¿Se opone Dios a la nueva física?
El universo rebosa intención desde la partícula más elemental a la más remota galaxia. Y en las fronteras invisibles de la materia, allí donde se hace borrosa la realidad, se intuyen los caminos del espíritu.
11 DE ABRIL DE 2021 · 09:00
Algunos han manifestado que los últimos y singulares descubrimientos de la mecánica cuántica se opondrían a la existencia de un Dios que creó un universo ordenado a partir de la nada. Según ellos, el comportamiento caótico de las partículas subatómicas, como los fotones de la luz que tanto pueden adoptar forma de partículas como de ondas, no sería compatible con la idea de una creación hecha de materia ordenada. Aparentemente la manera en que reaccionan dichas partículas no parece seguir ninguna regla o ley física. De ahí que ciertos físicos concluyan que la mecánica cuántica contradice la racionalidad de las leyes naturales y sugiere un cosmos incomprensible que no pudo haber sido planificado, puesto que supuestamente sería imposible prever el comportamiento futuro de tales partículas materiales. Por tanto, Dios no podría controlar providentemente el mundo, tal como asegura la Escritura, porque no sabría cómo se comportarían en adelante las partículas subatómicas. ¿Qué se puede responder desde la perspectiva creyente?
Es cierto que aquello que antes, desde la física clásica, se consideraba sólido y estable, como los minerales, las rocas o los metales que hay en las entrañas de la corteza terrestre, son en su realidad última un cimbreante mundo de oscilaciones energéticas, de apariciones y desapariciones de partículas, de vacío interno y desenfreno atómico. Cualquier ser del universo, desde los soles a las personas pasando por las bacterias, se halla sometido a esta continua agitación. Incluso hasta el espacio y el tiempo son proyecciones ligadas a los mismos campos fundamentales. ¿Qué es entonces lo real que subyace en ese conjunto de campos? ¿Mera ilusión? ¿Pura apariencia? O quizás, bajo esa capa de fuerzas encontradas pueda descubrirse que la realidad, después de todo, no estaba hecha de materia, sino de espíritu.
Esto es precisamente lo que proponen Guitton y los Bogdanov en su libro, Dios y la ciencia (1994)[1]. Según ellos, no existiría mejor ejemplo de esa interpenetración entre la materia y el espíritu que el comportamiento que manifiestan los fotones. Resulta que cuando el investigador humano intenta observar la onda del campo producida por un fotón, ésta se transforma inmediatamente en una partícula precisa y deja de ser un campo; por el contrario, cuando se la analiza como partícula material entonces se comporta como onda. ¿Influye la conciencia humana del investigador en el comportamiento de la materia que estudia e incluso en el resultado de su medición? Los físicos han llegado a la conclusión de que los fotones cuando no son observados conservan abiertas todas sus posibilidades. Es como si tuvieran conocimiento de que se les está estudiando, así como de lo que piensa y hace el observador. Como si cada ínfima parte de la materia estuviera en relación con el todo. Como si la conciencia no sólo estuviera en el científico sino también en la propia materia analizada. ¿No es esto algo sorprendente?
El Creador optó por la libertad en todos los rincones del cosmos. La libertad es la característica esencial de la persona humana y de toda materia creada.
Ante tales indicios, otros científicos han empezado a sospechar que detrás del universo y de las leyes que lo rigen se esconde una mente sabia que domina muy bien las matemáticas. Una inteligencia capaz de calcular, relacionar, programar y dirigir el mundo, haciendo imposible que el caos llegue a anular alguna vez al orden. En realidad, los campos generados por las cuatro fuerzas fundamentales del universo no son otra cosa que pura información. El cosmos aparece hoy como una inmensa red informática constituida por múltiples interruptores, colocados cada uno de ellos en la posición precisa para que todo funcione y sea posible la vida y la conciencia humana. Existe un orden implícito no sólo en los seres vivos sino también escondido en las profundidades del mundo material. El universo rebosa intención desde la partícula más elemental a la más remota galaxia. Y en las fronteras invisibles de la materia, allí donde se hace borrosa la realidad, se intuyen los caminos del espíritu.El hecho, aceptado hoy por la ciencia, de que no existan unas leyes dinámicas determinadas de antemano para la materia, pues se ha visto que el estado mecánico de las partículas elementales no parece determinar su estado futuro, no significa sin embargo que Dios no esté en el control del universo. Nada impide creer que detrás del indeterminismo subatómico, o la libertad corpuscular, está la mano del creador que prosigue sustentando permanentemente el mundo. A pesar de lo que dijera el famoso físico teórico Steven Hawking desde su postura agnóstica, Dios no puede estar limitado por su propia creación. La indeterminación de lo material puede conformar perfectamente un universo ordenado y controlado hasta en sus mínimos detalles por Dios. La aparente anarquía frenética de los electrones es, por ejemplo, el sustento material de un órgano tan altamente sofisticado y coordinado con el resto del cuerpo, como el cerebro humano.
Por tanto, el desorden es usado para mantener el evidente orden natural. El Creador optó por la libertad en todos los rincones del cosmos, incluso asumiendo el riesgo que esto implicaba, ya que la mala elección obrada por las criaturas ha traído siempre las peores consecuencias. Pero, a pesar de todo, Dios concede la capacidad de elección porque ama la libertad, característica esencial de la persona humana y también de toda materia creada. De manera que la Nueva física no se opone a Dios ni le invalida como autor de la creación sino que permite pensar en él como causa original de todas las cosas.
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