John Stott (1921-2011) y su contribución a un análisis evangélico del catolicismo romano

Stott no escribió un libro sobre el catolicismo y, por tanto, no tuvo la oportunidad de desarrollar su análisis en profundidad. Sin embargo, hay huellas significativas en sus libros y en las iniciativas en las que tuvo un papel destacado que se pueden valorar.

  · Traducido por Rosa Gubianas

08 DE AGOSTO DE 2021 · 08:00

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John Stott en 1973. /IFES World Flickr

(Resumen de una conferencia celebrada en Roma, en el Istituto di Cultura Evangelica e Documentazione, el 12 de junio de 2021, en el marco del ciclo ‘1921-2021: La fe evangélica entre el ayer y el mañana"’, que marca el centenario de John Stott. Deseo dar las gracias a mi amigo y colega Reid Karr por compartir la responsabilidad de la conferencia, especialmente en lo que respecta a la segunda sección. Se puede encontrar un vídeo de la conferencia en italiano aquí).

 

La estatura internacional de John Stott y su influencia en el movimiento evangélico del siglo XX han sido ampliamente reconocidas y apreciadas. Su posición global en el evangelismo actual le convierte en una figura destacada a la que también hay que consultar sobre la relación entre la fe evangélica y el catolicismo romano. Al ayudar a los evangélicos de después de la Segunda Guerra Mundial a reagruparse en torno al evangelio bíblico y a la misión cristiana, Stott también tuvo un papel (aunque no el principal) en la influencia de la lectura evangélica del catolicismo romano que surgió del Concilio Vaticano II (1962-1965). Stott no escribió un libro sobre el catolicismo y, por tanto, no tuvo la oportunidad de desarrollar su análisis en profundidad. Sin embargo, hay huellas significativas en sus libros y en las iniciativas en las que tuvo un papel destacado que se pueden valorar. Este artículo se centrará en tres momentos de la contribución de Stott al análisis evangélico del catolicismo romano. El primero se basa en su libro Christ the Controversialist [Cristo el Controvertido] (1970), el segundo en su participación en el Diálogo Evangélico-Romano Católico sobre la Misión (ERCDOM, por sus siglas en inglés, 1977-1984), y el tercero en lo expuesto al respecto en el Manifiesto de Manila (1989).

El controvertido

En el clima cultural de finales de los años sesenta que quería un Jesús blando e inclusivo (más un amigo inspirador que el Salvador y Señor de nuestras vidas), Stott escribió un libro valiente para esa época. El título es programático: Christ the Controversialist: A Study in Some Esssentials of Evangelical Religion [Cristo el Polémico: Un estudio sobre algunos aspectos esenciales de la religión evangélica]. El Jesucristo de la Biblia no es un tipo simpático que se lleva bien con todos, sino uno que une porque divide, que desafía, que desenmascara las hipocresías. Stott tiene a la vista tres interlocutores principales: uno es el liberalismo teológico que querría un Jesús “moral” pero no doctrinal; el otro es el ecumenismo a la baja que quiere la unidad sin la verdad; y el tercero (aunque menos tratado que los dos primeros) es el catolicismo romano que antepone la Iglesia a Cristo. A estas desviaciones, Stott contrapone la fe evangélica que, para él, no es otra cosa que el cristianismo bíblico.

Tras el Vaticano II, Stott es consciente de que el catolicismo romano se encuentra en una fase de transición. Presta especial atención al hecho de que Roma ha abierto las puertas a la circulación de la Biblia entre los laicos, superando la antigua resistencia a un acceso directo a las Escrituras por parte de los fieles. Esta “mayor conciencia bíblica” puede tener “consecuencias incalculables” (p. 79). Dicho esto, Stott también señala que el catolicismo, aunque esté inmerso en un proceso de “actualización”, no ha cambiado en absoluto ninguna de las posiciones antiprotestantes de su pasado remoto y reciente. Lo que más importa es que las prácticas no bíblicas elevadas por Roma a marcadores de identidad (por ejemplo, la confesión auricular al sacerdote) siguen ahí. Especialmente crítica es la lectura que hace Stott del “Credo del Pueblo de Dios”, que Pablo VI promulgó al concluir el Concilio para subrayar la fidelidad católica a sus principios confesionales: La mariología, el papado y la misa. Para Stott se trata de “tradiciones totalmente no bíblicas” (p. 25).

