Baroja, el Pío agnóstico

El 30 de octubre de 1956 moría en Madrid Pío Baroja. Con él desaparecía, en opinión de José Luís Abellán, “el novelista por antonomasia de la generación del 98”. Televisión Española ha conmemorado el cincuenta aniversario de su muerte con la proyección el 17 de septiembre de un documental titulado “El mundo de Baroja”.

18 DE NOVIEMBRE DE 2006 · 23:00

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Por otro lado, y en la misma fecha, el Museo de la ciudad de Madrid inauguró la exposición titulada “Memoria de Pío Baroja”, un gran homenaje al escritor vasco. La exposición, que permanecerá abierta hasta el 3 de diciembre, exhibe más de 250 piezas entre fotografías, cartas, manuscritos, pinturas, primeras ediciones de sus libros y otros objetos. Sumándose a los homenajes, la editorial Tusquets ha publicado tres obras inéditas de Baroja, “La guerra civil en la frontera”, “Blancos y Rojos” y “Miserias de la guerra”. México, Argentina, Venezuela, Colombia y otras naciones de Hispanoamérica se han incorporado con actos culturales al cincuenta aniversario de la muerte del famoso novelista. Pío Baroja y Nessi nace en San Sebastián el 28 de diciembre de 1872. Hasta cumplidos los 14 años la familia vive en la ciudad guipuzcoana, en Madrid y en Pamplona. En 1886, nuevamente en Madrid. Aquí Baroja termina el bachillerato y comienza los estudios de Medicina, que concluye en Valencia. En 1894 se doctora en Madrid con la tesis titulada “El dolor: estudio psicofísico”. Ese mismo año obtiene la plaza de médico en Cestona (Guipúzcoa). En esta ciudad balneario publica su primer libro de cuentos, “Vidas sombrías”, que la crítica literaria recibe con aplausos. En 1896 regresa a Madrid para regentar, junto a su hermano Ricardo, una panadería de su tía Nessi. En la capital de España decide dedicarse enteramente a la literatura, escribiendo para periódicos, viajando a capitales extranjeras como corresponsal y prosiguiendo una carrera literaria que culmina con la publicación de unos cien volúmenes y le sitúa entre los mejores autores españoles del siglo XX. Para Sender, “la obra de Baroja es más compacta y uniforme que la de cualquier otro novelista contemporáneo”. María de Maeztu opina que “la obra de Baroja es tan representativa como la de Galdós. No hay emoción más honda en las letras modernas españolas- añade-que las que nos da este escritor”. La exposición inaugurada por el Museo de la Ciudad concluye con fotografías de su entierro, que tuvo lugar en el cementerio civil de Madrid. Esta decisión fue asumida por el sobrino, Julio Caro, alegando que había sido la voluntad de Pío Baroja. En aquella España de vibrante nacionalcatolicismo, la jerarquía de la Iglesia interpretó como un gran escándalo el que tan importante figura le diera semejante bofetada después de muerto. LAS CREENCIAS BAROJA En realidad, Pío Baroja quiso morir como había vivido: alejado de la Iglesia católica y, hasta cierto punto, distanciado de toda creencia religiosa. Aunque existe casi una absoluta penuria de estudios sobre la religiosidad de Baroja, está bien claro que desde muy joven se declaraba anticatólico y anticlerical. En “Juventud y Egolatría”, de 1917, confiesa: “Yo he sido siempre un liberal radical, individualista y anarquista. Primero, enemigo de la Iglesia; después, del Estado. Mientras estos dos grandes poderes estén en lucha, partidario del Estado contra la Iglesia”. Baroja no se conformó con la ausencia de fondo religioso; necesitó criticar a la Iglesia católica con sus dardos y lanzar contra ella puyas hirientes. En “César o nada”, donde escribe sobre las intrigas eclesiásticas de Roma, afirma: “El catolicismo es carne judía en salsa romana”. El anticatolicismo de Baroja es tan evidente que hasta el jesuita Emilio del Río se queja: “Baroja se caracteriza por su incontinencia anticlerical y difamatoria. Para él, “con la mentira vive la religión”. Fue esta una toma de posición de la que nunca se retractó. En una biografía sin firma de autor publicada por Planeta- Agostini, en Barcelona, se cuenta que en sus últimos años la tomó contra un obispo al que mandaba cartas y más cartas con la intención de sostener con él una polémica teológica y filosófica. Baroja se extrañaba de que el obispo no le respondiese, pero ocurría que su familia no depositaba en el correo sus feroces misivas. Pío Baroja fue, sin lugar a la duda, anticatólico militante y combativo. Puede que también agnóstico, como se confesó en más de una ocasión. Pero ateo, ateo, a mi no me lo parece. Revisando en conjunto toda su obra hay en ella destellos de acercamiento a la fe y al Cristianismo. En “El árbol de la ciencia”, uno de sus libros más leídos, Baroja se compromete con la creencia y se pronuncia sobre la importancia de la fe. Inspirado en Nietzsche, a quien solía leer con frecuencia, Baroja insiste en el grito “El gran Pan ha muerto”. Baroja llega a una conclusión dramática: si el Gran Pan ha muerto, si el Godot de Beckett no aparece en el escenario, si Dios es desterrado definitivamente del alma, sólo nos queda el caos, el vacío, la nada. Así lo escribe: “En vez de alegría nos quedará el resentimiento…. En vez de la satisfacción, el desprecio; en vez de los frutos de la vida, el dinero….Comprobaremos el vacío de la Naturaleza y pasaremos con tristeza y con horror nuestra mirada por toda la oquedad del mundo”. Baroja prefiere mirar en otra dirección, más arriba, por encima del caos y la tierra. En el cuento “La Venta”, de “Fantasías vascas”, escribe sobre “un buen papá allá arriba”. Sin éste Papá sólo resta la muerte, la tumba, la putrefacción, la nada definitiva. ¡Triste destino!

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