Tres escritos sobre Carlos Monsiváis: A tres décadas de su ausencia
Uno de los muchos motivos que provocan mi nostalgia de Monsiváis es su creatividad para establecer vínculos entre la lectura de la Biblia y el acontecer social, político y cultural de México en una sociedad globalizada.
28 DE JUNIO DE 2025 · 23:50

¿Cuánto sobrevive en mi conducta actual, en mi moralismo ingenuo y formalista, en mi ferocidad autocrítica, de las lecciones de la Escuela Dominical? Si la sala [Manuel M. Ponce, de Bellas Artes], este diván y confesionario, tiene la respuesta, no vacile en dármela. Este hugonote nativo se la implora. Y la herejía, mi falta de solidaridad ante el edipismo nacional que rodea a la Virgen de Guadalupe, me inició en saber qué se siente vivir en la acera de enfrente, el unas veces codiciado y otras aborrecido don de pertenecer a las minorías Carlos Monsiváis, 1965
Fue un escritor cuya vasta obra es, para mí, de constante lectura. Además, mantuve con Carlos Monsiváis amistad por poco más de dos décadas, durante las cuales generosamente compartió conmigo, entre otros intereses comunes, su amor por la Biblia traducida por Casiodoro de Reina y revisada por Cipriano de Valera (prefería la edición de 1909), la himnología protestante/evangélica y la preocupación por la intolerancia/persecuciones contra las minorías religiosas.
Unos días antes de que se cumplirán tres lustros de su fallecimiento (acontecido el 19 de junio de 2010) el diario La Jornada publicó mi artículo titulado “Quince años sin/con Carlos Monsiváis” (11 de junio, reproducido abajo con el número I).
El suplemento literario del mismo periódico incluyó, con fecha 15 de junio) mi “Carlos Monsiváis: entre el Génesis y el Apocalipsis” (aquí con el número II) y, finalmente, el 25 de junio, el escrito “Mi nostalgia de Carlos Monsiváis” (aquí con el numeral III). Para esta ocasión solamente hice un muy pequeño agregado en el segundo artículo.
Monsiváis escribió dedicatorias en algunos de mis ejemplares de sus libros. Reproduzco nada cinco cuatro, las que, al releerlas, me recuerdan a un gran intelectual y, sobre todo, a un entrañable amigo.
Está por cumplirse década y media de la ausencia física de Carlos Monsiváis, pero su presencia simbólica continúa entre nosotros.
Mediante sus abundantes publicaciones, pero también a través de audios y videos de conferencias que circulan en el ciberespacio, Monsiváis se mantiene como un referente para antiguos y nuevos públicos.
Los intereses de Carlos eran muy amplios y diversos, tanto en la música (del góspel a los boleros), como en asuntos culturales y de la vida pública sobre los que se informaba profundamente. De su voracidad bibliográfica dejó constancia en los más de veinte mil libros que tenía, los cuales hoy pueden consultarse en la bella sala que lleva su nombre en la Biblioteca de México.
La singularidad de Carlos Monsiváis solamente puede comprenderse por su trasfondo formativo y pertenencia a una minoría. En muy distintos tiempos y lugares refirió el origen identitario que, subrayo, lo hizo perceptivo al arrinconamiento de colectivos por parte del establishment sociocultural y religioso.
En 1965, al participar en el ciclo Narradores ante el público, mencionó: “me eduqué y me desenvuelvo en el seno de una familia tercamente protestante […] Aprendí a leer sobre las rodillas de una Biblia, a cuya admirable versión castellana de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera debo la revelación de la literatura”.
Un año después, en las primeras líneas de su Autobiografía, dijo de sí ser “precoz, protestante y presuntuoso”, también que su “verdadero lugar de formación fue la Escuela Dominical” en la Iglesia Interdenominacional de Portales.
