Samuel Escobar y su peregrinaje en la misión (IV)
A continuación comparto la cuarta parte de la traducción al castellano de “My Pilgrimage in Mission”.
14 DE JUNIO DE 2025 · 21:40

Hay otra fuerza misionera que está en acción hoy en día aunque no aparece en las listas de misioneros de las organizaciones especializadas ni en las estadísticas. Se trata de un fenómeno que se observa también en las páginas del Nuevo Testamento: el testimonio transcultural para Cristo que llevan consigo las personas que se trasladan de un lado a otro como migrantes o refugiados […] Hay un elemento de misterio cuando el dinamismo de la misión no proviene de los de arriba, del poder expansivo de una civilización superior, sino más bien de abajo, de los insignificantes; de aquellos que no tienen abundancia de recursos materiales, financieros o técnicos, pero que están abiertos a la guía del Espíritu.
Samuel Escobar
Peleó la buena batalla, concluyó su carrera, guardó la fe y, por la gracia del Señor Jesús, recibe la corona de justicia (2 Timoteo 4:7-8). Juan Samuel Escobar Aguirre terminó el 29 de abril, en Valencia, España, sus días terrenales. Nos deja un legado amplio, diverso y muy aleccionador, legado que debiera ser sopesado, particularmente por quienes buscan hacer una reflexión bíblica/teológica contextualizada. En distintas ocasiones escribió acerca de su peregrinaje, en una de ellas el título del recuento fue “My Pilgrimage in Mission”, que se publicó en International Bulletin of Missionary Research (octubre de 2012). Un material muy valioso para seguir el peregrinaje de Samuel Escobar es el conjuntado en los veinte programas de Al Trasluz, en ellos José de Segovia conversó con Escobar Aguirre sobre su larga y fecunda trayectoria (link a la primera emisión: https://protestantedigital.com/multimedia/audio/68366/al-trasluz-con-samuel-escobar-1-origenes-infancia-y-adolescencia). A continuación comparto la cuarta parte de la traducción al castellano de “My Pilgrimage in Mission”.
Una nueva etapa en América Latina
En 1975 nuestra familia regresó a Argentina, un país desgarrado por generales nacionalistas católicos, facciones sindicales corruptas y movimientos guerrilleros. Trabajando entre estudiantes descubrí que estaba bajo vigilancia policial y que, como extranjero, cada vez me sería más difícil continuar mi ministerio pastoral. Por lo tanto, a finales de 1978 nos mudamos de nuevo a Lima para asumir la responsabilidad de la oficina regional latinoamericana de la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos (CIEE). El trabajo estudiantil había crecido y existían varios movimientos nacionales, algunos de los cuales prosperaban y contaban con su propio personal. Además de seguir hablando con el público estudiantil, enseñando y escribiendo, ahora tenía responsabilidades pastorales para el personal. Mi experiencia canadiense había sido una buena preparación para esta nueva etapa.
Mi iglesia en Lima me invitó a formar parte de su equipo pastoral de tres personas cuando no viajaba con responsabilidades de la CIEE, lo que me llevó a ser ordenado ministro bautista en 1979. Para una familia con un hijo adolescente, formar parte de una congregación creciente y dinámica fue una bendición. Lilly había descubierto que sesenta niños vivían con sus madres en una cárcel de mujeres cercana; las autoridades penitenciarias toleraban su presencia, pero sin provisiones para alimentarlos ni dormir. Con la ayuda de jóvenes de iglesias de la zona, desarrolló un programa para los niños que incluía campamentos y excursiones. También hacía recados para los reclusos e instaló una cocina y un comedor para los niños. Para los jóvenes de la iglesia, incluyendo a nuestros propios hijos, esta misión fue su iniciación en la acción social evangélica.
Cuando me pidieron que impartiera un curso en un nuevo departamento de misiología en el Seminario Evangélico de Lima, junto con mis colegas Stewart McIntosh, veterano misionero escocés, y el antropólogo peruano Tito Paredes, comencé a aplicar la misiología del Movimiento de Lausana y a desarrollar un currículo. La teología de la liberación había nacido en Perú y se convirtió en un interlocutor para nosotros, tanto en la universidad como en el seminario. Un folleto de sesenta páginas que escribí sobre las teologías de la liberación desde una perspectiva evangélica circuló ampliamente y tuvo una excelente acogida.