Además, Stott observa en los textos del Vaticano II una serie de contradicciones debidas a la reafirmación de doctrinas tradicionales yuxtapuestas a expresiones que dan voz a un desarrollo doctrinal hasta entonces desconocido. ¿Es el catolicismo romano el tradicional o el que se actualiza? Para Stott, Roma se encuentra en un estado de confusión, situación que no puede mantenerse por mucho tiempo. Con estas perplejidades, Stott cree que el único deseo para el futuro es “una profunda reforma bíblica” (p. 23). Esta “reforma” tiene una parte deconstructiva y otra constructiva. Por un lado, Roma debe abandonar sus creencias y prácticas antibíblicas, por ejemplo, sus dogmas sobre la inmaculada concepción y la asunción corporal de María; por otro lado, el catolicismo romano debe abrazar “las doctrinas de la supremacía de las Escrituras y la libre justificación”. En otras palabras, si el catolicismo romano quiere realmente tomar el camino de la renovación bíblica, un compromiso atestiguado de palabra por el Vaticano II pero negado de hecho en los años posteriores al Concilio, indica que la Reforma que Roma rechazó en el siglo XVI sigue siendo una necesidad en el XX.

En Cristo el Controvertido John Stott ensaya la clásica crítica evangélica al catolicismo romano. Está atento a las dinámicas surgidas del Vaticano II, pero no se deja impresionar por ellas, y está firmemente convencido de que la Reforma es el único camino para un cambio real en Roma según el evangelio bíblico.

El socio del diálogo

Un segundo momento en la contribución de Stott al análisis evangélico del catolicismo romano está vinculado a su participación en el ERCDOM (The Evangelical and Roman Catholic Dialogue on Mission). De hecho, Stott fue el principal referente del grupo evangélico que participó en este diálogo informal en tres encuentros que se celebraron entre 1977 y 1984: Venecia (1977), Cambridge (1982) y Landévennec (1984).

Es importante señalar que la ERCDOM no representa un acuerdo teológico alcanzado entre evangélicos y católicos. No es una declaración conjunta; ni siquiera era ese el objetivo. El propósito de la ERCDOM era intercambiar ideas y convicciones teológicas para ver si había puntos en común, ya que, con el Pacto de Lausana (1974) y con la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi de Pablo VI (1975), tanto los evangélicos como los católicos habían tratado el tema de la misión. ERCDOM es un relato de las ideas intercambiadas y compartidas durante estos tres encuentros que pone de manifiesto -según los participantes- algunos puntos en común y otros en los que existen desacuerdos significativos entre la fe evangélica y el catolicismo romano, especialmente en su forma de entender y practicar la misión.

El propósito realista del ERCDOM es bienvenido. Los participantes sabían que, debido a las diferencias teológicas existentes, no sería muy sensato intentar llegar a un acuerdo sobre los numerosos temas tratados. En cambio, optaron por dialogar sobre cuestiones de interés común.

Dicho esto, hay al menos dos puntos débiles del ERCDOM que hay que señalar. El primero es el enfoque que utilizaron los participantes al debatir los distintos temas teológicos. Los evangélicos, en particular, utilizaron un punto de vista atomístico, que examina los temas teológicos de uno en uno, como si cada uno de ellos fuera de alguna manera separable del conjunto. Por ejemplo, es como si los temas de la revelación y la autoridad fueran independientes de la mariología. O como si el tema de la reforma de la Iglesia fuera independiente del tema de la misión de la Iglesia. No obstante, los riesgos de este enfoque se ponen de manifiesto cuando lo comparamos con una perspectiva sistémica. A diferencia de un visión atomística -que examina los temas teológicos de uno en uno, dando la impresión de que cada tema puede ser aislado de todos los demás-, un enfoque sistémico ve el evangelismo y el catolicismo romano como sistemas teológicos integrales e integrados, es decir, sistemas de fe y vida en los que todo está íntimamente conectado. Con esta orientación, si la cristología se separa de alguna manera de la soteriología, la mariología o la misionología, el sistema se derrumba.

La segunda debilidad a subrayar es el hecho de que ERCDOM ha dado por sentadas las definiciones de muchos términos teológicos que son cruciales para una comprensión bíblica del evangelio de Jesucristo, y que son, pues, esenciales para una misionología sana y bíblica. En otras palabras, la fe evangélica y el catolicismo romano tienen un vocabulario muy similar. Términos como “evangelio”, “salvación”, “conversión”, “pecado”, “Espíritu Santo”, “redención”, “gracia”, “Trinidad”, “justificación”, “iglesia”, etc., son fundamentales en el vocabulario de ambos grupos. Los evangélicos que participaron en la ERCDOM, y Stott sobre todo, se equivocaron al asumir que muchos de los términos que discutieron, y que fueron centrales en sus diálogos y en las conclusiones a las que llegaron, tenían el mismo significado bíblico. En la teología católica romana muchas palabras clave de la fe cristiana tienen un significado diferente al de la comprensión evangélica. Si queremos dialogar con Roma, hay que tener en cuenta esta diferencia y no pasarla por alto.