En 2006, al recibir el Premio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Monsiváis destacó “el libro primordial en mi formación de lector: la Biblia, en la versión del reformado Casiodoro de Reina, revisada por Cipriano de Valera. En mi niñez Reina y Valera me entregaron mi primera perdurable noticia de la grandeza del idioma, de la belleza literaria que uno (si quiere) le adjudica a la inspiración divina […] La Biblia de Reina-Valera es una obra maestra del idioma”.
Javier Aranda Luna ha detectado certeramente la centralidad de la Biblia y sus efectos en la formación de Carlos:
“No es una locura imaginar que la verdadera patria de los pueblos protestantes sea un libro, la Biblia. En esa patria nació Carlos Monsiváis uno de los críticos más agudos del México contemporáneo […] Sus lecturas multiculturales de la política y la sociedad […] son producto de esa visión protestante de entender y conectar al individuo con su historia y su comunidad”.
En su Autobiografía Carlos Monsiváis hace constar que le “correspondió nacer del lado de las minorías”, y que su familia debió emprender el éxodo del centro de la Ciudad de México hacia “Canaán-Portales, la tierra prometida, donde los hijos crecerán en paz, sin el espectro del hambre y la intolerancia”.
Su experiencia de pertenencia a una minoría estigmatizada la proyectó a otras minorías marginadas por el entramado sociocultural mexicano. Del tema se ocupó en diversos escritos, lo hizo, por ejemplo, en “¿A poco no le da gusto estar excluido? (Las marginalidades por decreto)”, texto publicado en Este País (abril de 2002), y “México a principios del siglo XXI: la globalización, el determinismo, la ampliación del laicismo” (Debate Feminista, abril de 2006).
Monsiváis enmarcó la discriminación hacia la minoría evangélica/protestante dentro del conjunto de otros grupos excluidos: “los integrantes de las minorías marginadas, por razones donde intervienen el racismo, el sexismo, la homofobia y la intolerancia religiosa”.
Desde las primeras conversaciones que tuve con Carlos Monsiváis, en 1988, hasta los postreros encuentros, pocos meses antes de su deceso, uno de los temas recurrentes en las charlas era el de la intolerancia contra los protestantes y el casi absoluto silencio de sectores que él esperabas se solidarizaran con los perseguidos.
Le irritaba que, por cierta inercia cultural, se siguieran reproduciendo estigmas contrarios a los derechos de quienes optaban por una creencia religiosa distinta a la tradicional y fuesen hostigados por ejercer esa elección.
El interés común en el tema de la intolerancia física y simbólica contra los disidentes religiosos fue compilado en el libro Protestantismo, diversidad y tolerancia. La segunda edición, considerablemente ampliada, quedó sin concluirse a causa de la enfermedad de Monsiváis.
Sobre el tema de la intolerancia religiosa Carlos Monsiváis cuestionó en 2001 la indiferencia de la izquierda con agudas preguntas: “¿Por qué no se ha dado la crítica a la intolerancia religiosa en los sectores liberales, democráticos, de izquierda? ¿Por qué ninguno de los grupos que defienden los derechos indígenas se preocupa por mencionar siquiera la persecución religiosa en las comunidades? ¿Por qué los marxistas, ateos convictos y confesos, defienden tan largo tiempo al catolicismo como la única religión posible de los indígenas? ¿Por qué los que deberían ser los más críticos de la Identidad Nacional, aprobaron la declaración esencialista que le adjudicaba una sola fe al ser del Mexicano?
En memoria de Carlos Monsiváis voy a entonar Firmes y adelante, huestes de la fe, himno que él consideraba “pieza de resistencia de los sentimientos épicos del protestantismo”.
