El diálogo de Stott (22)
Al hablar con otras personas, Stott buscaba lo que les unía a ellas, pero también aclarar las diferencias.
30 DE NOVIEMBRE DE 2021 · 09:00
Pocas personas he conocido en la vida que te digan las cosas, cara a cara. La mayoría prefiere hablar a tus espaldas. No así John Stott (1921-2011). Lo que pensaba lo decía personalmente, fueras un predicador tan conocido como Billy Graham y Martyn Lloyd-Jones, o un obispo que negara verdades fundamentales del cristianismo como John Robinson o David Jenkins. Hoy en día, los adalides de la “sana doctrina” aparecen ocultos bajo otros nombres en Internet. Se creen “héroes de la fe”, cuando se esconden cobardemente, para atacar al que se muestra con nombre y apellidos. No tienen el valor de aquellos a quienes admiran.
Stott siempre estaba abierto al diálogo, pero tenemos que entender bien a qué nos referimos con diálogo. En el contexto ecuménico esto suele querer decir, generalmente, buscar el mínimo común denominador, o evitar simplemente el conflicto doctrinal. No es así como lo entendía Stott.
Al hablar con otras personas, Stott buscaba lo que les unía a ellas, pero también aclarar las diferencias. Era alguien amable y paciente con las personas, pero firme y claro en sus convicciones. No le gustaban las controversias, pero si tenía algo que decir, lo decía abiertamente. Me temo que la mayoría no somos así, yo el primero...
Consejo Mundial de Iglesias
Como evangélico, Stott desconfiaba del Consejo Mundial de Iglesias. Fue invitado oficialmente como consejero, para la cuarta asamblea, que se celebró en Upsala (Suecia) en 1966. Después de mucho pensarlo y discutirlo con otros, decidió en oración aceptar el ofrecimiento que le daba autorización para hablar, no para votar en la asamblea. Escribió en el boletín de su iglesia que lo hacía “dejando claro su posición al secretario general del Consejo Mundial de que no aceptaba, como evangélico, su posición ecuménica”.
Su impresión era que el Consejo Mundial de las Iglesias estaba intentando redefinir la misión en términos de las necesidades materiales y sociales del mundo, en problemas como el racismo, los refugiados, el desarrollo, la opresión, el hambre y la guerra. Todas estas eran cuestiones que le preocupaban, pero no percibía esa misma compasión por el hambre espiritual de millones sin evangelizar, que no llamaban al Pan de Vida. La declaración de Upsala le pareció el típico documento de compromiso que unía aquí y allá las contribuciones de delegados y consejeros que estaban en desacuerdo sobre cuestiones fundamentales.
A pesar de sus críticas, fue invitado de nuevo por el comité central del Consejo Mundial de Iglesias como “consejero” a la quinta asamblea en Nairobi, en 1975. Aceptó otra vez, aunque por compromisos previos solo pudo estar la primera semana de los diecisiete días que estaban reunidos. El tema era “Jesucristo libera y une”. La mañana antes de que empezara, predicó en la catedral anglicana de Nairobi sobre dos tipos de libertad y unidad:
“Hay una liberación socio política que busca la unidad de la humanidad de acuerdo a la buena voluntad del Creador, mientras que otra busca la liberación del pecado y de la culpa por la obra redentora de Cristo, para unirnos a su nueva comunidad. Confundir estas dos cosas (creación y redención, gracia común y salvadora, liberación y salvación, justicia y justificación) te lleva a todo tipo de confusión”.
La ceremonia de la confusión
Esa “confusión” dominaba todas las reuniones. Había un “uso poco escrupuloso de la Escritura”. Vio que se utilizaba la Biblia “como un borracho, una farola, para apoyarse en ella, no para alumbrarse”. Conoció entonces a Desmond Tutu y le pareció que tenía una gran antipatía al apóstol Pablo. El apóstol “estaba confuso”, según Tutu, porque estaba “prisionero de su cultura y a veces no sabía de lo que hablaba”. Por lo que el futuro arzobispo sudafricano le dijo que “no estaba de acuerdo con Pablo”. Agotada su paciencia, Stott le dijo que si tuviera que elegir entre Tutu y Pablo, no lo dudaría mucho. Para su sorpresa, al futuro Premio Nobel de la Paz, no le molestó su reacción y le siguió tratando amistosamente.