Grand Rapids, Filadelfia y el mundo
En agosto de 1983 nos mudamos con nuestro hijo a Grand Rapids, Michigan, donde durante un año fui profesor visitante en Calvin College (nuestra hija había ingresado previamente a la universidad para estudiar en la Escuela Normal y formarse como maestra). En Calvin College impartí cursos sobre Latinoamérica, teologías de la liberación y misiología evangélica. Con una biblioteca de primera clase y un profesorado dinámico, Calvin College ofrecía un ambiente ideal para la reflexión sobre la práctica. También asistí a reuniones de la Sociedad Americana de Misiología y forjé lo que ha resultado ser una larga amistad con Gerald Anderson y James Phillips, del Overseas Ministries Study Center (OMSC), ahora en New Haven, Connecticut. Así, me sumergí en un ambiente donde activistas misioneros se reunían para reflexionar sobre su práctica como críticos entusiastas de la labor misionera. En Grand Rapids, mi folleto sobre teologías de la liberación se convirtió en un volumen de 224 páginas, publicado en 1987 con el título La fe evangélica y las teologías de la liberación [Casa Bautista de Publicaciones, 1987). Algunos fragmentos aparecen en mi folleto Liberation Themes in Reformational Perspective (Dordt College Press, 1989).
En 1984, al finalizar mi tiempo en Calvin, me ofrecieron la Cátedra Thornley B. Wood de Misionología en el Eastern Baptist Theological SeminarySeminario, como sucesor de Orlando Costas, lo que llevó a nuestra familia a un período de introspección. La experiencia en Calvin College y cierta fatiga tras veintiséis años de intensos viajes en el ministerio estudiantil nos ayudaron a aceptar. En agosto de 1985, partimos de Lima hacia Filadelfia.
Los líderes de Eastern compartían las inquietudes misionológicas que Ronald Sider, Costas y yo expresamos de diferentes maneras, y el seminario se centraba en el ministerio de la mujer y el desarrollo de un campus verdaderamente multirracial que incluyera a afroamericanos, hispanos y asiáticos. La composición del alumnado y la presión del contexto —la escuela estaba ubicada en la frontera entre los suburbios y las realidades urbanas de pobreza, delincuencia, inmigración, desintegración familiar y lucha social— impulsaban al profesorado a buscar una renovación del currículo y los métodos de enseñanza. Era una época de transición, y las luchas, alegrías y tristezas que compartíamos eran similares a las que habíamos conocido en Latinoamérica y Canadá.
Diseñar cursos me brindó la oportunidad de reflexionar sobre mi propia práctica misionera y articular una perspectiva misiológica que expresara mis convicciones teológicas evangélicas, a la vez que era sensible a las exigencias del contexto. Había realizado un trabajo doctoral sobre Paulo Freire, el educador brasileño que impulsó un proceso educativo participativo, y mis clases se convirtieron en un laboratorio donde pude poner a prueba mis ideas en diálogo con misioneros extranjeros durante sus vacaciones, pastores hispanos y afroamericanos del caos urbano de Filadelfia, estudiantes de minorías étnicas de India y Myanmar, y estudiantes latinoamericanos de diversas situaciones ministeriales, así como estudiantes de iglesias bautistas estadounidenses típicas de los suburbios. En Filadelfia fue un privilegio especial ministrar a la comunidad hispana. Gracias a una subvención del Fondo Pew a Eastern, pude dirigir un programa de tres años con diez pastores hispanos de Nueva York, Nueva Jersey y Pensilvania, animándolos a escribir materiales en español para el contexto específico de sus propias iglesias. Como resultado se publicaron siete libros.
Mi propio desarrollo misionológico se puede rastrear en docenas de artículos y capítulos de libros, así como en contribuciones a reuniones académicas en la OMSC, la Sociedad Americana de Misiología y la Fraternidad Teológica Latinoamericana. Valoro enormemente el ambiente de camaradería y amistad en estos grupos y el proceso de intercambio, que ha enriquecido mi reflexión. También aprendí mucho como miembro de las juntas directivas de las organizaciones misioneras en las que serví, incluyendo la OMSC, Misión Latinoamericana, Latin Link, Traductores Bíblicos Wycliffe, la CIEE y las Sociedades Bíblicas Unidas. Mis libros, Changing Tides (2002) y The New Global Mission (2003), son, en cierto modo, resúmenes de mi proceso de aprendizaje.
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