Infancia, divino tesoro

En este mundo frenético en el que nos ha tocado vivir, vale más un rumiante que un niño.

20 DE ABRIL DE 2012 · 22:00

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Niños trabajando en una mina de coltan.

Sólo tiene ocho años, aunque no debe preocuparse, porque no vivirá muchos más. Si la esperanza de vida en el Congo es de cuarenta años, la suya, a lo sumo, será de doce. Y es que los niños del Coltan no pueden aguantar más, sometidos a jornadas de catorce horas, bajo el sol abrasador, sin apenas comer. Con herramientas rudimentarias escarban la mezcla de columnita y tantalio, extrayéndola de las minúsculas cuevas y surcos donde aparece. Manos pequeñas para cantidades pequeñas que su patrón venderá a diez dólares el kilo a las multinacionales. Pero éstas, señoras y señores, las revenderán a nada más y nada menos que cuatrocientos dólares el kilo ¡Menudo negocio! Lo mejor es que la transacción va en auge pues este llamado oro azul ve mermadas sus reservas, siendo su conducción mejor que la del cobre, su resistencia al calor inigualable y sus probabilidades de oxidación más que remotas. Por eso se emplea en tecnología punta, en la batería del último modelo de celular y de la Laptop más sofisticada. Mientras, tan lejos de nosotros que a nadie le importa, el niño de ocho años y sus conciudadanos miserables se ven sumergidos en una espiral de enfrentamientos y violencia, pues quien controle las minas de Coltan, controlará el devenir tecnológico del mundo. Según los últimos datos de la FAO, más de mil millones de personas viven en la pobreza extrema, contando para subsistir con menos de un dólar al día. Paradójicamente, las vacas europeas están financiadas para su alimentación con dos dólares al día. Se podría afirmar entonces, sin temor a equivocarse, que en este mundo frenético en el que nos ha tocado vivir, vale más un rumiante que un niño, el cual, nos guste o no, es nuestro congénere. Porque estos niños pobres, indefensos y sin voz ¿Son algo más que una sombra pasajera?¿Una llama fugaz e inadvertida? Su tragedia, la de los doscientos cuarenta y seis millones de niños explotados, no sale en los telediarios, porque no es noticia. Este tipo de esclavismo que mata de agotamiento no es de hace cinco siglos como el de las colonias, es de hoy, de cada día y a vista de todos. Aunque lo más trágico es la cruel indiferencia del político que ve y permite, del empresario que promueve y se enriquece y de todo aquel que no levanta la voz ante la injusticia, porque la pereza es traicionera, y no hay lugar donde uno esté más a gusto que en su sillón. Dicen que el conocimiento produce sufrimiento y parece que es cierto, pero también lo es el hecho de que si no conozco, no puedo actuar y si no actúo me pierdo la parte del valor que me falta y mi reflejo en el otro. Ese otro que no solo me sirve para satisfacer mis necesidades. A veces estamos tan cegados que solo viendo el dolor ajeno valoramos los privilegios de los que gozamos, y dejamos de quejarnos, de nimiedades y chorradas, saliendo de la insoportable noria de la insatisfacción en la que gira el que lo tiene todo.

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