Los colportores, la estirpe de Julianillo (I)

No sé si exista alguna historia de los colportores bíblicos, esos personajes que distribuyen biblias, nuevos testamentos o alguna porción de Las Escrituras. Porque si la vida y obra de traductores de la Palabra a distintas lenguas existentes en el mundo es desconocida por muchos, todavía más lo es la de quienes imbuidos de un gran sentido de misión se lanzan a distribuir el mensaje del Evangelio en"/>

Julianillo, mártir de la Inquisición

Los colportores, la estirpe de Julianillo (I)

No sé si exista alguna historia de los colportores bíblicos, esos personajes que distribuyen biblias, nuevos testamentos o alguna porción de Las Escrituras. Porque si la vida y obra de traductores de la Palabra a distintas lenguas existentes en el mundo es desconocida por muchos, todavía más lo es la de quienes imbuidos de un gran sentido de misión se lanzan a distribuir el mensaje del Evangelio en

03 DE NOVIEMBRE DE 2007 · 23:00

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Con justificada razón escribe Patrick Collinson que “La Reforma fue una inundación de palabras” en forma impresa. La imprenta de tipos móviles fue un aliado de quienes, a partir del 31 de octubre de 1517 (cuando Lutero fijas sus 95 Tesis contra las indulgencias), fueron acrecentando su oposición a Roma. Con ese parte aguas hubo un incremento en la producción de materiales impresos de todo tipo, que iban de hojas volantes a panfletos, y de sermones a tratados, y más tarde circularon traducciones de la Biblia a partir de las lenguas originales a las de los distintos pueblos. La cadena de autores, traductores y editores necesitaba un eslabón vital para verse completada: distribuidores que hiciesen llegar el material impreso a sus posibles lectores. Un diseminador de literatura protestante en el siglo XVI fue Julián Hernández, también llamado Julianillo por su débil aspecto físico (Samuel Vila, en su Historia de la Inquisición y la Reforma en España, dice que era jorobado y de baja estatura). Originario de Tierra de Campos, en Castilla, emigró muy joven a los Países Bajos y más tarde a Alemania. Entre los germanos se inició como aprendiz de impresor, oficio que le permitió leer lo que se preparaba en las imprentas. Posiblemente hayan pasado por sus manos de cajista, para su composición en tipos, escritos de reformadores españoles como Juan de Valdés, Francisco de Enzinas y Juan Pérez de Pineda. Lo cierto es que ya converso al cristianismo evangélico, Julián Hernández, retornó a España y se asienta en Sevilla, donde es uno de los integrantes del círculo protestante en esa ciudad. Sabedor de que fuera de España circulaban libros prohibidos en su nación, Julián decide ir en búsqueda de literatura que ayude a educar a sus correligionarios en la fe evangélica. Se dirige a Alemania, donde se entera de que es mejor para su causa llegar a Suiza, a Ginebra, donde podría obtener los volúmenes anhelados. En Ginebra conoce a Juan Pérez de Pineda, quien contrata sus servicios dado su conocimiento en el trabajo de manuscritos para verterlos a tipos de imprenta. Recordemos que Pérez de Pineda trabajaba en su traducción del Nuevo Testamento, del griego al castellano, la que es publicada en 1556, con un pie de imprenta falso: dice impresa en Venecia, por Juan Philadelpho, cuando en realidad se manufacturó en Ginebra, en la imprenta de Jean Crespin (Enrique Fernández y Fernández, Las Biblias castellanas del exilio). En su labor Juan Pérez se valió de la traducción de Francisco de Enzinas, cuyo Nuevo Testamento fue publicado en Amberes en 1543. Fue precisamente la traducción de Juan Pérez de Pineda la que Julianillo se propuso introducir a España. Lo hizo de contrabando y tras correr grandes riesgos en los caminos y en los puestos de control que en España vigilaban que no entrara literatura herética. Julián Hernández entregó su valiosa carga en Sevilla, a los monjes de San Isidro del Campo y en casa de Juan Ponce de León. Los dos eran lugares donde se reunían, clandestinamente, quienes creían en los postulados de la Reforma. En octubre de 1557 Julián Hernández cae en las garras de la Inquisición, le torturan bárbaramente pero él guarda heroico silencio y no delata a sus hermanos en la fe. De su valerosa actitud M´Crie escribió: “Recurrieron a todas las artes engañosas en que eran maestros, a fin de arrancarle a Hernández su secreto. En vano emplearon promesas y amenazas, interrogatorios y careos, a veces en la sala de audiencias y a veces en su celda… Cuando lo interrogaban sobre su fe, respondía francamente; y aunque desprovisto de las ventajas de una educación liberal, se defendía con valentía silenciando a sus jueces y a los eruditos que ellos traían para refutarle, por su conocimiento de las Escrituras solamente. Pero cuando se le preguntaba quiénes eran sus maestros y compañeros religiosos, se negaba a proferir palabra. Tampoco tuvieron más éxito cuando apelaron a esa horrible maquinaria que a menudo había arrancado secretos a los corazones más fuertes, haciéndoles traicionar a sus amigos más amados. Hernández demostró una firmeza muy superior a su fuerza física y a sus años: Durante los tres años completos que permaneció en la prisión, fue sometido frecuentemente al tormento… pero en cada nueva oportunidad aparecía ante ellos con una insubyugable fortaleza” (Historia de la Reforma en España). En el Auto de Fe del 22 de diciembre de 1560 fueron quemadas 14 personas vivas, uno de ellos era Julián Hernández. Los catorce se mantuvieron firmes en su fe, no quisieron retractarse. Ocho eran mujeres, cinco de éstas pertenecían a una misma familia; María Gómez, tres hijas suyas, y su hermana. Tres fueron incinerados en efigie: Juan Gil (el doctor “Egidio”), el doctor Constantino Ponce de la Fuente y Juan Pérez de Pineda. Así en un mismo día el autor de la traducción del Nuevo Testamento (Pérez de Pineda) y su distribuidor en España (Julián Hernández) fueron llevados a la hoguera por la Inquisición. Sus verdugos creyeron que así terminaban con la causa de Julianillo, Juan Pérez de Pineda y tantos otros que sufrieron persecución en la España de la Contrarreforma. No fue así. (Continuará)

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