II
¿Estas notas son biográficas o autobibliográficas? Si son lo segundo, como creo, menciono de inmediato el libro primordial en mi formación de lector: la Biblia, en la versión del reformado Casiodoro de Reina, revisada por Cipriano de Valera. En mi niñez Reina y Valera me entregaron mi primera perdurable noticia de la grandeza del idioma, de la belleza literaria que uno (si quiere) le adjudica a la inspiración divina. Dice el salmista [Salmo 19:1-2]: “Los cielos cuentan la gloria de Dios y la expansión denuncia la obra de sus manos. El un día emite palabra al otro día, y la una noche a la otra noche declara sabiduría”. Desde que oí esto maravillado a los ocho o nueve años de edad, con otras palabras, es decir, con otra perspectiva, es decir, ajeno a lo que voy a decir, advertí que ese idioma de los Siglos de Oro aislaba la grandeza de las palabras, y potenciaba el gozo de algo desconocido, ajeno a lo que oía y leía a diario, distinto por entero de las lecciones de Escuela Dominical, y de las reivindicaciones y temores de la minoría protestante. La Biblia de Reina-Valera es una obra maestra del idioma. Carlos Monsiváis
El imaginario bíblico, del Génesis al Apocalipsis, fluye en la obra de Carlos Monsiváis. El primer libro de la Biblia y el final no nada más fueron referidos en el último de sus libros que él alcanzo a ver publicado, Apocalipstick, sino que recurrió a Génesis/Apocalipsis como palimpsestos para trasladarlos a momentos definitorios y escribir crónicas, en ellas dio cuenta de sus observaciones y evaluaciones de acontecimientos culturales en México.
Apocalipstick, libro publicado un año antes del deceso de Carlos Monsiváis, estimula para encontrar citas implícitas y explicitas de la Biblia.
En uno de sus capítulos, “De los murales libidinosos del siglo XX. ‘He aquí en maldad he sido formado, y en pecado me concibió el Centro de la Ciudad’”, el título mismo puede ser bien identificado por los asiduos a la lectura bíblica.
Es una cita textual del Salmo 51, versículo 5, atribuido al rey David: “He aquí en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre”, se lee en la versión favorita de Monsiváis, la de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, publicada en 1569 por el primero y revisada por el segundo para nueva publicación en 1602. Carlos leía la revisión de 1909, que mayormente incorporó adecuación de vocablos.
La crónica incluida en Apocalipstick que dedica a los casi 20 mil desnudos y desnudas en el Zócalo de la Ciudad de México, fotografiados por Spencer Tunick (6 de mayo de 2007), Monsiváis la inicia con la línea “Pórtico versicular (donde la división entre el bien y el mal se inicia con la conciencia de la desnudez, o eso se ha creído”).
Acto seguido reproduce cuatro citas del Génesis: “Y estaban desnudos, Adán y su mujer y no se avergonzaban” (2:25); “Y fueron abiertos los ojos de entrambos (luego de comer la fruta del árbol, codiciable para alcanzar la sabiduría), y conocieron que estaban desnudos: entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales” (3:7); “Y él, Adán respondió (a Jehová): Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo porque estaba desnudo y escondíme. Y díjole: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo?” (3:10-11); “Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y vistiólos” (3:21).
La plancha del Zócalo capitalino fue, por un tiempo, recordatorio del Edén. Varones y hembras, para usar el lenguaje bíblico del Génesis, compartieron gozosamente su desnudez.
Todo cambió en cuanto los primeros se vistieron antes que las mujeres, ya que éstas fueron requeridas por Tunick para otra sesión fotográfica. Entonces, ya con sus vestimentas, los hombres vieron lo antes no percibido, que ellas estaban desnudas y algunos las miraban lascivamente. El Paraíso se había perdido. Carlos captura así ese momento:
Se encontraron diecinueve mil y otros tres mil llegaron tarde. Si ya existe el Tunick Book of World Records, México va a la cabeza casi tres veces por encima de Desnudarte de Barcelona.
Un error logístico: los hombres se visten primero y cuando las mujeres regresan de las cercanías de Palacio Nacional, hay un brote del machismo antiguo, fotos con el celular, comentarios agresivos, miradas que matan de las ya fatigadas ardientes pupilas. Las mujeres responden con eficacia, no se inmutan, se dirigen hacia sus bultos de ropa, el vestirse es más difícil que la obediencia divertida al “¡Fuera ropa!” del comienzo.
