Hemos tratado ya las diferentes escuelas religiosas (o sectas) judías para examinar lo que tenían de distintivo y en qué medida se podían relacionar con el movimiento originado en Jesús de Nazaret. Así, tras haber comenzado por los escribas, fariseos y saduceos (que aparecen en las páginas del Nuevo Testamento) vimos a los esenios y la secta de Qumrán, para pasar luego a los zelotes.
Cuando uno concluye el examen de las sectas judías en la época de Jesús, no debería caer en el error de pensar que las mismas representaban a la mayoría de la población. De hecho, y si hemos de creer en el testimonio de las fuentes, las mismas no pasaban de ser minorías bien constituidas, cuyos miembros rara vez superaban algunos millares.
Igual que constituye un error de bulto identificar a los profesantes de una religión determinada con las opiniones de la escuela teológica de moda, no lo es menos el pensar que todos los judíos de la época de Jesús se hallaban encuadrados en algunos de los grupos someramente descritos en este capítulo. Si hemos de ser sinceros, tenemos que confesar que la inmensa mayoría quedaba fuera de los mismos.
LOS `AM-HA-ARETZ´
¿Cuáles eran las creencias de esa mayoría de la población judía? Salvo algunos casos, realmente excepcionales, de incrédulos, la inmensa mayoría cumplía con las festividades judías, creía en el Dios único de Israel y en la Torah entregada por éste a Moisés e intentaba obedecerla dentro de sus propios medios.
También parece que la esperanza mesiánica estaba muy extendida así como la creencia en la resurrección. Por desgracia para ellos, la Torah imponía una serie de normas de pureza ritual sobre cuyo cumplimiento concreto (¿qué es trabajo en sábado? ¿qué profesiones son impuras? etc) diferían las distintas sectas.
En el caso de los fariseos, concretamente, el enfoque era mucho más estricto y, por si mismo, contribuía a dejar a buen número de los judíos en situación de impureza. Para aquellos, se trataba de los "am-ha-arets", la gente de la tierra, demasiado contaminada como para poder presentarse limpia ante el Dios de Israel.
Ya hemos visto, al tratar la secta de los fariseos, la forma en que Jesús contemplaba estas cuestiones. Esa flexibilidad es una de las causas que explica la sensación de alivio e interés que muchos de los am-ha-arets experimentaron al oír su mensaje. Hoy por hoy, nadie puede negar que los mismos vieron un rayo de esperanza en un Jesús que proclamaba al Dios que había venido a buscar a las ovejas perdidas.
Pero no podemos caer en idealizaciones fáciles. La predicación de Jesús no sólo era "agradable". Implicaba unas exigencias tan rígidas y totalizantes, y un concepto de la esperanza mesiánica tan específicos que muchos se sintieron desilusionados con ella y llegado el momento optaron por abandonarlo.