma de calidad divina que se desprende de toda vida humana.
¿Por qué es importante esto? Si lo que buscamos es el evangelio de los números, de la cantidad de adeptos, de cuántos hemos conseguido reclutar, los números de la misión global apenas alcanza a un 10% de la población mundial.[1] Y es importante, porque si no, solamente nos dirigiremos a los campos que son “rentables” en números, dejando de atender las áreas improductivas. En tal caso estaremos desoyendo el mandato de “llenar la tierra”.
La Imagen: la proyección de Su gloria
Lo que digo es que la misión no trata sólo sobre conversiones y números – aunque esto sea parte imprescindible de ella y haya motivado la propagación de Su imagen en muchos contextos. Sino que el objetivo último de la misión, la misión de impartir Su imagen es glorificarlo a Él. El evangelio de La Imagen es sobre todo “El evangelio de la gloria de Cristo, que es la imagen de Dios” (2Co 4:4). En la medida que lo glorificamos a Él, que damos a conocer “las virtudes de aquel…” (1Pe 2:9), y ponemos en práctica su enseñanza, en esa medida el mundo lo tomará de ejemplo, y en esa medida el mundo ha sido y aún será transformado por Él.
¿Cómo se glorifica a Cristo? Tanto dándolo a conocer como reproduciendo su obrar para con todos, y así honrándolo ante los que no lo conocen. Aquellos que lo reconocen como Salvador y Señor de sus vidas, que lo sirven, lo reflejan en sus quehaceres, que practican sus bondades para con la humanidad más necesitada, que lo alaban y lo proclaman, son los que lo glorifican. Pero la gloria de Cristo no se reduce a esto, ni siquiera depende de esto. Él y las Buena Nuevas acerca de Sí mismo, son de hecho gloriosas, haya o no respuesta del hombre. El Evangelio no es el evangelio sobre los redimidos, ni los convertidos, sino que ante todo es la buena nueva acerca de la manifestación de la gloria de Cristo, por más que los redimidos sean como joyas en la corona de Su gloria. Y la gloria de Jesús –según el Evangelio– no es algo otorgado o escatimado por los hombres, sino dado por el Padre e intrínseco a Sí mismo: “glorifícame tú, Padre, …con la gloria que tenía contigo…” (Jn 17:5), que le pertenecía por derecho, pero a la que no se aferró para sacar ventaja en su ministerio terrenal (Flp 2:6).
¿Pero sobre todo en que consiste esa gloria? En que él “es la imagen de Dios” completa (2Co 4:4), ¡y quien la transmite completamente! Por tanto, todo aquello que sirva para dar a conocer esa imagen e impartirla a la humanidad es misión. Y esta imagen reclama como mínimo, según se desprende de la primera alusión en el relato bíblico: responsabilidad ante la creación (Gn 1:26; 2:15), igualdad en la dignidad del hombre y la mujer (1:27; 5:2), respeto por la vida… (9:6) Pero sobre todo comunión con Dios (1:26, 28), conocimiento de Sus designios (2:16-17) y dependencia del Creador para la vida eterna (3:21-22). Y esta imagen latente en todo ser humano, pero aletargada en tantos casos, incluso dañada irremediablemente por la caída y la forma en que el hombre se ha revolcado en el mal después de la caída, debe ser de nuevo anunciada a todos, y en alguna medida rociada sobre la humanidad entera.
A este respecto la carta a los Efesios, como una presentación del plan divino que trasciende los límites del espacio-tiempo, nos dice que todo lo que Dios hace en y a través del Evangelio es para la “alabanza de la gloria de su gracia” (Ef 1: 6, 12, 14). Para el reconocimiento y, por ende, reacción de asombro y admiración ante el resplandor de su gloria. Esa gloria que se expresa sobre todo en su gracia, esto es, en sus bondades. La elección, la santificación, la predestinación (como quiera que se la entienda), la adopción… todas son “para alabanza de la gloria de su gracia” (1:4-6). La redención, el perdón de los pecados, el cumplimiento de los tiempos, la reunión de las cosas celestiales y terrenas… es y será “para alabanza de su gloria” (1:7-12). La propagación del “mensaje de la verdad”, la conversión y sellado con el Espíritu Santo, las garantías y la restitución de la herencia eterna… es “para alabanza de su gloria” (1:13-14). Según Samuel Zwemer, el llamado Apóstol al Islam, “El principal fin de las misiones no es la salvación de los hombres, sino la gloria de Dios”.[2] John Piper lo expresa así: “Las misiones no son el objetivo último de la iglesia. Lo es la adoración y las misiones existen porque la adoración no es lo que debería… Las misiones acabarán, la adoración durará para siempre”.[3] ¡Existimos para alabanza de su gloria!