En el 2008, al recibir la medalla 1808 por parte del gobierno de la Ciudad de México (reconocimiento instituido en memoria de Francisco Primo de Verdad y Ramos, precursor de la Independencia de México), el escritor que semanas atrás cumpliera siete décadas de vida, da un celebrado discurso en el que elige —como en tantas intervenciones, crónicas y artículos— imágenes bíblicas para describir el universo conformado por la gran urbe.
Inicia con una paráfrasis del libro veterotestamentario del Génesis, donde combina la remembranza del género parábola que recorre las páginas de toda la Biblia:
“Parábola del espacio que necesita un domicilio fiscal. En el principio no había lugar dónde poner el espacio de la Ciudad de México. El lugar asignado era amplio, un valle en el Anáhuac, pero se calculó mal el tamaño, que por los motivos que fuesen, era insuficiente, era un lugar que no correspondía a este espacio, que se oponía a las mediciones y los amoldamientos; que se burlaba de los que en vano trataban de encajarlo en el sitio a él adjudicado. ¿Cómo quieres que yo —decía el espacio— que seré histórico, mitológico y centralista quepa en estos kilómetros a mi disposición? Pero si yo ya estaba convencido desde el Génesis, no más que aquí yo soy de los espacios a los que todo les queda chico”.
Después teje una segunda parábola, la que llama de creencias. Nuevamente evoca el lenguaje del Génesis, aunque incorpora otras figuras para mostrar lo insólito de la capital mexicana:
“En el principio, y ante la tardanza del dios cristiano, Huitzilopochtli y Tláloc crearon los cielos y la tierra, y en la tierra, llamada así porque su componente mayor era el agua, la nación mexicana, donde desde recién nacida un producto de la diosa demografía, estaba desordenada, pero nunca carente de pueblo y de mensaje al pueblo y de exhortaciones al pueblo para que renunciara a otras creencias”.
Monsiváis hizo una variación de lo anterior en el texto titulado “De uno de tantos Génesis”, escrito incluido en Apocalipstick.
En la ciudad en la cual todo se multiplica, Monsiváis evoca escenas del Nuevo Testamento (Mateo 15:32‐39; Marcos 8:1‐10) para ilustrar la replicación de posibilidades y objetos: “La multiplicación de los panes, los peces, los parientes y los DVD´s prestados. ¿Qué propone la Ciudad de México? ¿Cuáles son sus misterios, sus escondrijos, su paraíso subterráneo? Y ¿cuáles los dispositivos para el deleite a bajo precio?”
En la tercera parábola monsivaisiana, “De la lucha del empleo y del Ángel hasta el amanecer”, sus lectores deberían conocer el trasfondo bíblico sobre el que elabora la escena de una negación para millones de ciudadanos: la posibilidad de tener empleo en el México mal gobernado por la segunda administración federal emanada del Partido Acción Nacional.
Carlos Monsiváis usa en esta tercera ilustración los pasajes de Génesis 32:24‐25, donde Jacob lucha con un varón misterioso, al que no suelta hasta obtener su bendición. La descripción del llamado en Génesis varón, y que en otro escrito del Antiguo Testamento es identificado como ángel, le permite a Monsiváis hacer la analogía por la obstinada batalla en hallar una actividad remunerada. El capítulo 12 de Oseas, en los versículos 4 y 5, hace referencia a Jacob y su lucha con el ángel: “En el vientre tomó por el calcañar a su hermano, y con su fortaleza venció al ángel. Venció al ángel, y prevaleció”.
De aquí es donde Monsiváis toma el imaginario inicial de su tercera parábola, pero en el desarrollo de la misma crea un símil irónico con los avatares del empleo por prevalecer en condiciones adversas.