El diplomático

La tercera y última contribución de John Stott al análisis evangélico del catolicismo romano no está incluida en ninguno de sus escritos, sino que tiene que ver con su papel como principal redactor del Manifiesto de Manila (1989) al concluir el Segundo Congreso para la Evangelización Mundial. Mientras que el Pacto de Lausana (1974) no contiene ninguna referencia específica a las relaciones con el catolicismo romano u otros organismos eclesiásticos no evangélicos, el Manifiesto de Manila (un texto más extenso y articulado) se refiere a la cuestión de cómo debe ser la postura de los evangélicos ante la Iglesia de Roma, la Ortodoxa Oriental y el Consejo Mundial de las  Iglesias (CMI). En este sentido, es útil una cita del Manifiesto de Manila donde se reconoce la mediación de Stott en la composición de un marco diferenciado y en el intento de mantener un discurso unitario por parte de todo el mundo evangélico representado en el Congreso:

Nuestra referencia a “toda la iglesia” no es un reclamo presuntuoso de que la iglesia universal y la comunidad evangélica sean sinónimos. Porque reconocemos que hay muchas iglesias que no forman parte del movimiento evangélico. Las actitudes evangélicas hacia las iglesias católica romana y ortodoxa difieren mucho. Algunos evangélicos oran, hablan, estudian las Escrituras y trabajan con estas iglesias. Otros se oponen firmemente a cualquier forma de diálogo o cooperación con ellas. Todos los evangélicos son conscientes de que siguen existiendo graves diferencias teológicas entre nosotros. Cuando sea apropiado, y siempre que la verdad bíblica no se vea comprometida, la cooperación puede ser posible en áreas como la traducción de la Biblia, el estudio de cuestiones teológicas y éticas contemporáneas, el trabajo social y la acción política. Sin embargo, queremos dejar claro que la evangelización común exige un compromiso común con el evangelio bíblico. (n. 9)

Aquí Stott ya no es un polemista, ni un simple dialogante, sino más bien un fotógrafo de la situación global. Toma una instantánea de la diversa situación dentro del mundo evangélico, la registra y la describe, sin tratar de identificar criterios útiles para aumentar la madurez evangélica a la hora de abordar las cuestiones teológicas y sistémicas que conlleva la relación con Roma y el CMI. Algunos evangélicos lo hacen de una manera, otros lo hacen de otra. Algunos participan en el movimiento ecuménico, otros no. Quién tiene razones bíblicas para hacer lo que hace y quién no, no es seguro. El texto se limita a afirmar la legitimidad de ambos puntos de vista y se apresura a pasar al siguiente punto.

Al hacerlo, ya no es el John Stott que, basándose en las cuestiones evangélicas fundamentales que están en juego, tiene la valentía de entablar una controversia con Roma, sino que es el diplomático que, habiendo practicado un enfoque bastante atomístico del catolicismo romano (como es el caso de ERCDOM) y por extensión del ecumenismo, lo amplía a la redacción del Manifiesto de Manila. El hecho de que los evangélicos no tengan una visión unificada hacia los no evangélicos no es responsabilidad de Stott. No obstante, dado que Manila se preocupa por la misión y la evangelización, hacer misión y evangelización en comunión con Roma o sin ninguna relación ecuménica con el catolicismo romano supone una gran diferencia.

La relación con el catolicismo romano es una de las áreas que quedaron sin resolver por el largo y bendito liderazgo evangélico de Stott. En otros temas cruciales (la autoridad de las Escrituras, la centralidad de la cruz, la necesidad de la conversión, la urgencia de la misión, el llamamiento a la colaboración entre los evangélicos) el ministerio de Stott fue positivamente decisivo y sigue siendo inspirador; en cuanto a cómo relacionarse con el mundo no evangélico, y sobre todo con la Iglesia Católica Romana, el ministerio global de Stott ha sido cada vez más abierto.

 

Notas

[1] Se puede encontrar más información sobre Stott y el catolicismo romano en L. De Chirico, Evangelical Theological Perspectives on Post-Vatican II Roman Catholicism (Oxford-Bern: Peter Lang, 2003) pp. 106-118, 211-212, 295-297.

[2] Christ the Controversialist: A Study in some Essentials of Evangelical Religion (Londres: Tyndale Press, 1970).

[3] J. Stott - B. Meeking (eds.), The Evangelical-Roman Catholic Dialogue on Mission 1977-1984 (Grand Rapids, MI - Exeter: Eerdmans Paternoster, 1986).

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