Pero alguien podría objetar: ¿Y para qué necesita Dios tantos halagos, tan megalómano es? El caso es que Él no necesita “estos halagos”. ¡Necesitamos expresarlos nosotros! Porque sólo en la medida en que alabamos la gloria de Su gracia, en la medida en que descubrimos y enunciamos Sus virtudes y bondades, éstas nos pueden ser transferidas. ¡El reconocimiento de la manifestación gloriosa de su gracia es el desencadenante de la efusión de las bondades divinas! Alabarle nos conecta al “fin Suyo de poder mostrar …las sobreabundantes riquezas de su gracia por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Ef 2:7). Glorificarlo es la manera más eficiente de abrir el grifo del flujo de sus bondades: “todos los que nos quedamos mirando fijamente la gloria del Señor [al conocerle y alabarle] …somos transformados en su imagen cada vez con más gloria” (2Co 3:18, PDT). ¡Sólo mirando al sol a rostro descubierto éste puede broncear nuestro semblante! La única forma de que sus virtudes gloriosas nos impregnen es exponiéndonos a esa gloria. Y así toda actividad del evangelio es para que “la acción de gracias sobreabunde para gloria de Dios” (2Co 4:15; 9:12: etc.). Cuantos más adoradores más bendiciones derramadas. Por eso dar a conocer su gloria a través de nuestras vidas y servicio, es darle la oportunidad al mundo de ser rociado con Sus bendiciones. Veámoslo…
La bendición abrahámica
Frente al cariz aparentemente centrado sólo en Israel que pronto toma el relato del Antiguo Testamento, la promesa de la bendición abrahámica a todas las naciones sobresale en Génesis capítulo 12 y sucesivos, como la clave donde se reafirma sin fisuras la vocación de incluir a toda la humanidad en el proyecto redentor. ¿Qué implica “te bendeciré y… en tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la tierra”? (Gn 12:2-3; 13:16; 15:5; 17:4-7, 16; 18:17-18; 22:17-18; 26:3-4, 24; 28:14; 32:12; 35:11). En un primer análisis implica que a través de la simiente que es Cristo se abrirá la puerta de acceso a la promesa para los gentiles (Gál 3:8-9, 14, 16, 29). ¿Pero se reduce la bendición aquí mencionada sólo a aquellos que abrazarían/abrazan la fe de Cristo en las naciones, o hay un aspecto que trasciende a los conversos y abarca de alguna manera a todo colectivo humano? ¿Qué decir, por ejemplo, de Ismael? Dios promete bendecir su descendencia. ¿Se refiere esta bendición a la conversión de los descendientes de Ismael? “Y en cuanto a Ismael, te he oído; he aquí, yo lo bendeciré y lo haré fecundo y lo multiplicaré en gran manera. Engendrará a doce príncipes y haré de él una gran nación” (Gn 17:20; ver también 16:10). ¿O habla esto sólo de lo que podríamos llamar una bendición demográfica? ¿No está hablando aquí también de bendiciones que Él suscitará entre sus descendientes, sean o no creyentes? Porque la plantilla verbal con la que Dios formula esta bendición es prácticamente idéntica a la bendición prometida a Abraham (cf. Gn 17:4-6).
¿Acaso la bendición para los judíos en el AT abarcaba sólo a aquellos que se “convertían” dentro del pueblo? Creo que no hace falta argumentar que no todos y cada uno de los individuos del pueblo serían creyentes sinceros, genuinos y comprometidos. Con todo, la bendición ofrecida por Dios viene en forma de “paquete” para todo el pueblo (así como las advertencias de juicio). ¿Qué aspectos son los que incluirían a todo el pueblo? De esto nace la idea de gracia “común” o “general” que algunos han desarrollado. Estos conceptos nos hablan de la gracia que se extiende a todas las criaturas (gracia común universal), aquella que se aplica a toda la humanidad (gracia común general), y –el aspecto que más nos interesa en este punto de nuestra reflexión– la gracia que abarca a aquellas sociedades que se vinculan a los valores del Evangelio, incluyendo dentro de esta gracia a quienes no abrazan la fe (gracia común del pacto [4]). Es decir, los que no creen también se benefician de las bendiciones que emanan de esa gracia general en sociedades donde abundan los creyentes, o donde se han puesto en práctica de forma extensa principios bíblicos de conducta, de valores o de justicia, etc.