La fascinación literaria de Monsiváis por el libro neotestamentario de Apocalipsis le lleva a reelaborar varias ocasiones un texto titulado “Patmos esquina con Eje Central”, publicado originalmente en diciembre de 1987.
En su versión apocalíptica del país y de la Ciudad de México, el escritor, en su papel de Juan el vidente del último libro de la Biblia, plasma su observación inicial en los siguientes términos:
“Bienaventurado el que lee, y más bienaventurado el que no se estremece ante la espada aguda de la economía, que veda la entrada al dudoso paraíso de libros y revistas, en estos años de ira, de monstruos que ascienden desde el mar, de blasfemias, y de dragones a quienes seres caritativos filman el día entero para que nadie se llame a pánico y se les considere criaturas mecánicas y no anticipos de la feroz desolación”.
Monsiváis extiende el escrito de 1987 y lo incorpora como capítulo final de Los rituales del caos. Cambia el título por el de “Parábola de las postrimerías. El Apocalipsis en arresto domiciliario”.
El recurso apocalíptico para describir la singularidad de la Ciudad de México es, nuevamente, evidenciado por Monsiváis en un largo escrito publicado en La Jornada Semanal (“Apocalipsis y utopías”, 4 de abril de 1999).
Aquí entrelaza datos devastadores e imágenes esperanzadoras de la metrópoli. Finalmente, en Apocalipstick la gran protagonista es la Ciudad de México, a la que Monsiváis (como Juan de Patmos describió la Nueva Jerusalén del Apocalipsis) visualiza con azoro, se asombra ante su desmesura y, al final, prevalece la esperanza.
En cuanto al Nuevo catecismo para indios remisos, la obra es, como el mismo Monsiváis lo expresara a Elena Poniatowska (La Jornada Semanal, 23 de febrero de3 1997) un potente eco del libro que lo marcó toda su vida: “Aún retengo muchísimos versículos de memoria y eso, en mi caso, es parte de la formación literaria; una parte estricta, porque la versión [de la Biblia] de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera es soberbia. El Nuevo catecismo viene de allí directamente, toda proporción guardada”.
El día en que el escritor cumple 70 años (4 de mayo de 2008), publica en La Jornada un artículo cuyo título (“Los días de nuestra edad”) toma prestado, pero por supuesto, de la Biblia.
Es el Salmo 90 versículo 10, que en completo dice, en la versión preferida por Monsiváis: “Los días de nuestra edad son setenta años; que si en los más robustos son ochenta años, con todo su fortaleza es molestia y trabajo; porque es cortado presto y volamos”. Con la cita Carlos reiteraba lo que alguna vez me confió: “Hay libros que lleva uno en su ADN”.
III
Mantuve con Carlos Monsiváis trato personal y amistad a partir de 1988. La última vez que conversé presencial y ampliamente con él fue en su casa, el 6 de noviembre de 2009. Después hubo más charlas, pero nada más por vía telefónica. En mi postrera visita Carlos tenía un pequeño tanque de oxígeno a su lado, del que se auxilió para respirar dos o tres veces a lo largo del encuentro.
De los múltiples libros escritos por Monsiváis unos los adquirí yo y otros él me los obsequió. En estos últimos escribió generosas dedicatorias. En la visita mencionada él me dio Los mil y un velorios. Crónica de la nota roja en México.
En mi ejemplar, con estimación y, así lo creo, de manera hiperbólica, escribió: “A Carlos Martínez García, que lo sabe todo y pidiéndole por favor que ignore algo. Con el afecto y la admiración de Carlos”. No agregó, como en otras dedicatorias, versículos bíblicos ni alguna línea de himnos de su preferencia.
La primera edición de Los mil y un velorios salió en 1994, una obrita de 10 x 15 centímetros con menos de cien páginas. Quince años después el volumen creció tanto de tamaño, 10.5 x 17 centímetros, como en páginas, 197.
