Las mejores películas de la historia (2)
Psicosis (1969) es la cumbre del terror psicológico. Su clima asfixiante produce tal inquietud que se ha convertido en parte del imaginario colectivo.
27 DE DICIEMBRE DE 2022 · 11:00
Cada año al llegar estas fechas se hacen listas de las mejores películas, libros o discos, pero a nadie se le escapa que el cine ya no es lo que era. Mucho antes de que las plataformas se hicieran tan populares, la industria estaba ya desmantelada. Es cierto que no tanto como la discográfica, que prácticamente no existe, pero el cine no está tampoco en su mejor momento. Quizás por eso no dejan de aparecer, este año, listas de las mejores películas de toda la historia. Al esperado número de la revista “Sight & Sound” del Instituto del Cine Británico, que desde mediados del siglo pasado recoge los títulos de 1639 especialistas de todo el mundo, se ha unido esta semana el veterano “Variety” con 117 años siguiendo la industria de Hollywood con una lista que encabeza “Psicosis” (1960) de Hitchcock.
No sé si “Psicosis” es la película más popular de Hitchcock, pero yo soy incapaz de escoger entre mis cinco preferidas –“Rebeca”, “Notorius (Encadenados)”, “Vértigo (De entre los muertos)”, “La ventana indiscreta”, “North By Northwest (Con la muerte en los talones)” y “Psicosis” –. Lo que no hay duda es que es la cumbre del terror psicológico. Su clima asfixiante produce tal inquietud que se ha convertido en parte del imaginario colectivo. Escenas como la de la ducha ha sido estudiada, homenajeada y parodiada hasta la saciedad. Pero ¿qué tiene “el mago del suspense” para seguir sorprendiéndonos?
En primer lugar, Hitchcock (1899-1980) es el primer director estrella de la Historia del cine. Hasta entonces, todo el mundo iba a ver una película de algún género, porque le gustaba cierto tipo de historias, o le atraía un actor o actriz famosa, pero a nadie le interesaba el nombre del director. De repente, la gente empieza a decir que va a ver “una de Hitchcock”, como si su obra fuera un género en sí mismo.
Su mitificación por la crítica francesa de los años cincuenta, le convierte en el autor por antonomasia del séptimo arte. Su libro de conversaciones con François Truffaut sigue siendo la obra más reeditada de la literatura cinematográfica. Es probablemente el único director que admiran por igual tanto los cinéfilos como el gran público, siendo reconocido tanto por su interés artístico como por su valor comercial.
En un sentido, Hitchcock es el cine. Pocos directores hay, que tengan tantas películas que podamos escoger como nuestra favorita. A mí me cuesta elegir una, aunque últimamente tengo también una relación especial con “Vértigo” –conocida en España como “De entre los muertos” –. A mi madre le gustaba Rebeca (1940) –que dio nombre en este país a una popular chaqueta de lana, que llevaba Joan Fontaine en la película–. Todavía conservo un programa de mano del estreno de la película, como los que se repartían en los cines en aquella época. Era de mi madre.
Psicosis de posguerra
Hitchcock hace esta película a finales de los años 50. La posguerra no sólo había traído a Hollywood "la caza de brujas" del senador McCarthy –que cercenó la carrera de muchos cineastas por la sospecha de comunismo–, sino también la aparición de la televisión. A causa de ella, Hitchcock va a ser muy conocido, ya que él mismo presenta y despide un programa, que vale más por esos minutos que por el episodio –normalmente dirigido por otra persona–. Es en este contexto, que se producen los crímenes del que es considerado por muchos como el primer “asesino en serie”, Ed Gein (1906-1984). Les ahorro los detalles truculentos, pero matar aquellas mujeres era sólo el principio de su perversión necrófila.
El caso de Gein inspiró el Hannibal Lecter de Thomas Harris, pero también la novela “Psicosis” (1959) de Robert Bloch, que leí en una antigua copia de mi padre –publicada en Barcelona en 1961 como “Psyco”, dentro de una colección de literatura policíaca–. El bajo y regordete cuarentón del libro, se convierte en el alto joven delgado de Hitchcock, Anthony Perkins. Norman está claramente inspirado en "El carnicero de Plainfield" –como se llama a Gein, porque tenía una granja en ese lugar de Wisconsin, donde vivía también el escritor–. La enfermiza relación con su madre ha inspirado ahora también una nueva serie de televisión, llamada Motel Bates.
En la novela de Bloch, Norman lee libros ocultistas, que su madre desaprueba, como Ouspensky o el padre del satanismo moderno, Aleister Crowley. Sus asesinatos son explicados también en el libro, bajo el efecto del alcohol, que no tiene tanta importancia en la película. La explicación final del psiquiatra es desmentida además por Hitchcock, que evita todo reduccionismo al enfrentarse al misterio del mal. No hay duda de que, para él, “todos los hombres son potencialmente homicidas”.