Cuando Jesús nos encarga “discipular a las naciones” en la Gran Comisión, diciendo “a” las naciones, no “en” o “entre”, ¿está pensando sólo en afectar al grupo mayor o menor que lo confiese a Él dentro de las naciones, o apunta a que quiere que el evangelio afecte de alguna manera a la población de las naciones por entero? Lo que trato de decir es que tanto los convertidos como los efectos redentores sobre toda la población, aunque no todos profesen la fe cristina, ambos son aspectos de la Bendición y de la Gran Comisión. Si por la presencia de cristianos y su incidencia en la sociedad una nación avanza ¿no es esto una bendición para ella? Si en el avance de las ciencias –entendidas como la descodificación de las leyes de un universo diseñado por el Creador– destaca un Isaac Newton (1643-1727), ¿no es esto una bendición para esa nación y para el mundo entero? Si un Johann Sebastian Bach (1685-1750) deslumbra al mundo con innumerables piezas de alabanza, ¿no hace brillar esto Su gloria? Si en la abolición del comercio de esclavos sobresale un William Wilberforce (1759-1833), y si con una ética protestante del trabajo hay un efecto positivo para la economía, como apunta Max Weber (1864-1920), ¿no representa una bendición para esas naciones?
Si un William Carey (1761-1834) además de predicar el Evangelio en la India, fue un destacado botánico (dos plantas llevan hoy su nombre), ayudó a introducir la máquina de vapor, la imprenta, las bibliotecas y un sistema bancario en la India, fundó el primer periódico y La Sociedad Agrícola de la India, abrió hospitales para la lepra, desarrolló los departamentos de bengalí, sánscrito y marathi de la universidad de Calcuta, introdujo estudios de astronomía y promovió el cambio de la legislación sobre la ejecución de las viudas junto con sus maridos fallecidos (el llamado sati)… ¿no fue una bendición para esa nación? Incluso por todo ello fue expulsado de las colonias. ¿Y por qué? Por darle más valor a los nativos que a los intereses de los colonos. ¡Por asumir que todo ser humano ha sido creado a la imagen de Dios y que la tarea consiste en restituir esa imagen, no en explotarlo! Para él, el Evangelio era tanto presentar a Jesús como el Salvador de las almas, así como anunciarlo como el Señor de las vidas.[5]
Debemos procurar la bendición tanto para el pueblo de Dios como para los pueblos del mundo. ¡Incluso para aquellos que nos oprimen! ¿No nos anima a esto el Señor por medio del profeta Jeremías en su carta a los exiliados? “Buscad el bienestar de la ciudad adonde os he desterrado, y rogad al SEÑOR por ella; porque en su bienestar tendréis bienestar” (Jer 29:7, LBLA). Así que sí, hay un aspecto de la bendición, y por tanto del Evangelio, que va más allá de la mera propagación de la fe. Y que busca y se mide por el progreso en el bienestar colectivo. Bienestar que a su vez viene propiciado por la extensión y práctica de valores evangélicos como la oración, en este caso. Hecho que de paso potencia la proliferación en paz de la fe.
Los tres objetivos de la misión
Entonces el objetivo de la Gran Ilusión-Comisión es (1) la restitución de “la imagen”, (2) la exaltación y manifestación de “Su gloria”, y (3) la extensión de “la bendición” a los pueblos.[6] Entendido todo ello a nivel individual por el reencuentro personal con Jesús (la conversión y redención de las almas, orientado a la recuperación de la imagen), a nivel colectivo por el reconocimiento de la gloria de Jesús (la restitución de la dignidad y de Sus bondades a través de la adoración y entrega), y a nivel global por el saneamiento ofrecido a las naciones por Jesús (la apuesta por la reconciliación y bienestar de los pueblos). En aras de un mundo que se libere de la muerte espiritual, la deshumanización general y la injusticia social.