Como la mayoría de los miembros de la asamblea no llevaban identificación alguna, no tenía idea de quiénes eran. El grupo de trabajo en que estaba lo llevaba un teólogo con fuerte acento alemán. A los diez minutos de empezar, se encontró discutiendo con él sobre la relación entre evangelización y acción social, ya que no entendía cómo se podían “evangelizar estructuras”. Era el prestigioso profesor de Tubinga, Jürgen Moltmann. Además de participar en el grupo, Stott tenía que responder en la asamblea al obispo de la Iglesia Evangélica Metodista de Bolivia, Mortimer Arias. Dijo que había cinco cosas que debía recuperar el Consejo Mundial de Iglesias:
“Primero, la doctrina de la perdición del hombre, frente al popular universalismo actual; segundo, la confianza en la verdad, actualidad y poder del Evangelio bíblico, sin el cual ninguna evangelización es posible; tercero, la exclusividad de Jesucristo, frente a todo sincretismo; cuarto, la urgencia de la evangelización, junto a las urgentes demandas de justicia social; y quinto, una experiencia personal de Jesucristo, sin la cual no le puedes presentar a nadie quién es Él.”
Al acabar su intervención, un africano fue corriendo hacía él, muy furioso, para echarle en cara cómo se atrevía a criticar así al Consejo Mundial de Iglesias. Los delegados estaban sentados en orden alfabético. Junto a él, estaba un reconocido teólogo sueco, profesor de Harvard, Krister Stendahl. Al volver a su asiento, le dijo al oído: “No estoy de acuerdo en una sola palabra de lo que ha dicho”. Desde que estudió teología en la Universidad de Cambridge, Stott estaba acostumbrado a quedarse solo, cuando mantenía su fidelidad a las Escrituras, pero lo declaraba abiertamente, tanto privadamente como en público. Era amable, pero claro.
Diálogo con Roma
Leonardo de Chirico ya ha escrito por el centenario de Stott, sobre su papel en el inicio del diálogo entre evangélicos y católicos-romanos. Él comenzó las conversaciones en las que tanto Leonardo como yo participamos en la última etapa, organizada por la comisión de teología de la Alianza Evangélica Mundial. El Diálogo Evangélico-Católico Romano sobre la Misión (ERCDOM) comenzó en 1977, en un monasterio de Venecia. Stott conoció en Nairobi al monseñor Basil Meeking, del Secretariado para la Promoción la Unidad Cristiana del Vaticano. Junto al presidente del seminario teológico americano de Fuller, David Hubbard, Stott invitó a los primeros miembros de la delegación evangélica internacional de la que un día seríamos miembros, Leonardo y yo. Los representantes católicos fueron designados siempre oficialmente por el Vaticano.
Al contrario de lo que algunos piensan, Stott no se hacía ilusiones sobre a dónde podía llegar ese diálogo. En primer lugar, porque había vivido ya lo ocurrido con la Comisión Internacional Anglicana-Católico Romana (ARCIC) en los años 70. La iniciativa del arzobispo anglicano Donald Coggan de intercomunión fue rechazada por el papa mismo, pero Stott dijo: “No creo que pueda nunca participar de una misa católico-romana, incluso aunque me lo permitieran, hasta que la doctrina de su iglesia sea oficialmente reformada”. En lo que él creía era en “la amistad personal, el estudio bíblico y el sincero diálogo con católicos-romanos”. Esa fue mi experiencia también. Todavía conservó más amistad con el obispo católico-romano del Canadá, monseñor Don Bolen, que con la mayor parte de los delegados evangélicos con los que participé en esas conversaciones.