Monsiváis inicia con tres epígrafes, uno de Elías Canetti (“Cabría imaginar un mundo en el que jamás haya habido asesinatos. En un mundo así, ¿cómo serían los otros crímenes?”); otro entresacado de Génesis 4:9‐10 (“Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé; ¿soy yo guarda de mi hermano? Y él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra”); y el tercero es del escritor protestante C. S. Lewis (“Nunca me dijeron que el dolor fuese tan parecido al miedo”).
En varias ocasiones me pregunté sobre la relación que habría querido establecer Carlos Monsiváis entre los versículos de Génesis que cita como uno de los epígrafes, y las crónicas que conforman el libro dedicadas a narrar asesinatos y juicios criminales célebres en la historia de México. ¿Cuál fue su intención al evocar esos versículos bíblicos?
Me parece que la clave está en el crimen narrado en Génesis 4:9‐10. En lugar de ser guardián de su hermano, Caín es su asesino. Por lo tanto, Monsiváis nos ilustra con infinidad de casos que recoge en su libro la mexicanización del caso de Caín. El desfile de crímenes narrados en Los mil y un velorios ejemplifica lo que sucede cuando en lugar de ser guarda del hermano, lo que acontece es lo contrario: se es el depredador, el cruel victimario.
Uno de los grandes intereses de Carlos Monsiváis fue contribuir con su denuncia de la intolerancia a forjar personalidades democráticas en el seno de la sociedad mexicana.
De ahí que en sus escritos esté presente una lección ética, principios a internalizar al confrontarnos con la denuncia sobre, por ejemplo, los márgenes de impunidad tan grandes existentes en México.
En su acercamiento a la nota roja no estaba en primer lugar la motivación por lo criminal y escandaloso, sino tratar de comprender lo que cada caso revelaba sobre el estado de la sociedad en la que los crímenes tenían lugar.
Lo suyo no era el recuento de los muertos, el sadismo de los asesinos. Su preocupación por la explosión demográfica de las ejecuciones sangrientas iba por el lado de cómo desde el poder se construyó un clima social que hizo posible el horror, para después filtrarse, exitosamente, en algunos sectores de la sociedad. ¿Han sido acaso los gobiernos guardas de sus hermano(a)s, de los ciudadanos?
Monsiváis observaba que
“Ya sólo en casos excepcionales la nota roja será de nuevo el eje de las conversaciones, la fuente de la ejemplaridad negativa, el punto de arranque de una ‘estética’ de la desmesura, pero siempre la naturaleza humana (en este contexto el otro nombre de lo imprevisto o de lo calculado con resultados funerarios) se las arreglará para no dejar que agonice un género que, de la pequeña historia de Caín y Abel al escándalo de la Banca Ambrosiana, se las ha ingeniado para entretener, asustar, aleccionar. Siempre, a la vista de una tragedia, alguien dirá: ‘¡Oh muerte!, ¿dónde está tu aguijón?, ¿y dónde, oh sepulcro, tu victoria?’”.
Las últimas frases de la cita pueden confundirse con un aforismo de esos que era muy dado a forjar Monsiváis. Pero no es el caso, se trata de una referencia de la Biblia que se localiza en 1 Corintios 15:55. Con la mención bíblica anterior, y sobre todo con la óptica con la que enfoca el tema de Los mil y un velorios, constatamos una vez más cómo en la amplísima obra de Carlos Monsiváis la Biblia es como un palimpsesto, sobre el cual escribió y desde donde supo mirar la realidad que le circundaba.
Compenetrado con y por los textos bíblicos, éstos aparecen muchas veces textualmente y, en otras, son una presencia oculta que, no obstante, alcanzamos a ver detrás de lo escrito por él.
Uno de los muchos motivos que provocan mi nostalgia de Monsiváis es su creatividad para establecer vínculos entre la lectura de la Biblia y el acontecer social, político y cultural de México en una sociedad globalizada.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Kairós y Cronos - Tres escritos sobre Carlos Monsiváis: A tres décadas de su ausencia