Regreso al Motel Bates
Hay otro libro sobre la película, publicado por la editorial jesuita Mensajero de Bilbao, que coincidió con la primera película del director londinense Sacha Gervasi, “Hitchcock” (2012). Aunque no tuvo críticas muy entusiastas, yo la disfruté mucho., Pensé que no me iba a creer a Anthony Hopkins como Hitchcock, pero lo logra, sobre todo, en las presentaciones de televisión. El físico de Helen Mirren no recuerda demasiado a su esposa Alma, pero la película es todo un canto a la complicidad de un matrimonio, que se imagina al borde de una crisis, por los celos de Hitchock ante la colaboración de su esposa con el guionista Whitfield Cook, autor de la fallida “Pánico en la escena” (1950).
Alma trabajó en todas las producciones de su marido desde que se casaron en 1926. Fue guionista, adaptadora, montadora, asistenta de dirección y responsable de continuidad. Sus revisiones de los copiones finales detectaron muchos errores, como el parpadeo de Janet Leigh, cuando Marion Crane aparece muerta, tras ser apuñalada en la ducha. Esta mujer discreta es la madre buena que Gein no ha conocido. El personaje de Hopkins le dice al de Mirren: “Piensa en el valor del impacto; matar a la protagonista a mitad de la película; confiesa que estás intrigada; vamos, admítelo”. A lo que ella contesta: “En realidad creo que es un grande error; no deberías esperar a la mitad; mátala después de la media hora”. Ya saben a quién hizo caso Hitchcock…
Pocos saben que en este tiempo Hollywood se abrió a producciones independientes. Cuando los estudios Paramount se niegan a financiar “Psicosis”, Hitchcock tiene que producirla, hipotecando su propia casa. Tras el éxito de “North By Northwest (Con la muerte en los talones) en 1959, algunos le sugieren que es hora de jubilarse. Su miedo a quedarse anticuado le lleva a hacer una película de terror que resulta ser toda una obra de vanguardia. Para su lanzamiento, “el mago del suspense” crea una campaña de promoción con las más sorprendentes indicaciones para su estreno:
“Mi primera instrucción para los dueños de los cines es que contraten guardias para garantizar el cumplimiento de nuestra excepcional política de acceso. Porque Psicosis es tan aterradora y única que necesitarán guardias para ayudarles a controlar a los clientes que salgan corriendo despavoridos. Si alguien es tan ingenuo como para intentar entrar por las puertas laterales o por las salidas de emergencia o por el techo, se le expulsará usando la fuerza bruta. Para hacer más énfasis en el miedo, la implacable impresión y el suspense de Psicosis, en cuanto termine la película sugerimos que cierre las cortinas del escenario durante treinta segundos. Al hacerlo, el horror de Psicosis quedará grabado indeleblemente en la mente y el corazón del público”:
¿Monstruo o moralista?
Los biógrafos de Hitchcock parecen estar divididos en cuanto a su personalidad. En 1983 un teólogo católico llamado Donald Spoto –que se dedica a especular sobre el lado oscuro de los famosos–, publicó un libro sensacionalista en que construye la infame imagen de Hitchcock como un monstruo sádico, obseso sexual y voyeur manipulador –que presenta la serie “The Girl”–. Esto se contrapone a la visión de directores franceses como Truffaut, Rohmer o Chabrol, que lo ven más bien como un moralista, un cineasta católico. El cuadro más objetivo sea probablemente el de la monumental biografía de Patrick McGilligan, que muestra tanto sus luces como sus sombras. Su reivindicación de Alma ha influido mucho en el libro de Stephen Rebello –base de la película de Gervasi, centrada sobre todo en su matrimonio–.
Lo que todos están de acuerdo, es que no se puede entender a Hitchcock sin considerar su estricta educación católica. Ya que aunque es una religión minoritaria en Gran Bretaña, los padres del cineasta le dieron una educación jesuita desde 1908, en el colegio San Ignacio de Stamford Hill en Londres. Iba a misa a la parroquia donde estaba su primo de cura. Fue monaguillo un tiempo, pero vivió el ambiente opresivo y amenazador de un colegio religioso donde los niños recibían frecuentes castigos corporales. “Fue todo un ejercicio de vivir en el miedo”, dice él. Ya que los golpes no eran administrados inmediatamente.
La anécdota más conocida de la infancia de Hitchcock, la cuenta su hija Patricia. Su abuelo hizo encerrar a su padre en la celda de una comisaría, para darle una lección, por algo que había hecho mal. Tenía tanto miedo a los policías, que su hija piensa que por eso no conducía. Lo cierto es que, como se ve en la película, Hitchcock nunca manejó un coche –como yo, por cierto–. Lo hacía su esposa Alma, que se convirtió al catolicismo para casarse con él en 1926. Ella trabajaba como su montadora e iban a misa todas las semanas. Dieron mucho dinero para la iglesia y la caridad católica. Patricia se casó además con un sobrino-nieto del poderoso arzobispo de Boston, el cardenal O′Connell.