La impresión de Stott es que “para los católico-romanos, los evangélicos eran una secta, no muy diferente a los Testigos de Jehová o los mormones”. Cuando un profesor del seminario católico-romano de París habló de la cristología, no se podía creer que los evangélicos aceptaran la Confesión de Calcedonia sobre la naturaleza humana y divina de Jesús en una misma Persona. En los textos de conclusión de cada diálogo, Stott mantuvo con el Vaticano la propuesta de que se afirmaran las creencias en común, pero también las diferencias entre ambas partes. Esta era la crítica que él tenía de ARCIC, donde se hacían “declaraciones compartidas”, como la de la Eucaristía en 1972, que provocó el rechazo público de Stott. La aportación de él a nuestras reuniones fue también comenzar con una reunión informal en que cada uno hablaba de su fe personal.
El Pacto de Lausana
El congreso evangélico de Lausana, en 1974, fue iniciativa de la Asociación Evangelística de Billy Graham, que pidió a Stott un borrador para presentar al congreso. En el pequeño comité de redacción estaba Stott con el peruano Samuel Escobar, junto al presidente de Wheaton, Hudson Armeding, que había dado el doctorado a Graham y dos asistentes del evangelista estadounidense, Leighton Ford y Jim Douglas. Durante el día trabajaban y se reunían cada noche para discutir el texto, frase a frase. Stott y Ford redactaban un párrafo cada noche, que presentaban al día siguiente. Dos noches las pasaron en vela para responder a las tres mil enmiendas que proponían.
El conflicto surgió al tratar la relación de la evangelización con la responsabilidad social. Stott y Escobar se quedaron solos, frente al resto del comité. La declaración daba una clara primacía a la evangelización, definida como “la proclamación del Cristo histórico bíblico, como Salvador y Señor, para persuadir a la gente a venir a Él personalmente y reconciliarse con Dios”. El problema era al desarrollar de qué forma “el resultado de la evangelización incluía el servicio responsable al mundo”. La fórmula que Stott propuso de pacto a firmar por los dos mil participantes se encontró con la resistencia de unos cuatrocientos, entre los que estaba la propia esposa de Graham. Ella se negaba a “la adopción de un estilo de vida simple para contribuir más generosamente a la ayuda y la evangelización”. Ruth le dijo que si el Pacto dijera “más simple”, lo firmaría, pero ella tenía cinco hijos, mientras Stott era soltero. Ella le dijo que él podía vivir en dos habitaciones, pero ella necesitaba una casa grande para su familia.
El problema se hizo aún mayor en el comité de continuidad que se reunió en México D.F. Billy Graham comenzó la primera noche diciendo que tenían dos opciones, la de estrictamente centrarse en la evangélización, o la de tratar cuestiones más amplías. Él favorecía claramente la primera. Stott no pudo dormir aquella noche y se dedicó a preparar una respuesta a presentar el día siguiente. Comenzó la mañana con una exposición bíblica sobre Juan 17 y dijo que no estaba de acuerdo con Graham: primero, porque en la Escritura, Cristo nos llama a ser sal y luz en el mundo; segundo, la historia nos muestra nuestra constante tendencia al desequilibrio; tercero, el Pacto del Congreso trata más temas que la evangelización; cuarto, el comité no consistía solamente de evangelistas; y en quinto lugar, las expectativas de evangélicos de todo el mundo estaban no solo en la renovación de la iglesia, sino en el cambio social.
Cara a cara
El enfrentamiento entre Stott y Graham fue difícil de asimilar para el comité de continuidad de Lausana. Algunos acusaron a Stott de iniciar una “lucha de poder”, otros no tenían más que lágrimas. Para sorpresa de Stott, el moderador del congreso que presidía también el comité, el obispo Jack Dain, no sólo dijo que estaba de acuerdo con él, sino que si se limitaba todo a la evangelización, él se volvía a Australia. Los americanos empezaron a decir que era un “chantaje emocional”, la amenaza de abandonar el comité. Dijeron que era una actitud infantil.