El discipulado de las naciones implica todas estas áreas. Y no importa si lo que aportamos es un grano de arena o un aluvión de mejoras al mundo. Pero, precisamente porque el grano de arena es tan o más importante que el aluvión, he sentido la necesidad de insistir en el tema. Porque en un mundo cada vez más centrado en los números (de likes, de followers, de comments; números todos ellos de apariencia), parece que los que no pueden destacar con sus cifras no importan. Estoy pensando en contextos donde los creyentes son una abrumadora minoría (por ejemplo, en Turquía son el 0,01%). Sin embargo, cada uno de ellos es como un pequeño espejo orientado a Jesús, reflejando su imagen y gloria, tanto como el que más. En vez de enfatizar una visión que menosprecie su número, debemos potenciar una visión que renueve sus fuerzas y ponga en valor sus esfuerzos. Ese grano de arena que aportan puede llegar a ser como el repiqueo de una gota que acabe partiendo la roca, como la unción que pudrirá el yugo (Is 10:27, RV60). ¡Y ese es el primer paso en el efecto acumulativo que acaba transformando las sociedades! Todo gran viaje empieza por un primer paso y si desalentamos o menospreciamos ese primer pequeño paso ¡olvidémonos de alcanzar la meta![7]
Entre tanto, busquemos como ser esos pequeños –o grandes– espejos orientados a Jesús, quien es el origen, modelo y meta de la tarea global y ¡La Gran Ilusión de Dios!
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PARA REFLEXIONAR:
- ¿Cuál es el propósito eterno de Dios para la humanidad, aquel que comunicó al ser humanos desde el principio, válido para todas las épocas? El mismo propósito que Dios, en su reflexión trinitaria, expresó antes de crear al ser humano… ¿Y con qué instrucción de la Gran Comisión se alude a este propósito?
- El Evangelio no se reduce a la conversión de las almas, sino que es sobre todo “el Evangelio de la gloria de Cristo”. ¿Qué implicaciones tiene esto para nuestro cumplimiento de La Gran Comisión? En especial a la hora de servir en campos misioneros donde los resultados en conversiones son difíciles…
- ¿Cómo podemos ser Sus instrumentos para bendecir a todas las naciones, todos los pueblos y todas las familias de la tierra? ¿La promesa abrahámica es sólo para los que abrazan la fe o hay un nivel en el que el Evangelio quiere ser de bendición a aquellos que no conocen, incluso a los que se oponen al Evangelio?
Para más información sobre misiones puedes ponerte en contacto con:
https://alianzaevangelica.es/iglesia-y-mision/misiones/
Este artículo es un resumen y adaptación del capítulo El Objetivo de la Misión de mi libro Recomponiendo la Misión con Jesús: amazon.es/Recomponiendo-Misión-Jesús-Reflexiones-Implicaciones/dp/8494911279.
[1] Status of World Evangelization 2018: https://joshuaproject.net/assets/media/handouts/status-of-world-evangelization.pdf, 30.8.2018
[2] Samuel Zwemer, Thinking Missions with Christ, London: Marshall, Organ & Scott, 1934, p. 67.
[3] Piper, J. Let the nations be glad. Grand Rapids, Baker Books, 1993, p. 11.
[4] H. Kuiper, Calvin on Common Grace, Oosterbaan & Le Cointre, 1928, 192.
[5] Desde la legítima defensa de las culturas indígenas algunos puedan criticar la gestión de Carey como colonialismo o imperialismo religioso. Pero los herederos de su legado en la India no opinan así; por ejemplo: Vishal Mangalwadi, en The Legacy of William Carey: A Model for the Transformation of a Culture – with Ruth Mangalwadi - Crossway, 1999.
[6] No desarrollo aquí el tema del “reino” que centra el mensaje de Jesús, sino que lo desgloso en “la imagen” (la recuperación de la dignidad humana y las virtudes divinas), “la gloria” (darle el primer lugar a Dios, adorarlo y reflejarlo en nuestras vidas) y “la bendición” (acciones de justicia y desarrollo transformadoras para las sociedades). Lo hago pensando en países como Turquía donde el objetivo de la misión cristiana se percibe como injerencia política, y un término como “reino” confunde, mientras que las tres distinciones de arriba permiten hacer inteligible que la misión no busca una intervención ni colonialista ni política ni militar sobre otros países.
[7] Algo similar constata Henry Martyn (1781-1821), precursor entre los protestantes de la evangelización a musulmanes: “Incluso si nunca llego a ver a un solo nativo convertido, Dios puede usar mi paciencia y persistencia en [extender] la Palabra, para que sea de ánimo a futuros misioneros” (Citado en: Samuel Zwemer, Islam: A Challenge to Faith, New York, SVMFFM, 1907, p. 197).
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