¿Dónde está el mal?
“Los largometrajes de Hitchcock resultan escalofriantes, no porque muestren cómo el mal asola el mundo, sino porque el mal es, con mucha frecuencia, banal y cotidiano y deambula por las calles de ciudades pequeñas o metrópolis como las nuestras”, dice Greg Garrett en libro “El Evangelio según Hollywood”. Es justo la clase de mal que albergamos dentro de nosotros…
La película preferida de Hitchcock era “La sombra de una duda” (1943). En ella, Joseph Cotten es el guapo y encantador tío Charlie. Este hombre adorado por su hermana y su sobrina es en realidad un despiadado criminal. Así también en “Psicosis”, todos sospechamos que tras la suave voz del nervioso Norman hay en realidad un lunático asesino, pero Hitchcock nos manipula de principio a fin. Nuestra simpatía al principio es por Marion, que huye después de haber robado en su oficina, pero entendemos que necesita el dinero para casarse. Lo que pasa es que luego nos metemos también en la piel de Norman. Y no sigo, por si no ha visto la película…
Nos gusta creer que el mal está ahí fuera; pero la desagradable verdad la expresó muy bien el escritor G K. Chesterton, cuando el Times le preguntó cuál creía él, que era el problema del mundo: “Estimados señores, el problema soy yo”.
¿Qué ha pasado con el pecado?
Lo que la Biblia llama pecado, ha sido siempre un tema de dificultad y confusión para muchas personas. La simple mención de la palabra resulta tremendamente incomoda. Por eso muchos reaccionan con una risa nerviosa, para evitar la triste realidad de que no nos conocemos a nosotros mismos. Nos cuesta aceptar que “el mal está en nosotros” (Romanos 7:21), pero hasta que no lo hacemos, no entendemos nada del mundo, ni de nuestra propia vida.
Cuando se dice que Hitchcock muestra una morbosa perversidad, ¿qué es lo que quieren decir? Muchos piensan que su educación le dio esa mente estrecha y retorcida, que hace resaltar las imperfecciones del género humano. Como si nuestro conocimiento y educación nos hubiera librado de ese discurso que creemos que nos paraliza y reprime. ¿Es la visión cristiana del hombre un retrato tan distorsionado de la vida? ¿No es hacer del ser humano un monstruo?
“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros” (1 Juan 1:8). “Andar en tinieblas” es lo que Juan llama pecar. No son los actos o pecados concretos. Es un poder que domina al hombre. La Biblia dice que el pecado es la explicación de todos nuestros males, pero no está fuera, sino dentro de nosotros, dice Jesús (Mateo 15:11, 18; Marcos 7:15, 23).
Todos nacemos en este mundo bajo el poder de la oscuridad. Tal y como somos por naturaleza, tendemos a vivir de ese modo. Es por eso por lo que rara vez pensamos en Dios. No sabemos siquiera que andamos en tinieblas. Somos totalmente inconscientes de estas cosas. No nos interesan y creemos que a nosotros no nos afectan, cuando lo que hacemos demuestra lo que somos.
Transferencia de culpa
Dicen los jesuitas: “dame un niño, los primeros siete años, y yo te daré un hombre”. Otra versión de la misma frase añade: “y no importa quién lo tenga después”. Así que aunque Hitchcock decía a Bogdanovich que había “superado el temor religioso”, la complejidad psicológica de sus personajes sigue marcada por la realidad de la culpa. Un tema recurrente de sus películas es la persona inocente, que es acusada de un crimen que no cometió. Lo que los críticos llaman transferencia de culpa.
En un sentido, es así como el Evangelio nos presenta a Jesús. Como una víctima inocente, es falsamente acusado, cargando con los pecados del mundo. La diferencia, por supuesto, es que Él no tiene un lado oscuro como nosotros. En su luz, no hay ningunas tinieblas (1 Juan 1:5). “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz; porque sus obras eran malas” (Juan 3:19).
La Verdad de Cristo ilumina las profundidades de nuestro ser, poniendo al descubierto todos nuestros malvados y oscuros rincones. Es cuando descubrimos que “no hay justo, ni aun uno” (Romanos 1:10), que entendemos que Jesús vino “a salvar lo que se había perdido”. En su cruz se produce una “transferencia de culpa”, por la que su justicia se hace nuestra. Es ese bendito intercambio, el que nos rescata del poder de la oscuridad.
La sangre de Jesús manifiesta la justicia que nos libra de la banalidad del mal (Romanos 1:25). Porque Él murió en aquella cruz, descubrimos que el mal no quedará sin consecuencias. Si nuestra esperanza está en Cristo, Él murió en nuestro lugar y resucitó para nuestra justificación, “a fin de que Él sea el justo y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (v. 26). Su sangre nos limpia de toda maldad.
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