Para colmo, Stott sintió que se tenía también que oponer a la propuesta de hacer a Graham “presidente supremo” de la organización. Dijo que tenía que compartir esa responsabilidad con otros que no fueran estadounidenses. El choque cultural era tan evidente que Escobar recuerda bien cómo Stott, después de otra noche sin dormir, estaba dispuesto ya a marcharse la mañana siguiente. El cambio vino después de decidir Stott ir esa noche a la habitación de Graham para hablar con él, directamente, cara a cara. El evangelista americano le confesó que tenía demasiada presión de la delegación estadounidense, por lo que debía pensar y orar más sobre el tema. Su reacción a la mañana siguiente sorprendió al enorme grupo de americanos que le apoyaba.
Graham hizo un devocional sobre el Salmo 133 y Santiago 3, para anunciar a continuación que no aceptaba más que ser presidente honorario y dejaba a Stott la tarea de continuar el compromiso de Lausana con menor participación de los estadounidenses. Leighton Ford estaba muy molesto con Graham, pero Stott se dio cuenta de la nobleza de Graham. Él emprendió también una autocrítica por la que consideraba que no debería haberse presentado como el defensor del Pacto y Lausana, así como hacerse portavoz del llamado Tercer Mundo. Se dio cuenta que debía escuchar más y hablar menos.
Evangelio y cultura
El primer encuentro que organizó el Grupo de Trabajo Teológico que presidía Stott para Lausana, entonces llamado Grupo de Teología y Educación, fue “Un coloquio sobre el Principio de Unidades Homogéneas”, en 1977. La idea de la escuela de crecimiento de la iglesia del Seminario Teológico de Fuller en Pasadena (California) de Donald McGavran era que este se produce más en grupos de la misma clase social, origen étnico, trasfondo educativo y cultura común. Había que centrarse en ellos y actuar más realistamente. Era la típica concepción pragmática americana.
La crítica que presentaba René Padilla era que eso no cuadraba con la enseñanza del Nuevo Testamento, en que la unidad en Cristo trasciende toda división humana. A Stott le sorprendió la agresividad y actitud a la defensiva de los representantes de la Escuela de Misión Mundial de Fuller, donde se hacía el coloquio. Le entristeció especialmente cómo dejaban de tomar notas y se cruzaban de brazos, al empezar a hablar Padilla. Expresaban en lenguaje no verbal su rechazo prejuiciado a todo lo que el ecuatoriano residente en Argentina tuviera que decir.
La siguiente consulta fue en las Islas Bermudas sobre ‘Evangelio y cultura’, en 1978. Su resultado fue la Declaración de Willowbank, el lugar donde se reunieron en un espectacular hostal al borde un acantilado sobre el océano. Se encontraron allí, esta vez no solo teólogos, sino también antropólogos, lingüistas, misioneros y pastores de los seis continentes. El problema es que su metodología era muy diferente y partían de presupuestos distintos. Africanos, asiáticos y latinoamericanos acusaron en broma a Stott de imponer “el imperialismo inglés del procedimiento parlamentario de Westminster” a una discusión que podía ser más informal y emocional. La verborrea latina molestó tanto a ingleses como el obispo Stephen Neill, que dijo privadamente a Stott, que si no impedía que un delegado latinoamericano dominara todas las conversaciones se iría en el siguiente avión a Londres. La cultura no solo afecta a la evangelización, sino también a la conversión, la iglesia y la ética, como dice el documento final.
Cuando le preguntaron a Stott en 1995 qué reflexiones hacía de Lausana, treinta años después, respondió con unas conclusiones que reflejan lo que significaba, para él, el diálogo: primero, que necesitamos más unidad para la tarea que nos ha sido encomendada, frente a nuestra tendencia evangélica al individualismo; segundo, que necesitamos una mayor visibilidad frente al mundo, que nos presente más auténticamente en nuestra vida personal, la iglesia local y la acción social; tercero, una mayor coherencia con Cristo en el coste que supone la misión; y en cuarto lugar, una mayor humildad ante Dios, renunciando a toda superioridad cultural y la confianza en uno mismo.
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